La noche se posa sobre el mundo con la delicadeza de un viejo amigo que sabe cuándo su presencia es necesaria. En el cuarto apenas iluminado, el anciano respira profundo, sintiendo en su piel el eco de los años que han quedado atrás. No hay resistencia en sus ojos, solo la aceptación tranquila de quien comprende que todo tiene su momento.
Thanatos observa. No desde la distancia fría de un juez, sino con la ternura silenciosa de quien ha estado presente desde el principio, aguardando, acompañando sin ser visto. No es un intruso en la vida, sino parte de su naturaleza, tan eterno como la primera luz que alguna vez rozó la existencia.
Se acerca despacio, con pasos que no hacen ruido, con un aire que no perturba. Su presencia no es una sombra, ni una amenaza, sino un calor inesperado en la brisa nocturna.
—Has vivido bien—murmura, no con palabras, sino con la certeza que se infiltra en el pensamiento.
El anciano lo mira, no con miedo, sino con la curiosidad de quien descubre que la muerte no es como siempre la imaginó. Hay algo en los ojos de Thanatos —si es que tiene ojos— que transmite un entendimiento puro, sin juicio, sin pena.
—¿Ha sido suficiente? —pregunta, y su voz no es más que un suspiro.
Thanatos no responde enseguida. No porque dude, sino porque el anciano debe sentirlo por sí mismo. La vida ha sido larga. Ha amado, ha reído, ha llorado en noches solitarias, ha aprendido lo que se debía aprender. Sus manos, ahora temblorosas, alguna vez fueron fuertes, alguna vez construyeron, acariciaron, sostuvieron. Pero todo debe descansar.
El anciano, con la lucidez de quien ya no teme, sonríe.
—Sí. Ha sido suficiente.
Thanatos extiende su mano, no con autoridad, sino con una delicadeza infinita, como si tocara la hoja de un árbol a punto de desprenderse en el otoño. No arranca, no reclama, no exige. Solo invita.
El anciano cierra los ojos. Y entonces entiende.
Thanatos no es el enemigo. Nunca lo fue. Es el guardián invisible que espera el momento justo, el viajero eterno que guía sin prisas. Es el reflejo de todo lo que la humanidad ha sido, pero sin las ataduras del tiempo, sin el peso de los miedos. Los mortales corren, luchan, sueñan con inmortalidad. Thanatos solo observa, sabiendo que la verdadera paz llega cuando ya no es necesario aferrarse.
"El último aliento es un suspiro leve. Un eco. Un susurro que se pierde en la noche."
Thanatos se pone de pie y parte, sin urgencias, sin despedidas. Su viaje nunca termina, pero nunca es una carga. Su caricia no duele, solo libera. Y allí donde se ha marchado, lo único que queda es la memoria.
—————————————————————————————————————
❝Thanatos no es un verdugo ni un tirano. No es la sombra que acecha en la esquina de la existencia, ni la mano que arrebata sin compasión. Él es, simplemente, el guardián del umbral, el testigo silencioso del último suspiro.❞
❝No carga con orgullo ni con pesar; no se alimenta del miedo, ni disfruta del final. Él solo espera, paciente, porque sabe que su llegada nunca es prematura ni injusta. No interrumpe, solo concluye. No impone, solo acompaña.❞
❝Los mortales corren, sueñan, se aferran a cada instante con la desesperación de quien teme el olvido. Pero Thanatos no es como ellos. No conoce el miedo, porque nunca ha tenido algo que perder. No siente apego, porque nunca ha pertenecido a nada. Solo observa, con la certeza eterna de quien entiende que cada vida es un breve destello en un ciclo infinito.❞
❝Y cuando su mano se extiende, lo hace con una dulzura inesperada, con la misma delicadeza con la que se cierra un libro al terminar su última página. Su toque no quema, no hiela. Su susurro no amenaza, no castiga.❞