I
—Supongo que él me ha dejado contra la espada y la pared —murmuró Ciel con la voz ronca.
Se hallaba postrado en la cama, su piel tan nívea como los copos de nieve que caían del cielo. En sus brazos, las venas se marcaban como ríos negros que fluían por cada rincón de su cuerpo, clamando ser alimentados.
Aun así, Ciel sonrió de buen humor como si las circunstancias fueran buenas, luego, tosió. Undertaker resopló y negó con la cabeza.
—Se ve tan contento —dijo—, cuando no queda ninguna fuente de alimento y lo necesita urgente… ¿de dónde podré hallar una ahora mismo?
—Dile a Polaris que busque por el pueblo —respondió Ciel—, allí hay mucha gente, alguien tendrá que servir.
Quiso levantar la mano y hacer un gesto que indicara que en realidad, el asunto no era un gran problema, pero, se sentía tan débil que apenas pudo levantar el brazo unos centímetros para luego caerse.
De repente, el ceño fruncido del Dios de la muerte se relajó.
Ciel arqueó una ceja, curioso por saber qué había provocado tal cambio en su expresión antes preocupada.
—No es necesario —aseguró Undertaker, una sonrisita dibujándose en sus labios—, tenemos a alguien con su mismo tipo de sangre cerca.
—¿Quién? —inquirió Ciel confuso.
En la mansión, había solo cuerpos reanimados que dependían de transfusiones diarias como él…
Su boca se entreabrió en entendimiento. Tragó saliva con dificultad.
—No —respondió con sequedad. Su semblante se volvió tan helado como el clima. —No lo permitiré.
—¿Cuál es su temor?
—No puedes hacerle daño —declaró, intentando levantarse de la cama. Pero ni siquiera podía moverse, paralizado, inutilizado.
Ciel soltó una risa histérica.
—¡Soy tan débil! ¡Incluso ahora sigo sin tener las fuerzas necesarias para obtener lo que quiero!
Undertaker lo observó con una expresión plana, esperando que su arrebato pasara.
—Conde —retomó con suavidad. —El niño no será dañado.
Pero eso no lo tranquilizó.
Parecía perturbado, hundiéndose en el recuerdo de algo horrible, mezclando la realidad con el pasado.
Ciel respiraba agitado, la carcajada había tomado las pocas energías que tenía. Ahora, se hallaba inclinado contra las almohadas, sus ojos entrecerrándose hacia la inconsciencia, y su cuerpo, quieto como una muñeca de porcelana.
—N… No —murmuró.
Undertaker se acercó, sentándose en la cama y acariciando su mejilla con dulzura.
—No se preocupe —musitó con una sonrisa. —Estoy seguro que su sobrino estará dispuesto a entregar un poco de su sangre por usted.
—Estoy seguro que le tiene aprecio —continuó diciendo Undertaker, inclusive cuando los ojos de Ciel se cerraron, y su pecho dejó de moverse, la mano de uñas largas y negras no dejó de acariciar su piel fría con cuidado. —Solo… no lo admite porque es tan orgulloso como su padre.
Dos golpes resonaron tras la puerta.
El Dios de la muerte se apartó, levantándose para abrir.
—Oh —dejó salir con una sorpresa fingida. —Es usted.
El rostro del niño se veía inexpresivo, solo su mirada denotaba algo de emoción.
Esos ojos de un azul profundo brillaban con miedo e incertidumbre.
—He escuchado lo que has dicho —dijo Jean, mostrando una calma de la que carecía. Entrando a la habitación sin pedir permiso con porte altivo.
Sus pasos lo llevaron hacia la cama donde se encontraba Ciel.
Lo observó, apretando los labios, y las manos en puños.
—Si no recibe sangre, ¿morirá?
—Sin duda —contestó Undertaker con expresión enigmática.
Vacilante, Jean asintió.
—Hazlo —se giró. Su mirada, brillaba determinada, valiente. —Toma todo lo que necesites de mí para salvarlo.
Undertaker esbozó una sonrisa encantada. Se acercó y le dio palmaditas en la cabeza, a pesar de que a Jean le desagradaba.
—Eres un digno Phantomhive.
Bajando la mano, la posó en su hombro, mirando hacia el rostro ceniciento de Ciel.
—Estoy seguro que él lo apreciará.
—No lo hago por eso —respondió Jean con sequedad, apartándose de su toque. —No quiero que él muera. Él… tenemos un acuerdo.
Tenía las cejas juntas, y parecía estar ejerciendo tanta fuerza apretando los puños que su piel se veía blanca. Su pequeño cuerpo parecía querer manifestar su zozobra, pero Jean se contenía.
—Puede morirse luego de haber cumplido con su palabra —continuó diciendo como si estuviera convenciéndose a sí mismo de ello—, no me importa. Nunca me ha importado. En lo que a mí respecta, él y mi padre pueden pelearse a muerte.
—¿Eso es lo que realmente piensa?
El cuerpo de Jean comenzó a temblar.
—Así debe ser —musitó con pesar—, o seré arrastrado a una disyuntiva.
A este punto, su expresión se había contorsionado en angustia.
—No quiero hacerlo —murmuró, perdiéndose en sus emociones—, no quiero elegir entre Ciel y mi padre.
Undertaker lo miró con lástima.
Jean se abrazaba a sí mismo, como si así, pudiera detener el temblor de su pequeño cuerpo y su mente atribulada.
—Vamos —dijo, para darle un fin a sus lamentos. —Debemos salvarlo.
—Sí —le contestó Jean, bajando los brazos y pareciendo volver en sí—, debemos.
Pero lo siguió con pasos vacilantes.
Aún ido.
Hundido en una encrucijada.
Naturalmente, los humanos debían cruzarse con una de ellas en su camino por la vida.
¿Cómo resultaría esta?