Año 1240.
No fue ambición lo que me llevó a desafiarlo, ni sed de poder, fue necesidad, fue instinto, fue la certeza de que, si no lo hacía, la manada terminaría fragmentada o peor, extinguida, él había sido fuerte una vez, respetado incluso, pero se volvió ciego, gobernaba con el miedo, no con el ejemplo, olvidó que un Alpha guía, no impone, que un líder se sacrifica, no se alimenta primero, y cuando lo vi dudar, cuando lo vi dejar atrás a los jóvenes y a los viejos en la última travesía, supe que el momento había llegado.
No fue una decisión ligera, llevaba días sintiéndolo en la sangre, noches enteras sin dormir, escuchando a la manada respirar débil, o temerosa, el equilibrio se había roto y todos lo sabían, pero nadie se atrevía a decirlo en voz alta, hasta que lo hice yo.
Lo enfrenté bajo la luna, como manda la ley de los nuestros, sin palabras, solo miradas, la suya desafiante, la mía firme, sin odio, solo verdad, cuando dimos el primer paso, el mundo pareció detenerse, no era solo una pelea por el liderazgo, era una lucha por el alma del grupo, por todo lo que éramos, por todo lo que merecíamos volver a ser.
Sus colmillos eran veloces, su cuerpo aún fuerte, pero el miedo le temblaba bajo la piel, porque sabía que no luchaba contra un joven temerario, luchaba contra un lobo con propósito, contra uno que no se detenía por dolor, que no retrocedía por dudas, cada zarpazo mío llevaba una historia, cada embestida era el eco de los que había perdido, de los que él había olvidado.
La pelea no duró una eternidad, pero dejó cicatrices como si lo hubiera hecho, y cuando lo hice caer, cuando su respiración se volvió débil y sus ojos dejaron de desafiarme, no hubo celebración, solo silencio, uno denso, solemne, como si la tierra misma reconociera el cambio.
No fue el rugido lo que me hizo Alpha, fue la forma en que me mantuve en pie cuando todo dolía, fue mirar a la manada y ver que ya no tenían miedo, que sus ojos no buscaban fuerza, sino dirección, fue cuando los jóvenes se acercaron primero, no con sumisión, sino con confianza, y luego los viejos, inclinando apenas la cabeza, como quien acepta que el nuevo ciclo ha comenzado.
Desde entonces no he guiado con gritos, ni con castigos, sino con pasos firmes y presencia constante, me gané su respeto no solo porque vencí al anterior, sino porque cargué su sombra y la convertí en guía, porque aprendí que ser Alpha no es llegar arriba, sino quedarse ahí sin perder el alma.