Disclaimer: Este texto incluye escenas de violencia y situaciones de presión emocional y coerción, reflejando las realidades sociales de su contexto histórico.
El vaivén del carruaje despertó a la joven pues la noche anterior no había logrado conciliar el sueño. Frente a ella estaba su madre con la mirada perdida en el ventanuco, a su lado, como no, su dichoso prometido cual lapa, incluso a ver a una amiga de la familia y su retoño recién nacido. Ya se creía parte de esta solo por haber colocado un anillo en su anular.
Si su familia estaba rota, desde el anuncio del casamiento obligado más aún. Maxine encontraba excusas en cualquier asunto para huir con su caballo a donde fuere, incluso muchas veces iba hasta caminando en ropajes menos ostentosos para no llamar la atención.
El hombre salió primero para ayudar a la mayor de las dos y posteriormente a Maxine quien tomó su mano con rabia pues ya le advirtieron de que en público guardase las formas o sería peor. No solo por su madre si no por su padre quien tenía la mano más suelta. Aunque si lo permitían hasta el prometido no dudaría en soltarle una guantada pues se le veía enfadado por sus comportamientos hostiles.
─── Señora y señorita Woods, que bien acompañadas os veo.
La madre de su amiga apareció en la puerta haciendo referencia al hombre que les acompañaba: un inglés terrateniente bien conocido tanto en la colonia como en Inglaterra, si bien arrendaba unas cuantas tierras en su lugar natal, estaba en negociaciones de expandirse al otro lado del charco. De ahí que sus padres lo enganchasen a ellos casándole con su hija en plenos años de fertilidad. Todos ganaban en ese acuerdo menos la joven rubia.
Isabella, su madre, junto con la señora de la casa les guiaron hasta la habitación donde se encontraban el bebé, su amiga Mary Ann Williams y el marido de la misma. Intercambiaron saludos y enhorabuenas siendo Maxine la primera en acercarse a hablar con la joven.
─── ¿Cómo estáis? ¿Salió todo bien?
─── Ahora sí, hace unas horas solo quería morirme. Suerte que las parteras me ayudaron y Howard estuvo conmigo todo el tiempo.
─── Le costó salir a saludar a sus padres ───comentaba el marido con el pequeño en brazos.
El aspecto de su amiga era deplorable, su tez era perlada y tenía los cabellos enredados y húmedos por el sudor. No debía ser fácil realizar aquella tarea y eso… Le asustó por su futuro, aunque había escuchado los gritos de su madre dando a luz a su hermano, o las veces que esta se pasó en cama hasta recuperarse de la pérdida de otros, Maxine era demasiado pequeña como para recordarlo.
─── Creo yo que alguien tiene ligera envidia ───señaló Mary Ann hacia el lugar donde se encontraban los hombres viendo la de ojos pardos al canoso inglés con el pequeño en brazos, totalmente embobado con él. Sabía lo que eso iba a significar y quería salir de allí.
El señor Cavendish, su prometido, llevó al pequeño junto a su madre al notar que se ponía algo nervioso. Este se posicionó al lado de Maxine con una sonrisa de oreja a oreja, simplemente admirando la escena entre madre e hijo.
─── El siguiente sois vos, señor Cavendish, espero cumplais y al año seamos nosotros quienes os visitemos.
─── Eso espero, ansío la llegada de mi primer varón, un año es tan lejano…
Conversaban de ella estando ahí mismo, sin preguntarle si realmente quería o no ser madre, pero tenía que mantener la compostura y sonreír, aunque con tristeza en estos preguntó:
─── ¿Acaso si esperase una niña no la desearíais?
─── Por supuesto que sí, querida. Pero sabéis el por qué de mis palabras. Aún así…───colocó aquella enorme mano en su vientre mientras le abrazaba a él ─── No está en mis planes el tener una familia pequeña, estoy seguro que algún varón me daréis.
─── Tengo entendido que venís de una familia muy numerosa, señor.
─── Así es, señorita Williams. Doce hermanos, tres de ellos varones. Lamentablemente la guerra se llevó a los dos gemelos y la peste a los más pequeños.───recordaba con cierta melancolía en su mirada ───Vivir en una familia tan grande es un privilegio y es lo que busco para la mía. Maxine es una mujer fuerte y estoy seguro de que me dará hijos sanos.
No podía más, le temblaba la mano mientras apretaba la mandíbula. ¿A eso se reducía solamente? Puede que su amiga y muchas mujeres estuvieran de acuerdo con eso, les gustase y lo respetaba, pero no era lo que quería para ella. No sentía que únicamente valiera para eso. ¿Quería ser madre? Sí, pero no con la persona equivocada. No con ese hombre que solo buscaba abrirla de piernas y engendrar hijos.
─── Si me disculpais…
La joven acabó saliendo de la habitación para irse a otra totalmente distinta de la casa con un fuerte dolor en el pecho. Necesitaba estar sola lejos de cualquier situación, pero solo disfrutó de unos segundos pues su prometido, rompiendo las reglas como solía hacer cada vez con más frecuencia, se coló en el interior cerrando las puertas tras de sí.
─── No podéis estar a solas conmigo, marchaos.
Pero el hombre no dijo nada, agarró su brazo para atraerla hacia él y así respirar aquel aroma prohibido y en que tanto le tentaba pecar, dejó un par de besos en su cuello mientras sus manos apretaban el cuerpo de la joven contra el suyo.
─── Vos queréis volverme loco…
─── Señor… Esto est-
No le dejó terminar, pues se abalanzó a besar esos labios que llevaba tiempo queriendo probar y esa chispa llevó a que el hombre se prendiera y con prisa intentase subir los bajos de su vestido. En ese momento, completamente con el corazón en la boca pero no porque lo estuviera disfrutando precisamente, Maxine mordió con fuerza el labio del hombre, causándole una herida por la que se vio forzado a apartarse y mirarla con enfado más que desprecio, tal era que le giró la cara de un guantazo antes de marcharse.
Allí se quedó hasta escuchar el portazo y el posterior grito de su madre llamándola a bajar para marcharse. Necesitó unos segundos para que el cuerpo le dejara de temblar cual perro muerto de frío en invierno y poder despedirse de los Williams.
No quería entrar en ese carruaje pues podía sentir lo que sucedería desde fuera solo con la mirada de su madre. El prometido estaba allí también sosteniendo un pañuelo blanco sobre la boca. A saber qué le había contado pues en su rostro podía verse también la marca que el otro le había dejado. Seguramente su padre se encargaría de igualar el color de la otra mejilla.