En el centro de un plano olvidado por el tiempo, una gran arena celestial flotaba entre constelaciones muertas. Era el lugar donde los dioses resolvían sus conflictos más antiguos, un coliseo etéreo construido con fragmentos de mundos rotos y sellado por la voluntad del mismísimo caos primigenio.
Los Campeones del Sol (Equipo 1):
- Ra, el dios solar, irradiaba luz cegadora desde su báculo, cada paso quemando el suelo.
- Lancelot, caballero de la tabla redonda, portaba su lanza con una gracia letal, una mezcla de magia y acero.
- Cabracán, el gigante maya del terremoto, caminaba haciendo retumbar la arena bajo sus pies.
- Geb, dios egipcio de la tierra, controlaba el terreno como si fuese una extensión de su piel.
- Hou Yi, el arquero celestial, tenía los ojos fijos en el cielo, sus flechas ardían como soles.
Los Herederos del Caos (Equipo 2):
- Discordia, la diosa del conflicto, danzaba entre sombras, sembrando dudas y rabia en los corazones enemigos.
- Atlas, el titán que carga los cielos, arrastraba cadenas cósmicas, cada movimiento suyo era un desafío a la existencia.
- Bellona, diosa romana de la guerra, vestía una armadura negra bañada en sangre, con una mirada de acero puro.
- Heimdallr, el guardián de Bifröst, sostenía su espada y cuerno, ojos atentos a cada movimiento futuro.
- Loki, el embaucador, se deslizaba entre los portales con una sonrisa cruel y dagas encantadas.
- Horus, el halcón de la realeza egipcia, descendía en picado con su lanza reluciente como un cometa vengador.
El combate comenzó con una explosión de luz y oscuridad. Ra alzó su báculo y un sol miniatura estalló en el centro del campo. Discordia sonrió con cinismo y lanzó su manzana de oro, sembrando el caos en la mente de Cabracán, quien confundido golpeó el suelo... y accidentalmente lanzó por los aires a Geb.
Hou Yi aprovechó para disparar una flecha solar que perforó el hombro de Heimdallr, pero no lo detuvo; el guardián sopló su cuerno, invocando un eco del Ragnarok que hizo temblar incluso al dios del sol.
En el centro de la arena, Lancelot se enfrentó directamente a Bellona. Sus espadas chocaron en una danza sangrienta, donde la técnica refinada del caballero se enfrentaba a la brutalidad divina de la diosa. Ambos cayeron de rodillas, exhaustos, pero Bellona lanzó un último tajo, estandarte de guerra, que marcó el suelo y lo llenó de fuego. Lancelot, herido, fue arrastrado por Geb a una plataforma de piedra protectora.
Mientras tanto, Atlas detuvo con su cuerpo entero una ráfaga conjunta de Ra y Hou Yi. Los dos dioses lanzaban sol tras sol, pero el titán resistía, gruñendo, su cuerpo cubierto de grietas quedaba. Loki se desmaterializó y apareció detrás de Ra, apuñalándolo en la espalda, pero antes de que pudiese escapar, Cabracán lo atrapó entre sus manos y lo estrelló contra la tierra como un rugido ancestral.
La arena quedó en silencio por un momento. El polvo bajaba, y solo quedaban en pie tres combatientes por bando: Ra, Hou Yi y Cabracán contra Discordia, Heimdallr y Horus.
Discordia murmuró palabras antiguas, y el cielo se tornó rojo. Horus voló alto, pero Hou Yi lo siguió con la mirada: una última flecha, bendecida por el sol, atravesó el cielo y lo derribó en pleno vuelo.
Heimdallr se adelantó, desafiando a Ra directamente. Ambos sabían que era un duelo de destinos. Sus armas chocaron, una y otra vez, hasta que Ra, liberó una explosión llamada dolor abrazador, energía tan intensa como un rayo escupido desde su boca, que dejó solo una sombra fundida de su enemigo en el camino.
Discordia, riendo como si hubiera ganado, se desvaneció en humo.
Los cielos se aclararon. El equipo del Sol se mantuvo en pie, apenas. La victoria fue suya, pero no sin cicatrices.
En la arena, los nombres de todos los combatientes quedaron grabados con fuego, tierra, sangre y magia. Porque en los reinos de los dioses, incluso la victoria tiene un precio eterno.