• —4:29 AM, el estaba durmiendo tranquilo en su casa cuando el telefono empezo a sonar insistentemente, con la paciencia agotada y con mucho sueño se levanto de la cama—

    —¡voy a matar a quien carajo deje los mensajes!
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    La noche en que nació la Espada de Elune

    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

    Yuna despierta, débil, confusa, pero viva.
    La abrazo y el templo suspira aliviado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche en que nació la Espada de Elune El Yokai apenas respira. Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren. Akane tensa su poder. Y yo… Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí. No es un pensamiento. No es una voz. Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos. Veythra: —Corta el viento. Corta el hilo. Su lamento… es tu filo. Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene. Y entonces aparece: **La katana. Veythra. La Espada de Elune.** Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana. El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo. Mi visión cambia. El templo, Akane, el Yokai… Todo se disuelve. Y ante mí se abre un universo hecho de hilos: miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas. Uno brilla más que los demás. Un hilo rojizo y tenso. Y va directo al Yokai. Tomo aire. Torpe, inexperta. Pero guiada por algo que no soy yo. **Deslizo a Veythra. Corto.** El sonido no es un corte. Es una implosión. Un estallido invertido que devora todo ruido. El mundo queda en silencio absoluto un instante. La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel. Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura. ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura. El Yokai queda anclado. Expuesto. Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino. Y entonces… **El cielo se rompe. Un dragón desciende.** Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar. Sus alas eclipsan la luna roja. Su rugido hace vibrar la llanura entera. Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos… **Shein Williams Ishtar. Nuestro ancestro.** Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano. En un solo movimiento, elegante y mortal, rebana la cabeza del Yokai. La máscara cae. El cuerpo se disuelve en cenizas negras. El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein. —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo— Este Yokai era escurridizo incluso para mí. --- La loba que escucha la luna En la Tierra, muy lejos de nosotras, Ryu observa la luna llena teñida de sangre. La brisa le eriza el pelaje. La pupila se le dilata. Y aúlla. No sólo por la luna. No sólo por mí. Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa. --- El arma huérfana Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra. Fría. Hambrienta. Shein se la tiende a Akane. Ella la observa… y retira la mano. —No. Esta cosa… no debe ser mía. La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar. Sin dueño. Sin nombre. Yuna despierta, débil, confusa, pero viva. La abrazo y el templo suspira aliviado.
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    La noche en que nació la Espada de Elune

    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

    Yuna despierta, débil, confusa, pero viva.
    La abrazo y el templo suspira aliviado.
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    El Yokai apenas respira.
    Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren.
    Akane tensa su poder.

    Y yo…

    Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí.

    No es un pensamiento.
    No es una voz.
    Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos.

    Veythra:
    —Corta el viento.
    Corta el hilo.
    Su lamento… es tu filo.

    Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene.
    Y entonces aparece:

    **La katana.

    Veythra.
    La Espada de Elune.**

    Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana.
    El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo.

    Mi visión cambia.

    El templo, Akane, el Yokai…
    Todo se disuelve.
    Y ante mí se abre un universo hecho de hilos:
    miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas.

    Uno brilla más que los demás.
    Un hilo rojizo y tenso.
    Y va directo al Yokai.

    Tomo aire.
    Torpe, inexperta.
    Pero guiada por algo que no soy yo.

    **Deslizo a Veythra.

    Corto.**

    El sonido no es un corte.
    Es una implosión.
    Un estallido invertido que devora todo ruido.
    El mundo queda en silencio absoluto un instante.

    La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel.

    Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura.
    ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura.
    El Yokai queda anclado.
    Expuesto.

    Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino.

    Y entonces…

    **El cielo se rompe.

    Un dragón desciende.**

    Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar.

    Sus alas eclipsan la luna roja.
    Su rugido hace vibrar la llanura entera.

    Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos…

    **Shein Williams Ishtar.

    Nuestro ancestro.**

    Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano.

    En un solo movimiento, elegante y mortal,
    rebana la cabeza del Yokai.

    La máscara cae.
    El cuerpo se disuelve en cenizas negras.
    El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein.

    —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo—
    Este Yokai era escurridizo incluso para mí.


    ---

    La loba que escucha la luna

    En la Tierra, muy lejos de nosotras,
    Ryu observa la luna llena teñida de sangre.

    La brisa le eriza el pelaje.
    La pupila se le dilata.
    Y aúlla.

    No sólo por la luna.
    No sólo por mí.

    Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa.


    ---

    El arma huérfana

    Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra.
    Fría.
    Hambrienta.

    Shein se la tiende a Akane.

    Ella la observa…
    y retira la mano.

    —No.
    Esta cosa… no debe ser mía.

    La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar.
    Sin dueño.
    Sin nombre.

    Yuna despierta, débil, confusa, pero viva.
    La abrazo y el templo suspira aliviado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La noche en que nació la Espada de Elune El Yokai apenas respira. Yuna yace inmóvil entre las flores que mueren. Akane tensa su poder. Y yo… Yo siento cómo Veythra despierta dentro de mí. No es un pensamiento. No es una voz. Es una vibración antigua, un eco que nace en mis huesos. Veythra: —Corta el viento. Corta el hilo. Su lamento… es tu filo. Mi sombra se curva, mi mano se extiende sin que yo la ordene. Y entonces aparece: **La katana. Veythra. La Espada de Elune.** Negra y plateada a la vez, como luz atrapada en obsidiana. El poder lunar y el Caos latiendo juntos en un mismo cuerpo. Mi visión cambia. El templo, Akane, el Yokai… Todo se disuelve. Y ante mí se abre un universo hecho de hilos: miles, millones, infinitos filamentos que conectan vidas, sueños, cuerpos, almas. Uno brilla más que los demás. Un hilo rojizo y tenso. Y va directo al Yokai. Tomo aire. Torpe, inexperta. Pero guiada por algo que no soy yo. **Deslizo a Veythra. Corto.** El sonido no es un corte. Es una implosión. Un estallido invertido que devora todo ruido. El mundo queda en silencio absoluto un instante. La brecha que creo atraviesa al Yokai, desgarrándolo de un modo perfecto y cruel. Akane, ágil como un rayo, aprovecha la apertura. ºUn conjuro cae sobre la criatura como grilletes de luz púrpura. El Yokai queda anclado. Expuesto. Comienza a retorcerse, su máscara crujiendo como hueso bajo un peso divino. Y entonces… **El cielo se rompe. Un dragón desciende.** Un dragón inmenso, ancestral, invocado por el poder que acabamos de desatar. Sus alas eclipsan la luna roja. Su rugido hace vibrar la llanura entera. Y junto a él, como si hubiera estado esperando este momento desde hace siglos… **Shein Williams Ishtar. Nuestro ancestro.** Aparece entre destellos azulados, cayendo desde la espina del dragón como un cometa humano. En un solo movimiento, elegante y mortal, rebana la cabeza del Yokai. La máscara cae. El cuerpo se disuelve en cenizas negras. El alma del Yokai queda atrapada en la hoja de Shein. —Bien hecho, pequeñas. —dice, sin apenas esfuerzo— Este Yokai era escurridizo incluso para mí. --- La loba que escucha la luna En la Tierra, muy lejos de nosotras, Ryu observa la luna llena teñida de sangre. La brisa le eriza el pelaje. La pupila se le dilata. Y aúlla. No sólo por la luna. No sólo por mí. Sino por Veythra, cuya llamada siente en lo más profundo de su alma de licántropa. --- El arma huérfana Tras caer el Yokai, su alma toma forma en una espada completamente negra. Fría. Hambrienta. Shein se la tiende a Akane. Ella la observa… y retira la mano. —No. Esta cosa… no debe ser mía. La espada cae al suelo clavándose sin esfuerzo en la piedra lunar. Sin dueño. Sin nombre. Yuna despierta, débil, confusa, pero viva. La abrazo y el templo suspira aliviado.
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    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La verdad enterrada bajo la Luna Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco. Se mueve como alguien que pisa recuerdos. Que pisa ruinas que le hablan. —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas. Niego con la cabeza. Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo: —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura. Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna. La imagen se forma sola en mi mente. Selin cayendo. Oz gritando. El caos quebrando el cielo. —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió. Su unión… fue su propia sentencia. Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo. —¿Ozma…? —susurro. —El destructor de mundos. Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo. Cuando la luna misma lo rechazó. Ese ser… fue quien destruyó este templo. Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos. Trago saliva. —¿Peor…? Akane me mira fijamente. —La certeza de que ya no tenía nada que perder. El templo tiembla como si recordara. --- El Páramo Carmesí Al final del corredor destruido, una luz se abre paso. Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración. Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto: El centro. Y allí, tendida en medio del círculo sangrante… Yuna. Dormida. Quietecita. Como si la luna la estuviera respirando. Solo que su respiración no es suya. Lo siento. Lo percibo. Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo. Doy un paso… Y entonces se materializa. --- El Yokai del Eclipse Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies. Larga. Oscura. Delgada. La piel es más sombra que carne. La voz, más eco que sonido. Y porta una máscara. Una máscara idéntica a la de Ozma. No. No idéntica. Deformada. Retorcida. Como si fuera una burla. Una imitación grotesca del rey del Caos. El Yokai ladea la cabeza. Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas. —Ni un paso más… Su voz es suave, casi amable. Peor que un grito. —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”. —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna— La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros. Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos. —Déjala. Ahora. El Yokai ríe. Una risa hueca. Una risa que suena como metal doblándose. —Pensé que tardaríais más. La sangre de la luna ya canta. Y ella… ella ya me escucha. Yar. Mi corazón se comprime. Porque veo a Yuna. Y su pecho se eleva. Pero no con un sueño tranquilo. Sino con la respiración de alguien que está siendo llamado desde otro lado.
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    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La verdad enterrada bajo la Luna Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco. Se mueve como alguien que pisa recuerdos. Que pisa ruinas que le hablan. —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas. Niego con la cabeza. Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo: —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura. Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna. La imagen se forma sola en mi mente. Selin cayendo. Oz gritando. El caos quebrando el cielo. —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió. Su unión… fue su propia sentencia. Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo. —¿Ozma…? —susurro. —El destructor de mundos. Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo. Cuando la luna misma lo rechazó. Ese ser… fue quien destruyó este templo. Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos. Trago saliva. —¿Peor…? Akane me mira fijamente. —La certeza de que ya no tenía nada que perder. El templo tiembla como si recordara. --- El Páramo Carmesí Al final del corredor destruido, una luz se abre paso. Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración. Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto: El centro. Y allí, tendida en medio del círculo sangrante… Yuna. Dormida. Quietecita. Como si la luna la estuviera respirando. Solo que su respiración no es suya. Lo siento. Lo percibo. Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo. Doy un paso… Y entonces se materializa. --- El Yokai del Eclipse Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies. Larga. Oscura. Delgada. La piel es más sombra que carne. La voz, más eco que sonido. Y porta una máscara. Una máscara idéntica a la de Ozma. No. No idéntica. Deformada. Retorcida. Como si fuera una burla. Una imitación grotesca del rey del Caos. El Yokai ladea la cabeza. Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas. —Ni un paso más… Su voz es suave, casi amable. Peor que un grito. —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”. —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna— La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros. Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos. —Déjala. Ahora. El Yokai ríe. Una risa hueca. Una risa que suena como metal doblándose. —Pensé que tardaríais más. La sangre de la luna ya canta. Y ella… ella ya me escucha. Yar. Mi corazón se comprime. Porque veo a Yuna. Y su pecho se eleva. Pero no con un sueño tranquilo. Sino con la respiración de alguien que está siendo llamado desde otro lado.
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  • *Ha aprovechado un ratejo antes de bajar a cenar para seguir practicando con el teclado en la salita para ensayos que de normal usan los de teatro.
    Es toda partituras desperdigadas aquí y allá y deditos manchados de tinta de bolígrafo. Por lo menos ha logrado avanzar bastante... Algo es algo, así que minipunto.*
    *Ha aprovechado un ratejo antes de bajar a cenar para seguir practicando con el teclado en la salita para ensayos que de normal usan los de teatro. Es toda partituras desperdigadas aquí y allá y deditos manchados de tinta de bolígrafo. Por lo menos ha logrado avanzar bastante... Algo es algo, así que minipunto.*
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  • El umbral del recuerdo.
    Categoría Drama
    Rol con: Alak–il

    Ogidnew despertó sin recordar en qué momento se había quedado dormido.

    Estaba de pie en un pasillo largo y estéril, iluminado solo por una línea de luces amarillas que parpadeaban ocasionalmente. A ambos lados había puertas idénticas: grises, sin manijas, sin señalización.
    Todas cerradas. Todas silenciosas.

    Sentía que ya había estado allí.
    Pero no sabía cuándo.
    Ni por qué.

    El aire tenía un olor leve a humedad… y algo más.
    Algo parecido a ceniza y metal.

    Intentó retroceder, pero el pasillo seguía, idéntico, interminable.
    No avanzaba.
    No retrocedía.
    Solo existía.

    Su respiración empezó a agitarse.
    Una puerta, tres metros frente a él, tembló ligeramente.
    Como si algo del otro lado hubiese apoyado su mano sobre ella.

    Se acercó lentamente y la puerta se abrió ligeramente...
    Se detuvo, pero nada salió de dicha puerta.
    Continuó acercándose, hasta que el olor a muerte inundó su nariz, no pudo evitar sentir náuseas, pero ¿Por qué? Ya había olido la muerte de cerca, entonces...

    Entonces ¿Por qué su cuerpo le gritaba que no abriera la puerta?

    Acercó la mano para abrirla a pesar de todo, y el segundo que vio la escena frente a él fue suficiente para hacer que volviera al mundo real.

    Dio un salto en la cama y miró alrededor.
    Apenas podía respirar.
    Su corazón parecía que iba a escapar de su pecho en cualquier momento.

    Se echó una mano a la sien y cerró los ojos. — No era real... Tranquilo... — Se murmuró a si mismo.
    Pero la imagen no desaparecería de su cabeza tan fácilmente.

    Pasado el rato, Ogidnew se levantó de la cama, vistiéndose con su ropa usual y salió de su habitación.

    El olor a comida inundaba el pasillo de la posada, tenía hambre... Pero también tenía prisa.
    Los rumores de las ruinas de una aldea chamánica habían llamado su atención, pues puede que allí encontrara pistas sobre lo que llevaba tanto tiempo buscando.

    Una técnica de resurrección, no solo corpórea, sino también espiritual.

    Salió de la posada ofreciéndole una leve sonrisa al empleado que lo atendió la noche anterior.
    El sol apenas se asomaba cuando salió de la posada. Había venido a Cuyán con un propósito concreto, y las pesadillas no iban a desviarlo.

    El aire matutino olía a tierra húmeda. El terreno alrededor de Cuyán era agreste, quebrado, lleno de senderos que parecían cambiar bajo los pies. Ogidnew sabía que ciertas ruinas chamánicas estaban dispersas entre los riscos, pero no había un mapa fiable, dependía de su intuición y de algo más profundo: ese pulso oculto que a veces lo guiaba hacia lo que debía encontrar.

    Horas después, tras atravesar grietas que parecían heridas antiguas del mundo, vio algo.

    Primero fueron restos dispersos, piedras pintadas con pigmentos desvaídos, los aparentes restos de tótems, o puede que simplemente fueran animales muertos.

    Pero lo imposible estaba al final del camino.

    Un templo.

    Erguido.
    Intacto.
    Demasiado intacto.

    La estructura no parecía resistir al tiempo sino que más bien lo ignoraba. Los muros estaban cubiertos de símbolos, y la entrada, medianamente obstruida, tenía una clara entrada.

    Al acercarse a dicha entrada, el aire cambió, se respiraba una penumbra tibia, casi expectante.

    Y algo dentro de Ogidnew sabía que no estaría solo ahí dentro...
    Rol con: [Absolute_Annihilation] Ogidnew despertó sin recordar en qué momento se había quedado dormido. Estaba de pie en un pasillo largo y estéril, iluminado solo por una línea de luces amarillas que parpadeaban ocasionalmente. A ambos lados había puertas idénticas: grises, sin manijas, sin señalización. Todas cerradas. Todas silenciosas. Sentía que ya había estado allí. Pero no sabía cuándo. Ni por qué. El aire tenía un olor leve a humedad… y algo más. Algo parecido a ceniza y metal. Intentó retroceder, pero el pasillo seguía, idéntico, interminable. No avanzaba. No retrocedía. Solo existía. Su respiración empezó a agitarse. Una puerta, tres metros frente a él, tembló ligeramente. Como si algo del otro lado hubiese apoyado su mano sobre ella. Se acercó lentamente y la puerta se abrió ligeramente... Se detuvo, pero nada salió de dicha puerta. Continuó acercándose, hasta que el olor a muerte inundó su nariz, no pudo evitar sentir náuseas, pero ¿Por qué? Ya había olido la muerte de cerca, entonces... Entonces ¿Por qué su cuerpo le gritaba que no abriera la puerta? Acercó la mano para abrirla a pesar de todo, y el segundo que vio la escena frente a él fue suficiente para hacer que volviera al mundo real. Dio un salto en la cama y miró alrededor. Apenas podía respirar. Su corazón parecía que iba a escapar de su pecho en cualquier momento. Se echó una mano a la sien y cerró los ojos. — No era real... Tranquilo... — Se murmuró a si mismo. Pero la imagen no desaparecería de su cabeza tan fácilmente. Pasado el rato, Ogidnew se levantó de la cama, vistiéndose con su ropa usual y salió de su habitación. El olor a comida inundaba el pasillo de la posada, tenía hambre... Pero también tenía prisa. Los rumores de las ruinas de una aldea chamánica habían llamado su atención, pues puede que allí encontrara pistas sobre lo que llevaba tanto tiempo buscando. Una técnica de resurrección, no solo corpórea, sino también espiritual. Salió de la posada ofreciéndole una leve sonrisa al empleado que lo atendió la noche anterior. El sol apenas se asomaba cuando salió de la posada. Había venido a Cuyán con un propósito concreto, y las pesadillas no iban a desviarlo. El aire matutino olía a tierra húmeda. El terreno alrededor de Cuyán era agreste, quebrado, lleno de senderos que parecían cambiar bajo los pies. Ogidnew sabía que ciertas ruinas chamánicas estaban dispersas entre los riscos, pero no había un mapa fiable, dependía de su intuición y de algo más profundo: ese pulso oculto que a veces lo guiaba hacia lo que debía encontrar. Horas después, tras atravesar grietas que parecían heridas antiguas del mundo, vio algo. Primero fueron restos dispersos, piedras pintadas con pigmentos desvaídos, los aparentes restos de tótems, o puede que simplemente fueran animales muertos. Pero lo imposible estaba al final del camino. Un templo. Erguido. Intacto. Demasiado intacto. La estructura no parecía resistir al tiempo sino que más bien lo ignoraba. Los muros estaban cubiertos de símbolos, y la entrada, medianamente obstruida, tenía una clara entrada. Al acercarse a dicha entrada, el aire cambió, se respiraba una penumbra tibia, casi expectante. Y algo dentro de Ogidnew sabía que no estaría solo ahí dentro...
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    3 turnos 0 maullidos
  • -okey como en la practica gallade, y 1 y 2 y un dos tres- empezo a bailar un ballet con su pokemon el cual usando psiquico lo alzo en el aire dando vueltas ayudando a que los saltos se vieran mas llamativos -okey gallade ultima vuuuEELTA!- se escucho el grito de Summer seguido de un splash, su pokemon perdio la concentracion lanzandolo de boca al agua, summer unicamente se levanto con dolor quitandose a un lotad de la cabeza
    -okey como en la practica gallade, y 1 y 2 y un dos tres- empezo a bailar un ballet con su pokemon el cual usando psiquico lo alzo en el aire dando vueltas ayudando a que los saltos se vieran mas llamativos -okey gallade ultima vuuuEELTA!- se escucho el grito de Summer seguido de un splash, su pokemon perdio la concentracion lanzandolo de boca al agua, summer unicamente se levanto con dolor quitandose a un lotad de la cabeza
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  • — Me pregunto si será tan malo, querer proteger a los demás.
    — Me pregunto si será tan malo, querer proteger a los demás.
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