❝A veces lo que mas tememos esta en nuestro interior.❞
Melinoë se encontraba en el rio Lete, cubierta por si velo mirando el flujo de las perladas aguas caminando por las orillas de su cause, como si aquellas líneas la estuvieran guiando a algo mas, a un lugar, a un destino. Entonces llego, esa pequeña curva escondida entre las ramas secas, sonrió sin poderlo evitar pues era donde solía esconderse con Cerbero cuando jugaba a las escondidas con su padre, miro la pequeña laguna que se formaba entre las rocas donde el agua hacia una pausa para después seguir su recorrido.
La aguas se agitaron al sentir que la hija de Hades se hinco, sabia quera ese lugar, había leído sobre el en los libros y papiros antiguos. La prueba del espejo de Lete, nadie había sobrevivido a ella y la codicia de mochos por el don que esta otorgaba lo había llevado a un terrible destino uno aun peor que la muerte, la locura, ella había visto con sus propios ojos a esas almas y no había podido ayudarlas.
La espectral joven jamás había siquiera pensada en ir a ese lugar otra vez o siquiera creer que podría pasar esa prueba, aun cuando habían sido el mismo inframundo y Cerbero quien le habían mostrado el camino justo como lo había hecho el Lete entre susurros y reflejos ese día. No le interesaba la recompensa, tampoco tenia intenciones de desafiar al mismo inframundo en un pulso a ver quien era mas fuerte, sin embargo este la invitaba a intentarlo después de todo era la locura encarnada en mujer.
━ Si me he de perder que por lo menos sea con honor...━ Exclamo para el rio, para el espíritu del inframundo que hablaba en lo mas profundo de su mente.━ No dejes que ellos sufran mi perdida... Ni que Cronos me use para herir a mi padre...
Y con esa plegaria, la joven diosa se quito el velo, hundiendo sus manos en el agua para recitar una antigua oración que le permitió levantarlas llevando el agua consigo en una columna vertical. El Espejo de Lete se alzaba como un río detenido en la nada, una superficie de agua tan quieta que parecía cristal se dejaba ver frente a ella.
Melinoë se puso de piel, dando un paso dentro del rio sin importar si su túnica se mojaba o si la corriente la arrastraba al sucumbir en la locura. Se aproximó con el corazón apretado, los susurros de miles de almas cosquilleando en su mente, atrayéndola y rechazándola al mismo tiempo. Había visto muchas cosas en sueños, había cargado con plegarias mortales y fantasmas de dolores ajenos, pero nunca había tenido que mirarse de frente, no como ahora, no enfrentando su propia locura.
Cuando su reflejo emergió, no era un espejo dócil. Era ella, pero distorsionada, ojos rojos eran dos vacíos enloquecidos, cabello completamente negro, al igual que sus manos teñidas hasta los antebrazos en oscuridad, su sonrisa un tajo cruel, su voz un eco que le devolvía cada inseguridad con esa fuerza que ponía a vivos y muertos a sus pies.
—Mírate princesa del inframundo... No eres nada sin Hades... No eres nada sin tu madre... No eres nada sin Zagreus... Y no eres nada sin tus sombras —rio aquella doble— Una muñeca rota, hija de un engaño, incluso tu padre te rechazo al saber que existías, bueno, Hades realmente no es tu padre... ¿Crees que guiarás almas? Solo eres una llama que se consume a sí misma.
El aire se volvió pesado, y la locura que tantas veces había visto en otros, ahora la envolvía como cadenas invisibles. El reflejo extendió la mano desde la superficie líquida, y por un instante, Melinoë sintió que se ahogaba en sí misma. Revivió cada terror: las pesadillas, los gritos de los muertos, la fiebre del flegetonte, el peso del velo en su rostro, la verdad que siempre quiso ocultar, su amado padre... Todo su pasado comprimido en una sola verdad: podía quebrarse, no era de roca como Zagreus, no podía adaptarse como lo hacia su madre y no era un líder como Hades...
Las lagrimas corrieron por su rostro, así como la locura burbujeaba en su interior recorriéndola dejando ardor y pesar a su paso, su cuerpo dolía pero no mas de lo que alguna vez le dolió estar en el rio de lava, no dolía como cuando las flores morían en sus manos y no dolía como cuando veía el pesar en los ojos de su familia al no poderla calmar su pesar, fue entonces cuando lo entendió, hay en el borde del abismo algo distinto brilló. No era el eco de los espíritus, ni la voz de su padre o su madre, ni la calma de los mortales a los que había consolado. Era ella, su risa de niña cuando corría con Zagreus, la mirada suave de Perséfone, diciéndole que era amada, las miles de veces que Hades la dejaba dormir en sus brazos sin importar nada, la certeza de que no era solo sombra ni solo luz… era ambas y esa dualidad era su fuerza.
—No me consumo —respondió, firme, con una voz que reverberó en el mismo Lete— Yo contengo, yo guío. Yo soy la locura, pero también el alivio. Soy la oscuridad que aterra y la claridad que consuela. Soy Melinoë hija de Hades y Perséfone, Hermana de Zagreus... Princesa del inframundo... Yo soy la diosa de los fantasmas y la locura... Y eso jamás me lo podrán quitar...
El reflejo chilló, desgarrándose como un vidrio quebrado, hasta disolverse en ondas que se hundieron en el río. El silencio que quedó fue absoluto, pero no vacío: era un silencio suyo, conquistado.
Melinoë salió del Espejo con el velo en la mano, no como una carga, sino como una elección. Por primera vez, no temió a sus poderes. Los aceptó, los abrazó, y con ello comprendió, había dejado de ser una sombra temblorosa. Allí, en el Espejo de Lete, Melinoë había terminado de nacer como diosa completa, ahora el espejo vivía en ella y lo usaría con responsabilidad.