°•°•||Another Dumb||•°•°
—Obra de arte... Tocarte...
Verdes los ojos que se posan en las teclas, esos que dan forma a una mirada distante y flotante. El chico observa el peculiar instrumento que reposa sobre sus blanquecinas manos, mismas que parecen fundirse ante la pintura blanca del objeto; una keytar, aquello que Kafka mira con tanto interés y con el que llevaba rato intentando componer una melodía que pudiera mezclarse con las frases que se le ocurrían.
El parque parecía tan calmado, con tan solo el silbido del viento y los susurros que robaba de los árboles. No había mucha gente, cosa que era perfecta para Kafka y su pequeño hobby: Los poemas.
Sus labios se mueven constantemente, dejando escapar murmullos que arrastra la brisa, mientras que sus dedos intentan bailar sobre el teclado, pero tropiezan estrepitosamente al no poder formular un sonido convincente para Kafka.
—Hermosa obra de arte. Vale la pena mirarte, aunque el precio sea nunca poder tocarte...
Una mueca de disgusto. En eso fue lo que se convirtieron los labios torcidos del chico, ya que ninguno de sus intentos había logrado cumplir con sus expectativas.
—Quien diría que improvisar escribiendo e improvisar tocando son dos cosas distintas.
Verdes los ojos que se posan en las teclas, esos que dan forma a una mirada distante y flotante. El chico observa el peculiar instrumento que reposa sobre sus blanquecinas manos, mismas que parecen fundirse ante la pintura blanca del objeto; una keytar, aquello que Kafka mira con tanto interés y con el que llevaba rato intentando componer una melodía que pudiera mezclarse con las frases que se le ocurrían.
El parque parecía tan calmado, con tan solo el silbido del viento y los susurros que robaba de los árboles. No había mucha gente, cosa que era perfecta para Kafka y su pequeño hobby: Los poemas.
Sus labios se mueven constantemente, dejando escapar murmullos que arrastra la brisa, mientras que sus dedos intentan bailar sobre el teclado, pero tropiezan estrepitosamente al no poder formular un sonido convincente para Kafka.
—Hermosa obra de arte. Vale la pena mirarte, aunque el precio sea nunca poder tocarte...
Una mueca de disgusto. En eso fue lo que se convirtieron los labios torcidos del chico, ya que ninguno de sus intentos había logrado cumplir con sus expectativas.
—Quien diría que improvisar escribiendo e improvisar tocando son dos cosas distintas.
—Obra de arte... Tocarte...
Verdes los ojos que se posan en las teclas, esos que dan forma a una mirada distante y flotante. El chico observa el peculiar instrumento que reposa sobre sus blanquecinas manos, mismas que parecen fundirse ante la pintura blanca del objeto; una keytar, aquello que Kafka mira con tanto interés y con el que llevaba rato intentando componer una melodía que pudiera mezclarse con las frases que se le ocurrían.
El parque parecía tan calmado, con tan solo el silbido del viento y los susurros que robaba de los árboles. No había mucha gente, cosa que era perfecta para Kafka y su pequeño hobby: Los poemas.
Sus labios se mueven constantemente, dejando escapar murmullos que arrastra la brisa, mientras que sus dedos intentan bailar sobre el teclado, pero tropiezan estrepitosamente al no poder formular un sonido convincente para Kafka.
—Hermosa obra de arte. Vale la pena mirarte, aunque el precio sea nunca poder tocarte...
Una mueca de disgusto. En eso fue lo que se convirtieron los labios torcidos del chico, ya que ninguno de sus intentos había logrado cumplir con sus expectativas.
—Quien diría que improvisar escribiendo e improvisar tocando son dos cosas distintas.
Tipo
Grupal
Líneas
10
Estado
Disponible