Dicen que los locos no tienen alma, pero yo los escucho cantar por las noches... y su canto me nombra. Dicen que las almas no enloquecen, pero yo las he mirado romperse y llamarme señora. Yo, la diosa loca, la que va entre la vida y la muerte, siempre supe que las sombras no estaban del todo cuerdas, que los espíritus descontrolados no solo perdían el rumbo, sino que algo más les faltaba, algo en su mente definitivamente ya no funcionaba. Yo los entendía, comprendía qué sentían, cómo lo vivían, pues desde que nací hubo algo en mi interior.
Siempre escuché cosas, pero no como lo hacen otros dioses, no eran solo profecías, no eran solo susurros. Yo escuchaba voces, llamados, súplicas de vivos y muertos, de locos y cuerdos.
Mis padres, reyes del Inframundo, Hades y Perséfone, vieron en mí aquello, ese don, ese destino de escuchar lo que nadie más podía, de ver lo que todos juran que no se puede ver, de contener lo que nadie más pudo en mi interior. Ellos vieron en mis ojos el destino que me deparaba, se reflejaron en ellos y miraron en su interior, supieron qué había en mí y tuvieron miedo, miedo por lo que era capaz de hacer, por lo que otros serían capaces de hacer con tal de tener mi poder. Ellos hicieron lo que cualquier padre haría, me ocultaron, me protegieron incluso de mí, de esa locura que crecía en mi interior junto conmigo.
Yo sé qué es la locura, sé cómo se siente quebrarse poco a poco hasta caer en ese abismo oscuro y descontrolado. Lo sé porque lo he vivido, lo sé porque he hecho que muchos caigan en él, en ese abismo sin fin donde poco a poco te vas perdiendo a ti mismo. En ese donde no existe nada que te detenga, o eso crees, sientes que nada ni nadie puede detener el laberinto de tu mente, el remolino emocional que arrasa con todo a su paso. Pero aún entre el humo y las cenizas de tu alma, aún entre los pedazos desmoronados de tu mente, aún en medio de toda esa oscuridad puedes volver a encontrarte.
Yo lo he hecho y he visto cómo la sed de venganza, el dolor y el miedo desaparecen como si nunca hubieran estado. Aprendí a calmar aquellas almas que se pierden al mirar en la grieta de su interior, aprendí a leer en el fuego de su mirada, a dispersar el humo de su ira, a reunir todas las cenizas de su mente y volver a armarlos. Sin embargo, también sé cómo romperlos, cómo volverlos solo almas perdidas, cómo volverlos parte del susurro de la locura y no sentir pena ni remordimiento.
Dicen que los locos no tienen alma, pero yo los escucho cantar por las noches, y sus cantos dicen mi nombre... Dicen que las almas no enloquecen, pero yo las he visto quebrarse y llamarme señora... Yo lo he visto, aún entre el humo y la ceniza, lo he escuchado, entre la sombra y el alma, el eco de los locos siempre, aún cuando todos dicen que no es posible, yo lo siento vibrar en mi interior.