DE: Ministerio de Inteligencia
PARA: Centro de Investigación y Desarrollo Laplace
A quien corresponda,
La presente comunicación tiene como finalidad notificar la remisión del archivo IV: Intentos de Purga, identificado bajo el código de referencia 24109, el cual contiene extractos altamente sensibles provenientes del diario personal de Móiril. Este material ha sido clasificado bajo el nivel de Acceso Restringido – Confidencialidad Absoluta, en conformidad con el Protocolo de Protección de Información Sensible, Artículo 6.
Se advierte que el contenido de este archivo expone acontecimientos de alto impacto psicológico, decisiones extremas y registros de eventos que han sido deliberadamente ocultados a la mayoría de las instancias operativas. La naturaleza de estos documentos no solo compromete la estabilidad emocional de los involucrados, sino que también podría alterar el equilibrio estratégico dentro de las esferas de influencia de los Velos Eclipsados.
IMPORTANTE:
- La consulta de este archivo debe ser realizada exclusivamente por personal autorizado, bajo supervisión directa del comité de seguridad.
- Queda estrictamente prohibida la reproducción, distribución o difusión de cualquier fragmento sin la debida autorización.
- Toda interacción con el contenido debe ser registrada y justificada conforme a los lineamientos establecidos.
El incumplimiento de estas disposiciones será considerado una violación grave a la seguridad interna y será sancionado con la máxima severidad.
La administración reitera la importancia de abordar este archivo con la debida precaución y respeto, comprendiendo que algunas sombras nunca desaparecen, solo cambian de forma.
Atentamente,
Ministerio de Inteligencia
Adjunto: Fragmento 24109 - Extractos del Diario Personal de Móiril (Páginas 164-175).
Probé con fuego.
Fue lo primero que vino a mi mente, la opción más evidente, la más intuitiva. El fuego es purificador, o eso nos han enseñado. Las llamas tienen el poder de destruir, de arrasar, de reducir a cenizas todo lo que alguna vez fue, hasta borrar cualquier rastro de su existencia. He sido testigo de cómo el fuego consume cuerpos, cómo las llamas reducen incluso las ciudades más prósperas a ruinas carbonizadas, cómo arrastran consigo las historias de generaciones enteras, dejando solo desolación. Y pensé que sería suficiente.
Pero el Vacío… El Vacío no arde como los muertos.
El fuego lo rodea, lo envuelve, lo consume, pero no lo destruye de inmediato. La llama puede abrazarlo, arrastrarlo hacia su interior, pero no lo deshace. No como a un cuerpo común. No como a un ser mortal. La piel ennegrece bajo su contacto, la carne se abre en grietas profundas, los tejidos se deshacen, pero no se fragmenta como debería. No se desintegra. No se desmorona, no se convierte en polvo. No se convierte en nada que pueda desaparecer por completo. En su lugar, permanece. Como si la muerte misma no pudiese alcanzarlo con sus garras.
Las llamas siguen su trabajo, consumiendo lo que queda. Pero no hay retorcimientos, no hay convulsiones. No hay dolor. No hay gritos. No hay sufrimiento en los ojos de lo que alguna vez fue carne. Solo un leve temblor, una vibración apenas perceptible, como si sintiera algo distante, un eco de lo que alguna vez fue. Como si el Vacío, de alguna manera, pudiera sentir el roce de la llama, pero no pudiera sentir lo que realmente significaba el dolor, como si estuviera más allá de todo eso. Y cuando la llama finalmente llega a la última fibra de su ser, cuando el último resto de forma es devorado por el fuego… simplemente desaparece.
No queda cadáver. No queda hueso. No queda nada. Solo ceniza. Y, sin embargo, hay algo en el aire. Algo que persiste. Como si una presencia invisible, intangible, permaneciera aún después de que la carne ha sido destruida, como si lo que realmente moría no era la forma física, sino algo mucho más profundo. Algo que no puede ser tocado por el fuego, ni por la espada, ni por la magia.
Probé con acero.
El filo de mi espada ha cortado muchas cosas que ningún humano debería haber visto. He derramado sangre de bestias que desafiaban la razón, he puesto fin a horrores que muchos creían inmortales. He desmembrado y partido, he cortado con una precisión que solo el acero puede ofrecer. Pero el Vacío no es carne. No es algo que pueda ser matado con acero.
El filo de la espada se hunde en el cuerpo, cortando la piel, desgarrando los tejidos, abriendo heridas que deberían haber sido fatales. La carne cede ante la presión del metal afilado. Los huesos se quiebran, los cuerpos caen, destruidos por la fuerza bruta. Todo lo que es carne y hueso sucumbe ante el poder del acero. Pero no el Vacío. El Vacío no es carne. No es un ser que pueda ser asesinado con facilidad.
Donde la carne se desgarró, donde el filo de la espada la atravesó, algo permanece. Algo sin forma, algo que persiste incluso cuando el recipiente que lo contenía ha sido destruido. Las extremidades cortadas yacen inmóviles sobre el suelo. Pero no están muertas. No hay espasmos, no hay movimientos erráticos, no hay señales de vida, ni de muerte. Simplemente hay vacío. Como si la carne fuera solo una envoltura, un contenedor sin importancia. Como si la forma física no tuviera significado real, como si fuera solo un canal, un medio para algo mucho más profundo y sombrío.
Y, en un giro espantoso, el resto del cuerpo sigue moviéndose. Lento, sin prisa, como si nada hubiera sucedido. Como si la carne fuera solo un estorbo, un obstáculo que no impedía su avance. Incluso sin un brazo, incluso con el torso abierto, incluso con el cráneo destrozado, el Vacío avanza. Sigue adelante. No se detiene. No se rinde. La carne ha sido desgarrada, los huesos han sido fracturados, pero el Vacío no se doblega ante nada. No cae. No es afectado. Como si la carne misma fuera solo un ropaje, una carcasa que no tiene poder sobre lo que verdaderamente existe dentro.
Probé con magia.
Ciertamente, las runas de purificación tienen una historia de eficacia. Los sellos de contención son antiguos, forjados para erradicar la corrupción y expulsar aquello que no pertenece. Los encantamientos han erradicado muchos males a lo largo de los siglos, y aunque ninguno de ellos podría considerarse infalible, siempre han logrado cierto grado de control. He invocado todos esos hechizos, todos esos encantamientos, para probarlos contra el Vacío.
Algunos parecieron ralentizarlo. Algunos sellos crearon barreras invisibles que frenaron su expansión, como si una fuerza invisible tratara de contenerlo. Las runas de purificación parecían hacer retroceder la corrupción, aunque solo por breves momentos, como si el Vacío estuviera evaluando, analizando, esperando el momento adecuado. Como si supiera que el tiempo estaba de su lado, que todo lo que yo pudiera hacer, todas las defensas que pudiera levantar, no serían más que una distracción temporal. Un parpadeo en la vasta eternidad que le aguardaba.
Intenté encerrar a uno en un espacio sellado.
Un círculo de protección. Un recinto sin salidas. Una prisión de barreras reforzadas con runas de contención. Observé durante días, esperando que al menos hiciera un intento por escapar. Pero no. El Vacío no reaccionó como lo haría cualquier criatura o ser que estuviera atrapado. No luchó, no intentó romper las barreras, no trató de encontrar una salida. Simplemente permaneció allí. En silencio. Inmóvil.
No se descomponía. No se debilitaba. No sufría. No luchaba por su libertad. Solo existía.
El Vacío no se apura. No tiene prisa. No necesita escapar. No necesita nada. Porque sabe que, al final, todo lo demás se desgastará antes que él. El tiempo no lo afecta. La resistencia no lo detiene. El Vacío sigue allí, esperando, persistiendo, con una paciencia infinita que no se ve alterada por los intentos de purificación, por las barreras o los encantamientos. Sabe que al final, todo lo que es carne, todo lo que tiene forma, desaparecerá. Y él… él solo seguirá existiendo. Sin fin. Sin cambio. Como si nada pudiera tocarlo.