La habitación de Lucius era una cueva de mármol y silencio. El sol de la tarde entraba apenas, colándose por entre las cortinas verdes de terciopelo.

 

 El aire tenía ese aroma a colonia costosa, libros viejos y tabaco que se quedaba en las telas por días. Y allí estaba ella.

 

Petunia, sentada en el borde de su cama, con las piernas cruzadas y descalza. Llevaba puesta una de sus camisas —una verde oscuro de cuello redondo —, le quedaba grande, caía sobre su hombro como si se estuviera derritiendo lentamente. Su cabello estaba algo revuelto, atado en un moño, el maquillaje de la noche anterior aún quedaba en las pestañas como rastros de una guerra perdida.

 

Lucius entró y la encontró así. Su mirada se endureció por reflejo, pero solo por fuera. Por dentro, se le comprimió el pecho.

 

 -Cerro la puerta con cuidado- Tú... No has respondido ni una carta, Petunia. Ni una sola maldita lechuza. Pensé que te habías muerto o algo peor.

 Petunia soltó una risa seca. No era feliz. Era la clase de risa que cortaba el aire en dos. 

—  Tal vez sí lo hice. Tal vez esa parte mía, la parte que te amaba, murió ese verano.

 Lucius se quedó quieto. Era una estatua hecha carne, los dedos temblaban levemente, pero no permitiría que ella lo viera.

 

 -Su voz sonó más baja-  No vengas aquí a dramatizar, Petunia. Solo dime por qué. ¿Por qué me dejaste pudriéndome en la duda? ¿Por qué te desapareciste como si lo nuestro no hubiera significado nada?

 

Ella levantó la mirada. Ojos acuosos. Labios partidos. Y aún así, jodidamente hermosa. Demasiado humana para su mundo. — Porque lo nuestro no tenía lugar en el tuyo, Lucius. Porque cuando regresaste con ese anillo en la mano, y tus decisiones tomadas, supe que no había espacio para mí. No entre tus padres, ni tus planes, ni tu linaje maldito.

 

La rubia se levantó despacio, caminó hacia él — Y aún así, aquí estoy, usando tu camisa, durmiendo en tu cama, esperando por algo que ya no existe. Esto es patético. Yo soy patética.

 

 Lucius apretó la mandíbula, su mirada nublada entre furia y tristeza. 

 

  — No lo digas. No aquí, no así… 

 

Tengo que hacerlo, Lucius. Porque si no, voy a quedarme atrapada en esta fantasía. Y tú también.

 

 Se detuvo frente a él, a escasos centímetros — Se acabó. Lo nuestro se acabó. Desde que decidiste tu destino sin mí, yo dejé de ser parte de él.

 

Ella se alejó lentamente, dejando la camisa caer a los pies de la cama, tomando una blusa de tirantes para ponersela

 

Su espalda temblaba levemente, pero nunca se giró.

Lucius no se movió. No la siguió. No porque no quisiera. Sino porque sabía que si lo hacía, se terminaría de romper por dentro.

Y Lucius Malfoy no sabía cómo vivir roto.