• En su casa predominaba un silencio agradable y pacífico, lo único que de algún modo parecía interrumpirlo era el suave sonido de su respiración acompasada. Los dorados rayos de sol que se colaban entre las cortinas otorgaban una apariencia casi etérea a la habitación, envolviéndola con una calidez que solo podía encontrarse en la tarde avanzada.

    Link, quien yacía cómodamente en su cama, se había permitido descansar sin preocupaciones luego de días tan pesados. El héroe comenzó a removerse cuando los traviesos rayos de sol acariciaron su rostro, intentando arrastrarlo fuera de sus sueños… al menos temporalmente, mientras buscaba una nueva posición para seguir durmiendo.

    El joven abrió lentamente los ojos, como si fuesen dos mariposas revoloteando con pereza. Aún adormilado por el profundo letargo, se acomodó entre sus sábanas hasta quedar boca arriba. Su playera se deslizó un poco, dejando a la vista un tramo de su cintura y las cicatrices que la recorrían: testigos silenciosos de su labor como defensor de Hyrule y de su gente.

    Su cabello largo descansaba desordenado sobre la almohada, fluyendo en ondas suaves que atrapaban la luz de la tarde.

    Su expresión, tranquila y evidentemente aletargada, mostraba una vulnerabilidad que raras veces se dejaba ver: ese instante privado donde el héroe no era más que un joven reposando en la tibieza de la tarde.

    Entreabrió los labios en un suspiro breve, alzando una mano para cubrir sus ojos de la luz; su otra mano subió hasta su propio cabello, intentando ordenarlo sin éxito alguno en un gesto lento antes de volver a caer pesadamente sobre la cama. Finalmente buscó instintivamente la manta, aferrándose a ella con quieta necesidad listo para volver a los brazos de un merecido descanso.

    #SeductiveSunday
    En su casa predominaba un silencio agradable y pacífico, lo único que de algún modo parecía interrumpirlo era el suave sonido de su respiración acompasada. Los dorados rayos de sol que se colaban entre las cortinas otorgaban una apariencia casi etérea a la habitación, envolviéndola con una calidez que solo podía encontrarse en la tarde avanzada. Link, quien yacía cómodamente en su cama, se había permitido descansar sin preocupaciones luego de días tan pesados. El héroe comenzó a removerse cuando los traviesos rayos de sol acariciaron su rostro, intentando arrastrarlo fuera de sus sueños… al menos temporalmente, mientras buscaba una nueva posición para seguir durmiendo. El joven abrió lentamente los ojos, como si fuesen dos mariposas revoloteando con pereza. Aún adormilado por el profundo letargo, se acomodó entre sus sábanas hasta quedar boca arriba. Su playera se deslizó un poco, dejando a la vista un tramo de su cintura y las cicatrices que la recorrían: testigos silenciosos de su labor como defensor de Hyrule y de su gente. Su cabello largo descansaba desordenado sobre la almohada, fluyendo en ondas suaves que atrapaban la luz de la tarde. Su expresión, tranquila y evidentemente aletargada, mostraba una vulnerabilidad que raras veces se dejaba ver: ese instante privado donde el héroe no era más que un joven reposando en la tibieza de la tarde. Entreabrió los labios en un suspiro breve, alzando una mano para cubrir sus ojos de la luz; su otra mano subió hasta su propio cabello, intentando ordenarlo sin éxito alguno en un gesto lento antes de volver a caer pesadamente sobre la cama. Finalmente buscó instintivamente la manta, aferrándose a ella con quieta necesidad listo para volver a los brazos de un merecido descanso. #SeductiveSunday ✨🌙
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  • Al amanecer, la pequeña campana sobre la puerta de la Bottega Valenti tintinea débilmente con la primera corriente fría del día. Carmina ya está despierta desde mucho antes: abre las persianas metálicas mientras el aire otoñal le eriza la piel, ese tipo de frío que no duele, pero sí avisa que el verano ya es un recuerdo.

    La calle huele a leña húmeda, a pan recién horneado en la panadería de la esquina y a hojas secas que el viento arrastra sin prisa. Carmina se frota las manos para calentárselas y entra a la tienda, donde el silencio es tan acogedor como una cobija vieja. Enciende las luces cálidas, que contra las sombras parecen pequeñas fogatas repartidas entre los estantes.

    Lo primero es preparar el café. La máquina antigua resopla con su gruñido familiar, y el aroma empieza a llenar la tienda. Carmina siempre guarda la primera taza para su abuela, quien baja las escaleras unos minutos después, envuelta en un suéter grueso de color mostaza.

    —Fa freddo oggi… —murmura Lucia, frotándose los brazos.
    Carmina sonríe.
    —Te lo dije, nonna, ya viene el invierno escondido entre las hojas.

    Mientras la abuela se sienta detrás del mostrador, Carmina revisa los productos recién llegados: mermeladas caseras, galletas de avellana, jabones artesanales que la gente empieza a comprar porque “huelen a hogar”. Organiza las manzanas rojas en una pequeña cesta de madera; algunas aún conservan esa frescura crujiente típica de octubre.

    A media mañana, los clientes habituales empiezan a entrar, sacudiéndose hojas del cabello, comentando el clima, pidiendo un café caliente para el camino. La campana de la puerta no deja de sonar. Carmina reconoce cada voz, cada paso.

    —¿Ya pusiste las decoraciones de otoño? —pregunta la señora Fiorini.
    Carmina señala el ventanal: unas guirnaldas de hojas secas y pequeñas calabazas pintadas a mano.
    —Las hice anoche —responde.
    —Se siente más acogedor aquí que en mi propia casa —ríe la señora.

    Por la tarde, el cielo se vuelve gris, y el viento trae el olor a lluvia. Carmina sale un momento a sujetar el cartel de ofertas para que no se lo lleve el aire. El clima cambia rápido: el viento helado le enrojece las mejillas y hace que su bufanda se infle como un pequeño paracaídas. Sin embargo, ella disfruta de esa sensación: el otoño siempre la ha hecho sentir acompañada, como si el mundo se encogiera un poco hacia adentro, volviéndose más íntimo.

    De vuelta en la tienda, ve a su abuela adormecida en la silla, las manos tibias alrededor de una taza de té ya frío. Carmina se acerca, le coloca suavemente una bufanda sobre los hombros y baja las luces, dejando solo las necesarias para que el lugar permanezca cálido y vivo.

    La tarde se disuelve despacio, y la Bottega Valenti respira con ella: crujidos de madera, olor a café, susurro de hojas al chocar contra la puerta. Carmina cierra los ojos un segundo, escuchando.
    Otoño siempre les sienta bien.
    Al amanecer, la pequeña campana sobre la puerta de la Bottega Valenti tintinea débilmente con la primera corriente fría del día. Carmina ya está despierta desde mucho antes: abre las persianas metálicas mientras el aire otoñal le eriza la piel, ese tipo de frío que no duele, pero sí avisa que el verano ya es un recuerdo. La calle huele a leña húmeda, a pan recién horneado en la panadería de la esquina y a hojas secas que el viento arrastra sin prisa. Carmina se frota las manos para calentárselas y entra a la tienda, donde el silencio es tan acogedor como una cobija vieja. Enciende las luces cálidas, que contra las sombras parecen pequeñas fogatas repartidas entre los estantes. Lo primero es preparar el café. La máquina antigua resopla con su gruñido familiar, y el aroma empieza a llenar la tienda. Carmina siempre guarda la primera taza para su abuela, quien baja las escaleras unos minutos después, envuelta en un suéter grueso de color mostaza. —Fa freddo oggi… —murmura Lucia, frotándose los brazos. Carmina sonríe. —Te lo dije, nonna, ya viene el invierno escondido entre las hojas. Mientras la abuela se sienta detrás del mostrador, Carmina revisa los productos recién llegados: mermeladas caseras, galletas de avellana, jabones artesanales que la gente empieza a comprar porque “huelen a hogar”. Organiza las manzanas rojas en una pequeña cesta de madera; algunas aún conservan esa frescura crujiente típica de octubre. A media mañana, los clientes habituales empiezan a entrar, sacudiéndose hojas del cabello, comentando el clima, pidiendo un café caliente para el camino. La campana de la puerta no deja de sonar. Carmina reconoce cada voz, cada paso. —¿Ya pusiste las decoraciones de otoño? —pregunta la señora Fiorini. Carmina señala el ventanal: unas guirnaldas de hojas secas y pequeñas calabazas pintadas a mano. —Las hice anoche —responde. —Se siente más acogedor aquí que en mi propia casa —ríe la señora. Por la tarde, el cielo se vuelve gris, y el viento trae el olor a lluvia. Carmina sale un momento a sujetar el cartel de ofertas para que no se lo lleve el aire. El clima cambia rápido: el viento helado le enrojece las mejillas y hace que su bufanda se infle como un pequeño paracaídas. Sin embargo, ella disfruta de esa sensación: el otoño siempre la ha hecho sentir acompañada, como si el mundo se encogiera un poco hacia adentro, volviéndose más íntimo. De vuelta en la tienda, ve a su abuela adormecida en la silla, las manos tibias alrededor de una taza de té ya frío. Carmina se acerca, le coloca suavemente una bufanda sobre los hombros y baja las luces, dejando solo las necesarias para que el lugar permanezca cálido y vivo. La tarde se disuelve despacio, y la Bottega Valenti respira con ella: crujidos de madera, olor a café, susurro de hojas al chocar contra la puerta. Carmina cierra los ojos un segundo, escuchando. Otoño siempre les sienta bien.
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  • ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷]

    [] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀

    La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente.

    Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre.

    Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre.

    La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo.

    Guardia: ──── Identifiez-vous. ────

    Gruñó el guardia, mano en la pistolera.
    Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles.

    ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.────

    El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió.

    Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto.
    En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia.

    Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?────


    Santiago entró, quitándose los guantes lentamente.

    ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ────

    Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas.

    Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte.

    El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero.

    ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.────

    El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró.

    El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa.
    Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto.

    Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ────

    Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno.

    ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ────

    Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera.

    Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel.

    ──── Pathétique. ────

    Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador.

    Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón.

    Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ────

    Santiago se acercó, ignorando el arma.

    Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente.

    ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ────

    Hizo una pequeña pausa.

    ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ────

    Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso.

    Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo.

    ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ────

    Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
    ──── 𝘛𝘩𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘵 𝘩𝘢𝘴 𝘣𝘦𝘦𝘯 𝘱𝘢𝘪𝘥. ──── 𝑃𝑟𝑒𝑠𝑒𝑛𝑡 𝐷𝑎𝑦 | ℭ𝔥𝔞𝔭𝔱𝔢𝔯 [𝟷𝟷] [🇫🇷] 𝑃𝑎𝑟í𝑠, 𝐹𝑟𝑎𝑛𝑐𝑖𝑎 — 𝟷𝟶:𝟹𝟶 𝑃.𝑀 La noche parisina caía como un velo de terciopelo negro sobre el Sena, cuando el vuelo desde Buenos Aires aterrizó en Charles de Gaulle. Santiago descendió del avión con la elegancia de un fantasma, su abrigo negro ondeando ligeramente con la brisa otoñal. Sus ojos rojos ocultos tras lentes ahumados, piel pálida que no reflejaba la luz, y un aura que hacía que los mortales se apartaran instintivamente. Argentino de nacimiento, pero con siglos de vagabundeo por el infierno y la tierra, hablaba francés como si hubiera nacido en las calles de Montmartre. Tomó un taxi hacia el distrito 16, donde las mansiones de los poderosos se erguían como fortalezas de mármol y oro. Su objetivo: Pierre Duval, el Ministro de Defensa de Francia, un hombre que había cruzado caminos con Santiago décadas atrás, cuándo se deshacía de los opositores u aquellos que atentaban contra él. Pero los contratos cambian, y esta vez, el pago venía por una deuda pendiente del mismísimo Pierre. La mansión de Duval era un palacio neoclásico, rodeado de jardines manicureados y vigilado por guardias armados con fusiles de asalto. Santiago se acercó a la verja principal, su silueta recortada contra las luces de la ciudad. Uno de los guardias, un tipo fornido con auricular, lo detuvo. Guardia: ──── Identifiez-vous. ──── Gruñó el guardia, mano en la pistolera. Santiago sonrió, revelando colmillos apenas perceptibles. ──── Dites à Monsieur Duval que c'est un vieil ami d'Argentine. Santiago. Il me connaît depuis longtemps.──── El guardia dudó, pero el nombre surtió efecto. Llamó por radio, y tras un minuto de silencio tenso, la verja se abrió. Dos guardias más lo escoltaron por el camino de gravilla, sus botas crujiendo como huesos rotos. Santiago caminaba con calma, inhalando el aroma a rosas y poder corrupto. En el vestíbulo de mármol, iluminado por candelabros de cristal, Pierre Duval lo esperaba. El ministro era un hombre de sesenta años, elegante en su traje a medida, con una copa de coñac en la mano. Su rostro se iluminó con una mezcla de sorpresa y nostalgia. Pierre : ──── Santiago! Mon Dieu, ça fait combien... vingt ans? Depuis Brazzaville. Entre, entre. Qu'est-ce qui t'amène à Paris? Un contrat?──── Santiago entró, quitándose los guantes lentamente. ──── Exactement, Pierre. Un contrat. Mais cette fois, c'est toi la cible. ──── Los ojos de Duval se abrieron de par en par. Intentó retroceder, pero los guardias ya estaban alertas. Los dos guardias en la puerta levantaron sus armas, pero Santiago fue más rápido. Con un movimiento fluido, extendió la mano y envolviendo su cuello hasta romperlo. El hombre gritó mientras su cuerpo se retorcía, huesos crujiendo como ramas secas, hasta colapsar en un montón de carne inerte. El segundo disparó, balas silbando en el aire, pero rebotaron en la piel de Santiago como gotas de lluvia en acero. ──── Tu n'as pas changé du tout, Pierre. Tu continues d'échouer malgré toute la sécurité dont tu disposes.──── El guardia restante cargó con un cuchillo, pero Santiago lo agarró por el cuello, levantándolo del suelo. Con un chasquido, el cuello se quebró. El cuerpo cayó pesadamente sobre la alfombra persa. Duval retrocedió hacia su escritorio, presionando un botón de pánico oculto. Pierre : ──── Pourquoi? Qui t'a payé? On était amis! ──── Santiago se rio, un sonido gutural que resonó como eco en el infierno. ──── Amis ? Nous n'avons jamais été amis. Tu as rompu le pacte, et maintenant tu dois payer. Le démon qui est en moi n'oublie pas. Et ce soir, le prix à payer sera ton sang. ──── Más guardias irrumpieron desde las escaleras: cuatro en total, armados hasta los dientes. Disparos retumbaron en la mansión, astillando muebles antiguos y perforando paredes. Santiago se movió como humo, esquivando balas. Saco rápidamente su 9mm, solo fueron dos disparos certeros; una a la cabeza de los dos guardias que cubrían la delantera. Los últimos dos intentaron flanquearlo. Uno disparó una ráfaga que rozó el hombro de Santiago, rasgando el abrigo pero no la piel. ──── Pathétique. ──── Siseó él, lanzando una daga oculta en su saco que se clavó en la garganta del tirador. El último guardia, aterrorizado, vació su cargador. Santiago, apunto nuevamente y disparó otro certero tiro en la cabeza del guardia restante. Duval, acorralado detrás del escritorio, sacó una pistola de un cajón. Pierre : ──── Attends! Je peux payer le double! Triple! ──── Santiago se acercó, ignorando el arma. Tomó la pistola de la mano temblorosa de Duval y la aplastó como papel. Luego, con delicadeza casi amorosa, colocó una mano en la frente del ministro y luego la bajó rápidamente para tomarlo del cuello apretando fuertemente. ──── Adieu, Pierre. L'enfer t'attend. . . ──── Hizo una pequeña pausa. ────𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘵𝘦 𝘱𝘶𝘥𝘳𝘢𝘴 𝘦𝘯 𝘦𝘭 𝘪𝘯𝘧𝘪𝘦𝘳𝘯𝘰, 𝘧𝘳𝘢𝘯𝘤é𝘴 𝘣𝘢𝘴𝘵𝘢𝘳𝘥𝘰. ──── Un pulso fuerte recorrió el cuerpo del ministro. Su piel se agrietó ante aquél tacto, sangre negra brotando como lava. Gritó una última vez hasta que se escucho rápidamente el filo de la garra atravesando su cuello y un rápido movimiento, firme y perfecto realizando un corte limpió donde la cabeza salió rodando por los suelos dejando un camino de sangre en el transcurso. Santiago se limpió las manos en el abrigo, admirando el caos: cuerpos destrozados, sangre salpicando tapices renacentistas. Sacó un cigarrillo, lo encendió con una llama de su dedo, y exhaló humo hacia el techo. ──── Paris est toujours aussi belle la nuit. J'ai récupéré ce que vous me deviez. ──── Murmuró, antes de desvanecerse en las sombras, dejando la mansión como un mausoleo de los caídos. El demonio había cobrado su deuda.
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  • ɪ ᴛʜᴏᴜɢʜᴛ ɪᴛ ᴡᴀs ᴊᴜsᴛ ᴀ ɴɪɢʜᴛᴍᴀʀᴇ.
    Fandom The walking dead
    Categoría Acción
    Le cayo una gota en la frente, luego una segunda, hasta que la tercera consiguio despertarlo. Abrió los ojos despacio, tratando de encontrar el lugar del que provenían.

    Caían desde el aire acondicionado en el marco en la ventana, parecía estar averiado; no emitía sonido, tampoco tenía algun número para indicar la temperatura o una luz al costado de la pantalla led. Estaba apagado y perdía agua de la manguera que iba al exterior, solo esperaba que no quisieran hacerle pagar por ese desperfecto.

    Aparto las sábanas y entrecerro los párpados al recibir de lleno la luz solar en la cara.

    ──Solo fue una pesadilla, que alivio ── Murmuro refiriendose lo ocurrido hace minutos, estaba confundiendo su muerte con un sueño pero no tenía idea de eso.

    Se sentó en el colchón. Se rasco los ojos para espabilarse y le echo un vistazo a la habitación. No estaba en el bunker, estaba en una habitación de motel normal; de los más baratos, con dos camas individuales y con un bolso que descansaba sobre la segunda cama vacía.

    Lo último que recordaba, quitando los sucesos de lo que creía había sido un mal sueño, era que iba cazar vampiros junto a Sam pero no había rastro de su hermano por ahí.

    No le dio demasiada importancia, penso que el menor de los Winchester había cambiado de opinión por alguna razón y que se había quedado en el Bunker. Después de todo, ambos estaban preparados para eliminar cualquier criatura y a juzgar por el reloj en la pared, faltaba poco para el mediodía; exterminar un nido de vampiros en ese horario era pan comido, estaría de vuelta en menos de una hora.

    Se ducho y cambio en tiempo record. En menos de veinte minutos estaba en el estacionamiento del motel buscando su auto pero el impala no estaba por ninguna parte. Sintió una punzada en el pecho, no era para menos, su bebé había desaparecido un infarto era lo mínimo que podía sentir.

    Corrió hacia la recepción del motel con arma en mano y comenzó a tocar desesperadamente el timbre en el recibidor pero nadie acudio a su llamado.

    ──¿Hola? ¡Necesito ver las cámaras del estacionamiento, robaron mi coche! ── insistió, pero la repuesta fue la misma.

    Regreso a la calle, dispuesto a recorrer manzanas enteras a pie con la esperanza de encontrar el impala estacionado por algún lugar y darle su merecido a quien se le ocurrio la brillante idea de llevárselo. Caminaba con prisa, sumergido en sus propios pensamientos que no se percato que no había nadie más en la calle, estaba completamente vacía.

    A un par de metros diviso una patrulla de policía, corrio hacia ella y se detuvo del lado del acompañante, tenía la ventanilla entre abierta. En el interior encontro a un oficial con la cabeza apoyada sobre el volante y con el cinturón de seguridad puesto.

    ──¡Oiga oficial. Lamento interrumpir su siesta pero necesito que-... ── Mientras hablaba, abrió la puerta con la intención de subirse para que juntos rastillaran la zona pero tan rápido como la abrió tuvo que cerrarla de golpe. El conductor profirió un alarido espantoso que no se parecía a nada que hubiese oído antes y comenzó a retorcerse en su asiento, prisionero de un cinturón de seguridad que no intento quitarse como si hubiese olvidado como hacerlo.

    El hombre tenía el rostro hinchado y la piel rosada, probablemente por estar tanto tiempo debajo del sol dentro del coche pero lo que más le sorprendio fue la forma en la que chasqueaba los dientes, lo hacía con tanta fuerza que parece imitar el sonido de cáscaras de nueces abriendose.

    Por un momento, hicieron contacto visual. Los ojos verdes se encontraron con un par de ojos blancos que carecían de vida, lo primero que cruzo por su mente fue que estaba frente a una 𝗦𝗵𝘁𝗿𝗶𝗴𝗮. Retrocedio de un salto maldiciendo su suerte, comenzó a buscar en su bolso una cuchilla de hierro consagrado aunque dudaba de la efectividad porque la criatura no estaba alimentandose, y ese momento de vulnerabilidad era el único en el que tenia oportunidad de matarla.

    Sabiendo eso, quiso de intentarlo de todos modos. Abrió la puerta una vez más, pero antes de que pudiera acercarse a lo que creía era una criatura sobrenatural, alguien lo sujeto del brazo. Dean se soltó del agarre con un movimiento brusco y cuando se giro para hacer frente a quien lo había sujetado, se encontro con otra de esas cosas que se avalanzo sobre él; el cazador se defendió dándole un puñetazo en el rostro y enviandolo al suelo de inmediato.

    No supo porqué levanto la mirada en lugar de terminar de darle una paliza al que estaba en el suelo, pero agradecio haberlo hecho. Más de esas cosas se acercaban, arrastrando los pies y con los brazos extendidos. No eran dos o tres más, eran seis sin contar el que estaba dentro de la patrulla ni el que estaba en el suelo y que ahora lo sujetaba por el talón.

    ──No me toques, Freddy Krueger ── lo aparto de una patada en la cabeza y sin saber que más hacer, desenfundo su arma y comenzó a disparar. Primero le dio al que estaba en el suelo, luego al oficial dentro de la patrulla hasta que vacío el cargador con los que estaban acercándose, pero al no darles en la cabeza, volvieron a ponerse de pie y trataron de acercarse de nuevo.

    El sonido atrajo a más, salían de todas partes. Variaban en tamaño y en edades pero todos se veían igual, como salidos del videoclip de la canción thriller.

    Se abrió paso empujandolos, repartiendo puñetazos a diestra y siniestra hasta que se percato de que lo superaban en número. Comenzó a correr sin rumbo fijo, unicamente con la idea de alejarse de esas cosas y llamar a Sam para pedir refuerzos.

    En el camino se rompió la correa del bolso con sus cosas, tuvo que dejarlo atrás. Dobló a la izquierda al ver de frente otro grupo de muertos vivientes y no le dejaron más opción que meterse por el primer hueco que encontró: un callejón sin salida. A mitad del callejón se dio cuenta que el alambre que le cerraba el paso era más alto de lo que había pensado y que además, habían más zombies esperándolo del otro lado.

    Frenó en seco y giro sobre los talones para regresar pero ya era tarde, lo tenían acorralado. Atino a subirse sobre un contenedor de basura y comenzo a brincar en el para alcanzar la escalera de incendios de uno de los apartamentos, apenas rozaba el hierro del último escalón con las yemas de los dedos pero no conseguía alcanzarlo, lo único que estaba haciendo era más y más ruido.

    𝒎𝙖𝒈𝙜𝒊𝙚 𝙧𝒉𝙚𝒆
    Le cayo una gota en la frente, luego una segunda, hasta que la tercera consiguio despertarlo. Abrió los ojos despacio, tratando de encontrar el lugar del que provenían. Caían desde el aire acondicionado en el marco en la ventana, parecía estar averiado; no emitía sonido, tampoco tenía algun número para indicar la temperatura o una luz al costado de la pantalla led. Estaba apagado y perdía agua de la manguera que iba al exterior, solo esperaba que no quisieran hacerle pagar por ese desperfecto. Aparto las sábanas y entrecerro los párpados al recibir de lleno la luz solar en la cara. ──Solo fue una pesadilla, que alivio ── Murmuro refiriendose lo ocurrido hace minutos, estaba confundiendo su muerte con un sueño pero no tenía idea de eso. Se sentó en el colchón. Se rasco los ojos para espabilarse y le echo un vistazo a la habitación. No estaba en el bunker, estaba en una habitación de motel normal; de los más baratos, con dos camas individuales y con un bolso que descansaba sobre la segunda cama vacía. Lo último que recordaba, quitando los sucesos de lo que creía había sido un mal sueño, era que iba cazar vampiros junto a Sam pero no había rastro de su hermano por ahí. No le dio demasiada importancia, penso que el menor de los Winchester había cambiado de opinión por alguna razón y que se había quedado en el Bunker. Después de todo, ambos estaban preparados para eliminar cualquier criatura y a juzgar por el reloj en la pared, faltaba poco para el mediodía; exterminar un nido de vampiros en ese horario era pan comido, estaría de vuelta en menos de una hora. Se ducho y cambio en tiempo record. En menos de veinte minutos estaba en el estacionamiento del motel buscando su auto pero el impala no estaba por ninguna parte. Sintió una punzada en el pecho, no era para menos, su bebé había desaparecido un infarto era lo mínimo que podía sentir. Corrió hacia la recepción del motel con arma en mano y comenzó a tocar desesperadamente el timbre en el recibidor pero nadie acudio a su llamado. ──¿Hola? ¡Necesito ver las cámaras del estacionamiento, robaron mi coche! ── insistió, pero la repuesta fue la misma. Regreso a la calle, dispuesto a recorrer manzanas enteras a pie con la esperanza de encontrar el impala estacionado por algún lugar y darle su merecido a quien se le ocurrio la brillante idea de llevárselo. Caminaba con prisa, sumergido en sus propios pensamientos que no se percato que no había nadie más en la calle, estaba completamente vacía. A un par de metros diviso una patrulla de policía, corrio hacia ella y se detuvo del lado del acompañante, tenía la ventanilla entre abierta. En el interior encontro a un oficial con la cabeza apoyada sobre el volante y con el cinturón de seguridad puesto. ──¡Oiga oficial. Lamento interrumpir su siesta pero necesito que-... ── Mientras hablaba, abrió la puerta con la intención de subirse para que juntos rastillaran la zona pero tan rápido como la abrió tuvo que cerrarla de golpe. El conductor profirió un alarido espantoso que no se parecía a nada que hubiese oído antes y comenzó a retorcerse en su asiento, prisionero de un cinturón de seguridad que no intento quitarse como si hubiese olvidado como hacerlo. El hombre tenía el rostro hinchado y la piel rosada, probablemente por estar tanto tiempo debajo del sol dentro del coche pero lo que más le sorprendio fue la forma en la que chasqueaba los dientes, lo hacía con tanta fuerza que parece imitar el sonido de cáscaras de nueces abriendose. Por un momento, hicieron contacto visual. Los ojos verdes se encontraron con un par de ojos blancos que carecían de vida, lo primero que cruzo por su mente fue que estaba frente a una 𝗦𝗵𝘁𝗿𝗶𝗴𝗮. Retrocedio de un salto maldiciendo su suerte, comenzó a buscar en su bolso una cuchilla de hierro consagrado aunque dudaba de la efectividad porque la criatura no estaba alimentandose, y ese momento de vulnerabilidad era el único en el que tenia oportunidad de matarla. Sabiendo eso, quiso de intentarlo de todos modos. Abrió la puerta una vez más, pero antes de que pudiera acercarse a lo que creía era una criatura sobrenatural, alguien lo sujeto del brazo. Dean se soltó del agarre con un movimiento brusco y cuando se giro para hacer frente a quien lo había sujetado, se encontro con otra de esas cosas que se avalanzo sobre él; el cazador se defendió dándole un puñetazo en el rostro y enviandolo al suelo de inmediato. No supo porqué levanto la mirada en lugar de terminar de darle una paliza al que estaba en el suelo, pero agradecio haberlo hecho. Más de esas cosas se acercaban, arrastrando los pies y con los brazos extendidos. No eran dos o tres más, eran seis sin contar el que estaba dentro de la patrulla ni el que estaba en el suelo y que ahora lo sujetaba por el talón. ──No me toques, Freddy Krueger ── lo aparto de una patada en la cabeza y sin saber que más hacer, desenfundo su arma y comenzó a disparar. Primero le dio al que estaba en el suelo, luego al oficial dentro de la patrulla hasta que vacío el cargador con los que estaban acercándose, pero al no darles en la cabeza, volvieron a ponerse de pie y trataron de acercarse de nuevo. El sonido atrajo a más, salían de todas partes. Variaban en tamaño y en edades pero todos se veían igual, como salidos del videoclip de la canción thriller. Se abrió paso empujandolos, repartiendo puñetazos a diestra y siniestra hasta que se percato de que lo superaban en número. Comenzó a correr sin rumbo fijo, unicamente con la idea de alejarse de esas cosas y llamar a Sam para pedir refuerzos. En el camino se rompió la correa del bolso con sus cosas, tuvo que dejarlo atrás. Dobló a la izquierda al ver de frente otro grupo de muertos vivientes y no le dejaron más opción que meterse por el primer hueco que encontró: un callejón sin salida. A mitad del callejón se dio cuenta que el alambre que le cerraba el paso era más alto de lo que había pensado y que además, habían más zombies esperándolo del otro lado. Frenó en seco y giro sobre los talones para regresar pero ya era tarde, lo tenían acorralado. Atino a subirse sobre un contenedor de basura y comenzo a brincar en el para alcanzar la escalera de incendios de uno de los apartamentos, apenas rozaba el hierro del último escalón con las yemas de los dedos pero no conseguía alcanzarlo, lo único que estaba haciendo era más y más ruido. [HILLT0PLEADER]
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  • ¿Cuánta esperanza puede guardar un alma herida?

    ​La decepción es la escarcha que congela el manantial, una grieta profunda que separa el "fue" del "será".

    La herida abierta está de la memoria que no sabe perdonar.
    ​La existencia teje el hilo lento de la vida...el Tiempo.
    ​El tiempo no es la cura que borra el tajo,
    Sino el orfebre paciente que lo ennoblece,
    Convierte la punzada en un rumor más bajo,
    Y el dolor agudo en sabiduría que crece.
    ​El tiempo es el silencio que amortigua el grito.
    ​El tiempo es el bálsamo que sella la fisura.
    ​El tiempo es la distancia que hace lo infinito
    El ayer que ya no quema, solo murmura.
    ​Y allí, en su suave fluir de arena fina,
    La esperanza se sienta con su cirio,
    No como un fuego fatuo, una ilusión divina,
    Sino como el cimiento que soporta el martirio.
    ​Es la certeza humilde de que todo pasa,
    Que el invierno, por más cruel que se demore,
    Lleva en sus venas la promesa de casa:
    La primavera nueva que siempre florece.
    ​El alma herida, anclada en el calendario,
    No espera el milagro que devuelva lo perdido,
    Sino la madurez de su propio santuario:
    El arte de vivir con lo que ha dolido.
    ¿Cuánta esperanza puede guardar un alma herida? ​La decepción es la escarcha que congela el manantial, una grieta profunda que separa el "fue" del "será". La herida abierta está de la memoria que no sabe perdonar. ​La existencia teje el hilo lento de la vida...el Tiempo. ​El tiempo no es la cura que borra el tajo, Sino el orfebre paciente que lo ennoblece, Convierte la punzada en un rumor más bajo, Y el dolor agudo en sabiduría que crece. ​El tiempo es el silencio que amortigua el grito. ​El tiempo es el bálsamo que sella la fisura. ​El tiempo es la distancia que hace lo infinito El ayer que ya no quema, solo murmura. ​Y allí, en su suave fluir de arena fina, La esperanza se sienta con su cirio, No como un fuego fatuo, una ilusión divina, Sino como el cimiento que soporta el martirio. ​Es la certeza humilde de que todo pasa, Que el invierno, por más cruel que se demore, Lleva en sus venas la promesa de casa: La primavera nueva que siempre florece. ​El alma herida, anclada en el calendario, No espera el milagro que devuelva lo perdido, Sino la madurez de su propio santuario: El arte de vivir con lo que ha dolido. ​
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  • El ataque llegó sin aviso alguno.

    Una lluvia de flechas descendió del cielo, forzando a Katarina a impulsarse hacia atrás justo cuando el suelo estalló a sus pies. Tres soldados cargaron contra ella sin darle respiro.

    Perfecto.

    La asesina sonrió, girando las dagas entre sus dedos con la elegancia de una bailarina que sabía exactamente cuándo cortar el ritmo… o una garganta.

    Un destello carmesí, un cuerpo cayendo. El segundo enemigo apenas logró levantar su escudo antes de que Katarina apareciera detrás de él, moviéndose con precisión mortal.

    Entonces lo sintió.

    Esa presencia desgarradora, salvaje, tan familiar como irritante.

    Kayn Luna Sangrienta .

    Apareció a su lado con fuerza brutal, arrasando la línea enemiga con una furia que contrastaba deliciosamente con su propio estilo afilado. Katarina no tuvo que mirarlo para saber que estaba disfrutando demasiado.

    - Llegas tarde. - soltó ella entre un giro y otro, cortando el tendón de un soldado que intentó sorprenderla por la espalda.

    No fue una queja. Fue una provocación disfrazada de burla.

    Respondieron atacándolos por ambos flancos. Ella rodó hacia delante, él hacia atrás; como si hubieran ensayado esa sinfonía de muerte cien veces.

    Cuando Katarina se levantó, un enemigo intentó abalanzarse sobre Kayn por la espalda. La pelirroja apareció como un latigazo, hundiendo una daga en su cuello antes de que pudiera acercarse.

    - Vaya, qué descuidado… -murmuró, inclinándose ligeramente hacia él sin dejar de pelear. - Empiezo a pensar que te distraigo demasiado en la batalla. -

    Un brillo travieso cruzó sus ojos mientras bloqueaba otra espada con la suya y contraatacaba sin esfuerzo.

    Las tropas restantes dudaron. No por miedo a morir… sino por el terror evidente de acercarse a una pareja que parecía disfrutar de la batalla tanto como del juego entre ellos.

    Katarina giró sobre un pie, cortando el aire y abriendo un camino directo entre los enemigos.

    - ¿Vienes o te quedas admirándome? - soltó con una sonrisa peligrosa.

    Y, sin esperar respuesta, se lanzó de nuevo hacia el corazón del combate, sabiendo que él estaría justo detrás, tan inevitable como la muerte misma.
    El ataque llegó sin aviso alguno. Una lluvia de flechas descendió del cielo, forzando a Katarina a impulsarse hacia atrás justo cuando el suelo estalló a sus pies. Tres soldados cargaron contra ella sin darle respiro. Perfecto. La asesina sonrió, girando las dagas entre sus dedos con la elegancia de una bailarina que sabía exactamente cuándo cortar el ritmo… o una garganta. Un destello carmesí, un cuerpo cayendo. El segundo enemigo apenas logró levantar su escudo antes de que Katarina apareciera detrás de él, moviéndose con precisión mortal. Entonces lo sintió. Esa presencia desgarradora, salvaje, tan familiar como irritante. [Kayn_blood_moon] . Apareció a su lado con fuerza brutal, arrasando la línea enemiga con una furia que contrastaba deliciosamente con su propio estilo afilado. Katarina no tuvo que mirarlo para saber que estaba disfrutando demasiado. - Llegas tarde. - soltó ella entre un giro y otro, cortando el tendón de un soldado que intentó sorprenderla por la espalda. No fue una queja. Fue una provocación disfrazada de burla. Respondieron atacándolos por ambos flancos. Ella rodó hacia delante, él hacia atrás; como si hubieran ensayado esa sinfonía de muerte cien veces. Cuando Katarina se levantó, un enemigo intentó abalanzarse sobre Kayn por la espalda. La pelirroja apareció como un latigazo, hundiendo una daga en su cuello antes de que pudiera acercarse. - Vaya, qué descuidado… -murmuró, inclinándose ligeramente hacia él sin dejar de pelear. - Empiezo a pensar que te distraigo demasiado en la batalla. - Un brillo travieso cruzó sus ojos mientras bloqueaba otra espada con la suya y contraatacaba sin esfuerzo. Las tropas restantes dudaron. No por miedo a morir… sino por el terror evidente de acercarse a una pareja que parecía disfrutar de la batalla tanto como del juego entre ellos. Katarina giró sobre un pie, cortando el aire y abriendo un camino directo entre los enemigos. - ¿Vienes o te quedas admirándome? - soltó con una sonrisa peligrosa. Y, sin esperar respuesta, se lanzó de nuevo hacia el corazón del combate, sabiendo que él estaría justo detrás, tan inevitable como la muerte misma.
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  • En el instante en que el mundo contiene su pulso frenético, cuando el último alarido aún serpentea por los muros húmedos, la cazadora alza su arma bajo la luna enferma, esa luna que no concede amparo, sino juicio.

    La sangre reciente, tibia como un juramento quebrado, desciende por el acero y salpica el empedrado.

    Los corredores de la ciudad exhalan vaharadas impuras y aun los cuerpos inmóviles parecen murmurar su desgracia.

    Entre cascotes y barro teñido,
    se estremece el velo que separa lo humano de lo indecible; un susurro antiguo, casi plegaria, se desliza en la penumbra:
    «Recuerda tu nombre… si aún te pertenece.»

    Pero la noche no entrega memoria; solo reclama.

    Erguida sobre la bestia vencida,
    con el último latido apagándose en su mano,
    la cazadora comprende su destino: no persigue horrores…se acerca a su estirpe.

    Porque el alba no pisa esas calles. Solo una cacería eterna, y el sueño corrompido que exige otra muerte para permitirle seguir viviendo.
    En el instante en que el mundo contiene su pulso frenético, cuando el último alarido aún serpentea por los muros húmedos, la cazadora alza su arma bajo la luna enferma, esa luna que no concede amparo, sino juicio. La sangre reciente, tibia como un juramento quebrado, desciende por el acero y salpica el empedrado. Los corredores de la ciudad exhalan vaharadas impuras y aun los cuerpos inmóviles parecen murmurar su desgracia. Entre cascotes y barro teñido, se estremece el velo que separa lo humano de lo indecible; un susurro antiguo, casi plegaria, se desliza en la penumbra: «Recuerda tu nombre… si aún te pertenece.» Pero la noche no entrega memoria; solo reclama. Erguida sobre la bestia vencida, con el último latido apagándose en su mano, la cazadora comprende su destino: no persigue horrores…se acerca a su estirpe. Porque el alba no pisa esas calles. Solo una cacería eterna, y el sueño corrompido que exige otra muerte para permitirle seguir viviendo.
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  • El oleaje rompía suavemente contra la orilla cuando Nyssara inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando la frente sobre el cuello cálido del caballo. El animal respiró hondo, como si entendiera ese gesto silencioso, y bajó ligeramente la cabeza, dejando que la brisa marina acariciara sus crines oscuras.

    La castaña cerró los ojos un instante. El viento salado le enredaba el cabello, pegándolo a su rostro y a sus brazos, pero ella no se movía. Solo escuchaba el ritmo tranquilo del mar y el respirar pausado de su compañero.

    - Gracias por traerme hasta aquí…-murmuró, su corazón latía fuerte.

    El caballo resopló, como si respondiera, y ella sonrió antes de levantar un poco la mirada hacia el horizonte. La tarde avanzaba lenta, bañando la playa con un tono plateado que parecía detener el tiempo. La vista era espectacular y al parecer era la única como testigo, junto a Chispita.

    Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=tFl5qvyUrRs&list=RDtFl5qvyUrRs&start_radio=1
    El oleaje rompía suavemente contra la orilla cuando Nyssara inclinó su cuerpo hacia adelante, apoyando la frente sobre el cuello cálido del caballo. El animal respiró hondo, como si entendiera ese gesto silencioso, y bajó ligeramente la cabeza, dejando que la brisa marina acariciara sus crines oscuras. La castaña cerró los ojos un instante. El viento salado le enredaba el cabello, pegándolo a su rostro y a sus brazos, pero ella no se movía. Solo escuchaba el ritmo tranquilo del mar y el respirar pausado de su compañero. - Gracias por traerme hasta aquí…-murmuró, su corazón latía fuerte. El caballo resopló, como si respondiera, y ella sonrió antes de levantar un poco la mirada hacia el horizonte. La tarde avanzaba lenta, bañando la playa con un tono plateado que parecía detener el tiempo. La vista era espectacular y al parecer era la única como testigo, junto a Chispita. Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=tFl5qvyUrRs&list=RDtFl5qvyUrRs&start_radio=1
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  • Ecos de un hogar quebrado
    Categoría Original
    Memorias de Jacob y Nyssara.

    Rol: Jacob Alexander Fowler
    Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=so8V5dAli-Q&list=RDso8V5dAli-Q&start_radio=1

    La lluvia caía sobre los ventanales de la mansión Starfen con un golpe constante y frío, trazando caminos que parecían dibujar la ansiedad de la casa misma. Nyssara, que para ese momento tenía siete años, permanecía en el descanso de la escalera, abrazando un peluche que Elian le había regalado en su cumpleaños número 6. Sus ojos verdes seguían cada movimiento de sus padres y de su hermana, que caminaban por la sala con pasos calculados, gestos medidos, como siempre que querían ocultar algo. Desde hacía meses, la frialdad hacia ella era evidente, miradas cargadas de reproche, palabras cortantes y silencios que la señalaban como responsable de aquel fatídico día.

    Esa noche, sin embargo, había algo más en el aire. Un presagio sutil, un peso que parecía asentarse en los candelabros y en los muebles caros, como si la casa misma contuviera la respiración. Nyssara lo percibió de inmediato, incluso los murmullos de los muertos que la acompañaban se mantenían a distancia, inquietos por lo que estaba por suceder.

    La puerta principal se abrió de golpe. Una ráfaga de viento y lluvia invadió la mansión, arrastrando el olor de tierra mojada. Sus padres entraron primero, impecables y rígidos como siempre, vestidos con ropa cara que brillaba bajo la luz mortecina. Pero no estaban solos.

    Entre ellos apareció un niño. Tenía unos once años, el cabello castaño pegado a la frente por la humedad y unos ojos verdes que recorrían la sala con cautela. Sus pasos eran firmes, seguros de si mismo, como si aquello no fuera más una situación más en su vida.

    —Nyssara —dijo su madre con la sonrisa cuidadosamente medida que siempre llevaba puesta— Este es Jacob. Desde hoy vivirá con nosotros. Él necesitaba un hogar — Su madre continuó hablando con esa suavidad calculada, que ella tan bien conocía— Y nosotros estamos más que gustosos que acogerlo - Nyssara descendió un peldaño, el corazón latiéndole con fuerza. La frase caía ligera, como si envolviera una mentira en terciopelo. Pero Nyssara entendió inmediatamente la verdad. Nadie podría reemplazar a Elian, y ellos lo sabían. Aún así, lo pretendían, y lo peor era que la atención y el afecto de la familia estaban ahora centrados en ese extraño.

    La mirada de la castaña se volvió fría. Ni siquiera hubo una respuesta por su parte, sus labios permanecieron cerrados, y sus ojos se clavaron en él, cargados de acusación muda. Él no era el problema. El problema eran sus padres y su hermana, lo que hacían era la traición misma. "¿Cómo podían...?".

    La voz de su padre se hizo presente, sacándola por completo del bombardeo de pensamientos que estaba teniendo.

    —Jacob, Nyssara y Megara —dijo aquel hombre frío que llamaba padre, rompiendo así el silencio que se había hecho presente en la sala— Dentro de unas horas habrá una escena especial en la que todos participaremos. Nadie se quedará atrás. Todos deben alistarse ahora, sin excepción. Como siempre, recordemos… guardar la compostura- Nyssara apretó los dientes, sus padres no solo habían traído a alguien más para ocupar algo valioso para ella, sino que incluso ese evento especial formaba parte de la puesta en escena de la familia perfecta. Todo debía parecer ordenado, controlado y elegante, como si el dolor, la culpa y la traición fueran irrelevantes.

    A su alrededor, las sombras de los muertos se arremolinaban, inquietas. Una de ellas, una figura borrosa de contornos temblorosos, murmuró cerca de su oído "Los vivos, pequeña… los vivos son los que más daño hacen cuando quieren olvidar..."

    En ese momento, mientras la lluvia seguía cayendo, los dos niños se enfrentaban a la misma verdad, la mansión Starfen ya no era un hogar, sino un laberinto de secretos, culpas y traiciones que recién comenzaban a revelarse.
    Memorias de Jacob y Nyssara. Rol: [Jacob1] Soundtrack: https://www.youtube.com/watch?v=so8V5dAli-Q&list=RDso8V5dAli-Q&start_radio=1 La lluvia caía sobre los ventanales de la mansión Starfen con un golpe constante y frío, trazando caminos que parecían dibujar la ansiedad de la casa misma. Nyssara, que para ese momento tenía siete años, permanecía en el descanso de la escalera, abrazando un peluche que Elian le había regalado en su cumpleaños número 6. Sus ojos verdes seguían cada movimiento de sus padres y de su hermana, que caminaban por la sala con pasos calculados, gestos medidos, como siempre que querían ocultar algo. Desde hacía meses, la frialdad hacia ella era evidente, miradas cargadas de reproche, palabras cortantes y silencios que la señalaban como responsable de aquel fatídico día. Esa noche, sin embargo, había algo más en el aire. Un presagio sutil, un peso que parecía asentarse en los candelabros y en los muebles caros, como si la casa misma contuviera la respiración. Nyssara lo percibió de inmediato, incluso los murmullos de los muertos que la acompañaban se mantenían a distancia, inquietos por lo que estaba por suceder. La puerta principal se abrió de golpe. Una ráfaga de viento y lluvia invadió la mansión, arrastrando el olor de tierra mojada. Sus padres entraron primero, impecables y rígidos como siempre, vestidos con ropa cara que brillaba bajo la luz mortecina. Pero no estaban solos. Entre ellos apareció un niño. Tenía unos once años, el cabello castaño pegado a la frente por la humedad y unos ojos verdes que recorrían la sala con cautela. Sus pasos eran firmes, seguros de si mismo, como si aquello no fuera más una situación más en su vida. —Nyssara —dijo su madre con la sonrisa cuidadosamente medida que siempre llevaba puesta— Este es Jacob. Desde hoy vivirá con nosotros. Él necesitaba un hogar — Su madre continuó hablando con esa suavidad calculada, que ella tan bien conocía— Y nosotros estamos más que gustosos que acogerlo - Nyssara descendió un peldaño, el corazón latiéndole con fuerza. La frase caía ligera, como si envolviera una mentira en terciopelo. Pero Nyssara entendió inmediatamente la verdad. Nadie podría reemplazar a Elian, y ellos lo sabían. Aún así, lo pretendían, y lo peor era que la atención y el afecto de la familia estaban ahora centrados en ese extraño. La mirada de la castaña se volvió fría. Ni siquiera hubo una respuesta por su parte, sus labios permanecieron cerrados, y sus ojos se clavaron en él, cargados de acusación muda. Él no era el problema. El problema eran sus padres y su hermana, lo que hacían era la traición misma. "¿Cómo podían...?". La voz de su padre se hizo presente, sacándola por completo del bombardeo de pensamientos que estaba teniendo. —Jacob, Nyssara y Megara —dijo aquel hombre frío que llamaba padre, rompiendo así el silencio que se había hecho presente en la sala— Dentro de unas horas habrá una escena especial en la que todos participaremos. Nadie se quedará atrás. Todos deben alistarse ahora, sin excepción. Como siempre, recordemos… guardar la compostura- Nyssara apretó los dientes, sus padres no solo habían traído a alguien más para ocupar algo valioso para ella, sino que incluso ese evento especial formaba parte de la puesta en escena de la familia perfecta. Todo debía parecer ordenado, controlado y elegante, como si el dolor, la culpa y la traición fueran irrelevantes. A su alrededor, las sombras de los muertos se arremolinaban, inquietas. Una de ellas, una figura borrosa de contornos temblorosos, murmuró cerca de su oído "Los vivos, pequeña… los vivos son los que más daño hacen cuando quieren olvidar..." En ese momento, mientras la lluvia seguía cayendo, los dos niños se enfrentaban a la misma verdad, la mansión Starfen ya no era un hogar, sino un laberinto de secretos, culpas y traiciones que recién comenzaban a revelarse.
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  • -…La corrupción siempre llega así *murmura Sana, mirando al suelo*. Silenciosa. Primero se lleva colores… luego risas… y al final, vidas.

    *Sus manos tiemblan un poco.*

    -He visto mundos enteros apagarse por ella. Personas que ya no volverán. Y duele… saber que no puedes salvarlos a todos.

    *Levanta apenas la mirada, con una sonrisa triste.*

    -A veces me pregunto cuánto más se puede perder antes de romperse también por dentro… Pero incluso así… sigo buscando una luz. Aunque sea chiquita. Aunque apenas brille.

    *Y su voz baja, suave:*

    -Porque si dejo de buscarla… entonces la corrupción gana del todo.
    -…La corrupción siempre llega así *murmura Sana, mirando al suelo*. Silenciosa. Primero se lleva colores… luego risas… y al final, vidas. *Sus manos tiemblan un poco.* -He visto mundos enteros apagarse por ella. Personas que ya no volverán. Y duele… saber que no puedes salvarlos a todos. *Levanta apenas la mirada, con una sonrisa triste.* -A veces me pregunto cuánto más se puede perder antes de romperse también por dentro… Pero incluso así… sigo buscando una luz. Aunque sea chiquita. Aunque apenas brille. *Y su voz baja, suave:* -Porque si dejo de buscarla… entonces la corrupción gana del todo.
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