Rol privado
𝐌𝐚𝐭𝐬𝐮𝐧𝐚𝐠𝐚 𝐎𝐤𝐢𝐤𝐨
Los sucesos a partir del día que no volvió a casa determinaron el futuro de Kyo.
Primero, su padre: Wakana Sou. El ebrio que golpeaba a su hijo y le encantaba acosar a jóvenes estudiantes. Con obesidad y bello en partes inimaginables, de olor repulsivo siempre a licor y un lenguaje tosco rasgando lo vulgar.
Segundo, su madre: Kyoko Ichinose. La mujer que ganó la lotería, la que perdió su fortuna en las apuestas. Siempre con un cigarro en mano mientras juega en la máquinas tragamonedas, con la mirada desviada y realmente descuidada.
Tercero, su hogar: un pequeño departamento rodeado de otros pequeños departamentos. Dónde se juntan las personas con menos recursos. Dos habitaciones, una cocina, un baño y una sala, de 3m² a lo mucho.
Eso arrojo la investigación de la mafia. El joven había pasado de la gloria a la caída en tan poco tiempo. Los vecinos confirmaron los gritos y el llanto de Kyo a altas horas de la madrugada, confirmaron todas las veces que fue visto en las calles deambulando de un lado a otro. Y qué muchas veces, se peleaba con vagabundos por un trozo de pan seco.
La escuela donde estudiaba nunca intervino y dejaron que el abuso de estudiantes de secundaria fueran perversos. Además, encontraron " al hombre verde" un viejo decrépito que le encantaba violentar a menores de edad y vendía el contenido en internet.
Okiko dió en el blanco al sacarlo de su miseria. Kyo no tenía familia más allá de lo conocido, no tenía amigos que le dieran la mano o algún adulto que se compareciera de su situación.
Aquella noche dónde durmió en un suave futón, limpio y esponjoso, dónde recibió el alimento gratuito y la hospitalidad de la mujer lo marco.
Pasaron tres días viernes, sábado y domingo. Para el domingo en la noche Kyo bajo las escaleras dónde Okiko atendía a los clientes. Por voluntad, por favor o por gratitud recogía los platos, cubiertos y vasos, limpiaba las mesas y tiraba la basura sin que ella se lo pidiera. Solo lo hacía y ya. La miraba de reojo y corría a toda prisa cuando le decía " No " porque él quería sentirse útil y solo se le podía ocurrir ese método.
Para las 5 o 6 am terminaron. Platos, cocina, pisos y ventanas limpios. Y él, todo un desastre entre tierra, grasa y curtidos.
— Se terminó. ¿Verdad?. Ah, los hombres esos grandes si que dan mucho miedo.— Expreso por el yakuza con el ojo cortado y un tatuaje en el cuello. — Pero no tanto como mi papá.
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Los sucesos a partir del día que no volvió a casa determinaron el futuro de Kyo.
Primero, su padre: Wakana Sou. El ebrio que golpeaba a su hijo y le encantaba acosar a jóvenes estudiantes. Con obesidad y bello en partes inimaginables, de olor repulsivo siempre a licor y un lenguaje tosco rasgando lo vulgar.
Segundo, su madre: Kyoko Ichinose. La mujer que ganó la lotería, la que perdió su fortuna en las apuestas. Siempre con un cigarro en mano mientras juega en la máquinas tragamonedas, con la mirada desviada y realmente descuidada.
Tercero, su hogar: un pequeño departamento rodeado de otros pequeños departamentos. Dónde se juntan las personas con menos recursos. Dos habitaciones, una cocina, un baño y una sala, de 3m² a lo mucho.
Eso arrojo la investigación de la mafia. El joven había pasado de la gloria a la caída en tan poco tiempo. Los vecinos confirmaron los gritos y el llanto de Kyo a altas horas de la madrugada, confirmaron todas las veces que fue visto en las calles deambulando de un lado a otro. Y qué muchas veces, se peleaba con vagabundos por un trozo de pan seco.
La escuela donde estudiaba nunca intervino y dejaron que el abuso de estudiantes de secundaria fueran perversos. Además, encontraron " al hombre verde" un viejo decrépito que le encantaba violentar a menores de edad y vendía el contenido en internet.
Okiko dió en el blanco al sacarlo de su miseria. Kyo no tenía familia más allá de lo conocido, no tenía amigos que le dieran la mano o algún adulto que se compareciera de su situación.
Aquella noche dónde durmió en un suave futón, limpio y esponjoso, dónde recibió el alimento gratuito y la hospitalidad de la mujer lo marco.
Pasaron tres días viernes, sábado y domingo. Para el domingo en la noche Kyo bajo las escaleras dónde Okiko atendía a los clientes. Por voluntad, por favor o por gratitud recogía los platos, cubiertos y vasos, limpiaba las mesas y tiraba la basura sin que ella se lo pidiera. Solo lo hacía y ya. La miraba de reojo y corría a toda prisa cuando le decía " No " porque él quería sentirse útil y solo se le podía ocurrir ese método.
Para las 5 o 6 am terminaron. Platos, cocina, pisos y ventanas limpios. Y él, todo un desastre entre tierra, grasa y curtidos.
— Se terminó. ¿Verdad?. Ah, los hombres esos grandes si que dan mucho miedo.— Expreso por el yakuza con el ojo cortado y un tatuaje en el cuello. — Pero no tanto como mi papá.