• La noche en Seúl estaba bañada en un silencio pesado, interrumpido solo por el murmullo distante del tráfico y el resplandor neón que se filtraba tímidamente a través de los ventanales. En lo alto de un penthouse cuya vista dominaba la ciudad, Lián Xuefeng dormía. O al menos lo intentaba. Su cuerpo descansaba en sábanas de seda negra, pero su mente se debatía en los pasillos de un pasado que no había muerto con los siglos.

    Primero vinieron las llamas. El sueño lo arrastró al palacio ardiente, a los corredores de jade convertidos en ruinas. El humo se alzaba como demonios danzantes, y entre ellos, el rostro de ella: la sacerdotisa de mirada serena que había jurado protegerlo. Sus labios se movían, pero las palabras nunca llegaban; solo un grito ahogado antes de ser engullida por las llamas. Lián extendía la mano, pero sus dedos rozaban solo el vacío, una ausencia que ardía más que el fuego mismo.

    Luego, el hierro. El altar frío, la traición de su hermano menor clavada más hondo que las cuchillas. Sentía aún el ardor metálico en su pecho, el desgarrar de su carne, la sangre que manaba como un río oscuro. Los cánticos de los traidores lo rodeaban, celebrando su caída. Y en ese instante, justo antes de morir, el rugido interior: no humano, no terrenal. Algo dentro de él se alzó con furia, reclamando eternidad. El eco de aquel despertar aún lo perseguía.

    Lián jadeó, abriendo los ojos de golpe. La habitación estaba intacta: los ventanales de cristal, el mobiliario minimalista, la calma aséptica del presente. Y sin embargo, él seguía encadenado a la imagen de la sacerdotisa muriendo entre llamas. Su pecho subía y bajaba con violencia, como si aún llevara dentro el filo de aquellas cuchillas.

    Se incorporó lentamente, dejando que la seda resbalara por su piel pálida. Una mano fue a su rostro, cubriéndose los ojos como si pudiera borrar el recuerdo. Pero no había escapatoria. No había amanecer que pudiera disipar esa pesadilla, porque no era un sueño: era memoria.

    Caminó hasta el ventanal, observando la ciudad que brillaba como un mar de estrellas caídas. Seúl, vibrante, viva, indiferente a su tragedia. Sus dedos rozaron el cristal, fríos como el mármol, y en su mente un pensamiento lo atravesó con fuerza:
    "¿Cuántos siglos más debo cargar con este peso? ¿Soy un hombre, un monstruo, o algo que ni siquiera los dioses quisieron nombrar?"

    Un dejo de melancolía se mezcló en su mirada oscura, pero también una chispa de ira latente, de deseo de recuperar lo perdido o destruir lo que se interpusiera. La ciudad no lo sabía, pero bajo su calma nocturna caminaba un emperador olvidado, marcado por el fuego y condenado a nunca despertar del todo de sus propias pesadillas.
    La noche en Seúl estaba bañada en un silencio pesado, interrumpido solo por el murmullo distante del tráfico y el resplandor neón que se filtraba tímidamente a través de los ventanales. En lo alto de un penthouse cuya vista dominaba la ciudad, Lián Xuefeng dormía. O al menos lo intentaba. Su cuerpo descansaba en sábanas de seda negra, pero su mente se debatía en los pasillos de un pasado que no había muerto con los siglos. Primero vinieron las llamas. El sueño lo arrastró al palacio ardiente, a los corredores de jade convertidos en ruinas. El humo se alzaba como demonios danzantes, y entre ellos, el rostro de ella: la sacerdotisa de mirada serena que había jurado protegerlo. Sus labios se movían, pero las palabras nunca llegaban; solo un grito ahogado antes de ser engullida por las llamas. Lián extendía la mano, pero sus dedos rozaban solo el vacío, una ausencia que ardía más que el fuego mismo. Luego, el hierro. El altar frío, la traición de su hermano menor clavada más hondo que las cuchillas. Sentía aún el ardor metálico en su pecho, el desgarrar de su carne, la sangre que manaba como un río oscuro. Los cánticos de los traidores lo rodeaban, celebrando su caída. Y en ese instante, justo antes de morir, el rugido interior: no humano, no terrenal. Algo dentro de él se alzó con furia, reclamando eternidad. El eco de aquel despertar aún lo perseguía. Lián jadeó, abriendo los ojos de golpe. La habitación estaba intacta: los ventanales de cristal, el mobiliario minimalista, la calma aséptica del presente. Y sin embargo, él seguía encadenado a la imagen de la sacerdotisa muriendo entre llamas. Su pecho subía y bajaba con violencia, como si aún llevara dentro el filo de aquellas cuchillas. Se incorporó lentamente, dejando que la seda resbalara por su piel pálida. Una mano fue a su rostro, cubriéndose los ojos como si pudiera borrar el recuerdo. Pero no había escapatoria. No había amanecer que pudiera disipar esa pesadilla, porque no era un sueño: era memoria. Caminó hasta el ventanal, observando la ciudad que brillaba como un mar de estrellas caídas. Seúl, vibrante, viva, indiferente a su tragedia. Sus dedos rozaron el cristal, fríos como el mármol, y en su mente un pensamiento lo atravesó con fuerza: "¿Cuántos siglos más debo cargar con este peso? ¿Soy un hombre, un monstruo, o algo que ni siquiera los dioses quisieron nombrar?" Un dejo de melancolía se mezcló en su mirada oscura, pero también una chispa de ira latente, de deseo de recuperar lo perdido o destruir lo que se interpusiera. La ciudad no lo sabía, pero bajo su calma nocturna caminaba un emperador olvidado, marcado por el fuego y condenado a nunca despertar del todo de sus propias pesadillas.
    Me encocora
    Me gusta
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • Primera cadena:Brazo izquierdo
    Fandom OC
    Categoría Acción
    Rol con el papucho de: 焚 𝚈𝚊𝚔𝚎𝚗 𝚂𝚊𝚖𝚞𝚒𝚗𝚎𝚝𝚜𝚞 寒い ㊄

    Al pasar el portal llegan a un bosque en el universo de Zack; el bosque parecía normal pero apenas llegar Zack podía sentir la presencia de varios demonios.

    “— Bien, te explico; la misión que me dejaron es liberar y matar a un dios, antiguamente conocido como el “dios de la creación”, se dice que él creo todo mi universo aun que los escritores dicen que ellos no lo creen; hace siglos el se volvió loco y empezó a usar su poder para joder el mundo que supuestamente él había creado, por lo tanto los escritores que en esos tiempos eran conocidos como “las 8 lagrimas de la oscuridad” lo encerraron en un recóndito lugar de la dimensión blanca y lo encadenaron con 5 cadenas, 2 para los brazos, 2 para las piernas y 1 para la cabeza, cada cadena está vinculada a una puerta, y nosotros tenemos que romper las 5 cadenas para liberarlo ya que dicen que antes no pudieron matarlo, pero ahora están seguros de que pueden y quieren terminar el trabajo.”

    *- Diría para porfin empezar a caminar mientras miraba el libro en el cual estaba el mapa para encontrar la primera puerta. -*

    “— Dicen que solo recuerdan la ubicación de la primera puerta y no puedo teletransportarme directamente ahí porque su magia antigua altera la mía… Por cierto debo explicarte algo de mi universo, aquí los demonios solo mueren si les cortas la cabeza, destruyes todos sus corazones o perforas un lugar extremadamente preciso de su frente, si no es así son completamente inmortales…”
    Rol con el papucho de: [Fir3.C4rmesi_D3v1l] Al pasar el portal llegan a un bosque en el universo de Zack; el bosque parecía normal pero apenas llegar Zack podía sentir la presencia de varios demonios. “— Bien, te explico; la misión que me dejaron es liberar y matar a un dios, antiguamente conocido como el “dios de la creación”, se dice que él creo todo mi universo aun que los escritores dicen que ellos no lo creen; hace siglos el se volvió loco y empezó a usar su poder para joder el mundo que supuestamente él había creado, por lo tanto los escritores que en esos tiempos eran conocidos como “las 8 lagrimas de la oscuridad” lo encerraron en un recóndito lugar de la dimensión blanca y lo encadenaron con 5 cadenas, 2 para los brazos, 2 para las piernas y 1 para la cabeza, cada cadena está vinculada a una puerta, y nosotros tenemos que romper las 5 cadenas para liberarlo ya que dicen que antes no pudieron matarlo, pero ahora están seguros de que pueden y quieren terminar el trabajo.” *- Diría para porfin empezar a caminar mientras miraba el libro en el cual estaba el mapa para encontrar la primera puerta. -* “— Dicen que solo recuerdan la ubicación de la primera puerta y no puedo teletransportarme directamente ahí porque su magia antigua altera la mía… Por cierto debo explicarte algo de mi universo, aquí los demonios solo mueren si les cortas la cabeza, destruyes todos sus corazones o perforas un lugar extremadamente preciso de su frente, si no es así son completamente inmortales…”
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me endiabla
    2
    33 turnos 0 maullidos
  • -Estaba en un cementerio, frente a una lápida de gran tamaño en conmemoración a...-

    "Lián Xuefeng: Emperador del siglo XI, en China"

    Por lo menos tengo una lápida bonita y decorada... Lo prefiero antes que leer libros que mientan de mi vida

    -El ex emperador puso una flor negra en una de las macetas del lugar, se colocó sus gafas y suspiró leve-

    Tendré que seguir ocultando mi verdadera identidad
    -Estaba en un cementerio, frente a una lápida de gran tamaño en conmemoración a...- "Lián Xuefeng: Emperador del siglo XI, en China" Por lo menos tengo una lápida bonita y decorada... Lo prefiero antes que leer libros que mientan de mi vida -El ex emperador puso una flor negra en una de las macetas del lugar, se colocó sus gafas y suspiró leve- Tendré que seguir ocultando mi verdadera identidad
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • El teatro estaba casi vacío, y la luz del mediodía se filtraba suavemente a través de los ventanales altos, proyectando rayos dorados sobre los asientos de terciopelo y el escenario de madera pulida. Lián Xuefeng caminaba con calma por el pasillo central, cada paso medido, resonando apenas en el silencio reverente del lugar. Su traje oscuro contrastaba con la luz cálida que lo rodeaba, y aun así, su presencia imponía un respeto silencioso que se percibía incluso sin palabras.

    En el escenario, un joven pianista practicaba, sus dedos deslizándose sobre las teclas con una delicadeza que parecía desafiar el tiempo. Lián se detuvo a observar, inclinando levemente la cabeza, sintiendo cómo cada nota despertaba recuerdos que habían dormido siglos: salones de palacio, corredores de mármol, noches iluminadas por velas y música que envolvía todo a su alrededor. Durante un instante, su mirada se suavizó, y la máscara de emperador implacable dio paso a un hombre que había amado, perdido y sobrevivido a la eternidad.

    Se acercó a uno de los asientos más cercanos, sentándose con la elegancia de alguien acostumbrado a la realeza, dejando que las notas llenaran el silencio a su alrededor. No había intriga ni amenaza, solo la música fluyendo como un hilo que conectaba su presente con un pasado que aún vivía en su memoria. Cada acorde parecía resonar con algo profundo dentro de él, un placer inesperado que lo hacía sonreír apenas, con esa sutileza que pocos podían percibir.

    —Curioso… —murmuró para sí mismo, la voz apenas un susurro—. Nunca pensé que algo tan efímero como la música pudiera tocar lo eterno.

    Y allí permaneció, observando y escuchando, dejando que la armonía del piano despertara en él una parte olvidada de su alma: el emperador, el vampiro, y aquel fragmento secreto de su ser que aún ignoraba su verdadera naturaleza, todo entrelazado en un momento de calma, reflexión y redescubrimiento.
    El teatro estaba casi vacío, y la luz del mediodía se filtraba suavemente a través de los ventanales altos, proyectando rayos dorados sobre los asientos de terciopelo y el escenario de madera pulida. Lián Xuefeng caminaba con calma por el pasillo central, cada paso medido, resonando apenas en el silencio reverente del lugar. Su traje oscuro contrastaba con la luz cálida que lo rodeaba, y aun así, su presencia imponía un respeto silencioso que se percibía incluso sin palabras. En el escenario, un joven pianista practicaba, sus dedos deslizándose sobre las teclas con una delicadeza que parecía desafiar el tiempo. Lián se detuvo a observar, inclinando levemente la cabeza, sintiendo cómo cada nota despertaba recuerdos que habían dormido siglos: salones de palacio, corredores de mármol, noches iluminadas por velas y música que envolvía todo a su alrededor. Durante un instante, su mirada se suavizó, y la máscara de emperador implacable dio paso a un hombre que había amado, perdido y sobrevivido a la eternidad. Se acercó a uno de los asientos más cercanos, sentándose con la elegancia de alguien acostumbrado a la realeza, dejando que las notas llenaran el silencio a su alrededor. No había intriga ni amenaza, solo la música fluyendo como un hilo que conectaba su presente con un pasado que aún vivía en su memoria. Cada acorde parecía resonar con algo profundo dentro de él, un placer inesperado que lo hacía sonreír apenas, con esa sutileza que pocos podían percibir. —Curioso… —murmuró para sí mismo, la voz apenas un susurro—. Nunca pensé que algo tan efímero como la música pudiera tocar lo eterno. Y allí permaneció, observando y escuchando, dejando que la armonía del piano despertara en él una parte olvidada de su alma: el emperador, el vampiro, y aquel fragmento secreto de su ser que aún ignoraba su verdadera naturaleza, todo entrelazado en un momento de calma, reflexión y redescubrimiento.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Que tegera el hilo del destino para una diosa, como yo ..... ¿estara tegijo un amor alli? O ¿solo esperare un siglo mas?
    Que tegera el hilo del destino para una diosa, como yo ..... ¿estara tegijo un amor alli? O ¿solo esperare un siglo mas?
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • No porque sea tu naturaleza, significa que debas rendirte a ella. La paciencia es algo que adquieres después de varios siglos.
    No porque sea tu naturaleza, significa que debas rendirte a ella. La paciencia es algo que adquieres después de varios siglos.
    Me encocora
    Me gusta
    5
    0 turnos 0 maullidos
  • Lo se unico que es .... que amare una sola persona por siglos o decaras .
    Aun que sea algo tonto
    Lo se unico que es .... que amare una sola persona por siglos o decaras . Aun que sea algo tonto
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • El forastero entre las luces del pueblo

    Raphael caminaba con pasos erráticos, sus pies hundiéndose en el barro del bosque. El eco de la caza aún retumbaba en su pecho: la sangre caliente en su lengua, el crujir de huesos diminutos. El sabor lo había calmado, pero no satisfecho. El hambre de siglos encerrados no se apagaba con presas pequeñas. Cada latigazo que había marcado su piel ardía todavía, recordándole su condición: prisionero, prohibido, ahora arrojado a un mundo que apenas comprendía.

    El viento cambió. Un olor nuevo atravesó su nariz: humo, fuego… y algo más, más complejo, más tentador. Carne cocida. Pan. Vino. Aromas que no reconocía con claridad, pero que despertaban un deseo distinto al de la caza. Sus ojos brillaron. Caminó hacia esa dirección, apartando ramas, avanzando por el sendero natural que abría la montaña.

    De pronto, las vio: luces titilando en la lejanía, cálidas, como pequeños soles en la oscuridad. Se detuvo, incrédulo. Entre los árboles, un grupo de casas de piedra y madera aparecía al borde de la colina. Techos inclinados, humo escapando de chimeneas, faroles iluminando las calles empedradas. Una aldea humana.

    Raphael bajó la mirada a sus manos aún manchadas de sangre seca. Sus labios se curvaron en una media sonrisa rota, y murmuró en voz baja:

    — एते… जीवन्तः अस्ति। (Ellos… están vivos).

    Sus pasos lo llevaron hacia adelante, hasta salir del bosque. El contraste fue brutal: las sombras del bosque quedaban atrás, y de frente lo recibían las luces cálidas del pueblo. Los perros ladraron en alguna parte, los cascos de caballos golpeaban el suelo, y el murmullo de voces humanas se alzó como un coro incomprensible. Palabras que él no conocía, sonidos extraños. Frunció el ceño.

    — न मे भाषा… न मे शब्दाः। (No es mi lengua… no son mis palabras).

    Se acercó despacio, su figura alta y desgarbada proyectando una silueta inquietante bajo la luz de los faroles. Algunos aldeanos, al verlo, se detuvieron un segundo. Su ropa estaba rota, manchada de barro y sangre, su mirada ardía en tonalidades imposibles. Nadie lo había visto antes.

    —¿Quién es ese? —susurró un hombre a su esposa, apartándola hacia un lado.
    —No parece de aquí… —murmuró otro, sujetando con más fuerza el asa de la canasta que llevaba.

    Raphael se detuvo en medio de la calle empedrada. Sus ojos se movían de un lado a otro, analizando. El olor del pan fresco lo confundía, el vino derramado en los toneles le recordaba a la sangre. No comprendía qué era ese lugar, ni qué rol tenía la gente que lo observaba con miedo y curiosidad.

    Se llevó una mano al pecho y murmuró en voz baja, casi como una plegaria oscura:

    — कुतः… अहं? कुतः एषः लोकः? (¿De dónde… soy? ¿Qué es este mundo?).

    Un niño se le quedó mirando, curioso, sin miedo, hasta que su madre lo arrastró de vuelta a la casa. Las miradas crecían. Un extraño había entrado en el pueblo.

    Raphael sonrió, apenas, un gesto ambiguo que no revelaba si era amenaza o calma. Su estómago rugió, y sus ojos se alzaron hacia la posada iluminada al final de la calle, de donde escapaban olores de carne asada y cerveza.

    — भोजनम्… (Comida).

    Y dio su primer paso hacia el corazón del pueblo humano, sin comprender que su mera existencia ya estaba alterando el equilibrio de aquel lugar.
    El forastero entre las luces del pueblo Raphael caminaba con pasos erráticos, sus pies hundiéndose en el barro del bosque. El eco de la caza aún retumbaba en su pecho: la sangre caliente en su lengua, el crujir de huesos diminutos. El sabor lo había calmado, pero no satisfecho. El hambre de siglos encerrados no se apagaba con presas pequeñas. Cada latigazo que había marcado su piel ardía todavía, recordándole su condición: prisionero, prohibido, ahora arrojado a un mundo que apenas comprendía. El viento cambió. Un olor nuevo atravesó su nariz: humo, fuego… y algo más, más complejo, más tentador. Carne cocida. Pan. Vino. Aromas que no reconocía con claridad, pero que despertaban un deseo distinto al de la caza. Sus ojos brillaron. Caminó hacia esa dirección, apartando ramas, avanzando por el sendero natural que abría la montaña. De pronto, las vio: luces titilando en la lejanía, cálidas, como pequeños soles en la oscuridad. Se detuvo, incrédulo. Entre los árboles, un grupo de casas de piedra y madera aparecía al borde de la colina. Techos inclinados, humo escapando de chimeneas, faroles iluminando las calles empedradas. Una aldea humana. Raphael bajó la mirada a sus manos aún manchadas de sangre seca. Sus labios se curvaron en una media sonrisa rota, y murmuró en voz baja: — एते… जीवन्तः अस्ति। (Ellos… están vivos). Sus pasos lo llevaron hacia adelante, hasta salir del bosque. El contraste fue brutal: las sombras del bosque quedaban atrás, y de frente lo recibían las luces cálidas del pueblo. Los perros ladraron en alguna parte, los cascos de caballos golpeaban el suelo, y el murmullo de voces humanas se alzó como un coro incomprensible. Palabras que él no conocía, sonidos extraños. Frunció el ceño. — न मे भाषा… न मे शब्दाः। (No es mi lengua… no son mis palabras). Se acercó despacio, su figura alta y desgarbada proyectando una silueta inquietante bajo la luz de los faroles. Algunos aldeanos, al verlo, se detuvieron un segundo. Su ropa estaba rota, manchada de barro y sangre, su mirada ardía en tonalidades imposibles. Nadie lo había visto antes. —¿Quién es ese? —susurró un hombre a su esposa, apartándola hacia un lado. —No parece de aquí… —murmuró otro, sujetando con más fuerza el asa de la canasta que llevaba. Raphael se detuvo en medio de la calle empedrada. Sus ojos se movían de un lado a otro, analizando. El olor del pan fresco lo confundía, el vino derramado en los toneles le recordaba a la sangre. No comprendía qué era ese lugar, ni qué rol tenía la gente que lo observaba con miedo y curiosidad. Se llevó una mano al pecho y murmuró en voz baja, casi como una plegaria oscura: — कुतः… अहं? कुतः एषः लोकः? (¿De dónde… soy? ¿Qué es este mundo?). Un niño se le quedó mirando, curioso, sin miedo, hasta que su madre lo arrastró de vuelta a la casa. Las miradas crecían. Un extraño había entrado en el pueblo. Raphael sonrió, apenas, un gesto ambiguo que no revelaba si era amenaza o calma. Su estómago rugió, y sus ojos se alzaron hacia la posada iluminada al final de la calle, de donde escapaban olores de carne asada y cerveza. — भोजनम्… (Comida). Y dio su primer paso hacia el corazón del pueblo humano, sin comprender que su mera existencia ya estaba alterando el equilibrio de aquel lugar.
    Me encocora
    Me gusta
    7
    115 turnos 0 maullidos
  • En ella he sentido cómo la corrupción se repliega como una marea y deja sitio a piel tibia.

    He sentido los huesos llenarse, la sangre correr, las articulaciones se nutrirse. Y un pulso nuevo galopando en mi pecho.

    La voz que antes era quebrada encuentra nido en mi garganta.

    Huelo la madera y la tierra. La huelo a ella y también la brisa que olvidé hace siglos.

    Mis astas se quiebran como frágiles ramas secas. Mis manos, antes garras, aprenden la ternura de la carne.

    La sed cambia a hambre.

    No estoy entero. No soy exactamente humano. Pero camino erguido entre las raíces que ya no me retienen, pero aún me escuchan.

    A su lado soy rey y penitente.

    La noche me nombra con su aliento.

    Respiro. Estoy vivo, y ese milagro tiene nombre.
    En ella he sentido cómo la corrupción se repliega como una marea y deja sitio a piel tibia. He sentido los huesos llenarse, la sangre correr, las articulaciones se nutrirse. Y un pulso nuevo galopando en mi pecho. La voz que antes era quebrada encuentra nido en mi garganta. Huelo la madera y la tierra. La huelo a ella y también la brisa que olvidé hace siglos. Mis astas se quiebran como frágiles ramas secas. Mis manos, antes garras, aprenden la ternura de la carne. La sed cambia a hambre. No estoy entero. No soy exactamente humano. Pero camino erguido entre las raíces que ya no me retienen, pero aún me escuchan. A su lado soy rey y penitente. La noche me nombra con su aliento. Respiro. Estoy vivo, y ese milagro tiene nombre.
    Me gusta
    Me encocora
    Me endiabla
    7
    0 turnos 0 maullidos
  • En el siglo XXI no tengo misión… pero al menos no huele a bruja quemada. 🪻
    En el siglo XXI no tengo misión… pero al menos no huele a bruja quemada. ⛓️✨🪻
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    3
    42 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados