Soy una humana en un mundo regido por clases mágicas que tienen poder sobre nosotros: elfos, demonios, ángeles, etcétera. Con el pasar de los años, los humanos fuimos desterrados poco a poco de la sociedad. Volvimos a nuestros orígenes, aprendiendo a convivir como tribus que adoran a los viejos dioses a los que solían rezar nuestros ancestros hace miles de años. Sin embargo, al ya no pertenecer a las demás razas y ser considerados raros entre ellas, comenzaron a secuestrarnos para vendernos como esclavos. Somos muy cotizados entre ellos, pues al vivir menos y ser tan frágiles de salud, nos convertimos en objetos preciados a los que pueden dar el uso que deseen. La calidez de nuestros cuerpos es única y envolvente; todo señor de alto rango con dinero desearía tener un humano a su disposición.

Los vendedores de esclavos están a la orden del día. Siempre buscan infiltrarse en nuestras áreas —donde nos escondemos de ellos— y, apenas nos divisan, no dudan en usar su magia para apresarnos y vendernos al mejor postor. Al carecer de magia natural y no poder defendernos, somos blancos fáciles.

Yo, Lya, fui capturada un día en que me alejé demasiado del área segura de mi aldea. Mi rasgo más destacable son mis ojos color lila, conocidos como «Síndrome de Alejandría», una condición muy rara entre los humanos. Además, el tono uniformemente tostado de mi piel y mis rasgos marcadamente femeninos aumentan mi valor considerablemente, según me dijo Azrael, el ángel que me capturó. Ahora espero tras estas rejas para ser llevada al podio, donde comenzará una de las subastas más importantes de esta noche en la casa de remates.