Historia de Thalya Valcourt
Infancia – La hija del soldado
Thalya nació en un pequeño pueblo fronterizo de montaña, olvidado por el gobierno pero estratégicamente importante para el conflicto que se gestaba. Su padre, Luc Valcourt, era un exmilitar retirado muy importante; su madre, Elena, maestra rural. Aunque la guerra aún no había estallado del todo, las tensiones se sentían en cada conversación de adultos, en cada corte de suministro, en cada entrenamiento secreto al que su padre la sometía en el patio trasero.
Desde los seis años, Thalya aprendió a distinguir armas, a correr con peso sobre la espalda, a leer mapas como quien lee cuentos. No entendía por qué, solo obedecía. Su padre no le hablaba con ternura, pero tampoco con frialdad: le hablaba como si supiera que no estaría para siempre.
—“Si el mundo se rompe, tendrás que ser más fuerte que él. No para ganarle. Para no desaparecer con él.”
Fue su frase más repetida.
Adolescencia – El atentado
Tenía catorce años cuando el infierno llegó.
Una célula armada, que había intentado tomar control del paso fronterizo, bombardeó el pueblo como represalia. Fue de madrugada. No hubo aviso. No hubo piedad. Murieron más de la mitad de los habitantes, incluidos sus padres.
Ella sobrevivió solo porque estaba en el cuartel, entrenando como cada mañana. Escuchó la explosión. Corrió. Y encontró fuego, sangre y humo donde antes había un hogar. El cuerpo de su madre calcinado. El de su padre, aún con el arma en la mano, atravesado por metralla.
Algo en Thalya se rompió. Y algo más despertó.
Durante semanas, se escondió entre ruinas, se alimentó de lo que encontraba, y se tatuó la muerte en el alma. Cuando el ejército llegó, no encontraron a una niña. Encontraron a una sombra que sabía usar un cuchillo.
Fue enviada a un campamento de refugiados. Escapó. Pasó por varios grupos insurgentes, entrenadores clandestinos, redes de mercenarios. Nunca permanecía mucho tiempo. Nunca hablaba de su pasado.
Actualidad – La mercenaria
A los 23 años, Thalya Valcourt es un nombre que pesa en el mundo de los contratos de guerra. Especializada en infiltración, francotiro, sabotaje y misiones de alto riesgo. Fría, calculadora, silenciosa. No trabaja por causas, ni banderas, ni líderes. Trabaja por supervivencia, y por una lealtad que sólo reserva a quienes demuestran merecerla.
No habla de su pueblo. Ni de sus padres. Ni del incendio.
Pero cada vez que cierra los ojos, los ve.
Cada vez que cae una bomba, lo revive.
Y cada vez que apunta… recuerda lo que su padre le enseñó:
—“No te estoy enseñando a matar. Te estoy enseñando a que no te maten.”
Aunque en el fondo… ya no está segura de estar viva.