• ### **Clasificación del Torneo Kengan: Takeru vs. Wakatsuki Takeshi**

    La noche anterior a la primera ronda del torneo Kengan, la isla oculta donde se celebraría el evento estaba envuelta en un ambiente de tensión y anticipación. El estadio, una colosal estructura de piedra y acero, se alzaba en el centro de la isla, con su inmensa área de combate cubierta de arena, iluminada por luces que proyectaban sombras sobre los rostros de los combatientes.

    En una sala privada, Takeru observaba la lista de emparejamientos. Su nombre estaba junto a otro que hizo que su expresión se endureciera: **Wakatsuki Takeshi.**

    —Vaya suerte… —murmuró, sintiendo un ligero escalofrío.

    Wakatsuki Takeshi no era un oponente común. Su apodo, *"El Tigre de Piedra"*, se debía a su fuerza inhumana. Desde su nacimiento, su estructura muscular era diferente a la de un ser humano normal, otorgándole una densidad muscular extrema que lo hacía más fuerte y resistente que la mayoría de los peleadores del Kengan. Takeru había visto grabaciones de sus combates: cada puñetazo que lanzaba era como el impacto de un ariete, y muchos de sus oponentes terminaban fuera de combate tras unos pocos golpes.

    El sonido de un gong resonó en la isla. La primera ronda estaba a punto de comenzar.
    ### **Clasificación del Torneo Kengan: Takeru vs. Wakatsuki Takeshi** La noche anterior a la primera ronda del torneo Kengan, la isla oculta donde se celebraría el evento estaba envuelta en un ambiente de tensión y anticipación. El estadio, una colosal estructura de piedra y acero, se alzaba en el centro de la isla, con su inmensa área de combate cubierta de arena, iluminada por luces que proyectaban sombras sobre los rostros de los combatientes. En una sala privada, Takeru observaba la lista de emparejamientos. Su nombre estaba junto a otro que hizo que su expresión se endureciera: **Wakatsuki Takeshi.** —Vaya suerte… —murmuró, sintiendo un ligero escalofrío. Wakatsuki Takeshi no era un oponente común. Su apodo, *"El Tigre de Piedra"*, se debía a su fuerza inhumana. Desde su nacimiento, su estructura muscular era diferente a la de un ser humano normal, otorgándole una densidad muscular extrema que lo hacía más fuerte y resistente que la mayoría de los peleadores del Kengan. Takeru había visto grabaciones de sus combates: cada puñetazo que lanzaba era como el impacto de un ariete, y muchos de sus oponentes terminaban fuera de combate tras unos pocos golpes. El sonido de un gong resonó en la isla. La primera ronda estaba a punto de comenzar.
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  • Entre el mito y la verdad
    Fandom Oc
    Categoría Suspenso
    Rol cerrado con: Heinrich Rosenberg
    Ciudad Velmont - 1:00 am

    La ciudad tenía una forma particular de respirar en las madrugadas. Calles desiertas, faroles parpadeando como si estuvieran cansados de iluminar y el eco de unos tacones o pasos en la distancia. Joon estaba acostumbrado a todo eso. Había patrullado estos barrios lo suficiente como para saber que los rumores de vampiros, criaturas de la noche o monstruos -como bien los llamaban-, eran todas historias para mantener a los borrachos en sus casas y para asustar a los niños

    Sin embargo, los rumores de ataques extraños no dejaban de circular entre los oficiales. Gente desapareciendo sin rastro y testigos asegurando haber visto "sombras" moviéndose demasiado rápido. ¿se trataba de algún asesino en serie? No podía ser, ya no se veían casos como esos, solo porque 'eran otras épocas'.

    Un cadáver apareció en un callejón detrás de un viejo club de jazz. Nada nuevo. La víctima, un hombre de unos treinta y tantos, sin identificación, piel pálida y sin signos visibles de violencia. Lo inquietante era la falta total de sangre en el cuerpo. "Algún psicópata con fetiches raros", pensó mientras sacaba un cigarro, observando la escena.

    Joon exhaló, masajeándose las sienes.
    ⸻ Otro más… ⸻murmuró mientras encendía un cigarro.
    Era el tercer caso en un mes. Diferentes víctimas, diferentes edades, pero el mismo patrón. Piel blanca como el mármol, sin sangre, sin huellas, sin señales de lucha. Y siempre... de noche.

    Se arrodilló junto al cuerpo, sacando su linterna para inspeccionar de cerca. Cuando de repente el aire se volvió más pesado, más frío. Un escalofrío recorrió su nuca, como si lo estuvieran observando. Su cuerpo se tensó, bajando la mano lentamente hacia su arma.

    ⸻ Sal de ahí ⸻soltó con voz firme, sin voltear aún. Podí asegurar que alguien estaba en la oscuridad del callejón, acompañándolo. Giró en su lugar, apuntando realmente a la oscuridad misma con el arma ya en mano. Ah... ¿estaba alucinando? Su corazón latía con fuerza.

    Esperaba que las noches en vela no le estuvieran cobrando factura, no aún... Tenía que volver a casa y asegurarse que la bola de pelos -de curioso nombre cítrico- había vuelto a casa para dormir.
    Rol cerrado con: [Heinz_Vamp] 📍 Ciudad Velmont - 1:00 am La ciudad tenía una forma particular de respirar en las madrugadas. Calles desiertas, faroles parpadeando como si estuvieran cansados de iluminar y el eco de unos tacones o pasos en la distancia. Joon estaba acostumbrado a todo eso. Había patrullado estos barrios lo suficiente como para saber que los rumores de vampiros, criaturas de la noche o monstruos -como bien los llamaban-, eran todas historias para mantener a los borrachos en sus casas y para asustar a los niños Sin embargo, los rumores de ataques extraños no dejaban de circular entre los oficiales. Gente desapareciendo sin rastro y testigos asegurando haber visto "sombras" moviéndose demasiado rápido. ¿se trataba de algún asesino en serie? No podía ser, ya no se veían casos como esos, solo porque 'eran otras épocas'. Un cadáver apareció en un callejón detrás de un viejo club de jazz. Nada nuevo. La víctima, un hombre de unos treinta y tantos, sin identificación, piel pálida y sin signos visibles de violencia. Lo inquietante era la falta total de sangre en el cuerpo. "Algún psicópata con fetiches raros", pensó mientras sacaba un cigarro, observando la escena. Joon exhaló, masajeándose las sienes. ⸻ Otro más… ⸻murmuró mientras encendía un cigarro. Era el tercer caso en un mes. Diferentes víctimas, diferentes edades, pero el mismo patrón. Piel blanca como el mármol, sin sangre, sin huellas, sin señales de lucha. Y siempre... de noche. Se arrodilló junto al cuerpo, sacando su linterna para inspeccionar de cerca. Cuando de repente el aire se volvió más pesado, más frío. Un escalofrío recorrió su nuca, como si lo estuvieran observando. Su cuerpo se tensó, bajando la mano lentamente hacia su arma. ⸻ Sal de ahí ⸻soltó con voz firme, sin voltear aún. Podí asegurar que alguien estaba en la oscuridad del callejón, acompañándolo. Giró en su lugar, apuntando realmente a la oscuridad misma con el arma ya en mano. Ah... ¿estaba alucinando? Su corazón latía con fuerza. Esperaba que las noches en vela no le estuvieran cobrando factura, no aún... Tenía que volver a casa y asegurarse que la bola de pelos -de curioso nombre cítrico- había vuelto a casa para dormir.
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  • El Valle del Lamento
    Fandom Mo Dao Zu Shi
    Categoría Fantasía
    Starter libre
    Título: El Valle del Lamento


    El viento soplaba con fuerza entre las montañas, arrastrando consigo las hojas secas que cubrían el suelo.

    El aire estaba cargado de una energía oscura, un presagio inquietante que hacía que los árboles susurraran.

    Wei Wuxian caminaba sin rumbo fijo entre las rocas y el follaje.

    A pesar de la quietud del lugar, el ambiente parecía estar lleno de presencias. Wei Wuxian detuvo su marcha, percibiendo una leve vibración en el aire.

    Una risa suave, casi inaudible, se filtró entre los susurros de la naturaleza. Una risa que le resultaba… familiar.

    —¿Ya has vuelto, huh? —murmuró para sí mismo, los ojos entrecerrados, su mirada fija en la sombra que se movía entre los árboles.

    Un paso atrás y un suspiro. La magia de la cultivación fluyó por su cuerpo, casi como si hubiera estado esperando a despertar. Pero algo era diferente, algo no estaba bien. Las huellas de un viejo enemigo parecían dejarse sentir en cada rincón del valle.

    ¿Quién había osado revivir los ecos de su pasado en este lugar olvidado? Era una pregunta que Wei Wuxian ya intuía, pero prefería no responder todavía.

    De repente, el aire se volvió más espeso, las sombras parecían cobrar vida y, en el centro de todo eso, una figura emergió lentamente.
    ✨ Starter libre ✨ 🌿 Título: El Valle del Lamento 🌿 El viento soplaba con fuerza entre las montañas, arrastrando consigo las hojas secas que cubrían el suelo. El aire estaba cargado de una energía oscura, un presagio inquietante que hacía que los árboles susurraran. Wei Wuxian caminaba sin rumbo fijo entre las rocas y el follaje. A pesar de la quietud del lugar, el ambiente parecía estar lleno de presencias. Wei Wuxian detuvo su marcha, percibiendo una leve vibración en el aire. Una risa suave, casi inaudible, se filtró entre los susurros de la naturaleza. Una risa que le resultaba… familiar. —¿Ya has vuelto, huh? —murmuró para sí mismo, los ojos entrecerrados, su mirada fija en la sombra que se movía entre los árboles. Un paso atrás y un suspiro. La magia de la cultivación fluyó por su cuerpo, casi como si hubiera estado esperando a despertar. Pero algo era diferente, algo no estaba bien. Las huellas de un viejo enemigo parecían dejarse sentir en cada rincón del valle. ¿Quién había osado revivir los ecos de su pasado en este lugar olvidado? Era una pregunta que Wei Wuxian ya intuía, pero prefería no responder todavía. De repente, el aire se volvió más espeso, las sombras parecían cobrar vida y, en el centro de todo eso, una figura emergió lentamente.
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  • Mirando todo el caos, pasa de largo y vuelve a acurrucarse en su cama para seguir durmiendo.
    No tiene de ganas de absolutamente nada.
    Mirando todo el caos, pasa de largo y vuelve a acurrucarse en su cama para seguir durmiendo. No tiene de ganas de absolutamente nada.
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  • **El Errante y el Dragón Azul**

    El mundo se abría ante Jimoto como un lienzo infinito, cada viaje una pincelada de experiencias, cada encuentro una historia por contar. Había recorrido valles dorados donde el trigo bailaba con el viento, selvas densas donde la vida vibraba en cada sombra, y desiertos tan vastos que las estrellas parecían más cercanas. Pero fue en las Montañas Esmeralda donde su destino se entrelazó con el de una criatura legendaria.

    El día en que conoció a Shunrei, el Dragón Azul, la neblina cubría los riscos como un manto. Jimoto había oído rumores sobre un ser majestuoso que protegía esas tierras, pero lo que encontró fue una batalla injusta.

    Un grupo de cazadores y taladores clandestinos había invadido el bosque sagrado de la montaña, armados con armas y sierras, listos para acabar con todo lo que se interpusiera en su camino. En el centro del conflicto, Shunrei rugía con furia, su enorme cuerpo de escamas azul celeste reflejando la luz entre los árboles. Su aliento crepitaba con energía, pero algo no estaba bien: sus alas estaban heridas, y aunque peleaba con fiereza, los cazadores lo superaban en número.

    Jimoto no lo pensó dos veces. Se lanzó entre los atacantes con la destreza que había perfeccionado en sus viajes. Con movimientos rápidos, derribó a los taladores más cercanos, arrebatándoles sus herramientas. Usó su velocidad y fuerza para confundir a los cazadores, derribando sin causar mayor daño pues solo quería auyentarles, cuando el líder de los invasores intentó atacar con una daga envenenada, Jimoto la interceptó con su propia mano, partiéndola en dos con un solo movimiento.

    El bosque quedó en silencio. Los cazadores, atónitos, entendieron que no podrían ganar. Uno a uno, huyeron dejando atrás su equipo y su orgullo.

    Shunrei, aún receloso, lo observó con ojos de un azul profundo. Jimoto sintió algo extraño en su mente, como un murmullo antiguo, un lenguaje que no debería entender… pero lo hizo.

    —*Tú… ¿puedes oírme?* —la voz de Shunrei resonó en su mente, profunda y sabia.

    Jimoto parpadeó, sorprendido.

    —Sí… ¿cómo es posible?

    Shunrei inclinó su gran cabeza, inspeccionándolo con curiosidad.

    —*Durante siglos, los humanos han intentado hablarme, pero nunca han comprendido mis palabras. Eres el primero… el único.*

    Desde ese día, Jimoto y Shunrei forjaron una amistad única. El dragón, antiguo guardián de las montañas, compartía con él los secretos de la naturaleza y la historia de los tiempos olvidados. Jimoto, a su vez, le contaba sobre el mundo de los humanos, sobre los lugares que había visto y las maravillas que aún deseaba conocer.

    Juntos, viajaron más allá de las montañas, explorando lo desconocido. Donde Jimoto encontraba peligro, Shunrei lo protegía. Donde el dragón hallaba desesperanza en la humanidad, Jimoto le mostraba la bondad que aún existía.

    Eran diferentes en todo sentido, pero en su soledad compartida encontraron un lazo irrompible. Un viajero de las estrellas y un guardián ancestral, unidos por un destino que aún estaba por escribirse.
    **El Errante y el Dragón Azul** El mundo se abría ante Jimoto como un lienzo infinito, cada viaje una pincelada de experiencias, cada encuentro una historia por contar. Había recorrido valles dorados donde el trigo bailaba con el viento, selvas densas donde la vida vibraba en cada sombra, y desiertos tan vastos que las estrellas parecían más cercanas. Pero fue en las Montañas Esmeralda donde su destino se entrelazó con el de una criatura legendaria. El día en que conoció a Shunrei, el Dragón Azul, la neblina cubría los riscos como un manto. Jimoto había oído rumores sobre un ser majestuoso que protegía esas tierras, pero lo que encontró fue una batalla injusta. Un grupo de cazadores y taladores clandestinos había invadido el bosque sagrado de la montaña, armados con armas y sierras, listos para acabar con todo lo que se interpusiera en su camino. En el centro del conflicto, Shunrei rugía con furia, su enorme cuerpo de escamas azul celeste reflejando la luz entre los árboles. Su aliento crepitaba con energía, pero algo no estaba bien: sus alas estaban heridas, y aunque peleaba con fiereza, los cazadores lo superaban en número. Jimoto no lo pensó dos veces. Se lanzó entre los atacantes con la destreza que había perfeccionado en sus viajes. Con movimientos rápidos, derribó a los taladores más cercanos, arrebatándoles sus herramientas. Usó su velocidad y fuerza para confundir a los cazadores, derribando sin causar mayor daño pues solo quería auyentarles, cuando el líder de los invasores intentó atacar con una daga envenenada, Jimoto la interceptó con su propia mano, partiéndola en dos con un solo movimiento. El bosque quedó en silencio. Los cazadores, atónitos, entendieron que no podrían ganar. Uno a uno, huyeron dejando atrás su equipo y su orgullo. Shunrei, aún receloso, lo observó con ojos de un azul profundo. Jimoto sintió algo extraño en su mente, como un murmullo antiguo, un lenguaje que no debería entender… pero lo hizo. —*Tú… ¿puedes oírme?* —la voz de Shunrei resonó en su mente, profunda y sabia. Jimoto parpadeó, sorprendido. —Sí… ¿cómo es posible? Shunrei inclinó su gran cabeza, inspeccionándolo con curiosidad. —*Durante siglos, los humanos han intentado hablarme, pero nunca han comprendido mis palabras. Eres el primero… el único.* Desde ese día, Jimoto y Shunrei forjaron una amistad única. El dragón, antiguo guardián de las montañas, compartía con él los secretos de la naturaleza y la historia de los tiempos olvidados. Jimoto, a su vez, le contaba sobre el mundo de los humanos, sobre los lugares que había visto y las maravillas que aún deseaba conocer. Juntos, viajaron más allá de las montañas, explorando lo desconocido. Donde Jimoto encontraba peligro, Shunrei lo protegía. Donde el dragón hallaba desesperanza en la humanidad, Jimoto le mostraba la bondad que aún existía. Eran diferentes en todo sentido, pero en su soledad compartida encontraron un lazo irrompible. Un viajero de las estrellas y un guardián ancestral, unidos por un destino que aún estaba por escribirse.
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  • Promesas en papel
    Fandom Epoca Victoriana
    Categoría Romance
    El sol de la tarde se filtraba a través de los vitrales, bañando la habitación con un resplandor cálido y dorado. Me encontraba en mi rincón favorito del invernadero, rodeado del dulce aroma de las gardenias y camelias en flor. La brisa acariciaba mis cabellos, jugando con ellos como si intentara robarme los pensamientos que revoloteaban en mi mente. Pero hoy no se los permitiría. Hoy, mis pensamientos no se desvanecerán en el viento.

    Con una sonrisa que no podía ocultar, deslicé la pluma sobre el papel. La tinta negra danzaba en suaves líneas, dando vida a las palabras que hasta ahora había guardado solo para mí.

    "Mi querido..."

    Solo esas dos palabras y ya sentí mi corazón latir con fuerza. La emoción era embriagadora, como el primer brote de una flor en primavera. Había pasado noches enteras imaginando este momento, planeando cada frase, cada suspiro contenido entre las letras. Pero ahora que finalmente escribía, las palabras fluían como un río desbordado, incapaz de contener todo lo que deseaba decirle.

    "Cada día que pasa, encuentro mi mirada perdida en la ventana, buscando un atisbo de tu silueta entre la multitud. Sé que no debería, que es peligroso, que si alguien nos descubre... Pero, ¿cómo podría ignorar lo que mi corazón me grita? En cada vals, en cada paseo por los jardines, incluso en los momentos de absoluta soledad, tu presencia nunca me abandona. ¿Acaso sientes lo mismo?"

    Me detuve por un instante, presionando la pluma contra el papel mientras contenía la risa que amenazaba con escaparse de mis labios. Qué atrevida me había vuelto. Pero no importaba. Hoy no importaban las reglas, ni los murmullos de la corte, ni siquiera los ojos vigilantes de mi dama de compañía.

    Hoy, por primera vez, era yo quien daba el primer paso.

    Volví a la carta con renovado entusiasmo.

    "Tal vez pienses que es una locura, que no debería escribirte así, con el corazón desnudo sobre este papel. Pero dime, ¿acaso no es la vida en sí una locura maravillosa? Si este atrevimiento me condena, que así sea. No quiero pasar un solo día más callando lo que en mi pecho arde con fuerza. Así que, si el destino ha de reírse de mí, prefiero que lo haga sabiendo que al menos fui sincera."

    Mis mejillas ardían cuando terminé la última frase. ¿Realmente había escrito aquello? ¿Realmente le estaba enviando esta confesión sin saber siquiera si la respuesta que recibiría sería un eco de mis sentimientos o el filo de un adiós?

    Con sumo cuidado, dobla la carta y la introduce en un sobre marfil. Tomé el sello de lacre y dejé caer la cera roja, estampando sobre ella un pequeño ramillete de flores secas, aquellas que él solía admirar cuando paseábamos juntos por los jardines de la mansión.

    Me permití un último suspiro antes de levantar la carta y acercarla a mis labios en un beso fugaz, como si aquel gesto pudiera impregnarla con toda la ternura que mi alma contenía.

    —"Llévala con cuidado" —susurré mientras la depositaba en manos de mi doncella de confianza—. "Y no dejes que nadie te vea."

    Ella apuntando con una leve sonrisa antes de perderse por los pasillos de la mansión.

    El destino ya estaba echado. Ahora, sólo quedaba esperar.
    El sol de la tarde se filtraba a través de los vitrales, bañando la habitación con un resplandor cálido y dorado. Me encontraba en mi rincón favorito del invernadero, rodeado del dulce aroma de las gardenias y camelias en flor. La brisa acariciaba mis cabellos, jugando con ellos como si intentara robarme los pensamientos que revoloteaban en mi mente. Pero hoy no se los permitiría. Hoy, mis pensamientos no se desvanecerán en el viento. Con una sonrisa que no podía ocultar, deslicé la pluma sobre el papel. La tinta negra danzaba en suaves líneas, dando vida a las palabras que hasta ahora había guardado solo para mí. "Mi querido..." Solo esas dos palabras y ya sentí mi corazón latir con fuerza. La emoción era embriagadora, como el primer brote de una flor en primavera. Había pasado noches enteras imaginando este momento, planeando cada frase, cada suspiro contenido entre las letras. Pero ahora que finalmente escribía, las palabras fluían como un río desbordado, incapaz de contener todo lo que deseaba decirle. "Cada día que pasa, encuentro mi mirada perdida en la ventana, buscando un atisbo de tu silueta entre la multitud. Sé que no debería, que es peligroso, que si alguien nos descubre... Pero, ¿cómo podría ignorar lo que mi corazón me grita? En cada vals, en cada paseo por los jardines, incluso en los momentos de absoluta soledad, tu presencia nunca me abandona. ¿Acaso sientes lo mismo?" Me detuve por un instante, presionando la pluma contra el papel mientras contenía la risa que amenazaba con escaparse de mis labios. Qué atrevida me había vuelto. Pero no importaba. Hoy no importaban las reglas, ni los murmullos de la corte, ni siquiera los ojos vigilantes de mi dama de compañía. Hoy, por primera vez, era yo quien daba el primer paso. Volví a la carta con renovado entusiasmo. "Tal vez pienses que es una locura, que no debería escribirte así, con el corazón desnudo sobre este papel. Pero dime, ¿acaso no es la vida en sí una locura maravillosa? Si este atrevimiento me condena, que así sea. No quiero pasar un solo día más callando lo que en mi pecho arde con fuerza. Así que, si el destino ha de reírse de mí, prefiero que lo haga sabiendo que al menos fui sincera." Mis mejillas ardían cuando terminé la última frase. ¿Realmente había escrito aquello? ¿Realmente le estaba enviando esta confesión sin saber siquiera si la respuesta que recibiría sería un eco de mis sentimientos o el filo de un adiós? Con sumo cuidado, dobla la carta y la introduce en un sobre marfil. Tomé el sello de lacre y dejé caer la cera roja, estampando sobre ella un pequeño ramillete de flores secas, aquellas que él solía admirar cuando paseábamos juntos por los jardines de la mansión. Me permití un último suspiro antes de levantar la carta y acercarla a mis labios en un beso fugaz, como si aquel gesto pudiera impregnarla con toda la ternura que mi alma contenía. —"Llévala con cuidado" —susurré mientras la depositaba en manos de mi doncella de confianza—. "Y no dejes que nadie te vea." Ella apuntando con una leve sonrisa antes de perderse por los pasillos de la mansión. El destino ya estaba echado. Ahora, sólo quedaba esperar.
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  • ### **La Revelación de Takeru**

    El crujido aún resonaba en su cabeza.

    Takeru estaba de pie en medio del bosque, con el torso desnudo, el sudor escurriendo por su piel mientras su respiración aún se mantenía agitada tras una sesión intensa de entrenamiento. A su alrededor, los árboles se mecían suavemente con el viento, el río murmuraba en la distancia, y el aroma a tierra húmeda lo envolvía. Sin embargo, su mente estaba en otro lugar.

    **El golpe.**

    Ese último cross que había conectado en el rostro de Harold Smith, su oponente en la pelea de clasificación. Un movimiento limpio, preciso, ejecutado con la técnica impecable de un out-boxer. Pero lo que lo perturbaba no era su perfección… sino la sensación.

    Sintió los huesos rompiéndose bajo su puño.

    El canadiense había caído como un muñeco de trapo, su rostro deformado por el impacto. No se movía. Por un instante, Takeru había pensado que lo había matado.

    Se llevó la mano derecha al rostro y observó sus nudillos vendados, aún con rastros de la sangre seca de la pelea. Nunca antes había sentido algo así. Había golpeado cientos de veces en su vida, había lastimado a muchos hombres en el ring, pero jamás con esta brutalidad. Nunca había sentido que su puño tenía el poder de arrebatarle la vida a otro ser humano.

    —Si no hubiera frenado un poco… lo habría matado.

    El pensamiento le caló hondo.

    Recordó la mirada de su oponente. Harold Smith había entrado en ese almacén con una sola intención: matarlo. No había titubeado, no había mostrado piedad. Cada patada, cada movimiento, cada respiración suya estaba encaminada a la eliminación total de su rival.

    En este torneo no existía la compasión.

    Takeru tomó una piedra cercana y la apretó con fuerza. Sus dedos se hundieron en la superficie rugosa mientras la presión aumentaba. A su alrededor, la naturaleza seguía su curso, indiferente a su conflicto interno.

    **¿Podría hacerlo?**

    Si llegaba el momento… si un rival lo acorralaba, si la única opción era acabar con él antes de que lo hicieran con él… ¿Sería capaz de cruzar esa línea?

    Recordó el miedo en los ojos de Harold en ese último instante, cuando su puño se acercaba, cuando su destino ya estaba sellado.

    —Si dudo… moriré.

    Susurró para sí mismo.

    El Torneo Kengan no era un juego. No era un cuadrilátero con reglas y árbitros. Aquí, la única ley era la victoria, y la derrota podía significar la muerte.

    Inspiró hondo y dejó caer la piedra.

    Matar nunca había sido su propósito. Su boxeo no se trataba de asesinar, sino de superar. De demostrar que era el mejor, de pulir su técnica hasta la perfección. Pero este mundo no respetaba ideales. Si quería sobrevivir, si quería ganar, tenía que estar preparado para tomar la vida de su oponente.

    Y lo más inquietante…

    Es que ahora sabía que podía hacerlo.
    ### **La Revelación de Takeru** El crujido aún resonaba en su cabeza. Takeru estaba de pie en medio del bosque, con el torso desnudo, el sudor escurriendo por su piel mientras su respiración aún se mantenía agitada tras una sesión intensa de entrenamiento. A su alrededor, los árboles se mecían suavemente con el viento, el río murmuraba en la distancia, y el aroma a tierra húmeda lo envolvía. Sin embargo, su mente estaba en otro lugar. **El golpe.** Ese último cross que había conectado en el rostro de Harold Smith, su oponente en la pelea de clasificación. Un movimiento limpio, preciso, ejecutado con la técnica impecable de un out-boxer. Pero lo que lo perturbaba no era su perfección… sino la sensación. Sintió los huesos rompiéndose bajo su puño. El canadiense había caído como un muñeco de trapo, su rostro deformado por el impacto. No se movía. Por un instante, Takeru había pensado que lo había matado. Se llevó la mano derecha al rostro y observó sus nudillos vendados, aún con rastros de la sangre seca de la pelea. Nunca antes había sentido algo así. Había golpeado cientos de veces en su vida, había lastimado a muchos hombres en el ring, pero jamás con esta brutalidad. Nunca había sentido que su puño tenía el poder de arrebatarle la vida a otro ser humano. —Si no hubiera frenado un poco… lo habría matado. El pensamiento le caló hondo. Recordó la mirada de su oponente. Harold Smith había entrado en ese almacén con una sola intención: matarlo. No había titubeado, no había mostrado piedad. Cada patada, cada movimiento, cada respiración suya estaba encaminada a la eliminación total de su rival. En este torneo no existía la compasión. Takeru tomó una piedra cercana y la apretó con fuerza. Sus dedos se hundieron en la superficie rugosa mientras la presión aumentaba. A su alrededor, la naturaleza seguía su curso, indiferente a su conflicto interno. **¿Podría hacerlo?** Si llegaba el momento… si un rival lo acorralaba, si la única opción era acabar con él antes de que lo hicieran con él… ¿Sería capaz de cruzar esa línea? Recordó el miedo en los ojos de Harold en ese último instante, cuando su puño se acercaba, cuando su destino ya estaba sellado. —Si dudo… moriré. Susurró para sí mismo. El Torneo Kengan no era un juego. No era un cuadrilátero con reglas y árbitros. Aquí, la única ley era la victoria, y la derrota podía significar la muerte. Inspiró hondo y dejó caer la piedra. Matar nunca había sido su propósito. Su boxeo no se trataba de asesinar, sino de superar. De demostrar que era el mejor, de pulir su técnica hasta la perfección. Pero este mundo no respetaba ideales. Si quería sobrevivir, si quería ganar, tenía que estar preparado para tomar la vida de su oponente. Y lo más inquietante… Es que ahora sabía que podía hacerlo.
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  • Mejor... Me iré a beber otra vez... *Mentira, se va a la habitación a seguir durmiendo.*
    Mejor... Me iré a beber otra vez... *Mentira, se va a la habitación a seguir durmiendo.*
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  • '╭❥ ¿Por cuanto tiempo más podré seguir llevando esta vida?

    Me pregunté mientras observé como las ojeras de mis ojos cada día se hacían más grandes, las noches de vigilancia y de violencia poco a poco iban mermando el poco halito de vida que queda de mi cuerpo deambulante.

    Los de mi raza se dice son inmortales, pero no hay inmortal capaz de llevar este estilo de vida, comiendo poco, durmiendo poco... ¿Debería descansar? No, ¿Puedo descansar? esas preguntas siguieron rondando por mi cabeza mientras transcurría la batalla, las cuchillas volaban junto a las cabezas y la sangre de mis rivales, que frialdad, parece que lo hago en automático, quiero retirarme, descansar... Pero me necesitan, él me necesita... ¿Sabrá que salgo por las noches cuando él duerme?

    https://www.youtube.com/watch?v=jyvxDmi4flU
    '╭❥ ¿Por cuanto tiempo más podré seguir llevando esta vida? Me pregunté mientras observé como las ojeras de mis ojos cada día se hacían más grandes, las noches de vigilancia y de violencia poco a poco iban mermando el poco halito de vida que queda de mi cuerpo deambulante. Los de mi raza se dice son inmortales, pero no hay inmortal capaz de llevar este estilo de vida, comiendo poco, durmiendo poco... ¿Debería descansar? No, ¿Puedo descansar? esas preguntas siguieron rondando por mi cabeza mientras transcurría la batalla, las cuchillas volaban junto a las cabezas y la sangre de mis rivales, que frialdad, parece que lo hago en automático, quiero retirarme, descansar... Pero me necesitan, él me necesita... ¿Sabrá que salgo por las noches cuando él duerme? https://www.youtube.com/watch?v=jyvxDmi4flU
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  • Luciérnaga.

    La palabra flota en el aire, atrapándome en un eco inesperado. No es un nombre que haya elegido para mí misma, pero alguien más lo ha hecho. Y ahora permanece entre la sombra y yo, ligera y persistente, como si esperara que la reconozca.

    Pienso en ello con cierta ironía. Si soy una luciérnaga, lo soy en mi forma más contradictoria. Una pequeña criatura de luz atrapada en la vastedad de la noche, un resplandor que nunca será suficiente para disipar la oscuridad. Parpadeante, efímera, apenas un destello en el abismo. Pero existente.

    Siempre he pensado en la luz como algo lejano, algo que no me pertenece del todo. La veo en otros, la reconozco en miradas llenas de esperanza y en llamas firmes que arden sin miedo al viento. Pero yo… Yo siempre he sido distinta. Mi luz, si acaso la tengo, titubea. Surge y se desvanece, como si dudara de su derecho a permanecer.

    Las luciérnagas no iluminan el camino. No son faros en la tormenta ni soles que ahuyentan la sombra. Son apenas murmullos de luz, danzando en la penumbra sin reclamar el amanecer. Y, sin embargo, aún en su fragilidad, persisten.

    Tal vez ahí resida la clave. No importa cuán tenue sea mi luz, ni cuántas veces se apague en la brisa gélida de la incertidumbre. Sigo resurgiendo. Persistente. Rebelde. Como si, a pesar de todo, me negara a desaparecer.

    Y si alguien aún me ve, si alguien aún me llama así, entonces tal vez… Tal vez mi luz no es tan invisible como creo.
    Luciérnaga. La palabra flota en el aire, atrapándome en un eco inesperado. No es un nombre que haya elegido para mí misma, pero alguien más lo ha hecho. Y ahora permanece entre la sombra y yo, ligera y persistente, como si esperara que la reconozca. Pienso en ello con cierta ironía. Si soy una luciérnaga, lo soy en mi forma más contradictoria. Una pequeña criatura de luz atrapada en la vastedad de la noche, un resplandor que nunca será suficiente para disipar la oscuridad. Parpadeante, efímera, apenas un destello en el abismo. Pero existente. Siempre he pensado en la luz como algo lejano, algo que no me pertenece del todo. La veo en otros, la reconozco en miradas llenas de esperanza y en llamas firmes que arden sin miedo al viento. Pero yo… Yo siempre he sido distinta. Mi luz, si acaso la tengo, titubea. Surge y se desvanece, como si dudara de su derecho a permanecer. Las luciérnagas no iluminan el camino. No son faros en la tormenta ni soles que ahuyentan la sombra. Son apenas murmullos de luz, danzando en la penumbra sin reclamar el amanecer. Y, sin embargo, aún en su fragilidad, persisten. Tal vez ahí resida la clave. No importa cuán tenue sea mi luz, ni cuántas veces se apague en la brisa gélida de la incertidumbre. Sigo resurgiendo. Persistente. Rebelde. Como si, a pesar de todo, me negara a desaparecer. Y si alguien aún me ve, si alguien aún me llama así, entonces tal vez… Tal vez mi luz no es tan invisible como creo.
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