Adjunto: Fragmento 24109 - Extractos del Diario Personal de Móiril (Páginas 153-164).
Estructura y Jerarquía
Esto no es azar.
No es simplemente una infestación descontrolada, ni una plaga que avanza con furia ciega. La propagación del Vacío, cuando la observas detenidamente, no se revela como el desastre caótico que uno podría imaginar. No, el Vacío tiene un propósito. Su crecimiento, sus avances, no son fruto del caos ni del desorden. Cada movimiento, cada extensión, parece obedecer a un plan mayor. Algo más allá de la comprensión humana.
Al principio, mi mente se aferraba a la idea de que era un fenómeno parasitario, un ente sin dirección ni objetivo más allá de devorar todo lo que encontraba a su paso. Como cualquier enfermedad, como cualquier plaga que se alimenta de la miseria. Pero mientras más lo estudiaba, mientras más observaba cómo se esparcía entre las sombras, comenzó a quedar claro que había algo más, algo profundo. El Vacío no se movía al azar.
En cada nueva víctima, en cada nuevo rincón donde el Vacío se arraigaba, notaba un patrón, una lógica que no lograba comprender del todo. Y entonces me di cuenta: no era una infestación sin sentido. El Vacío se organizaba. Se reestructuraba. Y lo más desconcertante de todo, lo más aterrador: se re-dirigía.
La Propagación
Conforme fui marcando en los mapas los puntos de aparición de los casos, no pude evitar notar que no seguía una progresión sencilla de expansión. No era como una peste que avanza en todas direcciones sin discriminación, sin ningún propósito más que el de consumir. No. La expansión del Vacío tenía una precisión escalofriante.
Se detenía. Se asentaba. Se afianzaba en ciertos lugares antes de continuar su camino. No era una propagación al azar. No era un avance impulsivo. Cada avance del Vacío parecía estar meticulosamente calculado.
Si fuera una enfermedad común, simplemente habría hallado víctimas al azar, arrasando con todo a su paso, sin discriminar. Pero no lo hace. El Vacío no toma a cualquiera. No toma a todos por igual. Las víctimas que elige son siempre las mismas, y parece tener un propósito al seleccionarlas. Al principio, elige a los más débiles, a los que vagan sin rumbo, a los que están rotos por dentro. Los perdidos. Los que no tienen un lugar en el mundo, que viven sin ancla, sin esperanza. Luego, cuando esas sombras se hacen más densas, cuando su red de influencia crece, comienza a tomar a los fuertes. A los poderosos. Los que podrían representar una amenaza. Pero no los toma de inmediato.
El Vacío los estudia. Los rodea. Los observa en silencio. Y espera.
Las Víctimas
Una vez que alguien cae en el Vacío, desaparece. Pero no en el sentido que uno podría pensar. No es simplemente devorado y olvidado. Eso sería lo que uno esperaría de una plaga sin alma. Lo que ocurre es mucho más siniestro.
Las víctimas no desaparecen. Se transforman. He sido testigo de cómo los afectados empiezan a cambiar. En los primeros momentos, aún conservan su identidad, su rostro familiar, sus recuerdos. Pero cuando el Vacío los reclama por completo, esa identidad comienza a desmoronarse. La persona que era se desvanece, se disuelve en el vacío, dejando atrás solo un contorno vacío, una sombra de lo que alguna vez fue.
Lo más desconcertante fue lo que observé después. Los afectados ya no están solos. Ya no son individuos aislados. Se mueven como uno solo. No es solo una cuestión de coordinación. No es como si estuvieran siguiendo a la par a alguien más. No. Se sincronizan. Sin palabras, sin gestos, sin sonido, sus respiraciones se ajustan a la misma cadencia, sus cuerpos se mueven como si hubieran recibido la misma orden, aunque nadie la pronunció.
No es imitación. No es mera repetición. Hay algo mucho más profundo en juego.
Lo que los une es algo más grande. Algo invisible que les da dirección. Los infectados dejan de ser individuos, se convierten en fragmentos de algo mucho mayor. Ya no actúan por voluntad propia. Ya no tienen pensamientos, deseos, miedos propios. Se han convertido en piezas de un todo, dirigidos por una voluntad superior.
¿El Enjambre?
Cuando observé a los afectados moverse, comprendí lo más aterrador de todo. No actúan como seres individuales. Dejan de ser lo que eran. Son ahora fragmentos de una masa en movimiento. Quizás un enjambre, un colectivo.
Ellos ya no tienen voluntad propia. Son parte de un todo, y lo que los inquieta es que no se mueven sin propósito. No deambulan erráticamente, como animales que siguen un instinto ciego. No. Se mueven con determinación. ¿Responden a algo? ¿A una presencia que no puedo ver? Creo que algo los está guiando.
Y si hay un enjambre, si hay tal sincronización en sus movimientos, si todos ellos siguen un ritmo común, entonces debe haber algo que los guíe. Creo que algo está dirigiendo todo esto. No es aleatorio. No es una masa sin forma. Tiene que haber un núcleo, un centro de donde proviene esta voluntad.
No sé qué es. No sé qué es lo que los mueve. Pero sé que está ahí. Algo o alguien está observándome. Y lo más aterrador es que, tal vez, también me está guiando a mí.