Tras huir del Santuario de Falkreath.

 

El fuego lo rompió todo... no el fuego del mundo... sino el de mi sangre... Pensé que el ritual sería el final de mi duda, la marca de mi entrega total a la Hermandad Oscura, a Sithis,  pero cuando esa sombra se alzó para tomarme, cuando su voz me prometió un propósito de muerte y vacío… apareció él. No una visión, no un símbolo, mi padre... Alduin... llegó  no para devorar, sino para proteger, con su sola presencia, desgarró al vacío y lo aplastó, como si el mismísimo olvido temiera su cólera, ese día supe que mi alma no le pertenecía a Sithis... Nunca lo hizo...

Volví al Santuario con el pecho ardiendo, buscando respuestas. La Madre Noche me susurró la verdad que siempre estuvo oculta entre cenizas y sangre, que yo no era suya, que jamás lo fui, entonces entendí que toda mi vida había sido una mentira tejida en silencio. Las sombras en las que crecí ya no me cobijaban: me asfixiaban.

La Hermandad... ya no era lo que fue, lo veía en sus ojos, en su hambre de poder, en el ritual vacío que quisieron imponer, habían dejado de escuchar, de creer, de sentir. La muerte era su excusa, no su credo... Y yo... yo era solo un instrumento más de esa mentira.

No todo estaba perdido, ese fuego que me salvó... ese rugido que hizo temblar al Vacío... despertó algo más en mí, no era el fin, era el inicio. Empecé a ver el mundo sin las vendas de la fe ciega, descubrí que hay caminos fuera del sigilo, de las dagas y del silencio, descubrí que hay caminos donde el alma no se pierde, donde no necesitas matarte a ti misma para pertenecer.

Sithis quiso marcarme, poseerme... pero el fuego de mi linaje lo impidió, y ahora sé por qué: porque no fui creada para servir a la nada, fui traída al mundo para incendiarlo con mi verdad, ya no temo a la oscuridad... La conocí... y elegí salir de ella.