¿Quién no ha mirado las estrellas? Alguna vez, aunque fuera solo una vez, ¿quién no alzó la vista para contemplar las luces que adornan el cielo? Desde hace milenios, la humanidad ha soñado con alcanzar ese firmamento. Las estrellas, esparcidas en la inmensidad, observan desde lo alto y son testigos silenciosas de la historia de los hombres: de sus hazañas, sus avances… y de sus errores.

Pocos conocen la verdadera labor de los astros. Su misión es guiar y dictar el rumbo de aquellos que nacen bajo su protección. Trece constelaciones fueron elegidas para acompañar a la humanidad; trece guardianes a quienes la Luna encomendó su tarea mucho antes de que el primer hombre levantara los ojos al cielo. Durante milenios cumplieron su deber: trazaron destinos, inspiraron leyendas, forjaron héroes… y sepultaron villanos en el olvido.

Hasta que uno de ellos se rebeló.

Cansado de su eterno papel, Ofiuco abandonó su lugar en el firmamento, renunció a su deber y cayó al mundo de los mortales. Su caída desató el caos: el equilibrio se quebró y las demás constelaciones comenzaron a desvanecerse. Sin su presencia, los nacidos bajo su cielo quedaron perdidos, ajenos a su verdadera naturaleza.

Pero el vacío de un guardián no puede ser llenado. Borrar su existencia sería devastador para todos.

Por ello, la Luna ordenó a las demás constelaciones descender también, a buscar al traidor y restaurar el equilibrio. Así, dos representaciones de cada guardián —un hombre y una mujer, dos mitades de una misma esencia— fueron enviadas a la Tierra. Veinticuatro almas despertaron ese día bajo un mismo propósito.

Al principio, creyeron que su tarea sería sencilla. Desde las alturas, todo parecía pequeño, predecible. Pero el mundo humano es un laberinto de deseos y contradicciones, y el paso del tiempo fue difuminando su propósito. Los siglos los cansaron, los nombres cambiaron, y sus recuerdos se fragmentaron. Algunos siguieron fieles; otros se perdieron en la vida mortal.

Para sostenerlos, la Luna les concedió dones: habilidades únicas, reflejo de su naturaleza elemental. También les otorgó longevidad, un cuerpo que no envejece mientras recuerden quiénes son. Sin embargo, olvidar su misión es morir lentamente, y muchos están al borde del olvido.

Hoy, en el presente, aún caminan entre los humanos; Visten su piel, aprenden sus costumbres, y viven bajo su cielo sin recordar que una vez fueron parte de él.
Pero hay quienes aún miran hacia las estrellas y se preguntan, con la misma voz que hace milenios:

“¿Qué se sentirá ser una de ellas?”