La loba de medianoche
Nacida entre la sangre y la luna, Lyssara Vaelthorn fue el resultado de una unión prohibida: una loba alfa del clan de las montañas y un vampiro nómada de ojos carmesí. Ambos mundos se negaban a coexistir, y sin embargo, de esa mezcla imposible nació ella: fuerte, indómita y peligrosamente hermosa.
Desde pequeña aprendió que el silencio es un arma. Las aldeas que alguna vez la vieron pasar contaban historias de una joven que caminaba descalza bajo la lluvia, con los ojos brillando como ámbar fundido y un aura que hacía temblar incluso a los cazadores más curtidos. Su instinto lupino le otorgaba velocidad, agilidad y una conexión profunda con la naturaleza, mientras que su herencia vampírica le concedía fuerza, longevidad y un magnetismo hipnótico que atraía tanto a víctimas como a aliados.
Lyssara no eligió su destino, pero lo aceptó. En un mundo donde la pureza de la sangre lo era todo, ella era el caos que desafiaba las normas. Caminaba sola, entre ciudades y bosques, bajo nombres falsos y miradas que no se atrevían a sostener la suya. Su piel clara, su cabello castaño oscuro con reflejos cobrizos y sus ojos dorados eran marcas de su dualidad: luz y sombra, instinto y control, bestia y mujer.
Con el tiempo, halló un propósito más silencioso, más íntimo. Se retiró a un bosque antiguo, donde construyó un santuario para animales heridos, abandonados o perseguidos. Allí, entre árboles que la reconocen como parte de su linaje, Lyssara vive como cuidadora y fotógrafa. Sus imágenes capturan lo que otros no ven: el temblor de un ciervo al amanecer, la mirada de un lobo que aún recuerda el dolor, el vuelo de un cuervo que parece saber su nombre.
Sus fotografías no se venden. Se exhiben en galerías que no tienen dirección, en espacios que sólo se abren bajo luna llena. Quienes las ven, sienten algo moverse dentro. Porque Lyssara no retrata animales. Retrata almas.
Detrás de su mirada firme hay un alma marcada por la soledad. Los lobos no temen estar solos, pero los vampiros ansían compañía eterna… y Lyssara carga ambas naturalezas. Ama intensamente, observa con profundidad y muerde cuando alguien osa desafiarla. No busca redención, porque no la necesita; solo belleza, y un lugar donde su sangre no sea motivo de condena.
Nació el 14 de diciembre de 1998, y aunque aparenta tener 27 años humanos, su edad real es incierta — los híbridos como ella envejecen al ritmo del corazón, no del tiempo. Su olfato es más agudo que el de cualquier licántropo puro, su velocidad rivaliza con la de un vampiro ancestral, y sus sentidos se despiertan con la luna llena, cuando su mitad loba ruge en su interior, recordándole quién es realmente.
De noche, su sombra se funde con la del bosque.
De día, se esconde entre los humanos, con una sonrisa tranquila que no deja ver la tormenta que lleva dentro.
Lyssara Vaelthorn no es un mito ni un monstruo.
Es la prueba viviente de que lo prohibido también puede sobrevivir… y florecer.
Lyssara Vaelthorn: Historia de una Sangre Indómita

