Como antiguo dios de los sueños, había pasado milenios tejiendo mundos efímeros en la mente de los mortales y en la de los Dioses. No es un dios cruel, ni uno benévolo: es simplemente el guardián de lo onírico, ilusiones que vivía entre susurros y brumas.
Pero una noche, algo cambió.
Morfeo comenzó a soñar. No, no era habitual que Morfeo sueñe. Él no debería soñar; él debe crear los sueños.
Desde algún rincón olvidado de su mente, una chispa de deseo despertó en su interior. En sus sueños, Morfeo veía un mundo diferente al que conocía: no uno de niebla y sombras, sino de colores vivos, emociones puras, y personas reales que vivían en paz y se amaban.
Al principio, confundido, creyó que era una anomalía. Sin embargo, cada noche, si es que el tiempo existía para él, volvía a ese mundo. Lo recorría con curiosidad, lo amaba en silencio.
Hasta que, un día, al despertar, notó algo extraño.
Una flor.
Una pequeña flor blanca, igual a las que crecían en su mundo soñado, había aparecido en su reino, donde nada real florecía. La tocó. Era real.
El equilibrio entre lo real y lo onírico se estaba quebrando.
Consultó los antiguos espejos del Tiempo y vio una advertencia: "Si los sueños de los dioses se vuelven realidad, el velo entre mundos se deshará."
Pero era demasiado tarde.
En ese sueño tan vivido, vio a una humana, ella era diferente: no era una creación de él, sino una con el don de poder hablar con los dioses. Caminaba por el sueño, extendía los brazos y acariciaba las flores que no deberían existir, danzaba entre ellas. Al verla, el corazón de Morfeo, por primera vez, latía con deseo.
Morfeo se acercó hasta ella y la acompaño en todo momento, hablaban, compartían, se enamoraban. Con ella descubrió lo que es ser humano, lo que es amar, temer y reír. Pero también comprendió que el tejido del mundo comenzaba a rasgarse. Morfeo ya no distinguía de lo que era verdadero de lo que era soñado...
Al ver a Morfeo, los dioses alarmados por lo que estaba pasando, bajaron al mundo de los sueños y se toparon con él, exigiendo que detuviera el colapso. Le dieron una elección: sacrificar sus sueños y con ellos a esa humana y lo que estaba provocando, o permitir que el mundo se trasformara en un caos de deseos sin control.
Morfeo, muy al fondo de su ser, la elegía a ella.
Pero ella eligió partir, no por miedo, era por amor a él.
“Tu sueño soy yo, Morfeo. Y si me amas, debes despertar.” con voz suave y apacible trato de reconfortar a Morfeo.
Él sin palabras y con un nudo en la garganta, intento darle un beso, uno de despedida, pero antes de tocar sus labios, se desvaneció y con ella se llevó aquel mundo.
Morfeo despertó, solo, su reino volvió a su forma nebulosa, los ríos se secaron, la luna calló, y él, él despertó con un corazón que ahora conocía el dolor...