Cuando la noche se pone más oscura es cuando el alba está por nacer.
Y esa madrugada lo confirmó.
Los últimos borrachos dormían con la cara pegada a las mesas. El fuego languidecía. La aguamiel había dejado de correr, Kari, como cada noche, recogía los restos del caos con la destreza de quien ya había hecho las paces con el agotamiento.
—Bueno —bromeó mientras colgaba su delantal y se desperezaba—, la hija de Molag Bal se va. Que los Divinos se apiaden de ustedes.
Los demás rieron, aunque Thorstein gruñó con su tono habitual:
—No bromees con esas cosas, mujer. Un día el demonio ese va a aparecer en persona, y no pienso limpiar la sangre.
Ella se encogió de hombros con una sonrisa pícara que volvió a cruzar la mente del Devorador de Mundos.
Una sonrisa humana... Sincera.
Algo que él no recordaba haber visto en siglos.
En su lengua ancestral, un susurro se deslizó entre dientes:
—Molag Bal los horvut... maar los los hi mindoraan do krii. (Molag Bal es el menor... hay cosas que ustedes no conocen de la muerte.)
Y sin más, se esfumó como humo en la penumbra, sin hacer ruido. Por ahora.
Caminaba sin rumbo por la aldea.
El amanecer le resultaba extraño, no por su belleza, sino porque era real. Los colores del cielo, las nubes teñidas en fuego suave, no existían en los reinos donde solía morar. Allá, solo reinaban la oscuridad y las cicatrices del tiempo.
Suspiró, más por costumbre que por necesidad, pero entonces, algo perturbó su espacio.
Un roce, un desliz, un atrevimiento.
Un niño. Corriendo con torpeza, con el corazón palpitante de emoción… y algo que no le pertenecía.
Alduin se giró en seco.
—Joor... —escupió con desprecio— filok do faal ol!
(Mortal... ladrón del destino!)
Alzó la mano, iba a desatar el castigo, con ese desgraciado ladrón iba a recordarles por qué era temido.
Pero otra vez… ella.
Kari apareció de la nada, rápida como el viento, ágil como una cazadora. En un solo movimiento atrapó al chiquillo, le quitó el botín y lo regañó con una mezcla de severidad y ternura.
—¡Te dije que esperaras a que saliera, maldito mocoso! —gruñó, aunque luego le revolvió el cabello y le entregó algunas monedas—. Solo lo justo. Ahora vete, antes de que este señor te fría.
El niño huyó como si hubiera visto al mismísimo Dagon. Alduin, en cambio, no se movió. Solo la observó, ella se volvió hacia él, aún sin aliento.
—No tengo trago para ofrecerte esta vez... pero un gracias estaría bien.
Él bufó, un sonido gutural, casi mineral. Giró para seguir su camino, harto, irritado... fascinado.
—Hi... los daar ni fahliil ahrk drem...(Tú... esa humana y su calma...)
—Zu'u ni meyz hi... zeymah...
(No debí notarte... hermana de otra era.)
¿Por qué no desaparecía simplemente esa humana? ¿Por qué lo seguía interceptando? ¿Por qué no temía? Pero entonces, ella se plantó de nuevo frente a él, levantando una pequeña bolsa entre los dedos.
—Te pertenece... ¿no es verdad?
No lo miró con picardía, ni con intención de aprovecharse, solo como quien reconoce la línea entre lo justo y lo indebido.
Alduin la miró de soslayo, no se detuvo, solo dijo, en esa lengua vulgar que tanto despreciaba:
—Quédatela.
Y siguió andando.
Kari se quedó de pie, confusa, luego abrió la bolsa, sus ojos se agrandaron como platos, dentro había más monedas de las que había ganado en toda su vida. Suficiente para pagar deudas, comprar una casa, tal vez hasta una taberna propia…
Pero no era justo.
Él era un viajero, y aunque extraño, tal vez necesitaría ese dinero, así que, sin pensarlo más, corrió tras él, lo alcanzó antes de que cruzara la empalizada y le detuvo suavemente por el brazo. El gruñido fue bajo, apenas perceptible.
Se giró y la vio otra vez.
Ese olor, esa voz, ese brillo molesto en su mirada.
—No me malinterpretes —dijo ella con una sonrisa—. No soy una santa. Pero esto... es demasiado.
Le extendió la bolsa, menos algunas monedas que tomó como compensación justa, Alduin no lo entendía, los humanos son codiciosos. Siempre lo han sido.
Pero esta mujer... Esta mujer era distinta, y ese amanecer, por un instante, el Devorador del Tiempo se sintió observado.
No por miedo.
Sino por algo más humano.
Algo que dolía.
—Zu'u ni drey hi, maar hi los... ven. (No te comprendo, pero tú eres... verdad.)