Esa noche, al igual que las últimas noches desde hace unos meses, Hyweon había decidido acostarse temprano sabiendo que las pesadillas harían su aparición y que su sueño se vería interrumpido en la madrugada por causa de estas. De un tiempo hasta ahora, su mente pareció confabularse en su contra, haciéndole recordar momentos de su pasado que había tratado de formas, poco saludables, de mantener ocultas. O mostrando cosas que no recordaba que hubieran sucedido. Muchas veces sus sueños consistían en lo mismo, ella rodeada de gente desconocida, con rostros desdibujados, en un cuarto que no recordaba estar… en las noches que esa pesadilla era la protagonista, la estudiante solía despertarse con una sensación de pánico, incómoda, sintiéndose desconocida… y con su erizo chillando como si intuyera que a su dueña le pasaba algo malo. Y luego estaba la pesadilla recurrente, esa que pareció asaltarla en los momentos en que bajaba la guardia, cuando daba la impresión de olvidar su pecado, de que su existencia no debía ser, y por tanto era feliz. Ese era el escenario que su mente pareció escoger para atormentarla esa noche.
Siempre comenzó igual. Con una Hyweon de quince años, experimentando un feliz día en familia, en casa de sus tíos, celebrando el cumpleaños de su primo con todos juntos. Una feliz estampa familiar acompañada de la presencia de la novia de su primo. Hyweon recordaba con lujo de detalle cómo transcurrió todo ese día. La comida, el cantar el mítico “cumpleaños feliz”, la tarta, los regalos y luego su primo en compañía de su pareja yéndose con sus amigos a celebrar una fiesta ellos solos, en privado y lejos de las miradas juzgadoras de los adultos; el resto de la familia se quedarían en la casa poniéndose al día tras meses sin verse, y ella al margen, ignorando todo porque ese día, desde que puso un pie en la casa, una sensación como de fiebre se apoderó de ella.
Fue por esa sensación de fiebre, de encontrarse mal, la que provocó que la joven se fuera a descansar antes incluso que cualquier otro miembro de su familia. Había confiado que tras una buena noche de descanso, ese molesto dolor de cabeza desaparecería, que la sensación de fuego en sus venas y el ardor persistente en su cuerpo se habría esfumado por la mañana. Inconsciente del tiempo que transcurrió entrando y saliendo de esa bruma de sueño inducida por la fiebre, lo que supuso que era sueño, se abrazó con más fuerza a la almohada, revolviendo y enredándose con las sábanas conforme un ruido lejano llegaba hasta ella. Ruido. El cabecero de una cama chocando contra una pared. Dos personas manteniendo relaciones sexuales. El calor en su cuerpo aumentó. Sus ojos se abrieron de golpe aún cuando su mente y su cuerpo seguían dormidos. En su estado inconsciente, se levantó de la cama, avanzó por el cuarto abrió la puerta de este y salió al pasillo. Como en trance, sus pies le dirigieron hacia el cuarto al final del pasillo, la habitación de su primo. Se detuvo ante la puerta, sintiendo cómo el calor de su cuerpo no sólo aumentó sino que pareció salir de éste extendiéndose por todo el pasillo. Los ruidos en el cuarto aumentaron. Todo su cuerpo pareció temblar conforme los sonidos se fueron intensificando. El sudor goteaba por su frente. El ruido aumentó hasta que sólo eran gritos. Y al final… nada. El silencio envolvió el pasillo mientras que la joven caía inconsciente, desplomada ante la puerta del dormitorio que ocultaba los cuerpos sin vida de su primo y la pareja de este.
Al tiempo que la Hyweon de quince años cayó inconsciente e su pesadilla, la de veintiséis despertó sobresaltada, con su corazón acelerado, envuelta en sudor frío y con su erizo, hecho bola, clavado con fuerza en su brazo. Precisamente fue su erizo quién logró despertarla, de una forma poco ortodoxa, al clavarle sus púas con fuerza. Despierta, e ignorando el dolor provocado por el sutil ataque, se levantó de su cama y dirigiéndose a la cocina de dispuso a prepararse un café, sabiendo que por esa noche ya había dormido todas las horas que iba a dormir.