• Género Femenino
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    Categoría Fantasía
    Las llamas lamían los tejados de Elarion como lenguas hambrientas, el cielo normalmente claro como agua de manantial, se había tornado en un techo de humo espeso y rojizo, Juliette corría…corría con los pies descalzos, dejando un rastro de tierra, sudor y sangre, entre las raíces que crujían bajo el peso del caos. El bosque gemía, vivo en su agonía, y cada árbol que se partía le dolía como si le desgarraran la piel.

    Las casas de su pueblo, construidas con savia y barro, se deshacían entre llamaradas de fuego, una a una... Los cuerpos, caídos entre lirios marchitos, se convertían en parte del paisaje. Ella los esquivaba con un nudo en la garganta, con la desesperación vibrando en su pecho.

    El corazón le martillaba las costillas cuando tropezó, cayendo de rodillas sobre un lecho de hojas ya quemadas, la magia de la tierra aún respondía, aunque débil, tratando de protegerla. Pero estaba cansada…Demasiado rota para sostenerse.

    Y entonces lo sintió…Una sombra más densa que el humo. Un frío que no venía del fuego, sino de algo más antiguo, más callado, más profundo. Se alzó con dificultad, con la respiración entrecortada, y lo vio.

    Emergiendo del bosque como si fuera parte de él. Alto, elegante, mortal…Su silueta parecía beber la luz, consumir el aire mismo. Y aun así, no hubo miedo inmediato en Juliette. Solo una extraña pausa en el tiempo, como si la tierra se contuviera… y ella también.

    Y entonces una mano la atrapó por detrás, su cuerpo se arqueó como si la hubiera tocado un rayo. Luchó, usó lo que quedaba de su fuerza para revolverse, para zafarse, pero eran más…Otro brazo la sujetó por la cintura, su cuerpo fue arrastrado hacia el centro del claro, el corazón de su bosque convertido en prisión.

    No podía dejar de mirar, a los suyos, a su tierra, a lo que quedaba…Tres, cuatro… tal vez más de los suyos estaban ya allí, maniatados, con el rostro sucio de hollín y miedo.

    Algunos sangraban..uno de ellos, un anciano que solía enseñarle el lenguaje de los pájaros, yacía boca abajo, inmóvil, ella apretó los puños, quiso correr hacia ellos, quiso gritar su nombre.. pero se sentia entumecida.
    Las llamas lamían los tejados de Elarion como lenguas hambrientas, el cielo normalmente claro como agua de manantial, se había tornado en un techo de humo espeso y rojizo, Juliette corría…corría con los pies descalzos, dejando un rastro de tierra, sudor y sangre, entre las raíces que crujían bajo el peso del caos. El bosque gemía, vivo en su agonía, y cada árbol que se partía le dolía como si le desgarraran la piel. Las casas de su pueblo, construidas con savia y barro, se deshacían entre llamaradas de fuego, una a una... Los cuerpos, caídos entre lirios marchitos, se convertían en parte del paisaje. Ella los esquivaba con un nudo en la garganta, con la desesperación vibrando en su pecho. El corazón le martillaba las costillas cuando tropezó, cayendo de rodillas sobre un lecho de hojas ya quemadas, la magia de la tierra aún respondía, aunque débil, tratando de protegerla. Pero estaba cansada…Demasiado rota para sostenerse. Y entonces lo sintió…Una sombra más densa que el humo. Un frío que no venía del fuego, sino de algo más antiguo, más callado, más profundo. Se alzó con dificultad, con la respiración entrecortada, y lo vio. Emergiendo del bosque como si fuera parte de él. Alto, elegante, mortal…Su silueta parecía beber la luz, consumir el aire mismo. Y aun así, no hubo miedo inmediato en Juliette. Solo una extraña pausa en el tiempo, como si la tierra se contuviera… y ella también. Y entonces una mano la atrapó por detrás, su cuerpo se arqueó como si la hubiera tocado un rayo. Luchó, usó lo que quedaba de su fuerza para revolverse, para zafarse, pero eran más…Otro brazo la sujetó por la cintura, su cuerpo fue arrastrado hacia el centro del claro, el corazón de su bosque convertido en prisión. No podía dejar de mirar, a los suyos, a su tierra, a lo que quedaba…Tres, cuatro… tal vez más de los suyos estaban ya allí, maniatados, con el rostro sucio de hollín y miedo. Algunos sangraban..uno de ellos, un anciano que solía enseñarle el lenguaje de los pájaros, yacía boca abajo, inmóvil, ella apretó los puños, quiso correr hacia ellos, quiso gritar su nombre.. pero se sentia entumecida.
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