[ 𝐕𝐨𝐲 𝐚 𝐝𝐢𝐬𝐩𝐚𝐫𝐚𝐫𝐦𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐳𝐚 𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐩𝐚𝐬𝐨.]
La oficina estaba inundada en humo de cigarro. La poca luz que entraba era la de la ventana. Su mirada vagaba por el techo mientras trataba de evitar sobreestresarse y frustrarse más de lo que ya estaba.
El trabajo se había acumulado más de lo que había esperado, debido a un asunto con el que estaba lidiando: un gatito algo rabioso.
Llevó su mano a la sien, acariciándola suavemente para relajarse un poco. La cantidad de hojas sobre su escritorio no hacía más que volverlo loco.
Tal vez era un buen momento para morir. Ojalá.
Aunque había varios asuntos que atender, se las había arreglado para que nada explotara o se incendiara. Trató de localizar a la pelirroja, pero ya estaba más que claro que había huido hacia otro país por temas que desconocía.
Otro asunto más que agregar.
Ryan miró nuevamente los papeles frente a él, frustrado y cansado. Dormir estaba sobrevalorado, pero juraba que se iba a desmayar en cualquier momento.
Fue entonces cuando escuchó un maullido. Su mirada ambarina cayó sobre la puerta de la oficina. Era la gata de Rubí, Hanna.
La pequeña felina no dudó en caminar hacia él, maullando hasta subirse a sus piernas. El ronroneo no se hizo esperar, algo que confundió al rubio.
¿Ella estaba aquí?
—¿Rubí te dejó aquí, pequeña? —
No recibió respuesta, más que otro ronroneo mientras la gata se sobaba contra su pecho.
Ryan dejó el cigarro en el cenicero, aplastándolo contra el fondo. Acarició cuidadosamente su lomo mientras se recostaba en la silla. Ahora sí que estaba confundido. Se sabía que la pelirroja amaba demasiado a esa gata. ¿Por qué la habría dejado?
—Bueno, al menos podré darle a Vanya un trabajo... —
Algo con lo que su mejor amiga pudiera distraerse. Era lo mínimo que podía hacer después de haber desaparecido de la nada.
La gata se puso más melosa, como si le hubiera gustado la idea. Esto solo hizo sonreír al rubio, quien no dudó en acariciar su cabeza y orejas, mientras tomaba un papel para darle una hojeada.
Era el informe sobre el estado de salud de Kiev.
Aunque parecía mejorar, de un momento a otro llegaba a decaer de forma terrible. Casi le arranca un ojo una vez. Y solo recordar la forma en que lo habían encontrado, en aquel lugar donde lo habían tenido retenido, provocaba una fuerte tensión en él. No, no quería recordar de forma tan gráfica eso.
—Merde... A este paso voy a perder la cabeza.
Sus pensamientos fueron interrumpidos de inmediato por el sonido de la puerta. Algo que realmente le molestó; había ordenado a Marcos que no lo molestaran. Sin embargo, ni siquiera esperaron su respuesta y entraron.
—Te dije que no quería a nadie aquí —dijo con voz grave, ya molesto.
Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, alguien más había entrado detrás de él. Su expresión sería paso de la sorpresa a finalmente una sonrisa.
—Jajaja, maldita sea. Pensé que tendría que llamar a alguna mujer para que te diera tu besito mágico, Kiev.
La sombría presencia de su amigo destacó por completo aún cuando habían varios de sus hombres detrás del marco de la puerta.
Sus días de sufrimiento habían acabado.
[ 𝐕𝐨𝐲 𝐚 𝐝𝐢𝐬𝐩𝐚𝐫𝐚𝐫𝐦𝐞 𝐥𝐚 𝐜𝐚𝐛𝐞𝐳𝐚 𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐩𝐚𝐬𝐨.]
La oficina estaba inundada en humo de cigarro. La poca luz que entraba era la de la ventana. Su mirada vagaba por el techo mientras trataba de evitar sobreestresarse y frustrarse más de lo que ya estaba.
El trabajo se había acumulado más de lo que había esperado, debido a un asunto con el que estaba lidiando: un gatito algo rabioso.
Llevó su mano a la sien, acariciándola suavemente para relajarse un poco. La cantidad de hojas sobre su escritorio no hacía más que volverlo loco.
Tal vez era un buen momento para morir. Ojalá.
Aunque había varios asuntos que atender, se las había arreglado para que nada explotara o se incendiara. Trató de localizar a la pelirroja, pero ya estaba más que claro que había huido hacia otro país por temas que desconocía.
Otro asunto más que agregar.
Ryan miró nuevamente los papeles frente a él, frustrado y cansado. Dormir estaba sobrevalorado, pero juraba que se iba a desmayar en cualquier momento.
Fue entonces cuando escuchó un maullido. Su mirada ambarina cayó sobre la puerta de la oficina. Era la gata de Rubí, Hanna.
La pequeña felina no dudó en caminar hacia él, maullando hasta subirse a sus piernas. El ronroneo no se hizo esperar, algo que confundió al rubio.
¿Ella estaba aquí?
—¿Rubí te dejó aquí, pequeña? —
No recibió respuesta, más que otro ronroneo mientras la gata se sobaba contra su pecho.
Ryan dejó el cigarro en el cenicero, aplastándolo contra el fondo. Acarició cuidadosamente su lomo mientras se recostaba en la silla. Ahora sí que estaba confundido. Se sabía que la pelirroja amaba demasiado a esa gata. ¿Por qué la habría dejado?
—Bueno, al menos podré darle a Vanya un trabajo... —
Algo con lo que su mejor amiga pudiera distraerse. Era lo mínimo que podía hacer después de haber desaparecido de la nada.
La gata se puso más melosa, como si le hubiera gustado la idea. Esto solo hizo sonreír al rubio, quien no dudó en acariciar su cabeza y orejas, mientras tomaba un papel para darle una hojeada.
Era el informe sobre el estado de salud de Kiev.
Aunque parecía mejorar, de un momento a otro llegaba a decaer de forma terrible. Casi le arranca un ojo una vez. Y solo recordar la forma en que lo habían encontrado, en aquel lugar donde lo habían tenido retenido, provocaba una fuerte tensión en él. No, no quería recordar de forma tan gráfica eso.
—Merde... A este paso voy a perder la cabeza.
Sus pensamientos fueron interrumpidos de inmediato por el sonido de la puerta. Algo que realmente le molestó; había ordenado a Marcos que no lo molestaran. Sin embargo, ni siquiera esperaron su respuesta y entraron.
—Te dije que no quería a nadie aquí —dijo con voz grave, ya molesto.
Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, alguien más había entrado detrás de él. Su expresión sería paso de la sorpresa a finalmente una sonrisa.
—Jajaja, maldita sea. Pensé que tendría que llamar a alguna mujer para que te diera tu besito mágico, Kiev.
La sombría presencia de su amigo destacó por completo aún cuando habían varios de sus hombres detrás del marco de la puerta.
Sus días de sufrimiento habían acabado.
