El mar rugía con un ritmo tranquilo cuando el pequeño vagabundo, acurrucado dentro de un tonel lleno de cebollas, sintió que el barco se detenía. Apenas escuchó el rechinar de las cuerdas, se incorporó como un resorte y trepó por la escotilla. Sus ojos grandes y llenos de asombro brillaron al ver **una isla desconocida**, envuelta por una niebla suave y árboles que parecían cantar con el viento.
—¡Tierraaa! —dijo con emoción, lanzándose del barco con un salto ágil. Rodó al caer en la arena y corrió directo hacia lo desconocido con su mochila parchada y la brújula rota tintineando en su cuello.
Pronto encontró una **aldea sencilla pero alegre**, de casas de madera y faroles colgantes. La gente, con sonrisas honestas, lo recibió con calidez. Le dieron fruta, pan suave, e incluso un par de botones brillantes como regalo.
—¡Son tan buenas personas! —decía el Pequeño Vagabundo mientras giraba sobre sí mismo, sosteniendo una manzana como si fuera un trofeo.
Pero la alegría se rompió de pronto.
Un sonido rasposo y antinatural emergió del bosque cercano, como si alguien chirriara metal oxidado con insectos. Desde entre los árboles aparecieron criaturas horribles: **monstruos híbridos**, retorcidos, con cuerpos grotescos. Uno de ellos tenía **orejas largas como un conejo, patas traseras de grillo, torso humanoide y una sonrisa malvada**.
—¡NOOOO! —gritaron algunos aldeanos, mientras corrían. Otros fueron atrapados, arrastrados por los monstruos. Algunos, sin suerte, eran devorados frente a sus ojos.
El pequeño vagabundo tembló…
pero no de miedo.
—Eso no se hace… eso... ¡ESTÁ MAL!
Sus ojos se llenaron de una determinación feroz. La brisa agitó su cabello y sus pecas parecieron encenderse como estrellas diminutas. Apretó sus puños.
Con un grito potente, cargado de emoción y furia, corrió directo hacia el monstruo conejo-grillo que se relamía los dientes, acercándose a un anciano caído. El pequeño saltó con una pierna por delante.
—★ ¡YA BASTA, TONTOS MONSTRUOS! —gritó con toda su alma.
**¡CRACK!**
La patada golpeó al monstruo justo en el rostro, enviándolo hacia atrás como un saco de huesos retorcidos, haciéndolo estrellarse contra un carrito de frutas.
El polvo se levantó. Los aldeanos lo miraban sin comprender del todo la. "Valentía del pequeño".
El mar rugía con un ritmo tranquilo cuando el pequeño vagabundo, acurrucado dentro de un tonel lleno de cebollas, sintió que el barco se detenía. Apenas escuchó el rechinar de las cuerdas, se incorporó como un resorte y trepó por la escotilla. Sus ojos grandes y llenos de asombro brillaron al ver **una isla desconocida**, envuelta por una niebla suave y árboles que parecían cantar con el viento.
—¡Tierraaa! —dijo con emoción, lanzándose del barco con un salto ágil. Rodó al caer en la arena y corrió directo hacia lo desconocido con su mochila parchada y la brújula rota tintineando en su cuello.
Pronto encontró una **aldea sencilla pero alegre**, de casas de madera y faroles colgantes. La gente, con sonrisas honestas, lo recibió con calidez. Le dieron fruta, pan suave, e incluso un par de botones brillantes como regalo.
—¡Son tan buenas personas! —decía el Pequeño Vagabundo mientras giraba sobre sí mismo, sosteniendo una manzana como si fuera un trofeo.
Pero la alegría se rompió de pronto.
Un sonido rasposo y antinatural emergió del bosque cercano, como si alguien chirriara metal oxidado con insectos. Desde entre los árboles aparecieron criaturas horribles: **monstruos híbridos**, retorcidos, con cuerpos grotescos. Uno de ellos tenía **orejas largas como un conejo, patas traseras de grillo, torso humanoide y una sonrisa malvada**.
—¡NOOOO! —gritaron algunos aldeanos, mientras corrían. Otros fueron atrapados, arrastrados por los monstruos. Algunos, sin suerte, eran devorados frente a sus ojos.
El pequeño vagabundo tembló…
pero no de miedo.
—Eso no se hace… eso... ¡ESTÁ MAL!
Sus ojos se llenaron de una determinación feroz. La brisa agitó su cabello y sus pecas parecieron encenderse como estrellas diminutas. Apretó sus puños.
Con un grito potente, cargado de emoción y furia, corrió directo hacia el monstruo conejo-grillo que se relamía los dientes, acercándose a un anciano caído. El pequeño saltó con una pierna por delante.
—★ ¡YA BASTA, TONTOS MONSTRUOS! —gritó con toda su alma.
**¡CRACK!**
La patada golpeó al monstruo justo en el rostro, enviándolo hacia atrás como un saco de huesos retorcidos, haciéndolo estrellarse contra un carrito de frutas.
El polvo se levantó. Los aldeanos lo miraban sin comprender del todo la. "Valentía del pequeño".