Campo de Castigos, márgenes del lago Flegetonte. Arma: Varatha
La niebla del Campo de Castigos no solo era densa, sino abrasiva. Cada bocanada que inhalaba le quemaba la garganta con un dejo de azufre. El calor del lago Flegetonte, burbujeando a lo lejos, no ayudaba. Las almas en pena aullaban como viento entre los peñascos, distorsionando los límites entre dolor y locura. Allí, en medio de esa desolación, se aferraba a Varatha como si fuera un faro.
Ya no estaba jadeando como antes de un combate. Estaba centrado. Silencioso. El entrenamiento con Aquiles había rendido frutos. Había dejado de tratar la lanza como una extensión de su voluntad, y empezaba a verla como una compañera, como una extensión de su respiración.
Megara apareció de entre la bruma, como una sombra definida. Su figura se recortaba con elegancia letal, con la misma postura marcial que había tenido siempre, pero ahora con una ligera inclinación de cabeza, apenas perceptible.
—Sigues insistiendo —dijo ella, sin sorna, sin veneno.
Se permitió una sonrisa discreta, más serena que arrogante.
—Digamos que aún no he recibido el visto bueno de los jueces. Además... no me gustaría que creyeras que me rindo fácil.
—No lo creo —admitió Megara, mientras su látigo se desenrollaba con un chasquido seco—. Pero tampoco creo que estés listo.
—Entonces, enséñame por qué no.
No hubo más palabras. El choque fue inmediato.
Se giró a la derecha, manteniendo distancia. Esta vez no se lanzó de cabeza. Varatha trazó un arco amplio, con su punta cortando el aire en un ángulo perfecto. Megara esquivó, pero no con la facilidad de antes. La lanza estaba obedeciendo mejor. Más fluida. Más presente.
El primer impacto lo logró con un impulso de lanza retornante: la arrojó en línea recta, rebotando contra una roca ennegrecida, y la llamó de vuelta justo cuando Meg intentaba rodearlo. La lanza golpeó su costado con un chasquido contundente. No mortal. Pero real.
Megara no cayó, ni mucho menos. Pero por primera vez, retrocedió un paso. Y eso lo sintió como una victoria.
—Tienes mejor postura —comentó mientras giraba, su látigo rozando el aire—. Pero tu centro aún vacila cuando me miras a los ojos.
Y no lo negó. No podía. En el fondo, aún dolía. No por lo que fueron. Sino por lo que sabían que ya no serían.
—Entonces no me mires tan bonito —gruñó, más por defensa que por convicción, lanzándose con una combinación de ataque recto y barrido lateral.
Meg bloqueó, pero esta vez su mirada tenía otro peso. Como si también midiera el cambio en él. Como si por un momento, la ejecutora viera al príncipe más allá del chico testarudo que había amado y dejado atrás.
El combate se extendió. Diez, quince, veinte minutos de ataques bien medidos, estocadas con ritmo, pasos calculados. Megara comenzó a aumentar la presión. Su látigo brillaba con energía infernal, cada impacto desataba ráfagas de aire caliente que hacían arder los bordes de la capa de él. Pero él resistía. No con terquedad. Con método. Con fuego en los ojos, sí. Pero también con control.
Hasta que cometió el error.
Intentó replicar una técnica avanzada: lanzó a Varatha por detrás, rebotándola con eco en una columna torturada para atraparla en el flanco de Meg mientras él se desplazaba en línea recta.
Demasiado ambicioso. Demasiado pronto.
Meg lo vio. Lo leyó. Y castigó el error con la frialdad de una ejecutora veterana. El látigo se enroscó en su tobillo en pleno desplazamiento y, con un tirón seco, lo derribó de espaldas. Luego lo sujetó por el cuello con su bota, apenas aplicando peso.
—Demasiada floritura para tan poco control —sentenció, su respiración firme, el rostro impasible.
Tosió, sin perder del todo la sonrisa, aunque esta vez fue sincera y amarga.
—Pero admite que lo intenté con estilo.
Megara no dijo nada. Su bota se retiró. El látigo volvió a su cadera.
—Estás aprendiendo. Aún no es suficiente. Pero no eres el mismo chico que usaba esta lanza como si fuera una antorcha.
Se incorporó lentamente, con la lanza apoyada en su hombro. Sangraba por la ceja, y su brazo izquierdo temblaba.
—No soy tu problema, Meg. Pero... gracias por seguir enfrentándome.
Ella asintió, seria. Y por primera vez en mucho tiempo, no hubo reproche en su mirada. Solo respeto.
—La próxima vez, aprende a retirarte antes de lucirte. El Inframundo no premia a los poetas.
«El Resultado de esta vez, fue una derrota parcial. No fatal.» pensó«Observaciones, Me acerqué a la armonía con Varatha. Fallé al intentar un truco sin dominar la base. Meg vio más de mí de lo que quería mostrar. Yo, más de ella de lo que merezco. El orgullo disminuye. La técnica crece. Salí vivo, estado de superación en proceso»