Hércules, el héroe de fuerza incomparable, llegó al oráculo de Delfos acompañado de Megara, su amada. Su corazón, acostumbrado a los rugidos de los leones y al acero de la batalla, latía con un temblor distinto: el del futuro incierto de su matrimonio.

El templo se llenó de un silencio solemne cuando un eco habló con voz grave, cargada de presagio.

—Tú, hijo de Zeus, matarás con tus propias manos a los hijos que nacerán de tu amor.

Las palabras fueron como lanzas ardientes clavadas en su alma. Hércules, el vencedor de monstruos, el domador de cíclopes, el que había bajado a los infiernos y sujetado al mismo Cerbero, no pudo resistir aquel destino cruel. La fuerza que había sostenido montañas se quebró en un instante.

Con lágrimas abrasadoras, tomó las manos de Megara, y en un último susurro, la despidió. Sin mirar atrás, se lanzó al vacío desde lo alto del oráculo, cayendo en las profundidades oscuras del inframundo.

Allí lo esperaba Hades, soberano de las sombras, que lo recibió con una sonrisa enigmática.

—Al fin has caído en mi reino, Hércules. Pero tu historia aún no está escrita del todo.

Con un gesto solemne, el dios de los muertos hizo danzar las sombras a su alrededor. Columnas de fuego azulado iluminaron la penumbra, y un murmullo de almas se alzó como un coro antiguo.

—Tu sacrificio no será en vano. Zeus mismo ha visto tu dolor y tu valentía. Aunque la envidia de Hera te persiguió, tu resistencia ha conmovido incluso a los dioses del Olimpo.

Hades extendió sus manos, y un círculo de poder envolvió el cuerpo del héroe. Su carne brilló con luz dorada, su espíritu ardió con un nuevo fuego. Ya no era solo un hombre, pero tampoco un dios completo Zeus le otorgaba el título de semidiós inmortal, como recompensa a su sufrimiento.

—Regresa a la tierra, Hércules —dijo Hades, con una voz que era eco y trueno—. Vive tu destino sin la sombra de la tragedia. Esta vez, el futuro será tuyo, no de las maldiciones de Hera.

Y con un último destello, Hércules emergió de nuevo entre los mortales, transformado, más sabio y más fuerte que nunca. Los dioses, por primera vez, se habían apiadado de él.

El héroe que había vencido monstruos ahora tenía un don más grande la oportunidad de proteger a los suyos y vivir como lo que siempre fue, un hijo amado del Olimpo.