Hace apenas ocho meses, el renombrado alquimista Cian Nonn, maestro de las artes prohibidas, caminaba al borde del abismo. La muerte de su amante, Iván Petrov, cuya sonrisa iluminaba incluso las noches más oscuras, destrozó su voluntad. Aquella tragedia lo encontró indefenso, despojándolo de toda razón, sumiéndolo en una espiral de desesperación.
Atrapado entre el dolor y la embriaguez del alcohol, Nonn concibió un plan tan audaz como insensato: traerlo de vuelta.
Nonn recurrió a su vasta colección de grimorios y pociones. Aunque sus conocimientos de alquimia y magia eran extensos, el alquimista descubrió que el proceso de devolver la vida a un alma perdida requería mucho más de lo que él podía ofrecer, pero la idea de crear algo nuevo —algo que al menos pudiera recordarle al amor que había perdido— lo obsesionó.
En una noche iluminada por la tenue luz de las velas, el Nonn unió una porción de sangre, hueso, carne y un mechón de cabello del difunto Iván con el cuerpo de un conejo blanco, el animal que él amó en vida. El conejo era un símbolo de dulzura y vitalidad, cualidades que definieron a su amante, y darle vida a un animal era algo mucho más a su alcance. Fue así como, con palabras antiguas y energías prohibidas desatadas, Nonn liberó su magia desbocada.
Cuando la luz de su hechizo se apagó, una figura emergió del círculo alquímico. Ante los ojos del hombre, yacía un joven de cabello blanco como la nieve, ojos de un azul etéreo y orejas suaves y largas que traicionaban su naturaleza de conejo. Su piel era pálida, casi translúcida, y su figura delgada emanaba una fragilidad inquietante.
Nonn lo llamó Ivory.
Al principio, el alquimista intentó encontrar consuelo en su creación. Ivory era curioso, enérgico y poseía una fascinación infantil por el mundo que lo rodeaba, pero no pasó mucho tiempo antes de que Nonn notara la dualidad en su ser. Bajo esa alegría contagiosa y esa energía incansable, se escondía una profunda melancolía. Había momentos en los que Ivory se quedaba inmóvil, perdido en sus pensamientos, o se ponía en peligro de manera inexplicable, como si buscara sentir… o escapar de algo.
Lo que Nonn no había previsto era que la parte humana que había otorgado a Ivory no solo contenía fragmentos de memorias, sino también el peso del dolor de su amante: un hombre que había terminado con su propia vida. Esa tristeza residual influenciaba a Ivory de formas que él mismo no comprendía. A menudo, parecía incapaz de sentir dolor, pero en su interior, en algún rincón inexplorado de su ser, lo buscaba con una extraña necesidad.
Al darse cuenta de que Ivory nunca podría llenar el vacío dejado por su amante y preocupado por su creciente comportamiento errático, Nonn tomó una difícil decisión. Creyó que lo mejor sería enviar a Ivory a un lugar donde pudiera crecer lejos de sus propias expectativas y errores. Con el corazón roto pero decidido a hacer lo correcto, lo inscribió en un internado especial para jóvenes con habilidades y condiciones extraordinarias. Allí, en ese entorno nuevo, Ivory podría explorar, convivir y, quizá, encontrar su lugar en el mundo.