Datos

 

❑┆ Nombre: Vincent Lockhart 
❑┆ Edad: 33
❑┆ Fc: James Roday
❑┆ Especie: Cetra
❑┆ Cumpleaños: 7 de julio

  

  


Personalidad

  

Por regla general Vincent es alguien sarcástico, aunque divertido, puede adoptar una postura juguetona con facilidad. Le encanta bromear, todo el tiempo. Es una persona bastante indulgente, incluso mostrando compasión a personas que no merecen tal gesto. Es una persona independiente, extrovertida y amable con una profunda sintonía con la naturaleza. Aun así, muestra sensibilidad, con bastante apego.  

 

Siempre intenta mantener una actitud positiva y esperanzadora ante la tristeza y el peligro, intentando ver siempre el bien en las personas, aunque no es incapaz de distinguir la maldad en otros, así como tampoco es incapaz de albergar animadversión para con quien le daña. Es extremadamente terco, una vez se le mete algo en la cabeza es imposible hacerle cambiar de parecer. 
 

Habilidades

 

Vincent puede usar magia, como cualquier hechicero, y hacer pociones o lanzar hechizos, aunque no son su punto fuerte, en realidad. Esto es debido a su naturaleza de cetra, que le otorga una conexión con la vida como tal, el ciclo de la vida, muerte y reencarnación de las almas. La magia a la que esta conexión le da acceso es, en mayor medida, defensiva, lo que muchos compararían con magia blanca: capacidad para sanar tanto heridas físicas como enfermedades; capacidad de crear protecciones o incluso bendiciones. 

Su magia es lo que antiguamente se conocía como magia sagrada, pues se cree que los cetra son descendientes de Mwynn. También ha demostrado una capacidad sensitiva aumentada, puede sentir cosas que a la mayoría les pasan desapercibidas, sobre todo a un nivel espiritual, hasta el punto de, en algunas ocasiones, saber cosas que no debería, por no tener acceso a dicha información.

 


Backstory

 

¿Alguna vez te han dicho que eres especial? Puede ser por muchas razones: por alguna habilidad que se tenga; o por algún rasgo de tu personalidad, pudiendo ser un halago o un insulto, un eufemismo. En el caso de Vincent siempre ha sido lo último. Al final los seres sobrenaturales y los humanos no son tan distintos, pues al encontrarse a alguien que es diferente, que se sale de lo establecido, aplican la misma discriminación que hacen los simples humanos. Vincent siempre había sido diferente, no era un brujo común y corriente y se notaba desde que era bien pequeño, a causa de aquella sensibilidad especial que poseía, algo que su madre, Luna, le incentivaba a desarrollar, para desgracia de Robert, su padre. 

 

Todo fue a peor cuando Luna murió. Vincent apenas tenía 7 años cuando sucedió. Fue repentino, una enfermedad que surgió de la nada y se la llevó en cuestión de un par de meses. Robert quedó devastado y Vincent, aunque su padre estaba ahí para él, se sentía completamente solo. La única persona que lo entendía realmente, que no lo miraba como si estuviese loco o le pasase algo, ya no estaba. Así pues, el niño se refugió en el recuerdo de su madre, dado que aún sentía su presencia de alguna forma, incluso le hablaba cuando sabía, o creía, que nadie lo veía, hasta el punto de llegar a tener conversaciones con la mujer, al menos los primeros años. Ya entrada la adolescencia, intentando encajar, intentando no ser el marginado, poco a poco fue dejando esta practica, hasta olvidarla por completo, ya apenas recordaba haber interactuado con Luna tras su muerte, pensando que había sido un mecanismo para superar el duelo y no algo real. Poco a poco, también, la relación con su padre fue distanciándose. La realidad era que Vincent le recordaba mucho a su mujer y estaba convencido de que iba a cometer los mismos errores que ella.

Cuando tenía alrededor de veinte años Vincent conoció al que fue la primera persona, aparte de su madre, que no lo miraba como un chico raro. Un hombre lobo llamado Jaime que lo miraba con completa admiración. No fue de extrañar que pronto comenzasen a salir juntos. Tras un año de relación acabaron casándose, tanto por lo civil como por el rito tradicional de la manada. Eran la pareja perfecta, tomando la comunicación como la primera y más importante regla de su relación. Cualquiera que los conocía podía sentir el amor que se profesaban. 

 

Así fue como Vincent acabó siendo aceptado por una de las facciones de la ciudad. Sin embargo, las facciones restantes no estaban tan por la labor. Los vampiros sabían que era poderoso, por lo que siempre lo miraban con recelo. Las brujas, por otro lado, no lo consideraban uno de ellos, sabiendo que el chico tenía algo especial que ellas no lograban entender, pero iban a descubrirlo. Apenas unos años después de casarse, Jaime llegó a casa, encontrándose esta vacía. Vincent ya debería haber llegado y, sin embargo, no había rastro de él. Los vecinos tampoco lo habían visto llegar. Aunque Jaime intentaba seguir el rastro de su marido, acababa perdiéndolo, incapaz de seguirlo por más de unos minutos.  

La realidad era que las brujas lo habían secuestrado, como no podía ser de otra forma, decididas a averiguar qué era lo que hacía tan especial a Vincent. En un primer momento se trataba de un simple interrogatorio, por supuesto con hechizos y pociones de la verdad de por medio, pero de aquello no sacaron nada, pues en realidad el propio Vincent no sabía qué lo hacía diferente, tampoco es que le importase, nunca le había importado demasiado no encajar, más allá de la preocupación de la etapa de adolescente, aunque eso era algo de lo más normal en cualquier chaval de la edad. Tras aquel suceso, comenzó a importarle de nuevo. Optaron por un hechizo de apertura, un conjuro invasivo para revelar los secretos de su objetivo, pero tenía un precio bastante alto. No se habían realizado muchos a lo largo de la historia, pues la bruja que lo lanzaba se enfrentaba a la pérdida temporal o permanente de su magia, en el mejor de los casos, o la muerte, en el peor; mientras que la persona a estudiar se enfrentaba a una agonía, pura tortura. Y no se trataba de un proceso rápido, que dejaba cicatrices a su paso y que, generalmente, también acababa en la muerte. Un precio alto, pero que pagarían sin remordimiento alguno.  

Llevaba unos cuantos días en aquel cementerio, encontrando descanso a su tortura solo por la noche, mientras las brujas descansaban, temiendo el momento en el que llegase la mañana y el proceso comenzara de nuevo. Pero llegó un amanecer en el que no lo despertó el dolor agudo al que estaba acostumbrado, aunque era imposible realmente acostumbrarse a algo así. En su lugar abrió los ojos, todo lo que pudo dada la agonía, por sí solo, encontrándose con las brujas a su cargo muertas en el suelo y él, en vez de estar encadenado al techo, estaba también en dicho suelo. Pudo ver la silueta de un hombre, alto como una torre, que lo observaba y, al comprobar que estaba vivo y consciente, se marchó sin mediar palabra. Poco tiempo después lo encontró Jaime y lo llevó a casa.

Le habían quedado cicatrices, tanto físicas como psicológicas —cicatrices de las que no le gusta hablar ni hoy en día—, y estaba bastante débil, desnutrido, sobre todo. Los primeros días los pasó en cama, perdiendo y recuperando la consciencia cada dos por tres, aunque estando lúcido apenas unos minutos al día. Al cuarto día por fin pudo articular palabra, aunque no moverse. Jaime no se apartaba de su lado, más que para lo justo, hasta que el hombre pudo salir de la cama un par de semanas después. Aun así, seguía en reposo, no recuperado del todo, pero al menos podía moverse ya por la casa, teniendo que sentarse cada pocos metros para recuperar el aliento. 

 

Dejar la casa era, todavía, una misión imposible, pero Jaime sí debía hacerlo así que, para que no se sintiera solo acabó trayendo a casa a un cachorro de mastín negro al que Vincent llamó, como no podía ser de otra forma, Lassie, la que se convirtió en su más fiel y leal amiga. Se consiguió recuperar del todo físicamente poco tiempo después de eso, pero mentalmente era otra historia muy distinta.

Tenía miedo de salir a la calle, de que volvieran a raptarlo, de volver a pasar por todo aquello; tenía miedo de hablar con nadie que no fuera Jaime u otro miembro de la manada; pesadillas a diario; no comía demasiado, ni siquiera piña... Había caído en una profunda depresión que le estaba quitando las ganas de vivir. Por suerte tenía a su marido tomándolo de la mano y tirando de él para evitar que siguiera cayendo en el pozo. Tomó tiempo, mucho tiempo, pero poco a poco el hombre volvía a su estado normal de jovialidad y positivismo. Las sonrisas eran cada vez más amplias, las bromas, chistes y referencias cada vez más constantes. Poco a poco superó lo sucedido y, una vez conseguido, no volvió a mencionar el tema. Tampoco nunca mencionó al hombre que lo había salvado, porque sabía con todo su ser que así había ocurrido, alguien lo había encontrado, había matado a las brujas, lo había liberado y había conducido a Jaime hasta allí, probablemente sin saber que lo estaba conduciendo. Lamentablemente, no era la última desgracia a la que se enfrentaría.  

Habían pasado unos cuantos años desde lo sucedido cuando se dio cuenta de que Jaime había comenzado a actuar de manera extraña. No solo eso, también había roto su primera regla, la comunicación. No le contaba lo que estaba pasando, por mucho que Vincent le preguntara, a pesar de que sabía que algo iba mal con el lobo. Pero este se había encerrado en sí mismo y evadía sus preguntas o cambiaba de tema. Sí, seguía siendo la persona cariñosa y atenta de la que se había enamorado, y seguía mirándolo con aquella admiración del principio, pero al mismo tiempo parecía un hombre vacío, un cascarón de la persona que había sido. La situación perduró durante unos meses en los que la preocupación del más joven no hacía más que aumentar, hasta que culminó en el suicidio del propio lobo. Por suerte o por desgracia no fue Vincent quién se lo encontró, sino su cuñada, que no tardó en llamarlo para informarle.  

 

La manada se volcó con él, brindándole todo su apoyo en el que era, sin duda, el peor momento de su vida. Su cuñada y sus sobrinos no lo dejaban solos, casi obligándole a irse a vivir con ellos, temerosos de que siguiera los pasos de Jaime, habiendo visto el estado en el que había quedado tras el incidente con las brujas, temiendo que volviese a ese oscuro lugar. Sin embargo, la respuesta de Vincent fue la ira, el odio hacía Jaime, que lo había abandonado, o así lo creía. No le duró mucho, pues el amor que le profesaba, aun no estando ya, era mayor que su ira. El apoyo de los niños fue clave en su duelo y, tras apenas un año, pudo volver a casa. Nunca supo qué le había pasado a su marido, qué lo había empujado a tal drástica decisión, pero conforme pasaba el tiempo dejaba de pensarlo. Simplemente ya no estaba y prefería recordar los buenos tiempos que no aquellos oscuros meses. Encontró un trabajo nuevo como orientador en el instituto de sus sobrinos y pasaba gran parte de su tiempo libre con la manada, que lo seguían considerando parte de ella. Todo parecía volver a la normalidad. 

Hasta que uno de los lobos lo llamó un día, diciéndole que había encontrado en mitad de El Pantano algo que quizá le interesaba. Cuando lo llevó al lugar Vincent se vio frente a un antiguo templo abandonado, aunque no muy deteriorado, dedicado a la diosa Mwynn, diosa de la vida, la harmonía y la luz. No sabía bien por qué, pero en el momento en el que puso un pie dentro de aquel santuario se sintió como en casa. A raíz de aquel día iba bastante a menudo, llevando siempre un ramo de lirios blancos que dejaba junto al altar a la diosa, donde aprovechaba para hablar con su madre y su marido. 

A pesar de todas las tragedias y el dolor, Vincent nunca perdió la sonrisa y se había propuesto ayudar a que todo el mundo sonriera también. 


Miscelánea

 

Al principio no había nada y entonces hubo magia; de la magia vino todo. Se cree que lo primero que vino de ella fueron dos huevos, de los que nacieron dos dragones. Uno dorado, amo de los elementos; el otro plateado, maestra del espacio-tiempo. Ellos fueron los arquitectos del universo. Sin embargo, no fueron las únicas criaturas que vinieron de la misma magia, en el principio, pues pronto fueron seguidos por dos diosas primigenias, las primeras deidades, las gemelas Etro y Mwynn. Aun siendo idénticas, eran polos opuestos. Etro era oscuridad, caos, las pesadillas y la muerte; mientras que su hermana Mwynn era luz, orden, armonía y la vida. Junto a ellas nació el equilibrio del universo y el ciclo de vida, muerte y reencarnación. Pero las primeras formas de vida que vinieron tras ellas no fueron fruto de dicho ciclo, sino creaciones realizadas por ellas mismas. Dos bestias sagradas, destinadas a proteger y guiar a aquellos destinados a grandezas, cada una con un fragmento del poder de su diosa correspondiente. Así, Mwynn creó un león de dorado pelaje, con alas de plumas blancas, Keroberos; mientras que Etro creó una pantera de oscuro pelaje y plumas azuladas, Spinelsun. Poco a poco, tras ellos, fueron naciendo el resto de formas de vida. Sin embargo, cuentan algunas leyendas, que algunas criaturas tienen un vínculo más directo con las diosas que otras.  

Se cree que de Etro vinieron tres mujeres, capaces de blandir la magia misma a voluntad. Abigael Archer, una mujer capaz de manipular el propio caos a su antojo; Diana Bishop, con la habilidad de usar los nudos del universo para tejer hechizos; y Freyja Crain, una poderosa bruja capaz de manipular el propio flujo de la magia en sí. Las tres brujas originales, las que lo empezaron todo.  

De Mwynn nacieron los cetra, una raza de individuos con una profunda conexión a la vida y el ciclo de la misma, personas con poderes similares a los de la propia diosa, aunque palideciendo en poder a su lado, claramente. Sin embargo, a lo largo de la historia se les ha conocido por ser capaces de obrar verdaderos milagros de dimensiones épicas. No obstante, poco se sabe de ellos actualmente. Se creen extintos, pues siglos atrás fueron masacrados por una fuerza desconocida. Cuando los primeros cetra comenzaron a caer, Mwynn no dudó en tomar cartas en el asunto. Tomó a un hombre de corazón puro que la veneraba y que había rezado ante ella para pedir protección para los propios cetra y le otorgó una fracción de su poder, convirtiéndolo en su primer y único emanador, una criatura –en origen humana- bendecida por ella misma para ayudarla en su gran designio. Al igual que Keroberos, su misión era la protección. Pero ni siquiera él fue capaz de prevenir la destrucción de aquella sagrada raza, o eso se creía. La realidad era que una única cetra sobrevivió, ocultándose, sin revelar a nadie quién era ni de dónde venía. Siglos después nació un niño descendiente de esta mujer, un niño llamado Vincent Lockhart, quien se convirtió en el último cetra con vida tras la muerte de su madre.  

Nadie, salvo el emanador de Mwynn, conoce la verdadera naturaleza de Vincent, ni siquiera él mismo, así como tampoco sabe la responsabilidad que recae sobre sus hombros. Pero si él lo sabe pronto aquella fuerza que exterminó a los cetra encontrará a Vincent y la batalla resultante puede cambiar por completo el destino del mundo.