El Bentley rugía por las carreteras de aquella comarca. Un lugar acostumbrado a la quietud, a la paz, se veía alborotado por el sonido que emite un motor cuando está siendo llevado al límite. Iba solo por el asfalto, para suerte de aquellos que pudiesen venir por el carril contrario, pues en su estado actual, no distinguía siquiera las normas de circulación. Los radares que pudiesen captarlo le daban igual, tenía más que de sobra para pagar esas y miles de multas más. Cualquier espectador que pudiera siquiera llegar a vislumbrar esa conducción pensaría que le estaban persiguiendo, que la propia vida de aquél hombre, que conducía de forma tan temeraria su vehículo, dependiera de llegar a tiempo a su destino. Nada ni nadie lo podría detener.
Y todo por motivo de una llamada.
Una voz rota que le dijo algo tremendamente sencillo, simple, pero de una carga emocional tal que él no había dudado un instante en echar mano del volante y lanzarse a desandar el camino que le separaba desde el lugar escogido para su retiro de unos días hasta la capital en donde impartía clase. Su mirada, oculta tras aquellas gafas de sol, estaba fija, centrada, procurando pese a la velocidad, mantenerse dentro del asfalto. Sus sentidos, agudizados hasta el más ínfimo límite, procurando anticiparse a cualquier obstáculo que pudiera surgir a su encuentro. No había querido, no había necesitado más que una simple frase para lanzarse al auxilio de quien se lo había pedido.
- Te necesito...- apenas había podido escuchar más procedente de una voz rota al otro lado del teléfono. En la agenda, aún se veía el nombre de quien le hubiera llamado, alguien tan importante, tan crucial en esa nueva etapa de su existencia que gustoso hubiera dado todo lo que estuviera en su mano por impedir cualquier daño. Si Ninet, o cualquiera de sus padres pedía auxilio, él estaba allí para responder, como una suerte de ángel de la guarda protector.
A aquella velocidad, no serían más de veinte minutos lo que tardó en presentarse en el lugar que venía reflejado en el último mensaje enviado por el padre de la muchacha. Aminoró la velocidad ante la proximidad y el tránsito de los que se acercaban a aquél edificio, enorme, blanco, austero. Toda una declaración de intenciones y propósitos acerca del cometido y servicio que ese lugar tenía para aquellos que lo visitasen. Era un lugar frío, con un amplio aparcamiento, relativamente céntrico. Era grande, grandioso desde cierto punto de vista y totalmente monocromático, tan solo enjoyado por unas ventanas ahumadas que impedían ver lo que sucedía dentro por motivos de privacidad. Era todas esas cosas, pero sobretodo, era triste.
Aparcó sin mayor dificultad y se bajó, cerrando la puerta con llave y dirigiéndose a la entrado, con paso apresurado pero sin correr. No quería llamar en exceso la atención y debía reconocer que para esa ocasión sin pretenderlo, llevaba un atuendo de lo más adecuado. El negro siempre le había quedado bien, y qué mejor color que ese para entrar en el tanatorio.
- Buenos días, díganos señor por quién viene.- La recepcionista, con un tono amable, serio pero cortés, se dirigió a él.
Antes de que pudiera expresarse notó revoloteando una figura en aquella recepción, un hombre trajeado, calvo, con una carpeta en la mano. Pudo atisbar por un instante la palabra seguros en el frontal, por lo que conteniendo la mueca de repulsión del cometido del hombre en una circunstancia como esa, clavó su mirada en la mujer.
- Vengo por...- se dio cuenta que no conocía los apellidos del difunto, pues era un familiar del cual Ninet no le había hablado.- Es el sobrino de Jean Paul y Christine... me temo que no le puedo decir...- no hubo tiempo para mayor diálogo.
- ¡Erik!.- una voz familiar resonó a su espalda y en cuanto se giró, la joven muchacha se abrazó a él con fuerza. Las manos de Ninet, blancas, se aferraban a su tres cuartos, tirando de la tela como si fuera lo único que la sostuviera a ese mundo.
La abrazó, con fuerza, mientras notaba como ella sollozaba y como su voz rota apenas podía pronunciar un gracias. El vástago la acarició, intentando darle algo de calor en un momento como ese.
- Gracias por venir...- la voz de Christine hizo que él elevara la vista. Ella estaba bastante afectada, dado que era la tía directa del fallecido. Junto a la mujer, su marido, cogido del brazo y con el bastón que indicaba su condición en la mano libre.- Ella... ella te ha avisado y bueno, no tengo... no tengo palabras para lo que ha pasado...- sacó un pañuelo del bolsillo y se tapó la boca un instante, para elevarlo y secarse las nuevas lágrimas que brotaban.
- No es necesario que digáis nada. Ya os dije que para cualquier cosa, por liviana o importante que fuera, me tenéis.- Ninet se hunde aún más en ese abrazo y llora, amortiguando su voz en el pecho del hombre.- No os voy a dejar solos, menos en una situación así.
- Veo que recibiste mi mensaje.- Jean Paul parece un poco menos afectado.- aunque no han sido mis palabras las que te han echo venir tan rápido. Estabas lejos, y aun así, aquí estás, en tiempo récord. Debe haber sido una buena carrera.
- No sabía hasta qué punto queríais llevar esta situación en la intimidad, pero si una buena amiga me requiere, quién soy yo para negarme. Eh, pequeña, ya está, corazón, estoy aquí, todos estamos aquí. Llora lo que necesites, es bueno.-
Ninet tiembla ligeramente, como si aquellas palabras fueran el permiso que necesitaba para derrumbarse. Erik vuelve a alzar la mirada a Christine y ella se acerca a él para abrazarlo.
Por unos momentos, quedan en silencio, en medio del recibidor de aquél lugar frío e inerte, carente de cualquier posible emoción similar a la alegría o el gozo. No es un escenario que se preste a aquello que no sea el llanto, el recelo y en ocasiones, la furia. Jean Paul se acerca finalmente y tras hacer contacto con su mujer, acaricia su hombro.
- Vamos, tenemos que volver. Este no es el lugar para esto.- Ella asiente despacio y le coge la mano.
- Vamos, vamos a la sala que le han asignado.- Comienzan a caminar sin mirar atrás.
Ninet consigue sacar la cabeza del pecho de Erik, con los ojos rojos, las mejillas húmedas y en sus labios una mueca de dolor y tristeza. El vástago se quita las gafas de sol y la mira directamente a esos ojos azules que buscan una suerte de consuelo.
- Estoy aquí, y no me voy a ir. Anda, salgamos a que te de el aire, que bien lo necesitas y cuéntame lo que quieras.- No le da mucha opción pues pese a parecer una proposición, él la toma con amabilidad y salen hacia las puertas.
Fuera, ella entrecierra los ojos, dolida por la luminosidad, y su acompañante le presta sus gafas de sol.
- Dime, qué ha pasado.-
- Un infarto. Estaba en la pista de padel y... cayó fulminado. Erik, tenía cuarenta y dos años y...y... y lo peor es que su mujer estaba con él, en la pista de al lado. Media hora intentando reanimarlo y nada... no … no entiendo... no...- vuelve a sollozar.
- No hay nada que entender, corazón. Las cosas malas le pasan a todo el mundo y uno nunca sabe cuando le puede tocar. Tienes todo el derecho a estar triste, a llorar y gritar de rabia si quieres, por supuesto. Mis palabras no pretenden reconfortarte, pero cuando esto pase, te darás cuenta de la verdad que hay en ellas. Por más que nos duela, es aterradoramente fascinante la vida, la propia existencia, y como a pesar de que las personas se marchitan, el mundo sigue girando. El sol vuelve a salir, los pájaros vuelven a cantar y la vida sigue, y nosotros,debemos seguir con ella. Yo no conocí a tu primo, y sé que deja atrás una maravillosa mujer, unos hijos estupendos y unos padres, tus tíos, que te quieren con locura. Esto... no es una cuestión de medir quién sufre más, o a quién le duele más, pero ahora, hay que ser fuerte por ellos, porque han perdido su punto central. Es duro perder a un padre, pero más duro es perder a un hijo y hoy, París está un poco más triste.- la recoge con un brazo y la acerca a él. - Cuando quieras, volvemos dentro y me presentas a quien consideres. HE venido aquí por vosotros, por ti y por tus padres y entenderé que no quieras mezclar tu vida personal en este acto.-
Ella le mira y niega levemente con la cabeza.
- Eres lo mejor que nos ha pasado en mucho tiempo, cuidas de nosotros hasta decir basta y, bueno, mira ahora donde estás. Ojalá presentarte en otras circunstancias, pero la vida es la que es, como tu mismo has dicho. No... no sé si quiero estar aquí, Erik.
- Lo sé, Ninet, lo sé perfectamente, pero una cosa es el querer y otra el deber. Hace un par de meses tuvimos la conversación en mi despacho, ¿recuerdas? Que no estabas segura de tu camino. Pues bien, puedes tomar el día de hoy como una suerte de respuesta o consejo. La vida puede ser muy breve, así que hay que aprovecharla al máximo en cada uno de sus momentos.
- Ojalá... ojalá ser inmortal... para no pasar ni hacer pasar por algo así a los que quieres, los que te quieren de verdad. Ojalá tener todo el tiempo del mundo para poder hacerlo todo...-
- Vamos, pequeña, no digas eso. La vida tiene sentido porque tiene un final, y lo maravilloso es que no sabemos cuándo puede llegar, por lo que vale la pena cada instante. Sé que habla más el dolor que la razón, pero estás en todo tu derecho. Anda, vamos dentro que de seguro tu familia te echa en falta. Además, créeme si te digo que querrás despedirte una última vez de tu primo. No deberías irte a casa con esa espina clavada y creo que él, sin llegar a conocerle, estaría encantado y feliz de poder reunir a toda la familia.
Ella le mira, sin saber bien qué responder, dejando entrever una mínima sonrisa en sus labios. Un gesto de cariño, de confort, una pequeña pausa al drama que se vive en el lugar.
- Supongo... supongo que tienes razón. Erik, por favor... sé que es muy egoísta por mi parte, pero por favor, no te vayas... por favor...-
- Ninet, te prometo que me quedaré a tu lado todo el tiempo que necesites, ¿de acuerdo?
- Gracias... de verdad, gracias... por todo...
Juntos, de la mano, entran de nuevo en el edificio, dirigiéndose a las escaleras para subir a la planta en donde el resto de familiares, tanto del difunto como de la viuda que queda tras la tragedia, conversan, departen y lloran.