• Hipnos, con tanta tranquilidad, llegó hasta sus reinos, protegido por la diosa Nyx, donde incluso, Zeus, Dios del cielo, temía. Los actos de Hebe habían despertado la cólera del Dios del sueño.

    A pesar de su castigo. Tenía la suficiente fuerza para derramar su maldición entre los Dioses y los humanos.

    Primero vinieron las sombras sin párpado, criaturas que Hipnos envió a los hombres que no dormían. Se arrastraban por los techos, murmuraban en los oídos, haciendo que las mentes se fragmentaran entre la vigilia y la pesadilla. Los insomnes comenzaron a ver cosas que no existían, a olvidar sus propios nombres, a temer cerrar los ojos porque lo que veían con ellos abiertos era peor.

    Los que no soñaban fueron los siguientes. A sus camas llegaban los Ladrones de Sueños, sirvientes silenciosos que robaban la posibilidad misma de imaginar. Sin sueños, los humanos se volvieron grises, mecánicos, atrapados en un presente eterno, sin esperanza ni inspiración. Las musas huyeron de la tierra.

    Los Dioses del Olimpo tampoco están exentos, el castigo por la insolencia de Hebe, le costaría el sueño. Mientras más pase el tiempo, su cansancio será mayor. Y no podrán dormir. 

    —  Olvidaron que el sueño es el otro lado de la vida. Sin él, se pudre el alma. Yo no soy el enemigo del día, sino su sombra sagrada. Y ahora... nos recordarán. —
     
    Hipnos, con tanta tranquilidad, llegó hasta sus reinos, protegido por la diosa Nyx, donde incluso, Zeus, Dios del cielo, temía. Los actos de Hebe habían despertado la cólera del Dios del sueño. A pesar de su castigo. Tenía la suficiente fuerza para derramar su maldición entre los Dioses y los humanos. Primero vinieron las sombras sin párpado, criaturas que Hipnos envió a los hombres que no dormían. Se arrastraban por los techos, murmuraban en los oídos, haciendo que las mentes se fragmentaran entre la vigilia y la pesadilla. Los insomnes comenzaron a ver cosas que no existían, a olvidar sus propios nombres, a temer cerrar los ojos porque lo que veían con ellos abiertos era peor. Los que no soñaban fueron los siguientes. A sus camas llegaban los Ladrones de Sueños, sirvientes silenciosos que robaban la posibilidad misma de imaginar. Sin sueños, los humanos se volvieron grises, mecánicos, atrapados en un presente eterno, sin esperanza ni inspiración. Las musas huyeron de la tierra. Los Dioses del Olimpo tampoco están exentos, el castigo por la insolencia de Hebe, le costaría el sueño. Mientras más pase el tiempo, su cansancio será mayor. Y no podrán dormir.  —  Olvidaron que el sueño es el otro lado de la vida. Sin él, se pudre el alma. Yo no soy el enemigo del día, sino su sombra sagrada. Y ahora... nos recordarán. —  
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  • Morfeo no es hombre ni espectro. Es una sombra errante, desprovista de cuerpo, de voz, de memoria propia. Recorre los caminos entre los sueños y la vigilia, entre la niebla de la madrugada y los susurros del crepúsculo. Donde él pasa, las linternas titilan y los relojes atrasan. No deja huellas, pero su presencia entibia el aire como una promesa que no se cumple.

    Dicen que fue un dios, o un guardián de los sueños, expulsado por desafiar el límite entre la ensoñación y la realidad. En su afán por comprender a los humanos, descendió demasiado.

    Ahora vaga, prisionero del mundo intermedio, recogiendo fragmentos de los sueños de otros con la esperanza de reconstruir el suyo. Aquellos que lo encuentran en sus pesadillas a menudo despiertan llorando, con una sensación extraña de haber perdido algo valioso, sin saber qué. Algunos lo dibujan en sus diarios: una figura alargada, envuelta en sombra líquida, con ojos que no son ojos, sino recuerdos atrapados.

    Pero no es maligno, aunque muchos lo teman. Morfeo no busca dañar. Busca redención. Busca volver a ser completo.
    Morfeo no es hombre ni espectro. Es una sombra errante, desprovista de cuerpo, de voz, de memoria propia. Recorre los caminos entre los sueños y la vigilia, entre la niebla de la madrugada y los susurros del crepúsculo. Donde él pasa, las linternas titilan y los relojes atrasan. No deja huellas, pero su presencia entibia el aire como una promesa que no se cumple. Dicen que fue un dios, o un guardián de los sueños, expulsado por desafiar el límite entre la ensoñación y la realidad. En su afán por comprender a los humanos, descendió demasiado. Ahora vaga, prisionero del mundo intermedio, recogiendo fragmentos de los sueños de otros con la esperanza de reconstruir el suyo. Aquellos que lo encuentran en sus pesadillas a menudo despiertan llorando, con una sensación extraña de haber perdido algo valioso, sin saber qué. Algunos lo dibujan en sus diarios: una figura alargada, envuelta en sombra líquida, con ojos que no son ojos, sino recuerdos atrapados. Pero no es maligno, aunque muchos lo teman. Morfeo no busca dañar. Busca redención. Busca volver a ser completo.
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  • «No puedo dormir...»
    Lo intentó, lo intentó y lo intentó.
    Pero nada.
    Su tigrecito, su amado no estaba.
    La casa estaba muy rara, la cama lo sentía incómoda.
    Su corazón estaba muy incómodo, dolía, ardía y tenía una molestia que no entendía el porque lo tenía.
    Miró el techo, lo miro y espero que el sueño llegara, pero no podía.
    Algo faltaba...
    Algo no estaba bien.
    Incomoda e inquieta, fue junto a Hipnos para entender su propia molestia, extraño fue encontrar a este llorando y pensando muy fuerte.
    Sin embargo, eso solo aumentó su incomodidad, su malestar.
    «No puedo dormir...» Lo intentó, lo intentó y lo intentó. Pero nada. Su tigrecito, su amado no estaba. La casa estaba muy rara, la cama lo sentía incómoda. Su corazón estaba muy incómodo, dolía, ardía y tenía una molestia que no entendía el porque lo tenía. Miró el techo, lo miro y espero que el sueño llegara, pero no podía. Algo faltaba... Algo no estaba bien. Incomoda e inquieta, fue junto a Hipnos para entender su propia molestia, extraño fue encontrar a este llorando y pensando muy fuerte. Sin embargo, eso solo aumentó su incomodidad, su malestar.
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  • >>https://youtu.be/KYlLWcsJWdQ?si=nQMHWI4Sbi6WVmiy <<

    ɱ૦ՐƿҺ૯υς era curioso, demasiado curioso. No se conformaba con crear sueños; deseaba comprender la realidad, incluso alterar el curso de los destinos que observaba mientras los humanos dormían. En su anhelo de sabiduría, quiso cruzar el umbral prohibido: descendió a los dominios del Destino, donde ni los dioses deben intervenir.

    Hipnos, al descubrir la osadía de su hijo, se vio consumido por una mezcla de ira, miedo y tristeza. Sabía que el castigo de los hilos del destino no sería leve, y temía que Morfeo se condenara por su ambición.

    Entonces, tomó una decisión cruel por amor.

    Mientras Morfeo dormía, Hipnos lo visitó, y por primera vez, tejió un sueño tan perfecto que su propio hijo no supo que estaba soñando. En ese sueño, lo envolvió con una niebla densa y luminosa, cargada de olvido. Con un beso en la frente, le susurró:

    —Perdóname, hijo mío. Te quito el peso del saber para salvarte del abismo que tú mismo quisiste escalar.—

    Cuando Morfeo despertó, ya no recordaba haber sido un dios. Era solo una sombra que flotaba entre los sueños, dando forma a los pensamientos de los hombres sin saber por qué. Pero aún, en lo más profundo de su esencia, sentía una nostalgia inexplicable cada vez que el viento traía el eco de una voz que le era familiar… una voz que decía su nombre con ternura.

    Hipnos, desde su trono de niebla, observaba a su hijo con lágrimas ocultas, repitiéndose una y otra vez que había hecho lo correcto.
    >>https://youtu.be/KYlLWcsJWdQ?si=nQMHWI4Sbi6WVmiy << [Sweets_dreams] era curioso, demasiado curioso. No se conformaba con crear sueños; deseaba comprender la realidad, incluso alterar el curso de los destinos que observaba mientras los humanos dormían. En su anhelo de sabiduría, quiso cruzar el umbral prohibido: descendió a los dominios del Destino, donde ni los dioses deben intervenir. Hipnos, al descubrir la osadía de su hijo, se vio consumido por una mezcla de ira, miedo y tristeza. Sabía que el castigo de los hilos del destino no sería leve, y temía que Morfeo se condenara por su ambición. Entonces, tomó una decisión cruel por amor. Mientras Morfeo dormía, Hipnos lo visitó, y por primera vez, tejió un sueño tan perfecto que su propio hijo no supo que estaba soñando. En ese sueño, lo envolvió con una niebla densa y luminosa, cargada de olvido. Con un beso en la frente, le susurró: —Perdóname, hijo mío. Te quito el peso del saber para salvarte del abismo que tú mismo quisiste escalar.— Cuando Morfeo despertó, ya no recordaba haber sido un dios. Era solo una sombra que flotaba entre los sueños, dando forma a los pensamientos de los hombres sin saber por qué. Pero aún, en lo más profundo de su esencia, sentía una nostalgia inexplicable cada vez que el viento traía el eco de una voz que le era familiar… una voz que decía su nombre con ternura. Hipnos, desde su trono de niebla, observaba a su hijo con lágrimas ocultas, repitiéndose una y otra vez que había hecho lo correcto.
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    >> Inicio del sueño.

    En su sueño, se encontró niño otra vez, con rizos oscuros y ojos enormes que reflejaban constelaciones. Caminaba por un campo cubierto de amapolas azules, un lugar que solo existía en su memoria más antigua. Al fondo, bajo un cielo dorado, estaba ella, Pasítea, su madre, diosa de la relajación y la meditación.

    Ella lo miró como si el tiempo nunca hubiera pasado. Su voz era un susurro de viento que acariciaba el alma:

    —Has pasado milenios dando sueños, hijo. ¿Y los tuyos?

    Morfeo corrió hacia ella, pero el campo se alargaba con cada paso. El cielo temblaba con recuerdos que no sabía que guardaba. Pasítea extendió la mano, y de ella brotaron luciérnagas que se transformaban en escenas: la primera vez que Morfeo dio forma a un sueño humano.

    —Tú también necesitas que te sueñen —le dijo su madre.

    — Eres creador, pero también hijo. Y los hijos sueñan con volver. —

    Cuando Morfeo al fin llegó hasta ella, la abrazó y por un momento, el universo entero se durmió con ellos. Fue un instante eterno donde incluso el tiempo soñó que era solo un niño.

    Fin del sueño <<
    >> Inicio del sueño. En su sueño, se encontró niño otra vez, con rizos oscuros y ojos enormes que reflejaban constelaciones. Caminaba por un campo cubierto de amapolas azules, un lugar que solo existía en su memoria más antigua. Al fondo, bajo un cielo dorado, estaba ella, Pasítea, su madre, diosa de la relajación y la meditación. Ella lo miró como si el tiempo nunca hubiera pasado. Su voz era un susurro de viento que acariciaba el alma: —Has pasado milenios dando sueños, hijo. ¿Y los tuyos? Morfeo corrió hacia ella, pero el campo se alargaba con cada paso. El cielo temblaba con recuerdos que no sabía que guardaba. Pasítea extendió la mano, y de ella brotaron luciérnagas que se transformaban en escenas: la primera vez que Morfeo dio forma a un sueño humano. —Tú también necesitas que te sueñen —le dijo su madre. — Eres creador, pero también hijo. Y los hijos sueñan con volver. — Cuando Morfeo al fin llegó hasta ella, la abrazó y por un momento, el universo entero se durmió con ellos. Fue un instante eterno donde incluso el tiempo soñó que era solo un niño. Fin del sueño <<
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  • —Morfeo, hasta que comprendas el valor de la armonía, aquí dormirás tú, entre sus sueños. — dijo Hipnos, cerrando las puertas de la prisión con un suspiro que apagó estrellas.

    Los dioses callaron, y el mundo mortal comenzó a soñar menos. Los sueños ya no eran tan vívidos, tan coloridos. Y aunque dormían, muchos despertaban con una extraña nostalgia… como si algo mágico les hubiera sido arrebatado.

    Morfeo duerme aún, atrapado en su propia creación. Y Hipnos, desde la sombra, vela por el sueño del mundo, esperando el día en que su hijo despierte… no para soñar de nuevo, sino para comprender.

    —Morfeo, hasta que comprendas el valor de la armonía, aquí dormirás tú, entre sus sueños. — dijo Hipnos, cerrando las puertas de la prisión con un suspiro que apagó estrellas. Los dioses callaron, y el mundo mortal comenzó a soñar menos. Los sueños ya no eran tan vívidos, tan coloridos. Y aunque dormían, muchos despertaban con una extraña nostalgia… como si algo mágico les hubiera sido arrebatado. Morfeo duerme aún, atrapado en su propia creación. Y Hipnos, desde la sombra, vela por el sueño del mundo, esperando el día en que su hijo despierte… no para soñar de nuevo, sino para comprender.
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  • El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa.

    Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía.

    Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio.

    Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices.

    La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante.

    Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió.

    —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida.

    Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
    El día transcurría lento en la tienda de conveniencia. Carmina pasaba los productos por el escáner con una rutina tan precisa que apenas pensaba en lo que hacía. Afuera, la lluvia golpeaba con suavidad los cristales empañados. Dentro, el olor a instantáneo y la tenue música instrumental envolvían el espacio en una calma falsa. Había dormido mal. O tal vez demasiado bien. El sueño aún le pesaba en los párpados: Nicolás la abrazaba. Con esa sonrisa suya de siempre, medio tímida, medio luminosa. Su piel tostada olía a pan dulce y sol. No dijo nada, solo la miró con esos ojos que nunca aprendieron a esconder lo que sentía. Carmina parpadeó, volviendo al presente. Colocó una bolsa de galletas en el mostrador y le devolvió el cambio a una señora sin siquiera mirarla. Luego se quedó sola, rodeada del zumbido de las heladeras y su propio silencio. Nicolás. El hijo de los panaderos del vecindario. Su mejor amigo durante años, aunque fueran de mundos distintos: ella, en el colegio privado de monjas; él, en la escuela pública del barrio, siempre con las rodillas raspadas y los dedos llenos de harina. Compartían tardes en la azotea, libros prestados, y un lenguaje hecho de miradas cómplices. La última vez que lo vio fue justo antes de la cita que nunca ocurrió. Él la invitó a tomar café. Tenía las manos nerviosas y los ojos brillantes. Todo en él gritaba que estaba a punto de decirle algo importante. Pero esa noche salió con sus amigos. Y nunca volvió. —¿Lo soñé porque lo extraño o porque él me extraña también? —murmuró para sí, mientras reorganizaba los encendedores cerca de la caja. Aún guardando la esperanza de que este en algún lugar, con vida. Nadie volvió a mencionarlo. La gente olvidó rápido, como se olvida una canción vieja. Pero Carmina no. Ella lo esperaba en sueños, donde el tiempo todavía le debía un abrazo.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Ahora un poco de comedia (?).

    Todos los sueños tienen un significado.

    Los sueños de Morfeo:
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  • — En la posibilidad de conseguir mi sueño haría lo que fuera, eso dije. ¿Pero un reloj de oro que solo se mueve a las 12?. Debería plantear bien mi karma de aquí en adelante, Lu tenía mucha razón, cuida lo que pides.—
    — En la posibilidad de conseguir mi sueño haría lo que fuera, eso dije. ¿Pero un reloj de oro que solo se mueve a las 12?. Debería plantear bien mi karma de aquí en adelante, Lu tenía mucha razón, cuida lo que pides.—
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    Por milenios, había sido un espíritu distante, abstraído en su tarea de crear realidades efímeras para los mortales. No sentía apego por nada de lo que soñaba, porque sabía que al despertar, todo desaparecería. Era su maldición y su don: todo lo que amaba solo existía en el espacio entre un latido y otro.

    Hasta que la vio a ella.

    Ella no aparecía en los sueños, porque su esencia no podía ser contenida por lo onírico. Era vida pura, juventud perpetua, energía renovada. Su risa no se disolvía al amanecer. Sus pasos no se desvanecían al abrir los ojos. Ella era real, y eso le dolía a Morfeo de una manera que nunca antes había sentido.

    Este día, como castigo por su padre, dormía, y soñaba.


    >> Comienzo del sueño:

    Todo comenzaba en la casa de los dios, la observó en el Olimpo sirviendo néctar a los dioses, su andar despreocupado, su voz que parecía despertar incluso a las estatuas dormidas. No era solo su belleza, sino la forma en que existía: sin miedo al tiempo, sin miedo al error. Ella era todo lo que los sueños no eran... ella era presente.

    Sin previo aviso, ella lo miró.

    —¿Tú... eres Morfeo? —le preguntó Hebe con una mezcla de sorpresa y ternura.

    Él titubeó. Acostumbrado a ser visto solo en sueños, sentirse mirado en la vigilia lo desarmó.

    —Lo soy. —respondió con voz baja, como si temiera despertar de ella.

    Hebe sonrió, esa sonrisa suya que parecía un amanecer recién inventado.

    —Pensé que solo aparecías cuando uno dormía... Pero creo que te soñé despierta.—

    Fue entonces cuando algo cambió. Morfeo, por primera vez en toda su eternidad, sintió que él era el sueño de alguien más. No un capricho pasajero, sino una ilusión con sentido.

    Ella le enseñaba a reír sin temor al ridículo. Él le mostraba paisajes imposibles, estrellas que bailaban con el mar, cielos que se desbordaban en flores. Morfeo no sabía si estaba robando instantes al destino o si el destino finalmente le estaba sonriendo.

    Y se enamoró. Como solo un dios que nunca había amado puede hacerlo. Sin medida, sin defensa, sin lógica.

    Pero sabía también que Hebe no era suya. No podía encerrarla en un sueño, no podía darle cadenas de eternidad disfrazadas de caricias. Hebe pertenecía a la vida, al ahora, al correr del tiempo que no toca a los dioses, pero que ella hacía danzar a su antojo.

    Fin del sueño <<

    Por milenios, había sido un espíritu distante, abstraído en su tarea de crear realidades efímeras para los mortales. No sentía apego por nada de lo que soñaba, porque sabía que al despertar, todo desaparecería. Era su maldición y su don: todo lo que amaba solo existía en el espacio entre un latido y otro. Hasta que la vio a ella. Ella no aparecía en los sueños, porque su esencia no podía ser contenida por lo onírico. Era vida pura, juventud perpetua, energía renovada. Su risa no se disolvía al amanecer. Sus pasos no se desvanecían al abrir los ojos. Ella era real, y eso le dolía a Morfeo de una manera que nunca antes había sentido. Este día, como castigo por su padre, dormía, y soñaba. >> Comienzo del sueño: Todo comenzaba en la casa de los dios, la observó en el Olimpo sirviendo néctar a los dioses, su andar despreocupado, su voz que parecía despertar incluso a las estatuas dormidas. No era solo su belleza, sino la forma en que existía: sin miedo al tiempo, sin miedo al error. Ella era todo lo que los sueños no eran... ella era presente. Sin previo aviso, ella lo miró. —¿Tú... eres Morfeo? —le preguntó Hebe con una mezcla de sorpresa y ternura. Él titubeó. Acostumbrado a ser visto solo en sueños, sentirse mirado en la vigilia lo desarmó. —Lo soy. —respondió con voz baja, como si temiera despertar de ella. Hebe sonrió, esa sonrisa suya que parecía un amanecer recién inventado. —Pensé que solo aparecías cuando uno dormía... Pero creo que te soñé despierta.— Fue entonces cuando algo cambió. Morfeo, por primera vez en toda su eternidad, sintió que él era el sueño de alguien más. No un capricho pasajero, sino una ilusión con sentido. Ella le enseñaba a reír sin temor al ridículo. Él le mostraba paisajes imposibles, estrellas que bailaban con el mar, cielos que se desbordaban en flores. Morfeo no sabía si estaba robando instantes al destino o si el destino finalmente le estaba sonriendo. Y se enamoró. Como solo un dios que nunca había amado puede hacerlo. Sin medida, sin defensa, sin lógica. Pero sabía también que Hebe no era suya. No podía encerrarla en un sueño, no podía darle cadenas de eternidad disfrazadas de caricias. Hebe pertenecía a la vida, al ahora, al correr del tiempo que no toca a los dioses, pero que ella hacía danzar a su antojo. Fin del sueño <<
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