Ya habían transcurrido seis meses desde que derrotamos a Ruby Eye Shabranigudu, uno de los Reyes Demonios de mayor rango y poder.
Así, de un modo u otro, y aunque no quisiéramos, parecía que había llegado el momento de las despedidas. Después de varios años viajando juntos y enfrentándonos a innumerables peligros, Ameria, Zelgadiss, Gaudy y yo nos separaríamos por tiempo indeterminado. Aún me costaba asimilar esa realidad y, quizá en lo más hondo de mi corazón, ansiaba la llegada de una nueva aventura que nos mantuviera unidos.
Gaudy y yo sí seguiríamos juntos, pues aún teníamos pendiente encontrarle una espada nueva. Y además, ¿a quién íbamos a engañar? Ninguno de los dos quería que nos separásemos. Saber que tendría a Gaudy a mi lado durante mucho tiempo, me alegraba enormemente.
El primero en abandonar el grupo iba a ser Zelgadiss. Ya lo había manifestado hacía varios días atrás y, la verdad, a ninguno nos impresionó, aunque para Ameria debió de resultar doloroso.
Zelgadiss tenía sus propios asustos que resolver. Asuntos que siempre fueron su prioridad a pesar de que, de algún modo, siempre se viera envuelto en nuestras aventuras. Poniéndome en la piel de Zelgadiss comprendía perfectamente sus motivaciones.
Así aquella mañana me desperté más pronto de lo habitual, salí de mi habitación y recorrí el largo pasillo de la posada en la que estábamos alojados hasta que me detuve delante de la puerta del hombre.
—Zel, soy yo —dije después de golpear un par de veces la puerta con mis nudillos.