Horas de búsqueda en su laptop, tratando de describir el árbol o el lugar en sí de sus sueños, pero nada saltó como respuesta. Lo siguiente que hizo fue describir sus sueños en caso de encontrar algo acerca de los mismos. Tampoco dio frutos. La frustración crecía con cada intento fallido, con cada tiempo desperdiciado. Quizás sólo debía esperar. Las voces le dijeron que no luchara.

Lo segundo que llegó una vez logró que esas mismas voces callaran fueron las manos de debajo de la tierra, queriendo llevársela hacia lo más profundo del lago cerca del árbol, tirando de sus tobillos y rasguñando tan profundo su piel que dejaban marcas. Lo llamativo era que el agua quemaba. Incluso al despertar sentía el ardor en sus piernas y pies, pero no había signos de heridas. Le costaba levantarse en esas instancias por el increíble dolor que sentía desde el interior. Pero en realidad estaba completamente sana.

A pesar de tener esa clase de sueños cada vez que cerraba los ojos empezó a dejar que fluyeran como quisieran, volviendo a dormir con cada instancia donde despertaba. Sin embargo, las emociones en su pecho cambiaron de a poco: la angustia se tornó en nostalgia, el vacío se convirtió en un creciente cúmulo de inconmensurable ira. Todavía no lograba ponerle un origen a esas emociones, pero dejó que recorrieran su cuerpo hasta desvanecerse con el paso de los minutos.

En cuanto a su trabajo creyó que ya no tendría más problemas para ello. Estuvo equivocada.

Una de las cirugías, con un buen comienzo, tuvo un horrible desenlace para ella. En medio de la misma todo comenzó a salir mal. Mal. Eso nunca antes le pasó, ni una sola vez. Ese toque milagroso de repente desapareció. Tanto así que tuvo que ser reemplazada por el médico que la tuvo vigilada para evitar que esa clase de cosas sucedieran. Ariana fue obligada a salir del quirófano. Estaba casi en shock por toda la sangre que se perdió por… no estuvo segura de por qué, en dónde falló, solo que salió mal.

Se encerró en el baño más cercano, quitándose la escofia, junto con los guantes y la bata que ya se habían teñido del característico rojo que veía casi todo el tiempo. Mirándose al espejo, sus ojos reflejaban decepción y confusión, inseguridad en sí misma. ¿Qué estaba pasando? ¿Iba a empeorar? ¿Qué es lo que quería eso que la estaba llamando?

Se agachó en uno de los grifos para poder empezar a limpiar bien sus manos, luego su rostro. En el momento exacto que levantó la cabeza para verse otra vez al espejo vio su imagen alterada, como si toda su piel estuviera completamente quemada, en carne viva. La imagen gritó con dolor antes de golpear el espejo. Todo pasó tan rápido, pero infundiendo un miedo tal en Ari que ella misma dio un chillido y se alejó del espejo, aún con su rostro dejando caer pequeñas gotas de agua. Su corazón estuvo a punto de salirse de la boca, o así lo sintió. Lamentablemente no terminó ahí, sino que empezó a sentir su piel arder, justo como si el fuego estuviera comiéndola en ese preciso momento.

Por más desesperada que estuvo hizo lo lógico: mojarse, pero por más que lo intentara el agua hizo nada para aliviar el ardor. Otra vez, y casi sin detenerse, empezó a gritar, esta vez por el dolor.

No supo cuándo, ni cómo, pero en algún punto sus sentidos se apagaron por completo. Lo siguiente que notó al abrir de a poco los ojos fue el hecho de estar en su cama, era de noche. Además, su madre estaba ahí, de pie junto a la ventana, viendo hacia afuera.

—Mamá… —llamó con voz débil y temblorosa. La mayor se volteó, una mujer bastante parecida a ella si no fuera por los ojos grises y, bueno, algunas arrugas en su rostro y las canas.

—Cariño, ¿cómo te encuentras? —se acercó a su hija, tomando asiento a su lado, al borde de la cama. La tomó de la mano.

—No lo sé, yo… Mamá, me están ocurriendo cosas demasiado extrañas, no sé qué hacer.

—Dale tiempo. —dos palabras que dejaron desconcertada a Ariadna. ¿Darle tiempo?

—¿A qué te refieres? Esto es-

—Lo sabrás cuando llegue el momento… Hija, no resistas. Solo tómate un tiempo para asimilarlo. —su madre logró que quedara más perdida, pero esas palabras coincidían con lo que las voces le pidieron.

—¿Qué debo hacer?

Recordar.