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𝕷𝖆 𝕬𝖇𝖆𝖉𝖊𝖘𝖆 𝕸𝖆𝖓𝖉𝖆𝖉𝖆 𝖆 𝕸𝖆𝖙𝖆𝖗 𝖆 𝖑𝖆 𝕹𝖔𝖈𝖍𝖊

Cazadora de aberraciones humanas y eclesiásticas.

 

Mother Nightshade no nació monja… la hicieron monja.
Su infancia estuvo marcada por hombres santos que predicaban virtud mientras escondían crímenes bajo sotanas perfumadas. Creció viendo que los rezos no limpiaban las manos, que el vino sagrado podía ocultar sangre, que el “perdón” del clero siempre tenía precio.

A los 11 años la llevaron al convento, un lugar donde las jóvenes eran moldeadas para servir, no a Dios, sino a los intereses de quienes decían representar la divinidad. Allí aprendió su mayor verdad: Los muertos son tranquilos… los vivos son los que hieren.

Cuando una serie de desapariciones dentro del convento reveló rituales enfermos, sobornos y tráfico de reliquias, ella fue la única que se negó a callar a los 15 años. La castigaron, la encerraron, intentaron quebrarla.

En sus días dentro de la Iglesia (cuando aún obedecía, cuando aún no entendía la profundidad del pecado humano) fue nombrada Abadesa, no por virtud ni pureza, sino porque era útil.

Los altos mandos veían en ella un arma: disciplinada, fuerte, resistente, imposible de quebrar.
Cuando la sombra del Rey de la noche comenzó a extenderse sobre los pueblos, causando histeria y pánico, los inquisidores no dudaron en enviarla a la muerte… o eso creían.

La instrucción interna oficial era clara:
“La Abadesa abatirá al Señor de la Noche.
Si muere, Dios decidirá.
Si vive… tendremos un problema menor.”

Era una misión disfrazada de fe, pero en realidad un sacrificio.
Un intento de deshacerse de una mujer que sabía demasiado y que ya empezaba a cuestionar la “santidad” de sus superiores.

Sin embargo, ella no murió.
Y algo terrible ocurrió: el Rey de la noche retrocedió ante ella.

No por luz divina.
No por milagro.
Sino porque incluso las criaturas de la oscuridad reconocen a los verdaderos depredadores.

Y ella lo era.

Desde esa noche, comenzó a manifestarse una fuerza que no venía del cielo.
Una fe feroz, afilada, no en Dios… sino en la justicia que ella misma impondría.

Con una mezcla imposible de fuerza física y una convicción casi sobrenatural, empezó a enviar no solo monstruos, sino también hombres, a su merecido descanso.

Su eficiencia era tan brutal que comenzó a aterrar incluso a quienes la habían enviado.

La Iglesia la había creado como herramienta.
Pero lo que forjaron…fue un juicio ambulante.

Cómo cambió esto su camino:

Ese enfrentamiento con el Rey de la nocher —y el hecho de que sobreviviera cuando no debía— reveló la hipocresía del clero: estaban dispuestos a sacrificarla, pero pedían que muriera “en nombre de la fe”.
Fue la última vez que obedeció una orden.

Comprendió que: Los monstruos sobrenaturales pueden matar, pero los humanos eligen destruir.

Y ella eligió responder.

Solo consiguieron afilarla.

 

Su “pecado” según la Iglesia: ver demasiado, cuestionar y no seguir ciegamente las órdenes de los superiores. Pero sobre todo, detectar lo que nadie quiere admitir; hablar de lo que debería quedar podrido y enterrado.

El verdadero pecado, el suyo: comenzar a cazar a los culpables. No monstruos del más allá, sino monstruos disfrazados con escapularios, medallas y cruces.

 

La Noche en que se volvió “Mother Nightshade”:

El convento entero ardió una noche sin luna.
Las monjas sobrevivientes cuentan —en susurros temblorosos— que vieron a una figura caminar entre el fuego como si lo hubiera invocado.
No tocó a ninguna inocente.
Solo a los pecadores.

Desde entonces, su nombre se arrancó de los libros.
La Iglesia la declaró hereje, pero nadie se atreve a perseguirla.
Porque en cada pueblo donde aparece, desaparece un abusador, un corrupto, un sacerdote que sabe demasiado.

Ella no busca gloria.
No busca redención.
Solo equilibrio.
Para ella, las aberraciones humanas son peores que cualquier bestia de la noche.
La criatura sin alma no puede razonar su crueldad.
Pero el humano sí… y aun así elige herir.

Por eso ella los caza.

 

 

Habilidades / Rasgos:

Conocimiento profundo de rituales, exorcismos y herejías… no para detenerlos, sino para entender qué impulsa a los seres humanos a cometerlos.

Una inteligencia fría, moldeada por años de observar pecados disfrazados de virtud.

Capacidad de moverse entre pueblos sin ser reconocida: su rostro nunca es recordado, pero su presencia deja inquietud.

Usa reliquias profanadas, no como blasfemia, sino como símbolos arrebatados al clero corrupto.


Psicología:

Su fe no está muerta… está torcida, como una raíz que creció bajo tierra buscando la luz que nunca encontró. Ella cree en un Dios que el clero jamás reconocería.
La atormenta el pensamiento de que, quizá, en su cruzada ha perdido lo poco humano que le quedaba.
Pero cada vez que encuentra otro monstruo de carne y hueso, recuerda por qué lucha.

 

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