• 𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa.

    Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo.

    ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida.

    Y que también él estaba considerando los contras.

    Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos.

    ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees?

    El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría.

    Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable.

    ────¿Frigia de nuevo?

    ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca.

    ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás?

    ────Claro, seguro.

    Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató.

    ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve.

    Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro.

    ────Lo sé.

    ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo.

    ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo.

    ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte?

    ────No. Nunca.

    ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará.

    ────Anquises... –rogó ella, exasperante.

    ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas.

    Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre».

    Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían.

    El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno.

    ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos.

    Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma.

    ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo.

    Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos.

    ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro...

    Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas.

    ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo.

    Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla?

    Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores.

    Suspiró.

    Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones.

    Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría.


    Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe.

    ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá.

    ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh?

    ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio.

    Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería.

    Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal.

    Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
    𝐃𝐎𝐍𝐃𝐄 𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐈𝐎𝐒𝐄𝐒 𝐍𝐎 𝐏𝐔𝐄𝐃𝐄𝐍 𝐕𝐄𝐑 - 𝐕 🌺 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Más allá del balcón, las montañas escarpadas, los bosques frondosos y las llanuras se extendían teñidas de violeta. Poco a poco, el fuego hogareño y las antorchas de los hogares de Dardania comenzaban a encenderse, formando un mar de estrellas ámbar que hacían reflejo con las plateadas que titilaban en el cielo nocturno. Anquises las observaba sin enfocar la vista en ningún punto en particular, los brazos cruzados sobre el amplio pecho, detectó en él una cierta tensión que escasas veces dejaba ver. Afro ya conocía esa pose; cuando se cruzaba de brazos eso solo podía significar una cosa. Aún estaba todavía dándole vueltas a lo que ella le había dicho sobre hacerse pasar por la nodriza de su hijo. ────¿Una nodriza? ─repitió, la incredulidad apenas disimulada bajo su tono grave─ Explícame de nuevo exactamente cómo piensas pasar desapercibida. Y que también él estaba considerando los contras. Afro lo miró de reojo mientras acomodaba la manta de lana del bebé, que recién había vuelto a conciliar el sueño después de haberse despertado entre llantos. Ahora dormía plácidamente entre sus brazos. ────Bueno, eso es sencillo ─replicó con serenidad fingida, encogiéndose de hombros─; me mezclaré con el personal de palacio como una nodriza para cuidar de nuestro bebé. Una chica mortal que viajó desde las lejanas tierras de Frigia y que llegó a esta ciudad dispuesta a ofrecer sus servicios. Eso es brillante, ¿no crees? El nudo en su estómago se le hizo más grande. Para esas alturas, Afro ya había comenzado a dudar de su alocado plan y a contemplar los pequeños y grandes inconvenientes en este. Estuvo tentada ligeramente a echarse para atrás e idear uno nuevo. No lo haría. Tenía miedo y comenzaba a dudar. Eso era buena señal. Si estaba sintiendo todo eso, significaba que no estaba loca… o al menos, no completamente aún. Lo estaba pensando. Estaba siendo responsable. ────¿Frigia de nuevo? ────Es una buena tierra. Su vino de primavera es el mejor que he probado. Un solo sorbo es una explosión de sabores en tu boca. ────Afro… ─soltó uno de esos suspiros suyos que le anticipó que su respuesta no le iba a gustar─ ¿Eres consciente de todo lo que vas a dejar atrás? ────Claro, seguro. Pero ese pequeño chillido de ratón en la voz la delató. ────No, no lo creo. Cuando estés cansada, no podrás invocar la energía del amor para recargar fuerzas. Si te lastimas, tus heridas no se regenerarán ─su voz bajó un poco, más grave, trenzada en preocupación─. Serás vulnerable. Tu rostro envejecerá. Y si algo sale mal, no habrá poder divino que te salve. Afro levantó la vista y él se giró hacia ella. Sus iris rosas buscaron los suyos. Se demoró en esa mirada donde el ámbar se mezclaba con el dorado oscuro de la miel, antes de apartarla y soltar un gentil suspiro. ────Lo sé. ────Sé que lo sabes ─replicó él, cerrando una mano sobre su hombro, firme y confortante─. Pero saberlo no es lo mismo que vivirlo. ──── Eso es lo que pienso hacer; vivirlo. ────Enfermarás como nosotros los mortales, ¿Alguna vez has pasado una noche entera en cama, temblando de fiebre, sin poder hacer nada para aliviarte? ────No. Nunca. ────Entonces será una buena primera vez –Anquises inclinó la cabeza, una sonrisa apenas se curvó en las comisuras de sus labios– Créeme, no te gustará. ────Anquises... –rogó ella, exasperante. ────¿Qué? Solo te advierto. –se encogió de hombros, más divertido que preocupado– Y si alguien te hace enojar, no podrás encantarlo. Ni convertirlo en algo más… digamos, adorable. Con pelos, plumas o escamas. Un silencio gobernó en la habitación. Había algo más, pero Anquises se lo guardó. No necesitaba articularlo; ella sabía perfectamente lo que había querido decir: «Y no podrás arruinarle la vida para siempre». Una de las grandes especialidades de los dioses donde su cruel creatividad salía a la luz. Cada historia que escuchaba en los banquetes en el Olimpo y en boca de las Néfeles, contaba un castigo peor que el anterior, ajustado y pensado a la perfección para cada víctima. Eso, si tenían tiempo de planificarlo. Cuando se trataba de infligir dolor, su ingenio rozaba lo sublime. Y tenía una razón sencilla: los dioses lo temían. El sufrimiento era algo que, en su eterna gloria, les resultaba ajeno, distante. Una teoría más que una experiencia. Por eso, cuando se trataba de provocarlo, lo hacían con la precisión envidiable de un escultor y el hambre voraz de una bestia. Cuando el castigo de los dioses era sentenciado y se corría la voz, no se hablaba de otra cosa. No había nada que les resultara tan insólito y fascinante que la contemplación del dolor ajeno. ────¡Eso también lo sé! No más inmortalidad, no más trucos para salir del apuro. Sin voz sagrada que persuada a dioses o mortales, sin un aura divina que calme a quienes me rodean. No más vuelos por el cielo, no más juegos de disfraces. No más… castigos. Frunció el ceño; la mandíbula se le tensó, como si sintiera el peso de esas últimas palabras que acaba de escupir, llenas de una ira hacía sí misma que brotaba directamente desde el centro de su pecho. Una mezcla de culpa y vergüenza al saber que, alguna vez, ella había sido capaz de hacer aquello que ahora repudiaba: ser el juez y verdugo que ejecutaba el castigo divino. El calor le trepó a las mejillas. De pronto, se dio cuenta de que se había alterado y del silencio a su alrededor: el palacio estaba tan oscuro y quieto como una tumba. Por un instante, pareció querer continuar con algo más, pero se contuvo. Cerró los ojos, respiró hondo y dejó escapar el aire lentamente de sus pulmones. Al hablar, esta vez lo hizo con más calma. ────Ya lo sé. Sé a lo que me voy a enfrentar, Anquises. No es ni será fácil. Jamás he llevado el papel de una mortal más allá de la apariencia. Así que sí, tengo miedo. Y sí, tal vez esto sea una completa locura. Pero realmente quiero hacer esto. Quiero hacerlo. Anquises examinó a Afro con esos ojos pacientes y soltó un pequeño suspiro. Hincó una rodilla en el piso, frente a ella, y la constante llama de la lámpara de aceite sobre el mueble a su lado iluminó su rostro con luz ambarina. Su mirada era preciosa, sabia. Sus mejillas suaves y mandíbula de líneas duras estaban ocultas debajo de la espesa barba dorada y rizada. Allí, durante un instante, no estaba delante de un príncipe, había en algo en él que lo hacía ver mucho más antiguo, más experimentado que ella y los dioses que habitaban en los cielos. ────Si crees que eso es lo que lo mantendrá a salvo, lo haremos. Si el destino no puede ver lo que no se nombra, entonces no lo nombraremos. Serás su nodriza. Mantendremos esto en secreto. Nadie sabrá quién eres, ni quién es él. Pero Afro... Hizo una pausa y tomó una de sus manos entre las suyas. El tacto del príncipe era firme, áspero; manos acostumbradas al acero de las armas. ────Prométeme una cosa: cuando nuestro hijo crezca y tenga la edad suficiente, cuéntale la verdad. Quiero que sepa que tuvo una madre que lo amo tanto que arriesgó todo con tal de protegerlo y criarlo. Ella apretó los labios en una línea recta. Aquello no formaba parte de sus planes, en lo absoluto. O al menos, no lo había previsto hasta ese momento. Si su hijo crecía escuchando las historias que se contaban sobre ella… la vanidosa, cruel y vengativa diosa que despertaba el deseo en dioses y mortales ¿Podría quererla? Cuando llegara el momento de saber la verdad, ¿Le dejaría explicarse o saldría corriendo como si acabara de descubrir que su madre era una de las causas de las tragedias románticas del mundo conocido? Entre otras cosas peores. Suspiró. Sí... no era la imagen más alentadora del mundo. Tampoco era una imagen que a ella le gustara de sí misma. No se enorgullecía de ella. La detestaba. Pero supuso que ninguna madre divina podía esperar una presentación perfecta después de siglos de mala reputación sembrada en himnos, poemas y canciones. Sin embargo, él tenía razón. Su hijo merecía conocer la verdad, y no se la negaría. Se obligó a sonreír, y sus ojos interceptaron a los del príncipe. ────Te lo prometo. Cuando crezca y haya madurado... lo sabrá. ────Así me gusta, cabeza de caracol –murmuró él apretando su mano antes de soltarla. La sonrisa que él le esbozó la hizo sentir mejor. Acaso ¿él le estaba sonriendo con orgullo? ¿se sentía orgulloso de ella? No sabría decir sí era así o no, pero le gustó pensar que lo sentía–. Nunca haces las cosas fáciles, ¿eh? ────Bueno, si no son las Moiras quiénes se encargan de darte dolores de cabeza, alguien tiene que hacerlo y me tomo esa obligación divina muy enserio. Su convicción avivó renovada, serena y firme como la llama en la lampara de aceite: constante, sin perder su brillo, sin arder desbocada en la leña de una hoguera. Nunca había conocido los pesares que los mortales debían soportar. Jamás llevó cicatrices en la piel; en su rostro, la marca del tiempo nunca pasó. Enfermar era algo que ningún dios experimentó en su vida. Trató de imaginarse así misma postrada en cama, temblando por la fiebre, pero su mente no consiguió tejer bien la imagen. Solo se vio estremeciéndose por la caricia de un viento gélido que bastaba cubrir con una manta. Estaba segura de que no era la clase de temblor a la que Anquises se refería. Sentir miedo ante lo desconocido era ajeno a los dioses. Desde sus orgullosos tronos y palacios de mármol, creían poseer el conocimiento de todo cuanto habitaba en la tierra. Ahora, sin embargo, su pecho se agitaba ante la posibilidad de enfrentar algo sobre lo que ella no tenía control y conocimiento alguno: su propia existencia vivida bajo las condiciones de una mortal. Y aún así, había un temor mayor que la mortalidad misma. Uno que se levantó detrás de ella como una sombra silenciosa: si su hijo conocía la verdad sobre quién era ella… y la rechazaba, ¿su corazón sería capaz de soportarlo?
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • 𝘋𝘦𝘢𝘳 𝘓𝘰𝘳𝘥 𝘤𝘰𝘶𝘭𝘥 𝘺𝘰𝘶 𝘱𝘭𝘦𝘢𝘴𝘦 𝘩𝘢𝘷𝘦 𝘮𝘦𝘳𝘤𝘺?
    𝘋𝘦𝘢𝘳 𝘓𝘰𝘳𝘥 𝘤𝘰𝘶𝘭𝘥 𝘺𝘰𝘶 𝘱𝘭𝘦𝘢𝘴𝘦 𝘩𝘢𝘷𝘦 𝘮𝘦𝘳𝘤𝘺? 💋
    Me encocora
    1
    7 turnos 0 maullidos
  • 𝑻𝒂𝒍𝒗𝒆𝒛 𝒔𝒆𝒂 𝒉𝒖𝒆𝒓𝒇𝒂𝒏𝒂 𝒔𝒊𝒏 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒆𝒓 𝒂 𝒎𝒊 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂 𝒅𝒆 𝒔𝒂𝒏𝒈𝒓𝒆.
    𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒕𝒆𝒏𝒈𝒐 𝒎𝒊 𝒑𝒓𝒐𝒑𝒊𝒂 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂 𝒑𝒆𝒍𝒖𝒅𝒂..
    𝒕𝒐𝒅𝒐𝒔 𝒔𝒐𝒏 𝒎𝒊 𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏
    𝑻𝒂𝒍𝒗𝒆𝒛 𝒔𝒆𝒂 𝒉𝒖𝒆𝒓𝒇𝒂𝒏𝒂 𝒔𝒊𝒏 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒆𝒓 𝒂 𝒎𝒊 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂 𝒅𝒆 𝒔𝒂𝒏𝒈𝒓𝒆. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒕𝒆𝒏𝒈𝒐 𝒎𝒊 𝒑𝒓𝒐𝒑𝒊𝒂 𝒇𝒂𝒎𝒊𝒍𝒊𝒂 𝒑𝒆𝒍𝒖𝒅𝒂.. 𝒕𝒐𝒅𝒐𝒔 𝒔𝒐𝒏 𝒎𝒊 𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂𝒄𝒊𝒐𝒏
    Me gusta
    Me encocora
    6
    5 turnos 0 maullidos
  • 𝙿𝚁𝙸𝙼𝙴𝚁𝙰 𝙲𝙰𝚁𝚃𝙰

    Bill Macher
    ¡ Hola Bill !

    Soy una chica de la ciudad donde creciste, siento muchísimo lo que te ha ocurrido. Me parece tan injusto lo que te hicieron, eres un hombre maravilloso que no merece estar en la cárcel. He leído tu tesis sobre la vida tras la muerte y me parece fastinante, no sé si leerás mi carta porque algo me dice que tendrás muchas cartas de otras chicas, pero bueno lo voy a intentar que es lo último que se pierde.

    Att Anaïs
    𝙿𝚁𝙸𝙼𝙴𝚁𝙰 𝙲𝙰𝚁𝚃𝙰 [ThcxW1] ¡ Hola Bill ! Soy una chica de la ciudad donde creciste, siento muchísimo lo que te ha ocurrido. Me parece tan injusto lo que te hicieron, eres un hombre maravilloso que no merece estar en la cárcel. He leído tu tesis sobre la vida tras la muerte y me parece fastinante, no sé si leerás mi carta porque algo me dice que tendrás muchas cartas de otras chicas, pero bueno lo voy a intentar que es lo último que se pierde. Att Anaïs
    Me gusta
    1
    2 turnos 0 maullidos
  • 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐥𝐚 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐦𝐞 𝐟𝐚𝐥𝐥𝐞, 𝐥𝐚 𝐦ú𝐬𝐢𝐜𝐚 𝐦𝐞 𝐡𝐚𝐫á 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐫𝐝𝐚𝐫𝐭𝐞
    𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐥𝐚 𝐦𝐞𝐦𝐨𝐫𝐢𝐚 𝐦𝐞 𝐟𝐚𝐥𝐥𝐞, 𝐥𝐚 𝐦ú𝐬𝐢𝐜𝐚 𝐦𝐞 𝐡𝐚𝐫á 𝐫𝐞𝐜𝐨𝐫𝐝𝐚𝐫𝐭𝐞
    Me encocora
    Me entristece
    2
    5 turnos 0 maullidos
  • .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜

    Despues de la muerte de su esposo le era difícil aceptar citas, pero, cuando un chico bastante amable la invitó a salir creyó que aceptando sería una buena manera de distraerse de sus problemas.

    ❝ ... Mgh, no recordaba este vestido tan corto. ❞ Musitó para ella, aunque no parecía incómoda; solo nerviosa.
    .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜

    ➥ 𝗦𝗘 𝗣𝗨𝗘𝗗𝗘 𝗥𝗘𝗦𝗣𝗢𝗡𝗗𝗘𝗥 𝗘𝗡 𝗟𝗔 𝗣𝗨𝗕𝗟𝗜𝗖𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗢 𝗘𝗡 𝗣𝗥𝗜𝗩𝗔𝗗𝗢
    .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜ Despues de la muerte de su esposo le era difícil aceptar citas, pero, cuando un chico bastante amable la invitó a salir creyó que aceptando sería una buena manera de distraerse de sus problemas. ❝ ... Mgh, no recordaba este vestido tan corto. ❞ Musitó para ella, aunque no parecía incómoda; solo nerviosa. .・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜✭・・✫・゜・。..・。.・゜ ➥ 𝗦𝗘 𝗣𝗨𝗘𝗗𝗘 𝗥𝗘𝗦𝗣𝗢𝗡𝗗𝗘𝗥 𝗘𝗡 𝗟𝗔 𝗣𝗨𝗕𝗟𝗜𝗖𝗔𝗖𝗜𝗢́𝗡 𝗢 𝗘𝗡 𝗣𝗥𝗜𝗩𝗔𝗗𝗢
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • ⋆ ° . ☾ ⋆ .ೃ ࿔ * : ⋆ 𝒞𝓊𝒶𝓃𝒹ℴ ℯ𝓁 𝒹í𝒶 𝓈ℯ 𝒽𝒾𝓏ℴ 𝓃ℴ𝒸𝒽ℯ ✩ ₊ ˚ . ⋆ ☾ ⋆ ⁺ ₊ ✧

    . ݁ ₊ ⊹ . ݁ ˖ . ݁

    ✩ ₊ ° . ⋆ ☾ ⋆ ⁺ ₊ ✧ ˚ ☽ ˚ . ⋆

    *ੈ ✩ ‧ ₊ ˚

    Despierta tarde pero llena de energía. Es hora de almorzar, pero se le antoja dulce, como siempre. Sale de su cuchitril con un paso ligero, feliz, el antojo de un muffin caliente tirando de su pequeño cuerpo. El cielo, sin embargo, se oscurece con una rapidez anormal. Sugar cree que la lluvia acecha y el agua siempre es un peligro para una muñeca de azúcar, así que improvisa un atajo yendo por un camino alternativo.

    ✩ ₊ ° . ⋆ ☾ ⋆ ⁺ ₊ ✧

    Mientras ella corre, la oscuridad se profundiza hasta volverse antinatural, un crepúsculo repentino que engulle la luz. Sugar se detiene en seco. Las paredes de los edificios se han hecho más altas y frías. Se da cuenta de que no conoce este lugar. La ciudad ha desaparecido. No hay tráfico, ni luces, ni un alma a la vista. El silencio es denso, palpable.

    ˚ ☽ ˚ . ⋆ . ݁ ₊ ⊹ . ݁ ˖ . ݁

    Sugar Doll siente un nudo en la garganta mientras mira a su alrededor, buscando una ruta, un rostro, algo. Su dulce sonrisa desaparece. Su corazón se acelera. Un escalofrío que no es de frío le recorre la espalda con el presentimiento de que, tal vez, ya no se encuentra en el mundo que conoce.

    ‧₊˚ ⋅♡𓂃 ࣪ ִֶָ☾. ⋆.˚ ⭒.˚
    ⋆ ° . ☾ ⋆ .ೃ ࿔ * : ⋆ 𝒞𝓊𝒶𝓃𝒹ℴ ℯ𝓁 𝒹í𝒶 𝓈ℯ 𝒽𝒾𝓏ℴ 𝓃ℴ𝒸𝒽ℯ ✩ ₊ ˚ . ⋆ ☾ ⋆ ⁺ ₊ ✧ . ݁ ₊ ⊹ . ݁ ˖ . ݁ ✩ ₊ ° . ⋆ ☾ ⋆ ⁺ ₊ ✧ ˚ ☽ ˚ . ⋆ *ੈ ✩ ‧ ₊ ˚ Despierta tarde pero llena de energía. Es hora de almorzar, pero se le antoja dulce, como siempre. Sale de su cuchitril con un paso ligero, feliz, el antojo de un muffin caliente tirando de su pequeño cuerpo. El cielo, sin embargo, se oscurece con una rapidez anormal. Sugar cree que la lluvia acecha y el agua siempre es un peligro para una muñeca de azúcar, así que improvisa un atajo yendo por un camino alternativo. ✩ ₊ ° . ⋆ ☾ ⋆ ⁺ ₊ ✧ Mientras ella corre, la oscuridad se profundiza hasta volverse antinatural, un crepúsculo repentino que engulle la luz. Sugar se detiene en seco. Las paredes de los edificios se han hecho más altas y frías. Se da cuenta de que no conoce este lugar. La ciudad ha desaparecido. No hay tráfico, ni luces, ni un alma a la vista. El silencio es denso, palpable. ˚ ☽ ˚ . ⋆ . ݁ ₊ ⊹ . ݁ ˖ . ݁ Sugar Doll siente un nudo en la garganta mientras mira a su alrededor, buscando una ruta, un rostro, algo. Su dulce sonrisa desaparece. Su corazón se acelera. Un escalofrío que no es de frío le recorre la espalda con el presentimiento de que, tal vez, ya no se encuentra en el mundo que conoce. ‧₊˚ ☁️⋅♡𓂃 ࣪ ִֶָ☾. ⋆.˚ ⭒.˚
    Me entristece
    Me shockea
    5
    5 turnos 0 maullidos
  • "𝐀 𝐝𝐞𝐯𝐢𝐥'𝐬 𝐡𝐞𝐚𝐫𝐭, 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚 𝐡𝐮𝐦𝐚𝐧 𝐬𝐨𝐮𝐥."
    "𝐀 𝐝𝐞𝐯𝐢𝐥'𝐬 𝐡𝐞𝐚𝐫𝐭, 𝐰𝐢𝐭𝐡 𝐚 𝐡𝐮𝐦𝐚𝐧 𝐬𝐨𝐮𝐥."
    Me enjaja
    Me gusta
    Me encocora
    4
    0 comentarios 0 compartidos
  • 𝑽𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒕𝒂𝒓𝒅𝒆 𝒂𝒍 𝒕𝒓𝒂𝒃𝒂𝒋𝒐
    𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒅𝒆𝒓𝒓𝒐𝒄𝒉𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒉𝒆𝒓𝒎𝒐𝒔𝒖𝒓𝒂...

    ✦ 𝑼𝒏 𝒍𝒐𝒐𝒌 𝒅𝒊𝒇𝒆𝒓𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒖𝒏 𝒅𝒊𝒂 𝒅𝒊𝒇𝒆𝒓𝒆𝒏𝒕𝒆 ✦
    𝑽𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒕𝒂𝒓𝒅𝒆 𝒂𝒍 𝒕𝒓𝒂𝒃𝒂𝒋𝒐 𝒑𝒆𝒓𝒐 𝒔𝒊𝒆𝒎𝒑𝒓𝒆 𝒅𝒆𝒓𝒓𝒐𝒄𝒉𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒉𝒆𝒓𝒎𝒐𝒔𝒖𝒓𝒂... ✦ 𝑼𝒏 𝒍𝒐𝒐𝒌 𝒅𝒊𝒇𝒆𝒓𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒖𝒏 𝒅𝒊𝒂 𝒅𝒊𝒇𝒆𝒓𝒆𝒏𝒕𝒆 ✦
    Me encocora
    Me emputece
    4
    2 turnos 0 maullidos
  • 𝐀𝐬𝐢́ 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐲 𝐯𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐚 𝐜𝐢𝐞𝐫𝐭𝐚 𝐫𝐮𝐛𝐢𝐚 𝐞𝐧𝐟𝐚𝐝𝐚𝐝𝐚
    𝐀𝐬𝐢́ 𝐞𝐬𝐭𝐨𝐲 𝐯𝐢𝐞𝐧𝐝𝐨 𝐚 𝐜𝐢𝐞𝐫𝐭𝐚 𝐫𝐮𝐛𝐢𝐚 𝐞𝐧𝐟𝐚𝐝𝐚𝐝𝐚
    Me shockea
    Me emputece
    2
    7 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados