❝Los secretos entre hermanos son los mas sagrados❞

 

Había momentos en que Melinoë se preguntaba si su cabello siempre había sido así… o si todo había comenzado aquella tarde en que el río Flegetonte decidió reclamar un pedazo de su infancia.

 

El recuerdo de aquella época en la que una joven y fantasmal diosa de apenas medio siglo de vida seguía como sombra a su amado hermano Zagreus, mas en aquellas primaveras en las que su madre se iba y ella se quedaba sola con Hades y Zagreus. Los paseos de hermanos eran rutinarios cuando su padre se encontraba ocupado y no podía cuidar de Mel, que aun se veía demasiado pequeña para ser una diosa de tal edad.

 

 Los fragmentos de aquel día llegaron como brasas que chisporroteaban entre sueños: la risa de Zagreus, el calor del aire espeso y el eco de las almas que nunca callaban, incluso en medio de los juegos. Ella tenía algo entre las manos, un colgante pequeño que había encontrado entre las ruinas, y en un descuido lo dejó caer al borde del río incandescente. 

 

—¡Mel, cuidado! —advirtió Zagreus, pero ya era tarde. El colgante cayó, y él, en un impulso temerario que era casi su marca personal, se lanzó tras él sin pensarlo dos veces dejando a Mel atrás… Sola. Y esa soledad pesaba más que el calor del magma. Las voces se alzaron como un coro burlón en su mente, exigiendo, riendo, llamándola por nombres que ni ella entendía.
—¡No… no ahora…! —había suplicado la joven princesa del inframundo, apretando los ojos con fuerza, llevando sus manos a la cabeza como si con aquello lo pudiera parar.— ¡Déjenme en paz!

 

Su cuerpo vibró, inestable, incapaz de sostener la frontera entre lo espectral y lo físico. Y en ese temblor, en esa pérdida de control, dio un mal paso. El ardor la envolvió como un abrazo cruel del Flegetonte. El fuego no la consumió por completo, pero sí dejó su huella. Su piel ardía, y sobre todo, su cabello: la mitad quedó chamuscada, transformada en hebras blancas como ceniza.

 

Estando entre la lava ardiente pudo escuchar una voz, fuerte que la llamaba callando todos los susurros, pensó que aquel era su fin y que esa voz solo era el mismo Khaos llamándola a volver con el en la creación pero antes de poder entender las palabras que se oían en su mente sintió como el abrazo en su cuerpo desaparecía.

 

Cuando abrió los ojos, un par de brazos firmes la arrancaban del río incandescente. Era Zagreus, jadeante, aferrándola con desesperación.

 

—¡Por todos los dioses, Mel! —su voz estaba cargada de pánico, pero también de un enojo fraternal que temblaba más de miedo que de furia

 

—¡¿En qué estabas pensando?!

 

Melinoë, aún con el humo impregnado en su piel, apenas pudo soltar una risa nerviosa. Como explicar que todo había sido producto de las voces y su inexperiencia como fantasma.

 

—Yo… yo no estaba pensando, supongo.

 

Zagreus la sostuvo contra su pecho, temblando más que ella. Demostrando se su miedo era mas que la molestia. — Te prometo que no dejaré que te pase nada así otra vez… ¿me oyes? —susurró, con una firmeza rota por el alivio.

 

Ella lo miró, con las hebras blancas aún humeantes, y sonrió con picardía infantil.

 

—Bueno… al menos ahora me veo distinta.

 

Zagreus soltó un suspiro, entre resignación y ternura, mientras sacudía la cabeza. Feliz de tener a su pequeña luz a salvo entre sus brazos y no vuelta cenizas en las corrientes del rio.

—Distinta y medio loca… como siempre.

 

Zagreus, jadeante y con el colgante en la mano, la miró con una mezcla de reproche y alivio. Ella, aún con el olor a humo impregnado en su ser, soltó una carcajada nerviosa. Ese día no hubo regaños, ni explicaciones. Solo un pacto tácito entre hermanos: no hablar demasiado de lo ocurrido. Sin embargo, cada vez que Melinoë se miraba al reflejo de un lago o de una superficie pulida del Inframundo, el contraste de su cabello le recordaba el Flegetonte. 

 

Un accidente, un descuido, una marca eterna. Y a veces, cuando las voces son demasiado fuertes y la dualidad en ella parece insostenible, Melinoë se pregunta si en verdad fue el río el que la quemó… o si solo despertó algo que ya ardía dentro de ella desde el principio.