Parte 0: La procreación prohibida
En lo más profundo del bosque encantado, donde la luz se filtra en danzas suaves entre las hojas y el aire huele a eternidad, vivía Nimëa, princesa de las hadas, de alas doradas como el sol en otoño. Fue allí donde el destino la cruzó con Caleb, un joven humano de sonrisa encantadora y palabras que sabían disfrazarse de amor. Él prometió bajarle la luna, pintar estrellas con su nombre, pero en su corazón solo habitaba la ambición. Nimëa, con la dulzura que solo los seres del bosque conocen, le mostró la belleza del mundo silvestre: el murmullo de los ríos, el suspiro de los árboles, el amor que no pide, solo florece. Caleb fingía asombro mientras tejía su red de engaños. La ató a su voluntad, y de aquella unión nació Blancanieves, una niña de cabellos verdes como el aviso de la llegada de la primavera y ojos de avellana que reflejaban los atardeceres en el mar.
La historia, tejida con hilos de aparente felicidad, no tardó en desmoronarse. Apenas había transcurrido un mes desde el nacimiento de Blancanieves, cuando Caleb, su padre, ya no era aquel joven amoroso y tierno que una vez enamoró a Nimëa. Se había convertido en un ser oscuro, violento, irreconocible. Para Nimëa, este cambio fue como un puñal directo al corazón. Y entonces, la verdad no tardó en salir a la luz...
Aquel 15 de julio, durante una tarde pesada de invierno, Nimëa buscaba unos documentos que Caleb le había pedido. Fue entonces cuando lo vio... Un contrato olvidado entre papeles, impregnado con un olor indescriptible, casi tangible, como si la muerte misma hubiera susurrado sobre él. El papel temblaba entre sus dedos. Su Caleb... aquel que le había jurado amor eterno... la había traicionado de la forma más cruel.
Parte 1: Orfanato Hollowpine
En las afueras del reino de Eltheris, donde los bosques cantan con voces antiguas y las sombras parecen tener memoria, vivía una niña marcada por la traición: Blancanieves Serin Doyle. Hija prohibida de un amor roto entre una princesa hada y un humano ambicioso, su existencia era un repudio para ambos mundos.
Cuando apenas era un suspiro de vida, fue abandonada en los escalones del Orfanato de Hollowpine, un lugar destinado a niños extraños... diferentes. Aquellos que desaparecían en la noche sin dejar rastro. El orfanato estaba dirigido por Margareth, una vil humana de ojos lechosos y sonrisa que dolía; acogió a Serin con una ternura tan falsa como el amanecer en una caverna.
Pero, ¿qué tenía de especial aquel orfanato? Detrás de su fachada de "esperanza", se ocultaba un mundo podrido. Era solo una máscara para encubrir una red de tráfico de niños con “algo raro”: un don, una maldición, o simplemente ojos que brillaban en la oscuridad. Eran vendidos a criaturas del subsuelo, alquimistas dementes o aristócratas obsesionados con la magia prohibida.
Entre paredes frías y miradas de miedo, Blancanieves pasó su infancia intentando sobrevivir a la miseria. Sabía que era distinta: podía hablar con los árboles, escuchar la tristeza del viento y ver los hilos de mentira en las palabras. Algunos niños la temían. Otros desaparecían antes de poder conocerla.
Un día, mientras recogía frutos del bosque, los susurros de los árboles la guiaron hasta un escondite oculto bajo flores silvestres. Allí encontró un libro: “El Grimorio del Loto Roto”. Pertenecía a su madre, la princesa hada exiliada. Entre letras vivas y páginas que susurraban, descubrió la verdad sobre su origen... y la traición de su padre, quien la había vendido al mundo de los humanos a cambio de poder político.
Lo único que quedó fue la decepción, un sentimiento que se enroscó en su corazón como raíz oscura. Y así, con cada luna nueva, comenzó a recordar fragmentos de su herencia. Los árboles le enseñaron a ocultarse, los espejos le revelaron los secretos de Margareth, y los sueños le hablaron de rebelión.
La noche en que cumplió ocho años, Margareth intentó venderla a un comprador del Reino Gris. Pero Serin desató su herencia. Vientos salvajes rompieron las paredes del orfanato, raíces emergieron del suelo y atraparon a Margareth. No recuerda con claridad cómo terminó todo, solo la satisfacción de sentir su sangre salpicarle la piel. Luego, todo se volvió borroso.
Parte 2: La Sombra y la Hija del Atardecer
En los rincones olvidados de la ciudad, donde el concreto susurra secretos que nadie quiere oír y la magia se esconde bajo la piel del mundo, Emilio, un brujo antiguo y sabio, caminaba como un fantasma entre los hombres. Tenía siglos de conocimiento y un poder que ya no necesitaba demostrar. Vivía solo, entre libros que respiraban y frascos que brillaban en la penumbra, hasta que un día, la vio.
Blancanieves. Una muchacha de cabello verde como las copas del bosque en primavera, y ojos color avellana, con esa melancolía cálida que solo los atardeceres conocen. La encontró pidiendo pan en la plaza, con los hombros encogidos y la mirada baja, casi invisible para los humanos comunes. Pero no para Emilio.
La primera vez que cruzaron miradas, ella huyó como un susurro entre la multitud. Emilio, sin embargo, había sentido algo. No era solo la peculiaridad de su apariencia o la forma en que el viento parecía seguirla, sino algo más profundo, un eco mágico en su esencia que le heló el pecho.
Durante los días siguientes, la buscó. No de manera obvia, sino dejando que el azar jugara su parte. "Coincidencias", como encontrársela en un mercado al amanecer o en un callejón donde el panadero dejaba restos olvidados. Poco a poco, con palabras suaves y gestos honestos, se ganó su confianza.
Cuando por fin ella dejó de huir, Emilio la acogió en su hogar, un refugio escondido entre árboles y sombras, donde el tiempo no se medía en relojes sino en latidos de magia. Allí, le ofreció algo más que techo y comida: le ofreció una vida. Una nueva historia.
Durante años, la trató como una hija, enseñándole a leer, a escribir, a cuestionar el mundo sin miedo. Intentó que su vida fuera lo más normal posible, aunque ambos sabían que la normalidad era un disfraz que no les pertenecía.
Y cuando Blancanieves alcanzó la mayoría de edad, Emilio la llevó a la biblioteca más profunda de su hogar. Allí, entre estanterías cubiertas de polvo antiguo, le mostró su herencia. Le habló de los hechizos, de las pócimas que curaban y de las que destruían, de los nombres verdaderos de las cosas y de los hilos invisibles que tejían el universo.
—No solo tienes magia en la sangre, Blancanieves —le dijo una noche, mientras la luna se colaba por los vitrales—. Tienes una historia que aún no ha terminado de escribirse.
Desde entonces, no solo fue su aprendiz. Fue la llama que comenzó a encender de nuevo el corazón dormido del brujo... y el comienzo de una era que cambiaría el equilibrio entre luz y oscuridad.