Fecha de nacimiento: 16 de diciembre de 1998
Edad: 26 años
Nacionalidad / Origen: Asiática (mezcla cultural japonesa y china en su linaje kitsune)
Raza / Especie: Diosa kitsune mitad demonio
Género: Femenino
Orientación sexual: Bisexual
Apariencia:
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Altura: 1,68 m
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Complexión: Delgada, ágil y atlética
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Cabello: Largo, plateado con reflejos lilas que cambian según la luz
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Ojos: Rasgados, color ámbar intenso, con mirada capaz de transmitir dulzura o peligro
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Piel: Clara, porcelana
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Rasgos distintivos: Orejas de kitsune sutiles, mirada felina y seductora, sonrisa enigmática que puede ser cálida o helada
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Estilo de vestimenta: Elegante y etéreo; kimonos ceremoniales para el templo, ropa cómoda y artística para su vida cotidiana
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Aroma característico: Mezcla de incienso, madera de sándalo y un toque de fuego; cálido, misterioso y ligeramente peligroso
Profesión / Rol actual:
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Pintora reconocida por sus obras que canalizan su energía sobrenatural y dualidad interior
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Directora y guardiana de un templo antiguo, donde combina su lado espiritual con la protección de un legado ancestral
Personalidad:
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Dualidad extrema: destructiva y furiosa (lado demonio), astuta y seductora (lado kitsune)
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Carismática, enigmática y elegante, con magnetismo natural que atrae respeto y admiración
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Inteligente, reflexiva y artística; capaz de ser fría y calculadora cuando la situación lo requiere
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Profunda conexión con lo espiritual y lo sobrenatural, mantiene equilibrio entre el bien y el mal
Poderes y habilidades:
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Fuerza sobrenatural y resistencia sobrehumana
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Invocación de fuego y sombras (herencia demoníaca)
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Maestría en ilusiones, engaños y cambios de forma (kitsune)
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Capacidad de inspirar devoción y respeto por su presencia y aura
- Pintura como medio para canalizar su poder, expresando emociones y energías sobrenaturales
𝐇𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚
Freya nació en una noche donde la luna se tiñó de plata sobre un valle oculto entre montañas eternas. Desde su primer aliento, su presencia alteró el aire: los animales guardaron silencio, y la flora se inclinó como si reconociera un poder que no pertenecía a este mundo. Hija de un linaje imposible, portaba la fuerza destructiva de un demonio y la magia sutil de un kitsune, combinadas con una chispa de divinidad olvidada. Sus padres, seres de antiguas deidades y espíritus, reconocieron en ella algo más que vida; era un fragmento de poder que ni siquiera ellos podían controlar del todo.
Su infancia estuvo marcada por extremos. Aun siendo pequeña, mostraba destellos de fuerza que destruían objetos con un simple gesto y habilidades de ilusión que confundían a los más experimentados guardianes del templo donde vivía. Aprendió rápido que la obediencia y la sumisión no eran suficientes; necesitaba dominar cada aspecto de sí misma para sobrevivir. La disciplina era rigurosa y los castigos eran tan letales como educativos: el fuego de su lado demoníaco despertaba con frecuencia, y la astucia de su kitsune la salvaba de errores que podrían haberle costado la vida.
A los siete años, Freya ya podía manipular ilusiones complejas y manejar el fuego con precisión. Sus juegos infantiles eran campos de batalla donde fuerzas invisibles chocaban y danzaban al ritmo de su voluntad. Su corazón, sin embargo, no se endureció por completo. Cada acto de crueldad que la vida le enseñaba era acompañado por momentos de ternura inesperada: la luna que se reflejaba en los lagos, los animales que la aceptaban sin miedo, la música del viento entre los árboles. Estas pequeñas grietas en su coraza fueron las que le enseñaron la belleza del equilibrio.
La adolescencia de Freya fue un periodo de descubrimientos y traiciones. Aprendió que el poder atrae la envidia y la codicia; espíritus rivales y demonios menores intentaron arrebatarle lo que era suyo por derecho. Cada enfrentamiento, cada desafío, la hizo más hábil, más astuta, más consciente de que debía controlar no solo sus habilidades, sino también las percepciones de quienes la rodeaban. Durante esos años, su dualidad se volvió más evidente: en un instante podía ser la cazadora implacable que destruye con fuego y sombras, y al siguiente, la artista juguetona que moldeaba ilusiones como si fueran pinceladas sobre un lienzo invisible.
La tragedia tocó su puerta cuando sus mentores más cercanos, envidiosos de su poder, intentaron sellarla en un ritual prohibido. El templo donde vivía fue envuelto en llamas negras que nadie más que ella podía apagar. Esa noche, Freya comprendió la soledad absoluta del ser que porta fuerzas divinas y demoníacas combinadas: la inmortalidad y la magia no ofrecen consuelo, solo responsabilidad y sacrificio. Desde ese momento, tomó para sí la custodia del templo, jurando protegerlo y mantener el legado de su linaje, aun si debía enfrentarse al mundo entero.
Ya adulta, Freya se convirtió en directora del templo, un lugar donde el tiempo parecía fluir distinto, donde los visitantes podían sentir la presencia de lo sagrado y de lo peligroso a la vez. Su vida como pintora emergió como una forma de reconciliar su lado destructivo con su capacidad de crear belleza. Cada obra suya estaba cargada de energía sobrenatural, capaz de transmitir emociones tan intensas que podían ser casi palpables para quienes la contemplaban. Los tonos plateados y lilas de su cabello reflejaban en sus cuadros la esencia de su espíritu: luz, sombra, caos y armonía coexistiendo en perfecta tensión.
Freya viaja por el mundo, pero siempre regresa a su templo, pues entiende que su poder no es solo suyo, sino un legado que debe proteger. En su corazón, cada acto de creación, cada pincelada, cada ceremonia en el templo es un recordatorio de que incluso la más poderosa de las deidades kitsune y demonio necesita encontrar equilibrio entre su furia, su astucia y su humanidad. Su presencia impone respeto y admiración, pero quienes la conocen saben que bajo su elegante exterior late la memoria de siglos de dolor, aprendizaje y fortaleza sobrenatural.