Melinoe, fuerza de locura, de apariciones, de pena, de intranquilidad y violencia. Tantas veces consumida por las voces que gritaban en su mente, incluso capaces de privarla del sueño, incluso capaces de tomar el control de su cuerpo. Presa de su propia oscuridad, guiada por ella a vagar en la oscuridad del inframundo y la tierra. Ella, sinónimo de terror, de inestabilidad, de furia. A veces veía a su dulce hermana pequeña, tan pura, inocente, tranquila, guía de quienes morían en paz, de los que no peleaban por aferrarse a algo que no podía ser eterno. Melinoe no podía evitar suspirar cuando veía a Macaria, no podía evitar sentir envidia, no por ser la menor, no por ser la consentida, no por nada de eso. Ella envidiaba su dulzura, su tranquilidad, su inocencia.
Cuando Macaria nació, Melinoe sintió algo unirse a ella, algo que al mismo tiempo ella perdía y algo que ella ganaba. Era apenas una niña de ocho años, una que no había podido dormir nunca en su corto tiempo de vida, y esa pequeña y confundida niña vio a Macaria descansar en los brazos de Hades, hija del mismo fuego, dormir plácidamente en sus brazos. Ese día conoció la envidia.
Melinoe no odia a su hermana; al contrario, la ama con cada fibra de su ser, con cada divina gota de su sangre. La ama con toda su luz, con toda su oscuridad, con toda su locura. Macaria era su pequeña luz, su paz, y a veces anhelaba esa vida. La vida de alguien que no sufría con los susurros de las almas, la vida de alguien que guiaba a los que morían en paz, la vida de quien daba descanso y no dolor, de quien daba transformación y no castigo.
Melinoe anhelaba la paz, el silencio y la inocencia. Soñaba con poder tocar las flores, con poder cerrar los ojos sin tener visiones, con poder disfrutar de su juventud sin destinos, sin grietas, sin responsabilidad, sin ser quien tenía que retener toda la oscuridad en su interior, sin tener que iluminar las tinieblas del Hades con su dualidad. Ella solo deseaba poder ser libre, poder respirar sin sentir cada aroma en el ambiente, poder saborear cada bocado que se llevaba a la boca. La joven diosa solo deseaba no enloquecer a todo aquel que la miraba, deseaba no tener esa sed de dolor, venganza y sufrimiento que se apoderaba de ella sin siquiera pedir permiso. Anhelaba no ser temida, sino adorada. Anhelaba ser esperada y no ahuyentada. Ella no deseaba ser Macaria, jamás se atrevería siquiera a pensarlo, porque si ella fuera Macaria, si ella fuera la diosa de la muerte tranquila, entonces su tierna yamada hermana sería la diosa de la locura, y eso jamás lo permitiría.
Ella solo anhelaba ser paz y no caos, ser verdad y no locura, ser descanso y no pena. Ella deseaba una vida distinta a la que había sido destinada; sin embargo, la volvería a elegir mil veces con tal de que su hermana, su pequeño rayo de luz y esperanza, su pequeño gran amor, fuera feliz y libre como lo era.
Ella solo quería no tener que proteger a su más grande amor de sí misma. Ella quería solo poder ser Melinoe, la diosa de los fantasmas, sin más ni menos legado, sin destino ni responsabilidad, solo ser una diosa más del Inframundo y no la guardiana de la grieta.
#desafiodivino #misiondiariaviernes ──── ☾