Las personas creían que sus recuerdos únicamente quedaban en su memoria, en una parte de la mente que a veces se encargaba de proyectar las imágenes como remedio puntual a la nostalgia. Pero estaban equivocados.

Los recuerdos estaban en todas partes. En el cielo, en la piel, en una canción, en un lugar, en un olor, en un perfume. A veces, podías huir de ellos, pero cuando pesaban lo suficiente, era imposible escapar.

Quizá ella nunca quiso huir. Tal vez siempre deseó quedarse ahí, buscarle en todas partes. En el cielo, en la piel, en una canción, en un lugar, en un olor, en un perfume. Y aunque aquel lugar en el que ahora se encontraba no tuviera ni una sola parte del pasado y de sus recuerdos, él aún seguía ahí. En su piel, marcado para siempre.

Sus dedos recorrieron la marca que dejó la cicatriz, justo en su cadera, sobre su marcada pelvis. Recordaba como si fuera ayer cómo se la hizo. Cómo talló su piel dejando su huella impresa para acompañarla a todas partes, aunque él ya no estuviera. Así ella se lo pidió, sin saber aún que bajo la máscara de aquel villano se ocultaba el amor de su vida. No habría habido ninguna otra explicación a por qué ella se había enamorado de dos personas al mismo tiempo, claro. No... no cuando nunca antes en su vida había sentido algo así. Nunca se había enamorado. Hasta que lo conoció a él.

Ahora Norman ya no estaba. Un año había pasado desde aquella fatídica noche en la que su mundo se derrumbó y su vida dejó de tener sentido. Jamás olvidaría su cuerpo inerte sobre el sofá. La ventana abierta. La cortina meciéndose en su dirección, señalando el cadáver de la única persona a la que había querido. La única que la había enseñado a amar, a sufrir, a vivir, a ser feliz, a romperse.

Ahora ya no estaba.

Las lágrimas terminaron enrojeciendo sus mejillas. Había dejado de secarlas después de comprobar que aquella noche no cesarían.
El cosmos parecía brillar con más intensidad aquel día. Las estrellas relucían con más fuerza, en especial una de ellas, una a la que ella atribuyó su nombre. Sabía que nunca la abandonaría. No del todo.

El cielo, la piel, una canción, un lugar, un olor, un perfume...

Sorbió por la nariz en una sonrisa que ella misma se obligó a pronunciar, en un burdo intento por recuperarla de verdad. Pero había olvidado cómo ser feliz. Y aquel día, aquella noche, lo supo con exactitud. Su falta dolía, sangraba, taladraba y desgarraba. Su alma gritaba desde su interior y nunca se cansaba. Pero su cuerpo era la barrera, la que la protegía de lo que acontecía en su interior. Cada vez más marchitada, más afectada.

Nada es eterno, ¿verdad? Ni siquiera cuando te has acostumbrado tanto a fingir estar bien.

Pero un sentimiento más aquella noche la acompañaba, y fue quizá el culpable de que doliera aún más.
La culpa.
Desde que Stephen la había expulsado de la Tierra, y su hogar había pasado a ser aquella nave, había sentido que le traicionaba. A él, a sus recuerdos.

Había habido una sola persona que había conseguido sacarla momentáneamente de esa oscuridad en la que la muerte del empresario la había sepultado. Nébula.
Aún recordaba la primera vez que la vio, la primera vez que se vieron, las primeras palabras que se dijeron, y todo lo que vino después...

 

Seis meses antes.

Acababan de entregarle el uniforme que llevaría a partir de ese momento, justo después de una ducha de desinfección terrana de lo más dolorosa. Rocket, uno de los integrantes del grupo de los Guardianes la contemplaba desinteresado cuando la Lufomoide se acercó a él de brazos cruzados.

—¿Quién es? —le preguntó más por curiosidad que por interés.

—Se llama Angelique. Viene de la Tierra.
—¿De la Tierra?
—Hhmm —afirmó asintiendo.

—¿Es humana?
—Eso parece. Aunque tiene algunos poderes.
—¿Poderes? —preguntó desconcertada—. ¿Cuáles? —la miró de arriba abajo, cuestionándoselo.
—Según Quill: fuerza sobrehumana, grandes reflejos...
Nébula soltó un bufido sarcástico, mofándose.
—... y habilidades en combate cuerpo a cuerpo. Ah, y telequinesis.

—Interesante...
—Eso me dijo. Pero sólo puede utilizarla si lleva puesto su traje.

—¿Traje? —lo miró ceñuda.
—El que le hemos quitado —se mordisqueó las uñas—. Al parecer usa algún tipo de suero. Una fórmula que le robó a su jefe y que por lo visto estaba defectuosa. La perfeccionó y la añadió a la armadura.
—¿Y sin ella?
Rocket se encogió de hombros, bajando de un salto del muro de piedra en el que estaba sentado. Nébula lo siguió, ahora sí interesada.
—¿Por qué está aquí?
—Un hechicero nos la entregó como rehén.
—¿Un hechicero?
—Sí. Un tal Doctor “no sé qué”. Uno de los Vengadores. Supuestamente es un peligro para la Tierra.
—¿Y nos la endiñan a nosotros?
—Dijo para la Tierra, no para el Espacio.

Nébula se quedó parada, dejando que Rocket se marchase. Aguzó la mirada, con la vista fija en la chica. Gruñó, entrecerrando los ojos, con recelo.
Esa misma noche, durante la cena, decidió acercarse a averiguar más sobre la nueva integrante. Se dejó caer a su lado bruscamente, sobresaltándola. No se andó con rodeos, le preguntó directamente aquello que le interesaba.

—¿Por qué estás aquí?

Por supuesto, la pregunta y su presencia la pillaron completamente por sorpresa. Su corazón aún estaba acelerado y su respiración acababa de empezar a buscar acompasarse. No pudo procesar la información y lo único que pudo hacer fue fruncir el ceño en respuesta. Ella no deseaba estar allí, a decir verdad la habían llevado a rastras y obligada. Poco pudo hacer en contra de la voluntad de Strange. Podía haberse resistido, pataleado, ¿pero acaso le hacía falta a él agarrarla de un brazo? No con esos malditos portales...

—Te he hecho una pregunta, Terrana. Responde.

Pero aquella cuestión traía consigo el motivo por el cual había estado llorando las tres horas antes de la cena. Algo por lo que aún no estaba preparada para hablar, ni lo estaría nunca realmente. Angelique se levantó de la mesa, bandeja en mano, para marcharse de allí, pero Nébula la agarró del brazo, deteniéndola.

—¡¿A dónde vas?! —le protestó.
La castaña tiró con fuerza para liberarse del agarre, mirándola con enojo.
—Déjame en paz.

Y se marchó, dejándola con la palabra en la boca. Lo cierto es que se quedó quieta simplemente porque no esperaba aquella respuesta, mucho menos que se atreviera a contestarle así y a marcharse sin más.

Drax se acercó por su espalda.
—Menudo carácter —carcajeó toscamente—. Me recuerda a alguien que es azul y tiene el mismo mal genio que ella.
Nébula rodó los ojos.
Drax esperó con una sonrisa a que lo adivinara, pensando que no lo había hecho ya.
—¿Quieres que te diga a quién? —se inclinó hacia ella.
—¡No! —gritó Nébula, que ya sabía que se estaba refiriendo a ella.

—Sólo digo, que las dos tenéis el mismo mal genio. Cuando alguien intenta ayudaros: ¡AAAAH! Gritáis como locas —rio.
—Yo no intentaba ayudarla —repuso con indignación.
—¿Ah, no? ¿Y qué hacías entonces?
—Quería averiguar a quién nos han metido aquí.
—Creo que se llama Angelique-

—¡Ya sé cómo se llama pedazo de inútil! —lo reprendió—. Lo que no sé es por qué nos la han encasquetado a nosotros. Y por qué es un peligro para la Tierra.
—¿Un peligro para la Tierra? No creo que ella sea un peligro para la Tierra.

—Eso dicen ellos.
—¿Quiénes?
Volvió a rodar los ojos, perdiendo la paciencia.
—El que la ha traído aquí.
—¡Oh! El mago.
Nébula se giró hacia Drax completamente ceñuda, indignada.

—¿Tú también lo conoces?
—No... Sólo le vi traerla y fui a saludarle. Parecía un hombre muy serio.
—¿Y no le preguntaste por qué debíamos custodiarla nosotros?

—No —respondió como si fuera lo más normal del mundo.

—¡Aghhh! —protestó Nébula, perdiendo los nervios—. ¡Malditos idiotas!...
Se marchó, dejándolo solo. Drax se quedó mirando cómo se marchaba, indiferente.
—El mismo mal genio —repitió, ahora para sí, negando con la cabeza. Se alejó, al igual que lo hizo ella.

Pero evidentemente las cosas no iban a quedar así. ¿Y permitir que la nueva la retara el primer día? ¿En qué lugar la dejaría eso?

Abandonó el puente de mando. Esa noche le tocaba guardia junto a Quill, así que en cuanto ella se levantó con intenciones de marcharse él se quitó uno de los auriculares y viró el asiento en dirección a su marcha.

—¡¿A dónde vas?! —le protestó. Si había algo que detestaba era quedarse solo en una guardia. Aunque Nébula no fuese una gran compañía. La verdad es que ni siquiera habían hablado desde que habían llegado al control, y seguramente no lo harían en toda la noche. Así era ella, y él estaba acostumbrado. Tampoco es que disfrutara de su compañía, pero de ahí a tener que quedarse solo, era algo muy distinto. Además, ¿por qué ella podía escaquearse y él tenía que quedarse ahí?

—Ahora vuelvo —le respondió ella con aburrimiento. A veces Quill se comportaba como un crío. Nébula no podía entender qué veía su hermana en él.
—¡Dile a Groot que venga, al menos!

—Soportarás mi ausencia unos minutos más —y la puerta se cerró tras su espalda. Ni siquiera se molestó en detenerse o mirarle mientras respondía aquello, simplemente siguió su camino—. Menudo idiota —murmuró para sí.

No les faltaba mucho tiempo para llegar al próximo planeta en el que se quedarían como mínimo un mes. Se asentarían allí, como solían hacer, hasta que requirieran de sus servicios en otro lugar. Con suerte incluso, podrían quedarse para siempre si era un buen sitio que habitar. Aunque a ella eso no le importaba ni lo más mínimo. A decir verdad... había pocas cosas en ese momento que le interesaran más que poner las cosas en orden...

Se dirijo hacia la respectiva celda, dispuesta a dejarle claras cuáles eran las normas allí, y se encontró con que estaba vacía. Se detuvo en seco, ceñuda, y escuchó pequeños pasos en el pasillo. Rocket estaba a punto de irse a la cama, ella lo interceptó.

—¿Dónde está?

—¿Dónde está el qué?
—Ella. La terrana.
—A mí qué me cuentas.


Nébula abrió de par en par los ojos, tomando el aire para soltarlo de golpe.

—¿¡Has dejado por ahí suelto a uno de nuestros prisioneros!?

—No es un prisionero —respondió con indiferencia.
El pequeño Groot apareció de pronto, con una sonrisa.
—Yo soy Groot.

—Eh, tío —saludó Rocket—. ¿Has visto tú a la chica nueva?

—Yo soy Groot.


Nébula miró a Rocket, buscando entender lo que acababa de decir, impaciente.

—Se fue por allí —señaló el camino hacia el lavabo.
Nébula corrió, pasando entre los dos, provocando que Groot por poco cayera al suelo.
—¡Eh, eh! —reclamó Rocket—. ¡Sin empujar!
—¿Yo soy Groot?
—Ni idea. Está chiflada.

Los pasos de la arpía eran rápidos, resonaban en el metálico suelo de la nave. La puerta del baño estaba ligeramente entreabierta, pudo verlo desde lejos, así que se detuvo, aproximándose despacio y sin hacer ruido.

Angelique acababa de vestirse tras la ducha. Había llevado su mochila consigo para buscar en aquella mínima intimidad un minuto de tranquilidad en la que refugiarse en sus recuerdos. Las gotas de agua resbalaban por su cabello mojado, cayendo sobre sus hombros desnudos. Sus manos sostenían la única foto que conservaba del empresario y ella juntos. No tenían demasiadas, por no decir ninguna, puesto que siempre habían priorizado el secretismo y el que nadie llegase a descubrirlos. Aquella, en concreto, la tomaron en el laboratorio, celebrando que habían conseguido finalizar exitosamente uno de los proyectos en los que llevaban meses trabajando. Ambos con el uniforme y la bata de Oscorp.

Los recuerdos le cosquillearon en el vientre, una mezcla de nostalgia dulce y agria. Una taciturna sonrisa se esbozó en su rostro. Dejó la fotografía sobre el lavabo y comenzó a vestirse con el uniforme que le habían proporcionado, cuando su piel se erizó repentinamente. Se detuvo en seco, con la espalda encorvada hacia delante, a punto de recoger la ropa sucia del suelo.
Nébula era silenciosa, pero no sabía que aquella chica tenía los sentidos muy bien aguzados... Su mirada se desplazó hasta su mochila, y después hacia la puerta. Sus latidos se acallaron a la par que su respiración, facilitándole a su oído escuchar aquello que se aproximaba. No eran pasos, era una presencia. El peligro. Avecinándose.

Nébula golpeó la puerta y la abrió de una patada. Apenas le dio tiempo de gritar: “al suelo”. Que unas pequeñas bombas calabaza se dirigieron directamente hacia ella. De éstas brotaron unas afiladas hojas giratorias, que amenazaron con rasgar ropa, piel, y carne. Dos de ellas pudo esquivarlas, pero la tercera le resquebrajó la tela de la manga del brazo, y por ende, la piel. Nébula se llevó la mano hacia la herida, apretándola con fuerza. Su palma no tardó en empaparse con su sangre. La miró y gritó, abalanzándose hacia ella.

Angelique esquivó los primeros golpes, pero la fuerza y la rapidez de la arpía jugaron en su contra. Un certero golpe en el vientre la hizo girar sobre sí en el aire, cayendo de espaldas contra el suelo. Ahí la atrapó, colocándose sobre su cintura con una pierna flexionada y la otra al otro lado de su cuerpo, impidiendo que se moviera. Atrapó sus mejillas y las apretó con fuerza.

—¡¿De dónde has sacado eso?! —no había visto aquellas armas, pero en ningún momento imaginó que no eran propiedad de los Guardianes.
—Son mías —le respondió mostrándole los dientes, tanto por la rabia, como por la presión que ejercían sus dedos contra sus mofletes, hundiéndose dolorosamente.

Soltó de golpe el agarre, girándole la cara hacia un lado.
—¿Por qué estás aquí? —volvió a preguntarle, y esta vez su silencio recibiría un castigo—. ¡Contesta!
¿Pero qué iba a decirle ella? ¿Sabía acaso el verdadero motivo? ¿Lo entendía? No... Y prefería no saberlo.
—No estoy aquí por voluntad propia.
La sujetó de la barbilla, con rabia.
—¿Y quién es el culpable de que ahora estés aquí?
—Strange... Stephen Strange.
—¿Por qué aquí?... ¿Por qué con nosotros? —le cuestionó con enojo.
—No lo sé.
Soltó su barbilla para apoderarse de su cuello, apretándolo como advertencia.
—Habla —ordenó con la voz afilada.
Angelique llevó las manos a la que se aferraba en su garganta, buscando liberarse.
—Estás ahogándome —dijo con la voz entrecortada.
Nébula soltó una carcajada irónica.
—Y es sólo el principio si no haces lo que te digo.
Un solo instante en el que bajó la guardia, creyendo que tenía el absoluto control, y la castaña golpeó con la rodilla su espalda. En el momento en el que se doblegó hacia atrás, ella aprovechó para golpear su garganta y liberarse, rodando sobre el suelo hasta alejarse. Nébula, con la mano sobre su garganta, comenzó a toser, recomponiéndose, inclinada hacia delante.
—Te arrepentirás de eso. ¡AGH! —gritó, lanzándose sobre ella.

Una vez más, golpes fueron al aire y otros impactaron sobre cuerpo ajeno. Sus respiraciones agitadas, una sobre la otra. Consiguió atraparla, lanzándola contra la pared. Nébula aprovechó para acercarse al lavabo, sosteniéndose de él, cuando vio la fotografía. Su ceño se frunció y su mirada se aguzó. Angelique apenas estaba recuperándose del gran impacto cuando reparó hacia dónde apuntaban los orbes oscuros de la contraria. Los suyos se abrieron de par en par, sacando la fuerza necesaria para levantarse después de semejante golpe.

—¡No la toques! —le gritó, pero la arpía ya se había adueñado de la fotografía.
—¿Quién es él? —preguntó aún con la respiración entrecortada—. ¿Estás aquí por él?

Su mirada se alternó entre ella y la forma en la que sus dedos sostenían la imagen. Que alguien pusiera sus sucias manos en el único recuerdo palpable que le quedaba de él la llenaba de odio. Y cuando eso sucedía, no traía nada bueno.

—Suéltala... —le advirtió, y su mirada pareció cambiar. Nébula frunció aún más el ceño, aguzando la mirada con sospecha.
—¿Estás aquí por tu padre?

—Él no es... mi padre.
—¿Y entonces quién es? ¿Tu abuelo? —se burló.
Y aquello pareció tocar en algún lugar profundo de su corazón. Reactivando aquello que se refugiaba en su interior esperando salir en el momento propicio. Y ese... era uno de ellos. Los orbes de la castaña se tiñeron de negro, su iris de rojo, los ojos del cisne. Del cisne negro.

Los resquicios del último ápice de fórmula que quedaba en su organismo recorrieron cada fibra de su cuerpo. Los pies de la arpía amenazaron con levantarse de un suelo que comenzaba a temblar.

El muñequito bobblehead que Quill tenía sobre el control comenzó a vibrar, junto con el resto de la nave. Frunció el ceño y abrió de par en par los ojos.
Groot y Rocket se sostuvieron rápidamente de la pared en el pasillo.

—¿¡Qué está pasando!?

Mientras tanto, Nébula, en el baño, la contempló con un gesto inquieto, alarmado.
—¿Qué estás haciendo? ¿¡Qué haces!?

Y el cuerpo de la joven se elevó en el aire. Pocos segundos después, Nébula salió despedida contra la bañera, llevándose con el impacto los pedazos de la cerámica. Angelique gritó, y liberó todo aquello que residía en su interior, ensordeciéndolo todo, colmándolo todo. La nave vibró, se agitó como si acabaran de atravesar un campo magnético. Nébula se llevó las manos a los oídos y gritó en protesta, ensordecida.
Poco después, el cuerpo de la joven se derrumbó sobre el suelo, quedando inconsciente. Quill y Mantis corrieron hacia el baño, seguidos de Rocket. Abrieron la puerta de una embestida y se encontraron con la escena.

—¡¿Pero qué has hecho?! —le recriminó Peter a Nébula, que acababa de recomponerse y estaba sacudiéndose la ropa de los restos de porcelana.
Rocket entró después, contemplando el cuerpo en el suelo.

—Ay, Dios...

—¿Que qué he hecho? ¿Qué he hecho yo? —rio de manera irónica —. ¡No! ¡Qué habéis hecho vosotros trayendo esto aquí! ¡Sea lo que sea, no es humano!
Rocket se agachó frente al cuerpo, girando suavemente su rostro, comprobando que seguía viva. Miró a Quill y asintió, haciéndoselo saber.

—Han discutido —reveló de pronto Mantis, como si pudiera leerlo por alguna extraña razón. Miró a su al rededor, siendo capaz de ver lo que otros no veían; unas pequeñas partículas oscuras que flotaban en el aire. Su mirada se desvió hacia la fotografía tendida sobre el suelo—. La foto. Ella no quería que la tocase...

—¡Espera, espera! ¿Cómo sabes todo eso? —preguntó Quill. Mantis volvió a contemplar el espacio que los rodeaba, adivinando que ahora algunas de las partículas se habían tornado rojas como la sangre. Las señaló, pero nadie podía verlas.
—Debían quedar restos en el traje —añadió Rocket.
—¿Restos? —preguntó Quill.
—Su fuente de poder proviene de un suero que se administraba directamente en sus venas gracias al traje. Estuve echándole un vistazo. Es una tecnología bastante curiosa. Algo que no había visto nunca.
—¿Me estás diciendo que las sobras de un maldito suero de superfuerza han hecho que la nave por poco implosione?

Rocket ascendió la mirada hacia Quill, asintiendo.

—¿¡Pero quién es esta tía!?
—Eso me pregunto yo —interrumpió Nébula.
—¿Y por qué nos la han endiñado a nosotros? —insistió Quill.

—Eso llevo yo preguntándome todo el día.
—El Doctor Strange dijo que no era peligrosa para nuestro mundo —interfirió Mantis.
—¡¿Para nuestro mundo?! Si todo esto lo han causado los residuos de esa cosa que se ha estado inyectando antes de venir aquí, ¿qué haremos si recupera el dichoso traje?
—Hay que sacarla de aquí —añadió Nébula.
—No... —intervino Mantis, con las cejas curvadas—. Ella no nos hará daño. Está... —soltó un suspiro, como si aún pudiera leer a través de aquello que nadaba en el aire—... triste... Ha perdido a alguien... Su poder... se alimenta de su dolor, de su pérdida, de su enfado...
Quill miró directamente a Nébula.
—¿Qué le has hecho para que se ponga así?
—¡Eh! ¡A mí no me mires!
Rocket se agachó para recoger los restos de las razor bats.
—No toques eso —le advirtió Nébula, mostrándole la herida en su brazo.
—Están destruidas —aclaró al examinarlas. Sabía bien de lo que hablaba—. Se autodestruyen cuando cumplen su función, de lo contrario, no se detienen. Son como un bumerán.
—¿Y cómo sabes todo eso? —preguntó Quill.
—Las he visto antes. Un colega me mandó los planos. Pertenecen a Industrias Oscorp.
—Oscorp... —murmuró de pronto Mantis.
—¿Hmm? —musitó Nébula.
—Está en sus recuerdos. Muy... presente... Es algo importante para ella.
—Lo que no entiendo... es cómo es posible que tuviera tan a mano ese tipo de artefactos. ¿Quién se encargó de su registro? Quill y Rocket se miraron fijamente alzando las cejas, como si no supieran de qué estaba hablando.

—Su inspección —aclaró Nébula, por si no lo habían entendido. Pero entonces supo que simplemente nadie la había registrado. Rodó los ojos y dejó caer pesadamente los brazos.
—Oye, tío —dijo de pronto Rocket—. Si tú y tú —señaló a Nébula — estáis aquí... ¿Entonces quién está al mando del control?

Nébula miró a Quill, severa.

—Tranquilos, tíos. Está todo controlado.
—Responde —exigió Nébula.
—... Drax.
—¡Aghh! —bramó la arpía, pasando a través de ellos, por encima del cuerpo de la chica como si fuera cualquier cosa, marchándose de allí. Quill volvió a mirar a Rocket, encogiéndose de hombros.

—¿Tú sabías algo de un registro?

...

Mantis se arrodilló al lado del cuerpo de Angelique, apartando un mechón de su rostro, ensangrentado por la pelea. Acarició su mejilla con cuidado, y recibió de golpe todos sus recuerdos, el sufrimiento, el dolor. Ahogó un gemido, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.

Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. La relación entre la arpía azul y la terrana no cambió demasiado en aquel tiempo, sino que se mantuvo como resultó al comienzo. Angelique encontró inesperadamente en el carácter de Nébula y en sus enfrentamientos, una vía de escape al dolor de sus memorias, de todos aquellos recuerdos de los que no podía desprenderse ni un solo segundo. Y es que, los momentos que pasaban luchando cuerpo a cuerpo, enfrentándose como si se hubiera tornado un pasatiempo, eran los únicos en los que en su mente no se proyectaba su nombre: Norman.

La cyborg había descubierto también algo especial en la humana. Era la primera vez que las victorias llevaban su nombre, que no perdía. Era más fuerte que ella, por supuesto, y aunque la castaña no dejaba nada que desear en cuanto a los combates cuerpo a cuerpo, no era suficiente para ganarle. Así, mutuamente se complementaban, llenando recíprocamente sus vacíos. Era de esperar, que al final, los sentimientos trascendieran... Después de todo, su alma estaba rota por un motivo, uno que Nébula supo, sin pretenderlo, reparar.

Angelique se enamoró de ella, manteniéndolo como uno de sus más valiosos secretos. Ahora ya no buscaba los enfrentamientos para desprenderse de un recuerdo, sino para disfrutar de la única manera que podía, la cercanía del cuerpo de la arpía. Pelea tras pelea, ella siempre terminaba perdiendo. O eso era lo que creía Nébula.

—Otra vez —suplicaba Angelique, con la respiración desbordada por la agitación.
—¿No te cansas de perder siempre? No puedes conmigo. Deja de intentarlo.

Pero Angelique no buscaba ganarle, no... Tan solo volver a sentirla cerca. Lo suficiente como para que su corazón no suplicara por su nombre.

—Otra vez.

Insistió, y la contraria volvía a arremeter contra ella. Sus brazos rodearon su cuerpo hasta dejarla a su merced. Pegando su pecho a la pared, ciñéndose a su espalda mientras la sujetaba por la nuca, determinante, autoritaria. Su respiración contra su oreja.

—Has vuelto a perder —le decía, pero Angelique estaba ocupada intentando serenar las pulsaciones de su acalorado corazón. Cada vez anhelando más sentirla más y más cerca, hasta fundir sus cuerpos.

Nébula la giró bruscamente para que la mirara, sus cuerpos demasiado juntos como para no tentarse. Si no sospechaba ya que había algo detrás de aquellas intenciones Angelique no se lo explicaba. Su respiración golpeaba los labios contrarios, estaban demasiado cerca como para que su mirada no se desviara hacia los de su contrincante. No buscó disimularlo. Nébula frunció el ceño y tras eso rio con suficiencia, separándose.

—Los terranos y vuestra incansable tendencia por intentar ser más que los demás. Siempre habéis creído que sois los únicos, que no hay nada más allá de vuestros ombligos. Una raza claramente inferior...

La provocaba, pero ella no reaccionaba. No como antes. Y no era una idiota, por supuesto que se había dado cuenta de que ya no era tan sencillo hacerla caer en sus provocaciones.
No... Angelique sólo quería que la golpeara, una y otra vez, por un motivo que desconocía.

Ella. Porque el resto...

—Hay que estar muy ciego para no darse cuenta —comentó Rocket cruzado de brazos, apoyado en la pared, contemplándolas a ambas en la zona de combates. Negó, chasqueando la lengua. Mantis lo miró con una sonrisa.
—Lo suficiente ciego como para que te guste alguien como Nébula.
—Y que lo digas...
—Es... tan fría.
—Muy fría.
—Malhumorada.
—Terriblemente malhumorada.
—Y sádica.
—Y aún así mírala. Tiene a Angelique completamente coladita por ella.
—Sí. Es... curioso. ¿No crees?
—Lo curioso es que disfrute de que alguien la golpee día sí día también —se despegó de la pared, abandonando “el espectáculo”. Mantis se encogió de hombros, siguiéndole.
—Bueno... es lo más cerca que puede estar de...
—Calla, no me lo cuentes, no quiero oírlo —un escalofrío desagradable lo hizo retorcerse—. ¡Uhh! No me malinterpretes, me cae bien, las dos me caen bien. Pero Nébula es...
—Sí...
—No pegan ni con cola.
—Sí. Angelique merece alguien mejor... Alguien que le dé el cariño que necesita. Alguien que la quiera, y la cuide.

—¿Y te imaginas a Nébula cuidando de ella? —rio Rocket—. La misma persona que te destroza es la que puede curar tus heridas —soltó un bufido irónico—. Tiene gracia.
Mantis frunció las cejas, entristecida.

—Pobre Angelique...
—Sí, pobre Angelique. Venga, volvamos al trabajo. Esta nave no va a pilotarse sola.

 

 

 Actualidad.

Se limpió las lágrimas y se recostó sobre el asiento, cerrando los ojos frente al eterno firmamento. La puerta se abrió tras su espalda, sobresaltándola. Se reincorporó rápidamente, volviendo a frotar sus ojos por si quedaban rastros de tristeza que revelaran que había estado llorando.

—Eh... —la voz de Nébula aceleró su pulso—. ¿Cómo estás? Todos allí conocían ya su historia, y Mantis se había encargado de proporcionar el resto de detalles de vez en cuando. Cuando el tema aparecía en conversación. Así pues, no era ninguna novedad que ese día, hacía un año de la muerte de Norman Osborn.
No le hizo falta ver sus lágrimas para saber que estaba triste, cualquiera lo estaría en su lugar.
—Bien. Me he quedado dormida un momento.
Pero Nébula sabía que le mentía. No podía verla, tan solo apreciar parte de su figura al otro lado del asiento.
—Ya... —repuso—. Le he pedido a Rocket que te sustituya. —¿Qué? —ahora sí se giró a mirarla; nariz rosada, mejillas encendidas y ojos hinchados. Una obviedad en toda regla. Nébula apartó la mirada momentáneamente, como si verla así le doliera inexplicablemente.
—¿Por qué has hecho eso? —la increpó Angelique.
—Quiero que vengas conmigo.
Aquello apagó su indignación de un zarpazo. Parpadeó deprisa, confusa.
Su relación había mejorado considerablemente, y es que, aunque a veces siguieran discutiendo por cualquier tontería (algo muy típico en ambas, que parecían necesitar fervientemente enfrentarse por algún motivo), era evidente que habían habido algunos cambios importantes. Que se había ganado su cariño era más que evidente, y es que, Nébula ya no podía vivir sin tenerla cerca un solo día. La necesitaba, igual que Angelique la necesitaba a ella.

La siguió, curiosa a la par que inquieta, sin entender lo que quería. La llevó hasta la sala de reuniones. La luz estaba apagada, pero la bombilla del proyector titilaba sobre la pared. Mantis las esperaba, con las manos entrelazadas sobre su cintura. Angelique miró a Nébula, interrogativa. Ésta extendió el brazo hacia la mesa, para que avanzara, y bajó la mirada, como si ni ella misma quisiera enfrentar aquello. Angelique obedeció, acercándose hasta Mantis.

—Hola —la saludó amablemente, pero a la vez nerviosa. Ella también miró a la azul, pero ésta negó; no se atrevía a ser quien iniciara esa conversación.

—¿Qué pasa?... —preguntó Angelique, nerviosa.
—S-sabemos... Sabemos que hoy es un día importante para ti — empezó Mantis—. Que hoy... hace un año que... le perdiste... Angelique tragó saliva al sentir la punzada en su vientre. Parpadeó deprisa y se esforzó fervientemente por controlar el impulso de romperse.
Tras una pausa, Mantis continuó:
—Nébula y yo queríamos darte una sorpresa. Queríamos... llevarte a la Tierra, de vuelta a tu casa aunque sólo fuera durante unas horas... Pero a causa de órdenes superiores...
—¿Órdenes superiores? ¿Qué órdenes superiores?
Mantis no respondió, apretó los labios y frunció las cejas.
—Ha sido Stephen, ¿a que sí? —preguntó Angelique, alterada—. ¿¡A que sí!? —insistió al no tener respuesta. Mantis asintió.
—Pero nos ha ofrecido una alternativa.
—¿Una alternativa? —soltó una carcajada irónica—. ¿Qué alternativa?
Esta vez fue Nébula la que se acercó, mirándola fijamente a los ojos. Tomó sus manos, robándole un suspiro, acelerándole el pulso.
—Nébula es capaz de proyectar imágenes a través de su mirada, como ya sabes... El Dr. Strange nos ayudó a... recuperar algunos recuerdos del pasado... Reminiscencias que tal vez quedaron en el olvido y que la gema del tiempo es capaz de recolectar como si fuera una base de datos.

Angelique miró a Nébula súbitamente, comprendiendo. Sus ojos brillaron ansiosos.
—No tienes por qué hacerlo si no quieres —soltó sus manos con suavidad.

—¿Podré volver a verle? —preguntó sin dejarla terminar la frase.

—No solo verle —intervino Mantis—. Es... como volver a... sentirlo. Como si...
—... como si siguiera allí —terminó Angelique, con la mirada perdida, comprendiendo.

Mantis asintió. An levantó la vista hacia Nébula, recuperando su mano, acariciándola como si fuera un salvavidas.
—Estaré aquí cuando vuelvas —le dijo la azul, tranquilizadora.

—¿Cuando vuelva?...

—Nébula proyectará las imágenes, y yo... puedo hacerte entrar en ellas.
—No sé si es buena idea —interpuso Nébula.
—No —interrumpió la castaña—. Quiero hacerlo.

—Puedes verlo a través de mis ojos, no hace falta que vuelvas a allí.
—Quiero hacerlo. Necesito hacerlo.
—He visto esas imágenes. Si vuelves allí... todo lo que has conseguido hasta ahora no valdrá para nada.

—Antes no te tenía a ti —sentenció de pronto, dejándola completamente paralizada.
Mantis alzó las cejas con sorpresa, sabiendo lo revelador que podría suponer aquella declaración para Nébula.

—Quiero hacerlo —insistió Angelique, mirando a Mantis. Ésta miró a Nébula.
—Es su decisión —se desentendió, apartándose incluso, como si aquellas palabras hubieran causado estragos. Aún podía escucharlas en bucle en su cabeza. Pensar en ese momento no era tan sencillo después de haber escuchado aquello—. Hazlo. Mantis asintió, acercándose a la chica, ofreciéndole tumbarse sobre la mesa.

—Colocaré mis manos sobre tu cabeza para hacerte llegar.

—De acuerdo —respondió nerviosa.
—¿Preparada?
Angelque asintió, cerrando los ojos. Nébula apartó la mirada, frunciendo el ceño.

—Nébula —la nombró Mantis—. Las imágenes.

La azul asintió, y los recuerdos empezaron a proyectarse frente a ella. El corazón de Angelique se aceleró, su respiración se desacompasó. Mantis aproximó los dedos a sus sienes.

—Cierra los ojos...

Entonces, colocó sus manos y el vértigo se adueñó de su estómago, cayendo en picado.
Su cuerpo se desplomó sobre un mullido asiento, y la luz de pronto se hizo. Los rayos del sol atravesaban las ventanas. Un cielo azul despejado, con esponjosas nubes. Sus ojos parecieron acostumbrarse lentamente. Sus oídos percibieron un sonido lejano que poco a poco se fue aclarando. We'll met again de Vera Lynnsonaba de fondo en el tocadiscos. Una canción que reconoció al instante; su canción. Sus ojos buscaron el entorno, reconociéndose en el apartamento en Nueva York, el mismo que él le regaló. Y ah... aquel olor... el olor de su perfume de pronto pareció golpearla.

—Eh...
Su voz...
—¿Estás bien? Pareces distraída.

Sus ojos se anegaron de lágrimas instantáneamente, pero una sonrisa no pudo evitar colmar sus labios. Rio torpemente, con una feliz tristeza.

—S-sí, es solo que-
—Que el café está asqueroso, ¿verdad? Lo sé. Me equivoqué y eché sal en lugar de azúcar —bromeó—. ¿Tan malo está? — preguntó divertido.
Ella no pudo responder, una risa se atoró en su garganta, el aire le faltaba. Se encogió de hombros y apretó los labios, procurando no llorar.
—No estés triste, volveré antes de que te des cuenta.

Y aquellas palabras se clavaron en ella, porque sabía bien que no lo haría, que no podría. Tragó saliva, el nudo cada vez más atravesado en su garganta. Asintió, y él le secó una lágrima que resbalaba hacia su comisura.

—Eres tan preciosa cuando intentas no parecer vulnerable...

—Yo no intento no parecer vulnerable.
—Ya han pasado muchos años, ¿cuándo dejará de avergonzarte el llorar frente a mí?

Angelique rio con torpeza, sorbiendo por la nariz.

—Nunca —se secó las lágrimas.
Norman sonrió.
—¿Qué tal las cosas ahí arriba?

Aquello pareció confundirla. Su mirada se desvió hacia el techo, como si pudiera atravesarlo hasta llegar al espacio.
—Me han dicho que el médico que visitó a tu hermano te ha estado invitado a tomar té últimamente en mi ausencia. Supongo que no debo preocuparme —bromeó.

—¡Oh! —soltó el aire de golpe—. É-él... —pero se quedó callada al comprender que seguramente, de no haberle conocido nunca, de no haber subido a tomar ese té, quizá ahora seguiría allí, en ese apartamento, cerca de sus recuerdos, de ese cielo, de esa música, de aquel lugar, de ese olor, de su perfume...—. Él es... S-se le da bien preparar té.

Norman rio.
—Supongo que no confunde la sal con el azúcar —le guiñó un ojo, levantándose para sembrar un beso en su frente. Ella cerró los ojos pesadamente al sentir de nuevo aquella sensación: su piel contra su piel. Un suspiro escapó de sus labios, colmándola. Norman estuvo a punto de separarse, pero ella lo agarró con urgencia. Lo miró fijamente con los ojos vidriosos, deseosos y besó sus labios.

Mantis miró a Nébula, quien parecía querer apartar la mirada. En su gesto pudo atisbarse cierto resquicio de molestia, como una espina clavada bajo la piel.

Y algo extraño sucedió con aquel beso... Y es que, cuando él se apartó, ella pareció sentir un extraño vacío, como si ya... la llama se hubiera extinguido. Todo aquello que creía recordar, que creía sentir cuando le recordaba, cuando rebuscaba en sus recuerdos no era como pensaba. Su mirada se desvió hacia su pecho, allí donde latía su corazón que parecía lejano, como si el sentimiento que compartía su nostalgia no fuera el mismo que ahora residía en su interior. Parecía ya no pertenecerle, no a él. Lo miró confusa, asustada. Parpadeó deprisa, sintiendo que se desvanecería.

—Llego tarde, te veré en unos días.

Pero ella seguía perdida en aquel sentimiento, como si ya no fuera suyo.

—Te quiero —dijo él, sacándola momentáneamente de aquel trance.
—Y-y yo...

Las imágenes poco a poco se fueron nublando. Él se alejaba hacia la puerta y la casa se quedó vacía. Hasta desvanecerse. Los dedos de Mantis poco a poco se separaron de su piel, trayéndola de vuelta. Los ojos de Nébula dejaron de proyectar.

Angelique abrió los suyos, reincorporándose con la ayuda de Mantis, buscando a Nébula, casi con desesperación. Ésta se encontró con su mirada, implorante.

Y su corazón pareció latir en respuesta. Esa que le había faltado antes. Descendió la mirada hacia su pecho, como si por fin hubiera comprendido cuál era la respuesta.

—¿Qué? —preguntó Nébula, extrañada—. ¿Qué pasa?

Angelique se levantó despacio, acercándose a ella, indecisa, pero segura. Nébula miró a Mantis con preocupación, pero la contraria parecía comprender mejor incluso que la propia An lo que estaba sucediendo, así se lo indicó la sonrisa apaciguada que tenía en su rostro. La chica se acercó lo suficiente hasta quedar frente a ella y entonces la abrazó.

Pum, pum. Pum, pum.

La miró.

El cosmos reflejado en la profundidad oscura de sus ojos, como pozos de alquitrán caliente.

Sus dedos acariciaron tímidamente los suyos.

Pum, pum. Pum, pum.

—¿Estás bien?

Su voz. La canción.

Se separó, observando la habitación, todo aquello que la rodeaba. Su nuevo hogar, su nueva casa.

Respiró.

 

 

“En el cielo, en la piel,
en una canción, en un lugar, en un olor, en un perfume.”