El Decreto de los Gemelos Reis

 

(Escena de Rol Narrativo)

 

El cielo sobre la mansión Reis se teñía de un gris antiguo. Las nubes formaban espirales, y el viento traía consigo el murmullo de un decreto ancestral que solo se despertaba cada varias generaciones.

Dentro del templo familiar, el aire vibraba con una energía tan densa que el tiempo parecía haberse detenido.

 

Frente al altar de cristal, Luna Aurelian Reis —la madre— observaba en silencio, con una mezcla de orgullo y temor. A su lado, Seiko Nura, su exesposo, permanecía erguido, el ceño fruncido y las manos temblando levemente, sabiendo que lo que estaba a punto de suceder marcaría el destino de sus hijos para siempre.

 

Eliana y Sain estaban en el centro del círculo ritual, ambos descalzos, con las marcas del linaje brillando en sus brazos.

Gemelos.

Dos almas nacidas del mismo fuego… pero ahora, el decreto los pondría frente a frente.

 

El sacerdote ancestral habló:

—El Decreto reconocerá su sangre, y el linaje Reis decidirá quién guarda la vida… y quién carga con la muerte.

 

El silencio fue absoluto.

 

Una ráfaga de energía blanca recorrió el suelo y se elevó, tocando primero a Sain. Su cuerpo se arqueó, un aliento helado salió de su boca, y el símbolo del lobo de plata —símbolo de los antiguos dioses de la muerte— se grabó en su piel.

Sus ojos, antes grises, se tornaron plateados, fríos y cegadores.

Un reflejo tan puro que hería al mirarlo.

 

El suelo bajo él se agrietó, y el aire se llenó de un murmullo profundo… voces, miles de ellas, como si las almas mismas lo reconocieran como su señor.

 

Luna dio un paso hacia adelante, conteniendo un jadeo. Su hijo… su pequeño Sain.

Lo veía y recordaba su propio poder, su conexión con lo espiritual, la calma del más allá que corría por su sangre.

Sain había heredado su esencia.

 

Pero cuando el altar volvió a brillar, la energía se desplazó hacia Eliana.

La luz blanca se tornó roja, y el suelo comenzó a arder con un resplandor oscuro. Su cuerpo se estremeció, y su cabello se movió como si el aire mismo temiera tocarla.

Su respiración se cortó por un instante…

Y al abrir los ojos, el mundo entero pareció detenerse.

 

Negros.

Negros como el abismo, sin una sola chispa de luz.

Su mirada era un vacío absoluto.

 

El sacerdote retrocedió horrorizado.

—Esto… esto no debería ser posible… —susurró, al ver que ambos habían sido marcados con decretos opuestos y plenos.

 

Sain la observó, aún con el brillo metálico en su mirada.

—Eliana…

 

Pero ella lo interrumpió, con una voz que no parecía suya, una mezcla de calma y furia:

—No me llames así. Tú… tú lo sabías. Sabías que solo uno podía heredar el decreto completo.

 

Seiko avanzó, mirando a su hija con desconcierto. La oscuridad que la envolvía le recordaba a sí mismo, a su ambición, a sus errores, a los secretos que alguna vez destruyeron su matrimonio.

Y Luna, en cambio, se acercó a Sain, intentando tocar su rostro con ternura.

 

Eliana los vio, y algo dentro de ella se rompió.

En ese momento lo entendió:

Sain era la muerte serena, fría, distante, pero aceptada.

Ella, en cambio, era la vida caótica, la energía que arde y destruye lo que toca.

 

—Él es como tú —dijo Eliana, mirando a su madre con una sonrisa amarga—.

Y yo… yo soy como padre.

 

Las palabras fueron veneno.

Sain quiso acercarse, pero su hermana retrocedió, sus ojos negros ardiendo de rabia y desdén.

 

El decreto resonó en el aire como un trueno:

 

> “El linaje Reis ha hablado. Los gemelos serán equilibrio y oposición eterna. Donde uno reine, el otro caerá.”

 

 

 

Eliana bajó la mirada.

—Entonces, nos veremos en lados opuestos del mismo campo.

 

—Eliana, no… —Sain extendió una mano, la plata de sus ojos temblando como si supiera lo que vendría.

 

Pero fue inútil.

La oscuridad la envolvió y desapareció entre los ecos del templo, dejando tras de sí un vacío imposible de llenar.

 

Desde aquel día, la historia registró el nacimiento de dos divinidades opuestas:

 

Sain Reis, Dios de la Muerte, portador de la mirada plateada que reflejaba el fin.

 

Eliana Reis, Diosa de la Vida, con la mirada negra que absorbía toda esperanza.

 

 

Hermanos por sangre.

Enemigos por decreto.

 

Y mientras Luna observaba en silencio, comprendió que el legado de su linaje no era la gloria… sino la condena.

 @seiko nura 

@luna aurelian reis