En el asombroso mundo de Edenia, un planeta suspendido en la vastedad del espacio, los árboles se alzaban hacia el cielo con una altura imponente y sus ramas entrelazadas formaban un dosel verde que filtraba la luz dorada de los soles gemelos.

 

Cada hoja, de un verde resplandeciente, parecía vibrar con vida propia, mientras que las enredaderas serpenteadas colgaban de las ramas como cortinas de un teatro natural.

 

Los ríos de Edenia fluían con una pureza cristalina, reflejando el brillo de las lunas gemelas que se alzaban en el cielo nocturno. El agua, de un azul profundo y sereno, serpenteaba entre la exuberante vegetación, creando una sinfonía de sonidos tranquilos que llenaban el aire.

 

En este mundo de maravillas naturales, vivía una joven llamada Lina.

 

Lina pertenecía a la distinguida especie de los Nekomara, una de las dos especies dominantes en Edenia. Los Nekomara, con su peculiar apariencia que se debatía entre la humana y la felina, se destacaban por su aspecto humano pero con orejas puntiagudas, cola larga y esbelta, y ojos grandes adornados con pupilas verticales, detalles que los hacían inconfundiblemente hermosos y misteriosos a la vez. Además, un suave pelaje acariciaba algunas zonas estratégicas de sus cuerpos, añadiendo un toque de exotismo a su apariencia.

 

Estas criaturas no solo eran una obra de arte en términos de estética, sino que también poseían habilidades sobresalientes. Los Nekomara eran conocidos por ser cazadores y recolectores expertos, cuyas habilidades se forjaban en el crisol de la naturaleza misma. Su agilidad, rapidez y sentidos agudos los convertían en depredadores formidables en su entorno. Cada paso que daban resonaba con la armonía de un ser que había aprendido a coexistir en perfecta sintonía con la naturaleza del mundo que los rodeaba.

 

En el jerárquico equilibrio de Edenia, la otra especie predominante eran los Drakomara, criaturas de una magnificencia que desafiaba la imaginación. Mitad humanos, mitad dragones, su apariencia era una amalgama de la nobleza y la ferocidad, con cuerpos musculados y alas poderosas que brotaban de sus espaldas en momentos de peligro, instante en que se transformaban en los dragones que eran en su esencia.

 

Los Drakomara eran los guardianes indiscutibles de Edenia, su misión sagrada era la defensa del planeta contra cualquier amenaza que osara poner en peligro su paz y armonía. Conocidos por su lealtad inquebrantable y su feroz determinación, los Drakomara eran venerados como protectores por todas las criaturas que habitaban Edenia, confiando en su fuerza y valentía para salvaguardar su hogar de cualquier adversidad que pudiera surgir.

Sin embargo, la paz y seguridad de Edenia se vio amenazada cuando llegaron aquellos a los que en Edenia llamaron "los que vienen del cielo", seres de otro mundo que desembarcaron en el planeta con una voracidad insaciable por sus recursos naturales. 

 

Estos alienígenas, que para los habitantes de Edenia eran poco más que dioses o demonios, comenzaron a explotar los bosques, los ríos y las criaturas que allí habitaban, sin mostrar ningún respeto por la sagrada armonía del lugar.

 

Pronto comenzaron a cazar a las diversas especies de Edenia para estudiarlas y experimentar con ellas, provocando la ira de los Nekomara y los Drakomara. 

 

A pesar de que no eran guerreros por naturaleza, los Nekomara se unieron a los Drakomara en una guerra desesperada contra los invasores del cielo, dispuestos a defender su hogar, su gente y su forma de vida a cualquier precio.

 

Pero los alienígenas superaban en número y en poderío tecnológico a las criaturas de Edenia, y pronto la guerra se tornó desigual. 

A medida que las batallas se sucedían y los recursos naturales de Edenia eran saqueados sin piedad, la esperanza de preservar su mundo se desvanecía lentamente entre las sombras de la desolación dentro del corazón de cada criatura de Edenia.

 

La guerra entre los habitantes de Edenia y los alienígenas se prolongó durante cinco largos años, años marcados por la devastación y el sufrimiento. Muchos de los Nekomara y Drakomara, que alguna vez habían conocido la paz y la armonía de su mundo, solo podían recordar con nostalgia aquellos tiempos de felicidad perdida, pues la guerra había transformado su hogar en un campo de batalla constante.

Entre aquellos que habían crecido en medio del conflicto se encontraba Lina, una joven Nekomara que no tenía más de 10 años cuando estalló la guerra. 

La guerra se convirtió en una sombra constante que se cernía sobre su vida desde su más tierna infancia. A pesar de su juventud, Lina había aprendido a sobrevivir en un mundo marcado por el caos y la desesperación, adaptándose a la dureza de la vida en tiempos de guerra con una determinación férrea.

Un día, los soldados alienígenas, atacaron la tribu Sylari. Aquella era la tribu en la que vivía Lina. 

Pronto, como única superviviente de la masacre, Lina se vio huyendo de los soldados. 

 

Para aumentar su velocidad, Lina adoptó su postura cuadrúpeda y huía con el corazón desbocado y la respiración entrecortada. Su piel, cubierta en algunas zonas de un suave pelaje blanco, se erizaba con cada ruido extraño que sonaba a sus espaldas, sus ojos verdes se mostraban casi negros por la dilatación de sus pupilas y su cola se agitaba con nerviosismo. 

Lina, galopando a toda velocidad, sentía la presión constante de las botas militares a sus espaldas y el zumbido amenazante de sus drones sobrevolando los árboles. 

La disparaban y algunas balas lograban rozar su piel, pero su pequeño cuerpo, su velocidad y agilidad, aunado a la densidad de las selvas de Edenia, les hacía muy difícil a los soldados alienígenas lograr dar en el blanco. 

La mente aguda y adaptada para la supervivencia de Lina, intentaba trazar una ruta de escape en el laberinto verde, pero las opciones se agotaban rápidamente.

De repente, el suelo cedió bajo sus patas. Un crujido, un chasquido metálico y todo cambió para ella. 

Lina se encontró atrapada en una trampa, una jaula de gruesos barrotes metálicos que se cerró sobre ella con un golpe seco. El pánico se apoderó de sus instintos. La nekomara arañó y mordió los barrotes, pero su fuerza felina era insuficiente contra la frialdad del metal alienígena. Atrapada, sentía una mezcla de rabia y desesperación. Sus orejas se aplanaron contra su cabeza y su cola se movía frenética, golpeando los barrotes con frustración. Pero, en el fondo de sus ojos, una chispa de desafío seguía ardiendo, una promesa de lucha y resistencia. Los Nekomara, hijos de la selva de Edenia, no se rendían fácilmente. Y aunque la jaula la mantenía prisionera, su espíritu seguía libre, aguardando el momento para volver a luchar. Edenia podría estar bajo asedio, pero su espíritu guerrero nunca se doblegaría.

Dentro de aquella jaula, Lina fue trasladada a la base alienígena.

Durante los siguientes dos años, Lina se convirtió en un experimento viviente de los horrores más oscuros y crueles. Los científicos, sedientos de entender las implicaciones de su híbrida naturaleza, sometieron a su joven cuerpo a torturas inimaginables y estudios sádicos. 

Cada día, su existencia se convertía en un infierno de dolor y sufrimiento indescriptibles: experimentos quirúrgicos, inyecciones de sustancias desconocidas que ardían como fuego en sus venas, y dispositivos de tortura destinados a desafiar su resistencia física y mental. 

Los científicos no conocían límites en su búsqueda de conocimiento. En el suelo de Edenia las leyes no regían para los alienígenas y, cuando las leyes no existen, lo ilícito, lo inmoral y lo no ético domina las mentes más despiadadas y carentes de empatía alguna. 

Después de los dos años en los que Lina estuvo capturada en la base, los militares dieron por finalizada su misión en Edenia. Todos los recursos habían sido saqueados, todos los seres vivos masacrados, incluidos los últimos Drakomara que resistieron a la batalla hasta el final.

Edenia solo era una nube de ceniza, ruinas, bosques quemados y silencio... mucho silencio. Era el vacío tras la destrucción. 

 

Como único ejemplar con vida, los militares decidieron llevarse consigo a Lina a su mundo, con el fin de que los científicos pudieran seguir experimentando con ella. 

Durante el siguiente año, Lina continuó siendo un sujeto de experimentación útil y necesario. Cada nuevo experimento llevaba a Lina al borde del abismo, empujándola más allá de los límites de lo que cualquier ser debería soportar. 

Su cuerpo se convirtió en un campo de batalla, marcado por las cicatrices físicas y emocionales de su tormento interminable.

Los días se convirtieron en semanas, las semanas en meses y Lina luchó en cada momento por mantener su cordura. 

La esperanza de escapar nunca la abandonó y su espíritu jamás se doblegó. 

Observaba a sus captores con una mezcla de odio y astucia, esperando el momento oportuno. Y ese momento llegó, como un rayo de esperanza en una noche eterna. Lina observó los patrones de los guardias, identificando una grieta en la seguridad de la base. Una noche, aprovechando la oscuridad, utilizó su agilidad felina para eludir a los guardias y encontrar una salida.

Una vez que su cuerpo sintió el dulce sabor de la libertad, Lina se lanzó a correr en su forma cuadrúpeda sin tener un rumbo claro ni un destino fijo en mente. Estaba en un mundo desconocido, sí, pero volvía a ser libre. 

El viento jugueteaba con su pelaje mientras los latidos de su corazón resonaban con fuerza en su pecho. Sus patas golpeaban el suelo con determinación, llevándola cada vez más lejos de la base de los experimentos y hacia un horizonte de posibilidades desconocidas. Con cada zancada, desafiaba el destino que le habían impuesto, buscando afirmar su derecho a la libertad y a forjar su propio destino.

Lina sentía cómo la emoción crecía dentro de ella. 

Horas después, desorientada, exhausta y débil, Lina se derrumbó en un callejón oscuro y sucio de una ciudad desconocida. 

La multitud de personas, la luz cegadora y los sonidos ensordecedores la abrumaban. Estaba en un nuevo mundo, un lugar ajeno y hostil para ella. 

Empezó a buscar refugio en los rincones oscuros, cazando en silencio para sobrevivir. Su apariencia extraña y su comportamiento felino la hacían objeto de desprecio, miedo y persecución. Además, los militares de la base parecían estar también buscándola; pero su espíritu, aunque herido, seguía resistiendo. 

Lina, la última de su especie, la última superviviente de Edenia, caminaba ahora entre seres muy diferentes a ella. Seres humanos. Los mismos que destruyeron su mundo y lo redujeron a ruinas y cenizas.