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El aire estaba cargado de una tensión casi tangible mientras la figura frente a Heinrich se movía. Lentamente, con pasos calculados, comenzó a acercarse. Cada movimiento parecía llevar un peso que resonaba en el claro. Heinrich, aún en el suelo, observaba cómo aquella criatura emergía de las sombras que las alas proyectaban. Sus ojos se encontraron, y fue entonces cuando lo notó: aquellos ojos verdes, de pupilas alargadas, brillaban como los de un depredador, llenos de una intensidad casi hipnótica.

Su cuerpo tenso le impedía moverse. El miedo lo mantenía clavado al suelo, como si fuera una presa ante su cazador. Heinrich tragó saliva mientras veía cómo la figura se agachaba suavemente frente a él, quedando a su misma altura. Ahora podía verla con mayor claridad.
Era una mujer... o al menos, tenía una apariencia vagamente humana. Su cabello castaño caía liso sobre sus hombros, pero lo que capturaba su atención eran otros rasgos en ella, cuernos que salían de su cabeza y se curvaban con una elegancia extraña. Escamas rojizas cubrían parte de su rostro y descendían por sus brazos y piernas, reflejando la luz dorada del atardecer. Sus alas, ahora plegadas, se alzaban imponentes a su espalda, mientras su cola se movía perezosamente de un lado a otro, como si marcara el compás de su respiración.

El vampiro, incapaz de apartar la mirada, sintió una mezcla de fascinación y temor que lo mantenía inmóvil. Su piel seguía ardiendo bajo los débiles rayos del sol, pero eso apenas importaba en ese momento.

De repente, la voz de la criatura rompió el silencio, suave y sorprendentemente clara:
—¿Estás bien?

Esa simple pregunta lo descolocó. Heinrich parpadeó, confundido. No esperaba que aquel ser, con su imponente presencia, hablara con un tono tan tranquilo. El miedo que lo había estado dominando comenzó a mezclarse con algo que no podía identificar: una pizca de calma.

Pero su mente aún estaba atrapada en la incertidumbre. Forzándose a responder, Heinrich tragó saliva y volvió a preguntar, con la voz algo temblorosa:

—¿Qué... qué eres?

La criatura mantuvo su mirada fija en Heinrich, inclinando ligeramente la cabeza como si lo examinara con detenimiento. Sus ojos verdes, se agrandaron de una manera que casi rememoraba a los felinos, reflejando una mezcla de interés y asombro. Era como si estuviera analizando cada detalle del vampiro, desde su postura hasta los rastros de quemaduras en su piel.

—¿Qué soy? —

Repitió ella, con un tono calmado, pero cargado de una curiosidad palpable. Tras una breve pausa, sonrió ligeramente, dejando entrever unos dientes blancos y ligeramente afilados, otro detalle que Heinrich no pudo evitar notar. Luego, con un leve movimiento de sus alas, respondió con una naturalidad que lo dejó atónito:

—Soy un dragón.

El vampiro parpadeó, sorprendido. No estaba seguro de cómo reaccionar. Dragones... apenas eran algo más que leyendas para él, historias susurradas en la oscuridad de los siglos. Pero aquí estaba ella, con sus escamas brillando bajo la luz del atardecer y sus alas plegadas como un manto, diciendo esas palabras como si fueran lo más simple del mundo.

Antes de que pudiera responder, la dragona se inclino más hacia él, acercándose tanto que Heinrich sintió cómo invadía su espacio personal. Su respiración se detuvo por un momento, no percibió en ella una amenaza; no obstante, su comportamiento era desconcertante.
Ella estaba observándolo con esos ojos que parecían capaces de ver a través de él. Una pizca de curiosidad brilló en los suyos cuando ella finalmente formuló su siguiente pregunta:

—¿Cómo te llamas?

La voz de la dragona era suave, pero había en ella una intensidad que no podía ignorar. Heinrich tragó saliva. Estaba acostumbrado a controlar las situaciones, a mantener una fachada de serenidad, pero ahora sentía que todo eso se desmoronaba. Finalmente, con un leve carraspeo, respondió

—Y-yo...me llamo Heinrich.

Por un instante, el silencio llenó el claro, roto solo por el murmullo del viento entre los árboles. Entonces, la dragona sonrió otra vez, esta vez con un toque de satisfacción, y con una ligera inclinación de cabeza respondió:

—Heinrich..suena elegante...Hola Heinrich

Y en ese instante la dragona respondio revelando su identidad

-Yo soy Malvyna.



Heinrich seguía sin apartar la mirada de la dragona, su mente aún luchando por procesar lo que acababa de escuchar. Un dragón... en toda su vida, no había esperado encontrarse con algo así. A pesar de su calma exterior, sus instintos seguían gritándole que tuviera cuidado.

Malvyna, por su parte, parecía indiferente al conflicto interno del vampiro. En cambio, su mirada volvió a recorrerlo de arriba abajo, deteniéndose en su pierna herida. Con un movimiento fluido, casi elegante, extendió una mano hacia él.
Había algo desconcertante en aceptar ayuda de una criatura que hace solo un momento pensaba que podría devorarlo. Su naturaleza desconfiada lo hicieron vacilar.

-¿Que..que estas haciendo?-

La dragona ladeo su cabeza suavemente  sin quitar esa tranquilidad de su tono de voz

-No es obvio?..te estoy ofreciendo ayuda..Tienes una pierna rota, y no parece que haya sanado del todo. Sé que los tuyos suelen regenerarse rápido, pero algo la está retrasando... ¿el sol, tal vez?-

Las palabras de la dragona lo dejaron sin respuesta. ¿Cómo podía saber tanto sobre él? Heinrich no estaba acostumbrado a que otros fueran tan observadores. Malvyna aprovechó su silencio para mover un poco más su mano hacia él, sin dejar de mirarlo directamente a los ojos.

—Si hubiese querido comerte, ya lo habria hecho, si eso es lo que te preocupa —añadió, su voz tomando un tono más amable

Heinrich titubeó por un instante más, pero finalmente, con un suspiro de resignación, tomó la mano que le ofrecía. El contacto era cálido, sorprendentemente humano, aunque la textura de las escamas le recordaba que estaba lejos de serlo.

—¿Por qué haces esto? —preguntó, aún desconcertado por su amabilidad.

Malvyna lo ayudó a levantarse con una fuerza que no coincidía con su figura esbelta. Al encontrar nuevamente su equilibrio, ella se encogió de hombros con naturalidad y respondió:

—Tal vez porque me parece interesante que un vampiro como tú esté aquí, herido, huyendo como si le temiera al mundo.-

Heinrich seguía tambaleándose ligeramente mientras Malvyna lo sostenía con una facilidad inquietante. A pesar de lo inusual de la situación, algo en la presencia de la dragona comenzaba a calmar su agitación inicial. Sin embargo, la desconfianza todavía pesaba en su interior.

Malvyna lo observaba con atención, inclinando la cabeza de vez en cuando, como si intentara resolver un enigma. Finalmente, rompió el silencio:

—Entonces... ¿a dónde debería llevarte? tienes un hogar cierto?-

Heinrich la miró de reojo, intentando ignorar la inocencia en su tono. Era desconcertante que una criatura tan imponente pudiera hablar con una curiosidad casi infantil. Al final, suspiró, señalando en dirección al camino que había tomado horas antes.
—Mi finca está hacia el este… Es una propiedad grande, con una mansión en el centro. Es difícil no verla.

Malvyna parpadeó, sus ojos verdes brillando con fascinación mientras una sonrisa juguetona aparecía en su rostro.
—¿Una mansión? ¿Eres un noble o algo? —preguntó con una curiosidad que parecía genuina.

Heinrich arqueó una ceja, sin saber si reír o rendirse ante la avalancha de preguntas.
—¿Por qué tantas preguntas de repente?

—Porque tú eres muy interesante —respondió ella sin dudarlo, girando ligeramente la cabeza para mirarlo con esos ojos reptilianos que ahora parecían más brillantes que intimidantes—. Nunca había visto un vampiro como tu-

Mientras el sol descendía en el horizonte y las sombras se alargaban entre los árboles, Malvyna desplegó sus alas en un movimiento fluido, su envergadura destacándose contra los últimos destellos del día. Heinrich, incapaz de apartar la vista, tragó con fuerza al notar nuevamente su naturaleza.

—Muy bien, entonces, hacia el este —



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