En una vasta y desolada guardería de Homeworld, la tierra yacía inmóvil bajo el peso del tiempo. Las máquinas, una vez vibrantes y activas, ahora se encontraban en un letargo, habiendo cumplido su propósito. El ambiente era silencioso, roto solo por el leve crujido del subsuelo y el zumbido distante de las energías residuales.
En uno de los huecos olvidados, algo comenzaba a cambiar. En lo profundo de la tierra, una pequeña fisura apareció en la dura superficie. Una luz roja brillante empezó a filtrarse, apenas visible al principio, pero ganando intensidad con cada momento que pasaba. La tierra, saturada de los elementos necesarios para la formación de Gems, se agitó una vez más, respondiendo al llamado ancestral de la creación.
Desde las profundidades, una figura comenzó a tomar forma. La tierra alrededor de la fisura se estremeció y, con un esfuerzo final, una Ruby emergió. Su piel era de un rojo profundo y vibrante, y sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y determinación. Había llegado tarde, mucho después de que las demás Gems ya hubieran salido y dejado la guardería en su estado de desuso.
Al salir, Ruby se encontró sola. El silencio de la guardería era abrumador, y la ausencia de otras Gems era palpable. No había supervisores ni compañeros de formación; solo las máquinas inactivas y los túneles vacíos que se extendían en todas direcciones. La sensación de soledad era nueva y desconcertante, pero también había una extraña calma en el aire.
Ruby se tomó un momento para orientarse, observando el entorno con ojos curiosos. Cada detalle de la guardería, desde las paredes marcadas por el tiempo hasta las estructuras mecánicas, le resultaba desconocido pero fascinante. Empezó a caminar, explorando cada rincón y recoveco. Aunque no había sido instruida, una intuición innata guiaba sus pasos.
Mientras avanzaba, Ruby descubrió vestigios de la actividad que alguna vez había llenado la guardería: fragmentos de cristales, herramientas abandonadas y marcas en el suelo donde otras Gems habían estado. Cada hallazgo era un recordatorio de que, aunque estaba sola ahora, no siempre había sido así.
Después de un tiempo de deambular, Ruby se detuvo en un punto donde la luz natural se filtraba a través de una abertura en el techo de la guardería. El rayo de luz iluminó su cuerpo, y en ese momento, Ruby sintió una conexión profunda con el mundo exterior. La calidez de la luz le infundió una renovada sensación de propósito.
Aunque había emergido sola y en un lugar desolado, Ruby no se sentía completamente abandonada. En su interior, había una fuerza y determinación que la impulsaban a seguir adelante. Sabía que su existencia tenía un propósito, incluso si aún no comprendía completamente cuál era.
Ruby decidió que, aunque había surgido sola, no dejaría que eso definiera su destino. La soledad de la guardería no era una sentencia, sino un desafío que estaba dispuesta a superar. Con un último vistazo a la desolada guardería que la vio nacer, Ruby se dirigió hacia la salida, lista para enfrentarse al vasto y desconocido mundo exterior.
Así, una Ruby solitaria emergió de la guardería, no como una gema perdida, sino como una guerrera en busca de su destino y de lo ella llamaba "su misión"