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    Mmmmm...
    La mayor parte del tiempo busco ser amable con los demás. Quizás cuando era más joven lo hacía por querer aceptación, pero después maduré y entendí que es mejor ser sincero conmigo mismo a buscar encajar con la gente, que muchas veces es hipócrita...
    Pero ahora lo hago porque dijo un sabio: "trata a los demás como quisieras que te traten a ti"... O algo así.
    Con todo, a veces hay cosas que me desagradan... Y entonces no puedo fingir una sonrisa.
    Mmmmm... La mayor parte del tiempo busco ser amable con los demás. Quizás cuando era más joven lo hacía por querer aceptación, pero después maduré y entendí que es mejor ser sincero conmigo mismo a buscar encajar con la gente, que muchas veces es hipócrita... Pero ahora lo hago porque dijo un sabio: "trata a los demás como quisieras que te traten a ti"... O algo así. Con todo, a veces hay cosas que me desagradan... Y entonces no puedo fingir una sonrisa.
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  • Causa y efecto
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    Categoría Original
    " ¿Cuál era la necesidad de nacer?. "

    La vida era una tortura constante con más mala suerte que buenos recuerdos. Solo quizás, lo único bueno, era la libertad a medias donde los golpes en su piel se volvían rancios y la sangre se secaba.

    Recuerda un día en concreto, 27 de marzo. Era un día lluvioso, no iba a la escuela y debía - forzosamente - hacer trabajos para extranjeros. Algunos no eran dementes o criminales con sed de sangre, pero si la mayoría. Un recuerdo vago de un anciano cuya petición fue... Extraña: hacerse pasar por su nieto.

    ¿Y con qué fin?
    El pobre anciano no tenía familia y era un día especial donde celebran a los viejos. No hubo alternativa o mucho ánimo, pensaba lo peor.

    Juegos. Comida. Eventos de títeres y teatro. Manualidades. Entre otros.

    El día más normal donde el anciano agradeció y lo despidió con un abrazo, uno que le saco lágrimas. Ni sus padres tenían ese afecto con él... Preferís irse con el viejo pero, murió a los tres días por vejez.

    Y vaya que su padre armó un escándalo. Una paliza mas en su itinerario por no sacarle dinero al anciano.
    " ¿Cuál era la necesidad de nacer?. " La vida era una tortura constante con más mala suerte que buenos recuerdos. Solo quizás, lo único bueno, era la libertad a medias donde los golpes en su piel se volvían rancios y la sangre se secaba. Recuerda un día en concreto, 27 de marzo. Era un día lluvioso, no iba a la escuela y debía - forzosamente - hacer trabajos para extranjeros. Algunos no eran dementes o criminales con sed de sangre, pero si la mayoría. Un recuerdo vago de un anciano cuya petición fue... Extraña: hacerse pasar por su nieto. ¿Y con qué fin? El pobre anciano no tenía familia y era un día especial donde celebran a los viejos. No hubo alternativa o mucho ánimo, pensaba lo peor. Juegos. Comida. Eventos de títeres y teatro. Manualidades. Entre otros. El día más normal donde el anciano agradeció y lo despidió con un abrazo, uno que le saco lágrimas. Ni sus padres tenían ese afecto con él... Preferís irse con el viejo pero, murió a los tres días por vejez. Y vaya que su padre armó un escándalo. Una paliza mas en su itinerario por no sacarle dinero al anciano.
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  • Socializar con mis gatos está bien, pero quizás debería socializar mas con individuos con cuerpo/humanos/seres de este mundo que no son humanos (Como yo)
    Socializar con mis gatos está bien, pero quizás debería socializar mas con individuos con cuerpo/humanos/seres de este mundo que no son humanos (Como yo)
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  • Hen lentor se perzys, ēdruta se vestri
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    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪

    Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey.

    Primero fue el rugido.
    Luego, la sombra.
    Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento.

    Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro.
    Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella.

    Seirys Ahai.
    La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir.
    El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza.

    Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo.

    Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura.
    Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido…
    …Pero pronto lo harían.

    Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer:

    > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.”
    (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona).



    Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas.
    Y entonces, todo se detuvo.

    El sonido. El aire. La respiración del mundo.

    Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella.

    Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención.
    A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición.

    La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal.
    No decía su nombre, pero todos sabían.
    Todos sentían.

    > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo.



    Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado.
    Una promesa. Una amenaza.
    Y también, una historia por escribirse.

    Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería.
    Quien tuviese miedo, la respetaría.
    Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión.




    ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras?

    El juego de tronos tiene una nueva pieza.
    Y su fuego no es un susurro.
    Es rugido.

    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪 Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey. Primero fue el rugido. Luego, la sombra. Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento. Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro. Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella. Seirys Ahai. La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir. El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza. Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo. Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura. Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido… …Pero pronto lo harían. Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer: > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.” (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona). Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas. Y entonces, todo se detuvo. El sonido. El aire. La respiración del mundo. Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella. Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención. A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición. La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal. No decía su nombre, pero todos sabían. Todos sentían. > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo. Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado. Una promesa. Una amenaza. Y también, una historia por escribirse. Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería. Quien tuviese miedo, la respetaría. Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión. ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras? El juego de tronos tiene una nueva pieza. Y su fuego no es un susurro. Es rugido.
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  • Keelan la observaba desde la distancia, apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Freya Mikaelson estaba otra vez de pie en medio del salón, rodeada de hermanos, decisiones imposibles y exigencias que no le daban tregua. Todos acudían a ella —para soluciones, para guía, para fuerza— como si no se dieran cuenta de que incluso el hierro se quiebra con el tiempo.

    Él sí lo veía. Veía cómo su mirada se nublaba cuando creía que nadie la observaba. Cómo sus hombros temblaban apenas por un segundo cuando el peso era demasiado. Nadie más parecía notarlo… o quizá nadie quería verlo.

    Keelan se acercó en silencio y, cuando ella pasó a su lado, le tomó la mano con suavidad.

    —𝑇𝑢́ 𝑡𝑎𝑚𝑏𝑖𝑒́𝑛 𝑚𝑒𝑟𝑒𝑐𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑙𝑔𝑢𝑖𝑒𝑛 𝑡𝑒 𝑐𝑢𝑖𝑑𝑒, 𝐹𝑟𝑒𝑦𝑎 —murmuró, apenas para que ella lo oyera —𝑌 𝑗𝑢𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒, 𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑟𝑎𝑠 𝑦𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑒́ 𝑎𝑞𝑢𝑖́, 𝑛𝑜 𝑣𝑎𝑠 𝑎 𝑡𝑒𝑛𝑒𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑎𝑟𝑔𝑎𝑟 𝑠𝑜𝑙𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑜.

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    Keelan la observaba desde la distancia, apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. [THE0LDERSISTER] estaba otra vez de pie en medio del salón, rodeada de hermanos, decisiones imposibles y exigencias que no le daban tregua. Todos acudían a ella —para soluciones, para guía, para fuerza— como si no se dieran cuenta de que incluso el hierro se quiebra con el tiempo. Él sí lo veía. Veía cómo su mirada se nublaba cuando creía que nadie la observaba. Cómo sus hombros temblaban apenas por un segundo cuando el peso era demasiado. Nadie más parecía notarlo… o quizá nadie quería verlo. Keelan se acercó en silencio y, cuando ella pasó a su lado, le tomó la mano con suavidad. —𝑇𝑢́ 𝑡𝑎𝑚𝑏𝑖𝑒́𝑛 𝑚𝑒𝑟𝑒𝑐𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑎𝑙𝑔𝑢𝑖𝑒𝑛 𝑡𝑒 𝑐𝑢𝑖𝑑𝑒, 𝐹𝑟𝑒𝑦𝑎 —murmuró, apenas para que ella lo oyera —𝑌 𝑗𝑢𝑟𝑜 𝑞𝑢𝑒, 𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑟𝑎𝑠 𝑦𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑒́ 𝑎𝑞𝑢𝑖́, 𝑛𝑜 𝑣𝑎𝑠 𝑎 𝑡𝑒𝑛𝑒𝑟 𝑞𝑢𝑒 𝑐𝑎𝑟𝑔𝑎𝑟 𝑠𝑜𝑙𝑎 𝑐𝑜𝑛 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑜. #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • — Lo que quiero hacer es muy distante de lo que debería estar haciendo. Tal vez deba retomar lo que este cuerpo dejo pendiente, quizás...—
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  • - la joven chica del peliroja estaba en la bibloteca buscando , algunos libros para leer y pasar el tiempo ya que no habia mucho que hacer quizas asi podria pensar otra cosa , mientras caminaba por el lugar en silencio.-
    - la joven chica del peliroja estaba en la bibloteca buscando , algunos libros para leer y pasar el tiempo ya que no habia mucho que hacer quizas asi podria pensar otra cosa , mientras caminaba por el lugar en silencio.-
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  • La noche era tranquila en aquel rincón del universo, donde las estrellas titilaban suavemente como luciérnagas lejanas. El planeta dormía, y con él, los dos hermanos.

    Nival y Kaelis yacían cerca, cada uno sumido en su descanso, con los restos del día aún frescos en su memoria: el combate, la huida, las risas y las preguntas no dichas. Y sin embargo, esa noche, sus sueños los arrastraron a un mismo lugar.

    Un cielo sin fin, hecho de Wakfu dorado, los envolvía en un silencio casi sagrado. El viento no soplaba, pero todo se movía. Había paz… y había algo más. Un perfume que no habían sentido en mucho tiempo. Uno que les era familiar.

    Frente a ellos, entre luces flotantes, apareció una silueta que los hizo contener la respiración.

    Cabellos largos como una cascada de estrellas, ojos llenos de ternura y melancolía, una figura radiante que parecía hecha de la misma esencia que los había formado a ellos. Su madre.

    La diosa Eliatrope.

    No dijo nada al principio. Solo los observó con una sonrisa suave, como si el tiempo no los hubiera separado nunca. Como si todo estuviera bien, al menos por un instante. Kaelis sintió cómo su pecho se apretaba, mientras Nival, por primera vez en mucho tiempo, no encontró palabras ni sarcasmos. Solo asombro... y nostalgia.

    Entonces ella habló. Solo una frase.

    —**Ustedes son muy especiales.**

    No hubo más.

    Pero no hizo falta. Porque esa voz —su voz— se sintió como una caricia directa al alma, como si cada herida, cada pérdida, cada duda que habían cargado desde que escaparon... se volviera un poco más ligera.

    Kaelis tragó saliva. Nival cerró los ojos. Y sin necesidad de decirlo, supieron que ambos habían visto lo mismo. Lo habían sentido al mismo tiempo. Su madre estaba viva... en alguna parte. O quizá no. Pero su esencia, su amor, su bendición... aún vivía en ellos.

    La visión se desvaneció como polvo de luz, y los hermanos continuaron durmiendo, con lágrimas secas en las mejillas y el corazón latiendo un poco más fuerte.

    Porque, incluso en la oscuridad más profunda del cosmos... una sola frase de su madre bastaba para que todo volviera a tener sentido.
    La noche era tranquila en aquel rincón del universo, donde las estrellas titilaban suavemente como luciérnagas lejanas. El planeta dormía, y con él, los dos hermanos. Nival y Kaelis yacían cerca, cada uno sumido en su descanso, con los restos del día aún frescos en su memoria: el combate, la huida, las risas y las preguntas no dichas. Y sin embargo, esa noche, sus sueños los arrastraron a un mismo lugar. Un cielo sin fin, hecho de Wakfu dorado, los envolvía en un silencio casi sagrado. El viento no soplaba, pero todo se movía. Había paz… y había algo más. Un perfume que no habían sentido en mucho tiempo. Uno que les era familiar. Frente a ellos, entre luces flotantes, apareció una silueta que los hizo contener la respiración. Cabellos largos como una cascada de estrellas, ojos llenos de ternura y melancolía, una figura radiante que parecía hecha de la misma esencia que los había formado a ellos. Su madre. La diosa Eliatrope. No dijo nada al principio. Solo los observó con una sonrisa suave, como si el tiempo no los hubiera separado nunca. Como si todo estuviera bien, al menos por un instante. Kaelis sintió cómo su pecho se apretaba, mientras Nival, por primera vez en mucho tiempo, no encontró palabras ni sarcasmos. Solo asombro... y nostalgia. Entonces ella habló. Solo una frase. —**Ustedes son muy especiales.** No hubo más. Pero no hizo falta. Porque esa voz —su voz— se sintió como una caricia directa al alma, como si cada herida, cada pérdida, cada duda que habían cargado desde que escaparon... se volviera un poco más ligera. Kaelis tragó saliva. Nival cerró los ojos. Y sin necesidad de decirlo, supieron que ambos habían visto lo mismo. Lo habían sentido al mismo tiempo. Su madre estaba viva... en alguna parte. O quizá no. Pero su esencia, su amor, su bendición... aún vivía en ellos. La visión se desvaneció como polvo de luz, y los hermanos continuaron durmiendo, con lágrimas secas en las mejillas y el corazón latiendo un poco más fuerte. Porque, incluso en la oscuridad más profunda del cosmos... una sola frase de su madre bastaba para que todo volviera a tener sentido.
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  • ¿Qué es esto que llamamos realidad?
    Un consenso, quizás.
    Un mapa dibujado por manos temblorosas sobre un velo que nunca se rasga, solo cambia de forma.

    A veces cuando el mundo guarda silencio por un segundo más de lo debido, me parece oírlo,
    el crujido de algo que no encaja.
    Como si la tela del mundo se tensara demasiado,
    como si todo lo que veo, toco, soy, no fuera más que el eco de un eco que ya olvidó su origen.

    Me miro las manos.
    Las siento.
    Pero, ¿y si esta carne obedece a leyes que inventamos solo para no perdernos?
    ¿Qué es esto que llamamos realidad? Un consenso, quizás. Un mapa dibujado por manos temblorosas sobre un velo que nunca se rasga, solo cambia de forma. A veces cuando el mundo guarda silencio por un segundo más de lo debido, me parece oírlo, el crujido de algo que no encaja. Como si la tela del mundo se tensara demasiado, como si todo lo que veo, toco, soy, no fuera más que el eco de un eco que ya olvidó su origen. Me miro las manos. Las siento. Pero, ¿y si esta carne obedece a leyes que inventamos solo para no perdernos?
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  • La noche en aquel pequeño planeta era silenciosa y vasta. El cielo, oscuro como tinta profunda, se extendía sin fin, decorado con cuerpos celestes que titilaban como brasas en un fuego antiguo. Algunas estrellas parecían cercanas, como si pudiera tocarlas si tan solo extendía la mano; otras, lejanas y frías, le recordaban lo distante que estaba de casa… si es que ese concepto aún tenía algún significado.

    Kaelis dormía cerca, su forma envuelta en calma junto a una roca brillante que desprendía un resplandor tenue. Nival se había asegurado de no despertarlo al alejarse. Caminó en silencio por la suave pendiente de la colina, su capa azul marino ondeando suavemente con el viento. Una vez en la cima, se detuvo, dejando que la vista lo abrumara.

    El horizonte curvado del pequeño planeta se desplegaba ante él, con lunas de tonos violáceos flotando con pereza sobre el cielo inmóvil. Era un paisaje hermoso, casi mágico. Pero su belleza no traía consuelo.

    Nival se sentó, cruzando las piernas lentamente. Sus ojos marrones se alzaron al cielo, pero su mente estaba atrapada en otro lugar… en otro tiempo.

    —¿Y si están muertos? —murmuró con un suspiro tembloroso.

    El silencio le devolvió la pregunta, cruel y frío.

    —¿Y si mamá… y los demás… ya no están? ¿Si los dioses acabaron con todo? —trató de continuar, pero las palabras se le deshicieron en la garganta.

    Habían estado huyendo tanto tiempo, saltando de mundo en mundo a través de portales que él mismo abría, buscando lugares donde descansar, donde sanar… pero nunca había espacio para respuestas. Nunca había tiempo para regresar. Solo moverse. Solo sobrevivir.

    —¿Y si no hay nadie a quien volver a buscar? —se preguntó en voz baja—. ¿Y si nuestra historia terminó allá atrás, y nosotros somos solo… cenizas que el viento olvidó llevarse?

    El dolor lo apretó por dentro. No era solo miedo. Era la culpa, la impotencia. La incertidumbre que lo corroía cada noche.

    —¿De qué sirve correr si ya no queda nada por lo que pelear…?

    Un paso suave rompió el silencio. No necesitó volverse para saber quién era.

    Kaelis se acercó, sus alas aún plegadas, su presencia serena como la de un guardián que ha visto muchas noches, muchas heridas. Se sentó a su lado sin decir palabra.

    Nival mantuvo la mirada en las estrellas, aunque sus ojos se humedecían.

    —Kaelis… ¿tú crees que están vivos? —preguntó al fin, en voz baja, casi temiendo la respuesta.

    Kaelis tardó en hablar. Y cuando lo hizo, su voz era baja, firme.

    —No lo sé. Pero mientras no lo sepamos con certeza, no dejaré de creerlo.

    —¿Y si ya no queda esperanza?

    Kaelis lo miró con seriedad.

    —La esperanza no es algo que encontramos. Es algo que decidimos llevar, incluso cuando el camino está oscuro. Especialmente entonces.

    Nival apretó la mandíbula.

    —Estoy cansado de llevarla solo.

    Kaelis le puso una mano en el hombro.

    —Entonces déjame ayudarte a cargarla.

    En esa noche oscura, donde las estrellas parecían murmurar secretos olvidados, los dos hermanos permanecieron juntos, en silencio. El dolor de Nival no desapareció, pero en los ojos firmes de Kaelis encontró una razón para seguir buscando, una fuerza que, por un instante, le permitió creer que quizá, en algún rincón del universo, aún había un hogar al que podían regresar.

    Aunque los dioses lo hubieran intentado todo… ellos seguían vivos. Y eso, por ahora, era suficiente.
    La noche en aquel pequeño planeta era silenciosa y vasta. El cielo, oscuro como tinta profunda, se extendía sin fin, decorado con cuerpos celestes que titilaban como brasas en un fuego antiguo. Algunas estrellas parecían cercanas, como si pudiera tocarlas si tan solo extendía la mano; otras, lejanas y frías, le recordaban lo distante que estaba de casa… si es que ese concepto aún tenía algún significado. Kaelis dormía cerca, su forma envuelta en calma junto a una roca brillante que desprendía un resplandor tenue. Nival se había asegurado de no despertarlo al alejarse. Caminó en silencio por la suave pendiente de la colina, su capa azul marino ondeando suavemente con el viento. Una vez en la cima, se detuvo, dejando que la vista lo abrumara. El horizonte curvado del pequeño planeta se desplegaba ante él, con lunas de tonos violáceos flotando con pereza sobre el cielo inmóvil. Era un paisaje hermoso, casi mágico. Pero su belleza no traía consuelo. Nival se sentó, cruzando las piernas lentamente. Sus ojos marrones se alzaron al cielo, pero su mente estaba atrapada en otro lugar… en otro tiempo. —¿Y si están muertos? —murmuró con un suspiro tembloroso. El silencio le devolvió la pregunta, cruel y frío. —¿Y si mamá… y los demás… ya no están? ¿Si los dioses acabaron con todo? —trató de continuar, pero las palabras se le deshicieron en la garganta. Habían estado huyendo tanto tiempo, saltando de mundo en mundo a través de portales que él mismo abría, buscando lugares donde descansar, donde sanar… pero nunca había espacio para respuestas. Nunca había tiempo para regresar. Solo moverse. Solo sobrevivir. —¿Y si no hay nadie a quien volver a buscar? —se preguntó en voz baja—. ¿Y si nuestra historia terminó allá atrás, y nosotros somos solo… cenizas que el viento olvidó llevarse? El dolor lo apretó por dentro. No era solo miedo. Era la culpa, la impotencia. La incertidumbre que lo corroía cada noche. —¿De qué sirve correr si ya no queda nada por lo que pelear…? Un paso suave rompió el silencio. No necesitó volverse para saber quién era. Kaelis se acercó, sus alas aún plegadas, su presencia serena como la de un guardián que ha visto muchas noches, muchas heridas. Se sentó a su lado sin decir palabra. Nival mantuvo la mirada en las estrellas, aunque sus ojos se humedecían. —Kaelis… ¿tú crees que están vivos? —preguntó al fin, en voz baja, casi temiendo la respuesta. Kaelis tardó en hablar. Y cuando lo hizo, su voz era baja, firme. —No lo sé. Pero mientras no lo sepamos con certeza, no dejaré de creerlo. —¿Y si ya no queda esperanza? Kaelis lo miró con seriedad. —La esperanza no es algo que encontramos. Es algo que decidimos llevar, incluso cuando el camino está oscuro. Especialmente entonces. Nival apretó la mandíbula. —Estoy cansado de llevarla solo. Kaelis le puso una mano en el hombro. —Entonces déjame ayudarte a cargarla. En esa noche oscura, donde las estrellas parecían murmurar secretos olvidados, los dos hermanos permanecieron juntos, en silencio. El dolor de Nival no desapareció, pero en los ojos firmes de Kaelis encontró una razón para seguir buscando, una fuerza que, por un instante, le permitió creer que quizá, en algún rincón del universo, aún había un hogar al que podían regresar. Aunque los dioses lo hubieran intentado todo… ellos seguían vivos. Y eso, por ahora, era suficiente.
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