Helleborus alguna vez fue un joven y brillante miembro de la casa Neberu, percibiendo las maquinaciones de la realidad junto a sus hermanas y hermanos. En el fatídico día en el cual Ahrimal profetiza la gran catástrofe, entregó su vida a la rebelión de los Cielos, uniéndose a las filas de los Elohim que caerían bajo el juicio del Padre Empíreo.

Por eones sirvió bajo el mandato de Asmodeo, el archiduque de la Legión Plateada. En sus inicios, creyó fuertemente en las intenciones de su casa, ayudando a esparcir el conocimiento y actuando como uno de los tantos maestros ante los humanos primordiales.

Sentía un profundo amor por la humanidad, y como uno de sus protectores, estimó que la mejor manera de prepararlos ante la catástrofe era explorar aquel infinito potencial inherente en su existencia, como creaciones a la semejanza del Todopoderoso.

Cuando los ejércitos se asentaron en la ciudad de Tabâ'et y crearon grandes tributos al saber celestial, conoció una humana llamada Belatsunat, una mujer primitiva, cuya belleza, bondad y curiosidad por el universo le hicieron experimentar los primeros atisbos de un apasionado amor.

Cada momento con la muchacha fueron los tiempos más felices en su existencia, experimentando por primera vez la pureza y dulzura de querer a alguien, sin embargo, esta etapa no duraría por mucho tiempo. Las legiones tenían sus voluntades encontradas, discrepancias y discordia empezó a reinar en el juicio de los Ángeles... Se avecinaba el Tiempo de las Atrocidades y luego del primer asesinato, Asmodeus perdido de toda razón e impulsado por visiones de esclavitud a la humanidad, se alía con Abaddon y su legión de ébano, ordenando la creación de los Nephelim, por lo cual la demoniaca legión desciende sobre la humanidad, iracunda y desquiciada, toma de sus inocentes mujeres para violarlas con el pérfido fin de crear seres capaces de hacerle frente al mismísimo Dios, los demonios y la humanidad.

Apenas Helleborus escucha horrorizado la decisión del hermano que alguna vez consideró uno de los Elohim más brillantes y sabios, desciende desesperado hacia la tierra, con la celeridad de un relámpago, en búsqueda de su amada Belatsunat. Era demasiado tarde… Cuando la halla sus hermanos ya habían hecho las atrocidades que prometió su superior, en aquel momento de inmensa vulnerabilidad, se acerca para abrazarla y contener su sufrimiento, sin embargo, es rechazado por su amada, quién por su estirpe angelical nunca más dirigiría palabra alguna.

Helleborus a pesar de la respuesta, deja la legión, y atestigua la gestación del feto bastardo que crecía en el vientre de la muchacha, cuidándola y protegiéndola desde las sombras. Sin embargo, todo termina, cuando al noveno mes, tras un terrible y doloroso parto, su frágil existencia perece.

Él sale de las sombras y ante la sorpresa de la familia de la mujer, buscaba ver la criatura que terminó con la existencia de su tesoro más grandioso, más todo fue en vano; El niño nació muerto. La ira carcome a Helleborus, y en ese mismo momento, juró nunca más sentir amor.

Sin un sentido de búsqueda de gloria, decidió abstenerse de los apoteósicos eventos que repercutan en la creación del Señor, las sangrientas guerras, batallas entre los Elohim y los caídos. Pues no halló nada más que defender, sus ideales estaban destruidos y sus hermanos más cercanos volviéndose cada vez retorcidos y corruptos, una pútrida sombra de lo que alguna vez fueron. Sin embargo, él no era diferente, aquel indisputado amor que sentía por el universo y sus creaciones se empezó a deformar, lentamente, cociéndose en una hoguera por todo el sufrimiento que afligía su alma, creo en un brío fuego, un perverso odio contra su creador.

Ni la caída en el infinito abismo fue un calvario tan grandioso como lo que vivió en su vida como un Celestial. Los eones perdidos en las tinieblas le permitieron un generoso tiempo para reflexionar, entonces decidió el camino de la venganza, alejándose de su propia casa y compartiendo  el exilio con los Fáusticos.

Mezclándose con aquellos que alguna vez sintieron amor por la humanidad,  transformaron sus nobles deseos en el aprovechamiento y goce de aquel infinito potencial, el potencial para la guerra y violencia, cuales debieran de desatarse contra Yahweh en el día del juicio final.