La historia de los Blackwood no se cuenta en libros comunes ni se susurra en salones de historia. Se desliza entre las sombras de los siglos, como un perfume antiguo que aún flota en los pasillos del poder.
Todo comenzó en los tiempos de los reyes, cuando el mundo aún creía que la magia era parte del aire y los bosques hablaban en lenguas que solo unos pocos podían entender. Alaric Blackwood fue el primero. Un sabio solitario que vivía en los bosques del norte, rodeado de pergaminos, plantas y secretos. Su fama como consejero místico llegó hasta el rey Edmund III, quien lo llamó a la corte no como hechicero, sino como puente entre el pueblo y el trono. Alaric no solo curaba con hierbas, sino con palabras, con visiones, con una sabiduría que parecía no tener origen humano. Así nació el linaje Blackwood: no como nobles, sino como guardianes del saber oculto.
Durante generaciones, los Blackwood se mantuvieron cerca del poder, pero nunca lo buscaron. Fundaron la Biblioteca Obscura, una colección secreta de grimorios, tratados alquímicos y profecías que sobrevivieron a guerras, inquisiciones y pestes. Mientras otros quemaban libros, ellos los escondían. Mientras otros buscaban oro, ellos buscaban respuestas. En tiempos de oscuridad, como durante la Peste Negra, los Blackwood ofrecieron remedios que salvaron aldeas enteras, ganándose la devoción del pueblo y el recelo de la nobleza.
Eran vistos como la realeza de la magia, desprecian un aire de nobleza calma, poder y aún conservan esa aura que los rodea como un velo de magia, son conocidos por su presencia inconfundible cuando llegaban a cualquier evento además de ser fáciles de distinguir pues su cabello rubio platinado los delataba al igual que las variaciones de color azul en sus ojos.
Pero no todo fue paz. En el siglo XVI, Elias Blackwood fue ejecutado por la Inquisición por negarse a renunciar a sus prácticas. Su muerte marcó el inicio de una rebelión silenciosa: los Blackwood se dispersaron por Europa, llevando su saber a Francia, Alemania y Escocia, donde fundaron sociedades secretas y se mezclaron con alquimistas, filósofos y científicos.
Con la llegada del Renacimiento, la familia se reinventó. Celeste Blackwood, en París, fue pionera en la transmutación de metales y medicina experimental. Thorne Blackwood, en Edimburgo, fundó la Orden del Cuervo, una sociedad que aún hoy se rumorea que influye en decisiones políticas y científicas. Pero el mundo cambió, y los Blackwood cambiaron con él. En el siglo XX, abandonaron la magia ceremonial y abrazaron la ciencia moderna. Margaret Blackwood, genetista brillante, desarrolló terapias para enfermedades neurodegenerativas, mientras su hermano Lucien fundó Blackwood Industries, una empresa que combinaba biotecnología con inteligencia artificial.
Hoy, el linaje está encabezado por Victor Blackwood, un hombre reservado, elegante y profundamente inteligente. Dirige un imperio que abarca farmacéuticas, neurociencia, ingeniería genética y una fundación filantrópica que financia investigaciones sobre conciencia, longevidad y fenómenos paranormales. Su hija menor, Lilith, es una joven de 23 años que encarna el misterio y la belleza de su linaje, con una mente afilada y una presencia que no se puede ignorar. Aunque el mundo los ve como empresarios, los Blackwood siguen siendo lo que siempre fueron: guardianes de un conocimiento que no pertenece del todo a este mundo. Y mientras sus enemigos se multiplican y sus secretos se profundizan, los Blackwood continúan su legado, caminando entre la ciencia y la sombra, entre lo que se puede explicar… y lo que no.
Blackwood y Gravesbane
La rivalidad entre los Blackwood y los Gravesbane no nació de una traición, ni de una guerra, ni siquiera de una disputa por tierras o riquezas. Nació de una diferencia fundamental en cómo veían el mundo. Dos familias, ambas antiguas, ambas poderosas, ambas tocadas por el misterio. Pero donde los Blackwood veían el conocimiento como una llama que debía compartirse, los Gravesbane lo veían como un arma que debía empuñarse.
Durante siglos, sus caminos se cruzaron en silencio. En los pasillos de los reyes, en las cámaras secretas de alquimistas, en los tratados que jamás llegaron a imprimirse. Los Blackwood eran los guardianes del equilibrio, los que susurraban a los sabios, los que curaban sin pedir nada a cambio. Los Gravesbane eran los arquitectos del control, los que diseñaban estructuras invisibles para que el mundo se moviera según su voluntad.
No hubo una guerra declarada. No hubo ejércitos enfrentados. Pero hubo incendios en bibliotecas, desapariciones de investigadores, sabotajes disfrazados de accidentes. Cada generación heredaba no solo el apellido, sino el peso de una enemistad que no podía explicarse con palabras simples. Era como si el universo mismo hubiera decidido que estas dos fuerzas no podían coexistir.
En la actualidad, la tensión no ha desaparecido. Solo ha cambiado de forma. Victor Blackwood, el patriarca de su linaje, dirige un imperio de biotecnología y neurociencia con una filosofía de evolución ética. Dorian Gravesbane, su contraparte, lidera una corporación dedicada a la defensa, la manipulación cognitiva y el rediseño humano. Ambos caminan por el mundo como titanes modernos, con trajes impecables y sonrisas calculadas, pero detrás de cada apretón de manos hay una daga invisible.