Escuchando el leve ritmo de la respiración de Alexa, Daniel permitió que los recuerdos del pasado volvieran a inundar su mente. Aquella noche, la noche que marcó el fin de su infancia y lo cambió todo, regresó con una claridad abrumadora. No solo perdió a su hermana, sino que también fue el inicio de un giro drástico en su vida, su hogar y su forma de entender el mundo.
“Daniel nunca fue un niño común. Desde muy pequeño destacó por su seriedad y madurez. Siempre ordenado, obedecía cada instrucción al pie de la letra sin una sola queja. A sus siete años, ya podía leer libros complejos que incluso algunos adultos evitaban, y rechazaba los juegos infantiles o los juguetes, considerándolos cosas "para niños pequeños". Prefería pasar las tardes inmerso en sus libros, aprendiendo y absorbiendo conocimiento, o simplemente disfrutando de la compañía de su hermana mayor, Alexa.
Alexa era todo para él. Su guía, su modelo a seguir, su universo entero. Con sus padres constantemente ocupados en los asuntos de la aldea, era ella quien se encargaba de cuidarlo, enseñarle y educarlo. Alexa no solo fue su hermana, sino también su mentora, su refugio y, en muchas ocasiones, su protectora. Para Daniel, ella era la personificación de todo lo que quería llegar a ser algún día: sabia, amable, disciplinada y fuerte.
Aquella noche, Daniel despertó sobresaltado, con el corazón latiendo con fuerza. Había tenido una pesadilla, una visión inquietante en la que lo perdía todo: su hogar, su familia, y lo más importante, a Alexa. La angustia lo invadió, pero no compartió el sueño con nadie. ¿Era una simple pesadilla? ¿Una visión futura? ¿Un mensaje de la diosa lunar? Nadie podía saberlo, pero Daniel decidió no darle demasiada importancia.
—Lexi, tengo miedo... —susurró, utilizando el apodo cariñoso que había pronunciado por primera vez siendo solo un bebé.
Alexa lo recibió con una sonrisa tranquila, abrazándolo para disipar sus temores. Con una voz suave y melodiosa, comenzó a cantarle la canción que su madre solía entonarles cuando eran pequeños terminando con:
*"Y las noches que haya luna llena
Será porque el niño esté de buenas
Y si el niño llora
Menguará la luna para hacerle una cuna
Y si el niño llora
Menguará la luna para hacerle una cuna."*
La melodía, acompañada por las palabras reconfortantes de Alexa, logró calmarlo. Antes de que Daniel regresara a su cama, ella le contó un cuento, como solía hacerlo. Fue así como el niño se sintió lo suficientemente seguro como para dormir, sin saber que esa sería la última noche que compartiría con su hermana en más de una década.
La mañana siguiente comenzó como cualquier otra. Los primeros rayos de sol iluminaron su rostro, despertándolo con suavidad. Daniel se vistió rápidamente, emocionado, pues su hermana le había prometido que ese día finalmente le enseñaría a usar su magia. Era algo que había esperado durante años.
Corrió hacia la habitación de Alexa, esquivando a su nana y a los sirvientes en su camino, pero lo que encontró lo dejó paralizado. El cuarto estaba vacío. Todas las pertenencias de Alexa habían desaparecido, como si nunca hubiera estado allí. La ventana permanecía abierta, y las cortinas ondeaban suavemente con la brisa matutina.
Confundido y desesperado, buscó por toda la aldea, preguntando a cualquiera que pudiera haberla visto. No encontró respuestas, solo rumores.
—¿Oíste lo que dijeron? La mayor de los Selene escapó de su casamiento. Traicionó a la aldea —susurró una sirvienta a otra.
—Sí, eso escuché. Qué vergüenza ser parte de esa familia —respondió la otra, entre risas.
Daniel, incapaz de contener su enojo, gritó:
—¡No es cierto! ¡Mi hermana no haría algo así! ¡Lexi no es así!
Sin esperar respuesta, salió corriendo hacia las afueras de la aldea, sus lágrimas cayendo sin control. Al llegar a un claro en el bosque, alzó la voz al cielo.
—¡Lexi! ¿Dónde estás? ¡Por favor! —su voz se quebró bajo el peso de su desesperación—. Por favor, vuelve... quiero a mi hermana mayor.
Aquellas palabras fueron lo último que dijo antes de caer rendido por el agotamiento y la tristeza. Alexa había desaparecido, y con ella, una parte de su corazón. Puesto que Daniel nunca volvió a sonreír de la misma manera, no sin Alexa a su lado. “
De regreso al presente, Daniel observó el rostro de su hermana mientras dormía, sus emociones mezclándose entre gratitud y un dolor latente. Con cuidado, la abrazó, asegurándose de no despertarla.
—Nunca más dejaré que alguien te haga daño —susurró, esta vez para sí mismo, con una determinación renovada. La había perdido una vez, y no volvería a permitir que eso ocurriera.