• Zwëihanherz Rising Sun
    Fandom Zwëihanherz: Rising Sun
    Categoría Otros
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido.
    ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba.
    ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior.
    ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa.
    ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara.
    ​El Cairo: El Viaje Comienza
    ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento.
    ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano.
    ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada.
    ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta.
    ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible.
    ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo.
    ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos.
    ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo.
    ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente.
    ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido. ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba. ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior. ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa. ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara. ​El Cairo: El Viaje Comienza ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento. ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano. ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada. ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta. ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible. ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo. ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos. ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo. ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente. ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
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  • Lo perdido se recupera. Más y mejor 🩷

    Cuz I'm a Firestarter!

    Gracias Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    Fuego primordial 𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫

    https://youtu.be/wiIGyqOTihk?si=HUC73MqL5mp-1VHW
    Lo perdido se recupera. Más y mejor 🩷 Cuz I'm a Firestarter! Gracias [Ryu] Fuego primordial [Ayane_Ishtar] https://youtu.be/wiIGyqOTihk?si=HUC73MqL5mp-1VHW
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  • La soledad era la mejor amante de todas.

    La época, el clima, las festividades.
    Todo parece diseñado para compartirse.
    El aire huele a café, a pan caliente, a conversaciones ajenas.
    Las luces titilan sobre las calles, los escaparates se llenan de adornos,
    y la ciudad se disfraza de alegría para no revelar lo cansada que está.

    Antes, yo también formaba parte de esa ilusión.
    Recuerdo haber caminado de su mano, buscando algún lugar tranquilo donde el silencio no pesara.
    Me gustaba observarla elegir el postre, discutir sobre trivialidades,
    esas pequeñas costumbres que uno solo entiende cuando ya no las tiene.

    Ahora camino solo.
    No porque me haya propuesto ser libre, sino porque ya no queda nadie que camine conmigo.
    Los restaurantes siguen abiertos, las calles siguen siendo las mismas,
    pero la comida ha perdido su gusto, y las luces me parecen demasiado brillantes.
    Aun así, no me quejo.
    El mundo nunca prometió compañía, y la soledad, con el tiempo, aprendió a ser suficiente.

    He descubierto que la soledad es una amante precisa:
    no exige nada, no pregunta, no reprocha.
    Se sienta junto a mí cuando escribo, respira despacio,
    me observa sin juzgar y espera a que termine cada párrafo para recordarme que sigo aquí,
    aunque no haya nadie más.

    A veces pienso en salir, en comprar boletos para algún evento,
    pero al final los regalo.
    No porque desprecie la vida afuera, sino porque hay algo honestamente bello en no fingir interés.
    La soledad tiene esa virtud: te enseña a dejar de mentirle al mundo.

    Y quizás eso sea lo más cercano al amor verdadero que me queda.
    Un silencio compartido conmigo mismo,
    sin promesas, sin expectativas, sin necesidad de entender nada.
    Solo la certeza de que, después de todo,
    nadie me ha conocido tan bien como ella.
    La soledad era la mejor amante de todas. La época, el clima, las festividades. Todo parece diseñado para compartirse. El aire huele a café, a pan caliente, a conversaciones ajenas. Las luces titilan sobre las calles, los escaparates se llenan de adornos, y la ciudad se disfraza de alegría para no revelar lo cansada que está. Antes, yo también formaba parte de esa ilusión. Recuerdo haber caminado de su mano, buscando algún lugar tranquilo donde el silencio no pesara. Me gustaba observarla elegir el postre, discutir sobre trivialidades, esas pequeñas costumbres que uno solo entiende cuando ya no las tiene. Ahora camino solo. No porque me haya propuesto ser libre, sino porque ya no queda nadie que camine conmigo. Los restaurantes siguen abiertos, las calles siguen siendo las mismas, pero la comida ha perdido su gusto, y las luces me parecen demasiado brillantes. Aun así, no me quejo. El mundo nunca prometió compañía, y la soledad, con el tiempo, aprendió a ser suficiente. He descubierto que la soledad es una amante precisa: no exige nada, no pregunta, no reprocha. Se sienta junto a mí cuando escribo, respira despacio, me observa sin juzgar y espera a que termine cada párrafo para recordarme que sigo aquí, aunque no haya nadie más. A veces pienso en salir, en comprar boletos para algún evento, pero al final los regalo. No porque desprecie la vida afuera, sino porque hay algo honestamente bello en no fingir interés. La soledad tiene esa virtud: te enseña a dejar de mentirle al mundo. Y quizás eso sea lo más cercano al amor verdadero que me queda. Un silencio compartido conmigo mismo, sin promesas, sin expectativas, sin necesidad de entender nada. Solo la certeza de que, después de todo, nadie me ha conocido tan bien como ella.
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  • SAGA DE LA INFANTERÍA MÓVIL: RECLUTAMIENTO
    Fandom Tropas del espacio
    Categoría Acción

    ¿CREES QUE EL UNIVERSO ES TUYO?

    ¡DEMÚESTRALO!

    Enfrenta lo desconocido.
    Protege a los que no pueden.
    Lucha por algo más grande que tú.

    No somos máquinas.
    No somos monstruos.
    Somos humanos. Y eso basta.

    ¡Haz tu parte!
    ¡ÚNETE A LA INFANTERÍA MÓVIL!
    Siempre hay un Centro de Reclutamiento cerca de ti.

    ---

    Arenga de reclutamiento de la Infantería Móvil

    > ¿Crees que el universo te debe algo? No. El universo no da nada. Pero tú puedes tomar tu lugar en él.
    >
    > En las ciudades de neón, donde la guerra se libra entre datos y sombras, nuestros operadores caminan invisibles, protegiendo lo que tú llamas hogar.
    > En los castillos incendiados, donde el pasado se niega a morir, nuestros jinetes del fuego cabalgan entre ruinas, enfrentando lo que otros temen nombrar.
    > En los templos de piedra y acero, donde la estrategia es ley, nuestros comandantes trazan el destino de mundos enteros con una sola orden.
    > Y en las fronteras donde la tecnología se mezcla con la tradición, nuestros caballeros tácticos luchan con honor, porque saben que la humanidad no es solo carne: es idea, es voluntad.
    >
    > La Infantería Móvil no es solo un ejército. Es una promesa.
    > Una promesa de que el servicio no es esclavitud, sino libertad.
    > Una promesa de que la ciudadanía no se hereda: se conquista.
    > Una promesa de que tú puedes ser más que espectador. Puedes ser protagonista.
    >
    > ¿Estás listo para dejar de mirar y empezar a actuar?
    > ¿Estás listo para enfrentar lo desconocido, no como víctima, sino como soldado?
    >
    > ¡Adelante! ¡Haz tu parte!
    > ¡ÚNETE A LA INFANTERÍA MÓVIL!
    > El servicio garantiza la ciudadanía.

    ---

    Manifiesto de la Infantería Móvil

    > Somos humanos. Y eso basta.
    > No somos máquinas. No somos monstruos. No somos dioses.
    > Somos carne, hueso, voluntad.
    > Y con eso enfrentamos lo imposible.

    > No luchamos por gloria. Luchamos por legado.
    > Por los que aún no han nacido.
    > Por los que no pueden defenderse.
    > Por los que creen que el universo puede ser compartido.

    > La tecnología es nuestra herramienta, no nuestro amo.
    > Las armas evolucionan. Nosotros decidimos.
    > No nos fusionamos con el enemigo. No nos convertimos en él.
    > Porque si dejamos de ser humanos para ganar, entonces ya hemos perdido.

    > El servicio garantiza la ciudadanía.
    > No porque la guerra sea noble, sino porque el sacrificio sí lo es.
    > No porque matar sea justo, sino porque proteger sí lo es.
    > No porque seamos perfectos, sino porque elegimos luchar por algo más grande que nosotros.

    > Somos la Infantería Móvil.
    > Y mientras uno de nosotros respire,
    > la humanidad no caerá.

    ---

    *Ese era el texto del panfleto de propaganda y reclutamiento de la Infantería Móvil que era fácil conseguir en las calles.
    Hace años que Shinn se había unido, y por sus años de servicio y experiencia ahora ostentaba el grado de capitán de escuadrón.
    Con el tiempo, pudo convencer a sus amigos de unirse. Y cada uno supo aprovechar su destreza en los diferentes tipos de combate con que los soldados son adiestrados...
    ¿Quieres venir a formar parte de nuestra aventura?*
    ¿CREES QUE EL UNIVERSO ES TUYO? ¡DEMÚESTRALO! Enfrenta lo desconocido. Protege a los que no pueden. Lucha por algo más grande que tú. No somos máquinas. No somos monstruos. Somos humanos. Y eso basta. ¡Haz tu parte! ¡ÚNETE A LA INFANTERÍA MÓVIL! Siempre hay un Centro de Reclutamiento cerca de ti. --- 🪖 Arenga de reclutamiento de la Infantería Móvil > ¿Crees que el universo te debe algo? No. El universo no da nada. Pero tú puedes tomar tu lugar en él. > > En las ciudades de neón, donde la guerra se libra entre datos y sombras, nuestros operadores caminan invisibles, protegiendo lo que tú llamas hogar. > En los castillos incendiados, donde el pasado se niega a morir, nuestros jinetes del fuego cabalgan entre ruinas, enfrentando lo que otros temen nombrar. > En los templos de piedra y acero, donde la estrategia es ley, nuestros comandantes trazan el destino de mundos enteros con una sola orden. > Y en las fronteras donde la tecnología se mezcla con la tradición, nuestros caballeros tácticos luchan con honor, porque saben que la humanidad no es solo carne: es idea, es voluntad. > > La Infantería Móvil no es solo un ejército. Es una promesa. > Una promesa de que el servicio no es esclavitud, sino libertad. > Una promesa de que la ciudadanía no se hereda: se conquista. > Una promesa de que tú puedes ser más que espectador. Puedes ser protagonista. > > ¿Estás listo para dejar de mirar y empezar a actuar? > ¿Estás listo para enfrentar lo desconocido, no como víctima, sino como soldado? > > ¡Adelante! ¡Haz tu parte! > ¡ÚNETE A LA INFANTERÍA MÓVIL! > El servicio garantiza la ciudadanía. --- 🪖 Manifiesto de la Infantería Móvil > Somos humanos. Y eso basta. > No somos máquinas. No somos monstruos. No somos dioses. > Somos carne, hueso, voluntad. > Y con eso enfrentamos lo imposible. > No luchamos por gloria. Luchamos por legado. > Por los que aún no han nacido. > Por los que no pueden defenderse. > Por los que creen que el universo puede ser compartido. > La tecnología es nuestra herramienta, no nuestro amo. > Las armas evolucionan. Nosotros decidimos. > No nos fusionamos con el enemigo. No nos convertimos en él. > Porque si dejamos de ser humanos para ganar, entonces ya hemos perdido. > El servicio garantiza la ciudadanía. > No porque la guerra sea noble, sino porque el sacrificio sí lo es. > No porque matar sea justo, sino porque proteger sí lo es. > No porque seamos perfectos, sino porque elegimos luchar por algo más grande que nosotros. > Somos la Infantería Móvil. > Y mientras uno de nosotros respire, > la humanidad no caerá. --- *Ese era el texto del panfleto de propaganda y reclutamiento de la Infantería Móvil que era fácil conseguir en las calles. Hace años que Shinn se había unido, y por sus años de servicio y experiencia ahora ostentaba el grado de capitán de escuadrón. Con el tiempo, pudo convencer a sus amigos de unirse. Y cada uno supo aprovechar su destreza en los diferentes tipos de combate con que los soldados son adiestrados... ¿Quieres venir a formar parte de nuestra aventura?*
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  • El silencio del campo era absoluto, roto solo por el susurro del viento que peinaba la hierba. El hombre permanecía allí, inmóvil, con la pipa entre los labios y la mirada perdida entre las constelaciones. El humo se elevaba en espirales perezosas, deshaciéndose como los pensamientos que intentaba comprender.
    La noche tenía algo de cruel… tan hermosa y vasta, que hacía sentir pequeño a cualquiera. Cada estrella, un recuerdo; cada sombra, una duda que nunca se disipó. Había luchado, amado, perdido… pero lo que pesaba más no era lo que había dejado atrás, sino lo que aún no encontraba.

    "Qué curioso, siempre creí que la calma llegaría con el tiempo. Pero parece que solo cambia la forma en que uno carga el peso."

    El humo volvió a escapar de sus labios, flotando hasta perderse en el cielo infinito. Por un instante, se permitió pensar que tal vez… en alguna de esas luces lejanas, alguien también estaba mirando hacia él.
    El silencio del campo era absoluto, roto solo por el susurro del viento que peinaba la hierba. El hombre permanecía allí, inmóvil, con la pipa entre los labios y la mirada perdida entre las constelaciones. El humo se elevaba en espirales perezosas, deshaciéndose como los pensamientos que intentaba comprender. La noche tenía algo de cruel… tan hermosa y vasta, que hacía sentir pequeño a cualquiera. Cada estrella, un recuerdo; cada sombra, una duda que nunca se disipó. Había luchado, amado, perdido… pero lo que pesaba más no era lo que había dejado atrás, sino lo que aún no encontraba. "Qué curioso, siempre creí que la calma llegaría con el tiempo. Pero parece que solo cambia la forma en que uno carga el peso." El humo volvió a escapar de sus labios, flotando hasta perderse en el cielo infinito. Por un instante, se permitió pensar que tal vez… en alguna de esas luces lejanas, alguien también estaba mirando hacia él.
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  • 𝑊𝑒𝑙𝑐𝑜𝑚𝑒 𝑡𝑜 𝐾𝑖𝑛𝑔𝑠𝑚𝑎𝑛
    Fandom Kingsman
    Categoría Acción
    Había seguido el proceso de selección de los reclutas. No solo porque fuera ella una de las elegidas para guiar los pasos de quienes pasaran aquella selección. Siempre lo hacían. Todo Kingsman miraba de cerca a los nuevos aspirantes, y mucho más en aquellos momentos cuando la organización había estado a punto de desaparecer.
    Después de la brecha de seguridad y la consiguiente masacre de todos sus agentes, a excepción de Galahad, Merlín, y ella misma, estaban más que necesitados de nuevas incorporaciones.

    El ambiente no era el más ameno en aquellos tiempos. Y Ginevra no se esforzaba por cambiarlo. En el ataque a la base de datos de Kingsman había perdido a toda su familia, su padre, su madre, su hermano pequeño y su hogar. Después había perdido a su otra figura paterna, Merlín. Todo gracias a Poppy y su imperio de la droga.
    Aquello, si ya de por si Amelia era, debido a su educación y formación, seria y reservada, la había encerrado más en ella misma.

    El descubrimiento de Statesman es lo que salva a la sastrería y todo cuanto ella conlleva. Como novedad, después de demasiados años en la sombra, ambas agencias trabajan juntas, como hermanas, y Ginevra es ascendida y nombrada agente de enlace entre ambas organizaciones.
    Su trabajo se había duplicado, seguía teniendo misiones que cumplir, reclutas que supervisar y ser el punto de enlace entre dos agencias secretas. Pero aquello no era algo que preocupara o molestara a Ginevra. Estaba más que orgullosa de ostentar todos aquellos puestos. Sabía que tenía una huella demasiado grande que llenar, y el deber de no decepcionar ni a su padre y al propio Merlín.

    Aquel día estaba en el elegante local, esperando, sentada en uno de los caros sofás que estaban ubicados frente a los probadores, con la espalda por completo recta, la mirada fija en una revista de equitación sin llegar a ver nada, y los tobillos cruzados uno tras otro.
    Un rápido vistazo al reloj de pared que llenaba el silencio con el tic-tac de las manecillas del reloj, y otro a la calle, para ver llegar el taxi que transportaba a su cita de aquel día.


    𝘊𝘳𝘦𝘥𝘪𝘵𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘥𝘢 𝘢: 𝑇𝑅𝐼𝑆𝑇𝐴𝑁
    Había seguido el proceso de selección de los reclutas. No solo porque fuera ella una de las elegidas para guiar los pasos de quienes pasaran aquella selección. Siempre lo hacían. Todo Kingsman miraba de cerca a los nuevos aspirantes, y mucho más en aquellos momentos cuando la organización había estado a punto de desaparecer. Después de la brecha de seguridad y la consiguiente masacre de todos sus agentes, a excepción de Galahad, Merlín, y ella misma, estaban más que necesitados de nuevas incorporaciones. El ambiente no era el más ameno en aquellos tiempos. Y Ginevra no se esforzaba por cambiarlo. En el ataque a la base de datos de Kingsman había perdido a toda su familia, su padre, su madre, su hermano pequeño y su hogar. Después había perdido a su otra figura paterna, Merlín. Todo gracias a Poppy y su imperio de la droga. Aquello, si ya de por si Amelia era, debido a su educación y formación, seria y reservada, la había encerrado más en ella misma. El descubrimiento de Statesman es lo que salva a la sastrería y todo cuanto ella conlleva. Como novedad, después de demasiados años en la sombra, ambas agencias trabajan juntas, como hermanas, y Ginevra es ascendida y nombrada agente de enlace entre ambas organizaciones. Su trabajo se había duplicado, seguía teniendo misiones que cumplir, reclutas que supervisar y ser el punto de enlace entre dos agencias secretas. Pero aquello no era algo que preocupara o molestara a Ginevra. Estaba más que orgullosa de ostentar todos aquellos puestos. Sabía que tenía una huella demasiado grande que llenar, y el deber de no decepcionar ni a su padre y al propio Merlín. Aquel día estaba en el elegante local, esperando, sentada en uno de los caros sofás que estaban ubicados frente a los probadores, con la espalda por completo recta, la mirada fija en una revista de equitación sin llegar a ver nada, y los tobillos cruzados uno tras otro. Un rápido vistazo al reloj de pared que llenaba el silencio con el tic-tac de las manecillas del reloj, y otro a la calle, para ver llegar el taxi que transportaba a su cita de aquel día. 𝘊𝘳𝘦𝘥𝘪𝘵𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢𝘥𝘢 𝘢: [KINGSMAN.AGENT]
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  • Jenny Queen Orc

    Hoy mis lágrimas se quieren suicidar
    Acurrucadas, morir en tu piel
    Han nacido secas, tienen sed
    Mi llanto hoy se quiere morir.

    Soy lo muerto y lo vivido,
    Soy el susurro de un adios.
    Cómo un beso olvidado,
    cómo a tú alma és mi voz.

    Te quiero mami 🩷

    Gracias por estar ahí para mí.

    Por levantarme de mis propias cenizas tantas veces y sacudir mis ropajes cómo si nada hubiera pasado. Nada importante. Con la serenidad de quien también lo ha perdido todo (incluso más) y no mira nunca atrás.

    Una madre de verdad.
    [queen_0] Hoy mis lágrimas se quieren suicidar Acurrucadas, morir en tu piel Han nacido secas, tienen sed Mi llanto hoy se quiere morir. Soy lo muerto y lo vivido, Soy el susurro de un adios. Cómo un beso olvidado, cómo a tú alma és mi voz. Te quiero mami 🩷 Gracias por estar ahí para mí. Por levantarme de mis propias cenizas tantas veces y sacudir mis ropajes cómo si nada hubiera pasado. Nada importante. Con la serenidad de quien también lo ha perdido todo (incluso más) y no mira nunca atrás. Una madre de verdad.
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  • Quién lo diría.
    Un hombre como él, estando a estas horas en el parque, completamente derrotado. ¿Ahora qué haría con el ridículo ramo de flores que descansaba a su lado en la banca? No es como le doliera estos gastos pero- sí era humillante.

    La mejor manera de ahogar sus penas fue: fumar. Conforme se aflojaba un poco su corbata.

    Si tan solo pasara alguien, y así evitar sentirse tan perdido en esta salida...
    Quién lo diría. Un hombre como él, estando a estas horas en el parque, completamente derrotado. ¿Ahora qué haría con el ridículo ramo de flores que descansaba a su lado en la banca? No es como le doliera estos gastos pero- sí era humillante. La mejor manera de ahogar sus penas fue: fumar. Conforme se aflojaba un poco su corbata. Si tan solo pasara alguien, y así evitar sentirse tan perdido en esta salida...
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  • ✧ La Muerte de Elaenya, Diosa del Alba ✧

    En los días en que los dioses aún caminaban entre los rayos del firmamento, el Cielo Eterno era una sinfonía de luz, armonía y creación. Los ríos de oro líquido corrían por los mármoles blancos del Trono Solar; las constelaciones danzaban al compás de los cánticos divinos; y en el centro de todo, como la primera chispa de vida, reinaban Caelis y Elaenya, los consortes del amanecer y del trueno.

    Ella era la Luz del Principio, la que despertaba a los mundos con el roce de su aliento. Tenía el cabello del color del trigo bañado en fuego, ojos como dos soles inmóviles y un corazón que ardía con la pasión de todo lo vivo. Era intensa, caprichosa, emocional hasta las lágrimas, y por eso, tan profundamente humana a los ojos de su esposo.
    Caelis, en cambio, era el equilibrio: el eco del rayo, la tempestad que preserva el orden destruyendo lo que amenaza el ciclo. Su voz contenía la furia de los relámpagos, pero cuando hablaba con ella, se convertía en una brisa serena.

    Juntos gobernaron eras. Cada amanecer era un beso; cada tormenta, una caricia disfrazada de rugido. Pero los dioses, tan altos como frágiles, olvidan que la eternidad exige sacrificios.

    Fue en la Guerra de los Cielos, cuando las fuerzas del Vacío —criaturas nacidas de la Nada, sin rostro ni alma— cruzaron los límites del firmamento. Los tronos temblaron, las estrellas sangraron, y Elaenya, impulsiva y valerosa, descendió al campo de batalla sin esperar el decreto del Consejo Celestial. Caelis la siguió, pero llegó tarde.

    Cuando la encontró, la diosa de la luz ya había roto su divinidad para sellar la grieta que el Vacío había abierto entre los mundos.
    El sacrificio era irreversible.
    Y el precio, insoportable.

    La escena era indescriptible.
    El cielo, antes inmaculado, se hallaba cubierto por un crepúsculo perpetuo. El suelo divino estaba cubierto de plumas blancas chamuscadas, fragmentos de vidrio celestial y pétalos marchitos. En el centro de aquel santuario destrozado, Elaenya yacía entre los restos de su propia creación. Su resplandor —aquel que alguna vez despertaba soles— se deshacía en motas doradas que el viento dispersaba lentamente.

    Caelis cayó de rodillas.
    El trueno que retumbó al hacerlo rompió los cristales del cielo.

    Tomó su cuerpo entre los brazos, sintiendo cómo la calidez divina se disipaba de su piel.
    Las lágrimas —algo que un dios jamás debía conocer— comenzaron a rodar por su rostro. Cada una caía al suelo con el sonido del metal quebrándose.

    —Elaenya… —su voz fue apenas un susurro.
    Los labios de ella se movieron, temblando.
    —No llores por mí, amor mío. La luz no muere. Solo… cambia de forma.

    Sus palabras, ligeras como el polvo de las estrellas, se apagaron antes de llegar a su oído.
    Caelis la sostuvo más fuerte, desesperado por retenerla en sus brazos, pero la divinidad no puede ser apresada. La piel de Elaenya se convirtió en polvo luminoso; su cabello se transformó en ríos dorados que ascendían al cielo; su última mirada, en una promesa que lo condenaría para siempre.

    Entonces el trueno rugió.

    El cielo entero se fracturó en mil relámpagos. Los templos sagrados se derrumbaron; las constelaciones giraron erráticas; los coros celestiales enmudecieron. Los dioses contemplaron horrorizados cómo Caelis, el guardián del orden, se convertía en tempestad pura.

    —¡Ninguno de ustedes se atreva a tocarla! —bramó.
    Sus alas, de un blanco inmaculado, se tornaron negras como la tormenta.
    Los rayos cayeron en cascada, cruzando el firmamento, y el mar de las estrellas se tornó gris.

    Los altos señores del Cielo le suplicaron que se detuviera, pero su dolor era más grande que su poder.
    Los relámpagos formaron una cúpula alrededor del cuerpo que ya no existía.
    Y en el silencio posterior, solo quedó el eco del juramento que marcaría el fin de una era:

    —Si el Cielo exige que amemos solo dentro de sus leyes, que el Cielo mismo se derrumbe.

    Los dioses lo declararon traidor.
    Pero él ya no los escuchaba.

    Cuando la última chispa de Elaenya ascendió, Caelis extendió una mano hacia ella… y en su lugar, cayó.
    Su descenso fue como un eclipse: un dios de luz cayendo en un mar de sombras.
    Los vientos de la creación se estremecieron mientras cruzaba las capas del firmamento, dejando tras de sí un sendero de fuego azul.

    Los mortales, abajo, lo vieron como una estrella ardiendo en el horizonte.
    Ninguno supo que lo que contemplaban no era una estrella, sino un dios roto.

    Cuando el impacto estremeció la tierra, Caelis abrió los ojos entre ceniza y lluvia.
    Por primera vez, el trueno no lo obedecía.
    Su divinidad se había fragmentado junto con su alma.

    Y así comenzó su exilio.
    Un dios que alguna vez gobernó los cielos, ahora perdido entre hombres que no lo recordaban.
    El amor lo había humanizado.
    La pérdida lo había condenado.

    El Cielo nunca volvió a ser el mismo.
    Desde aquel día, el amanecer brilla con un matiz dorado y triste —el último suspiro de Elaenya, que aún acaricia la tierra en busca de su amado.

    Y cuando la tormenta ruge con furia desmedida, los sabios dicen que es Caelis Veyrith, clamando al firmamento que le devuelva la única luz que el universo no debió apagar.
    ✧ La Muerte de Elaenya, Diosa del Alba ✧ En los días en que los dioses aún caminaban entre los rayos del firmamento, el Cielo Eterno era una sinfonía de luz, armonía y creación. Los ríos de oro líquido corrían por los mármoles blancos del Trono Solar; las constelaciones danzaban al compás de los cánticos divinos; y en el centro de todo, como la primera chispa de vida, reinaban Caelis y Elaenya, los consortes del amanecer y del trueno. Ella era la Luz del Principio, la que despertaba a los mundos con el roce de su aliento. Tenía el cabello del color del trigo bañado en fuego, ojos como dos soles inmóviles y un corazón que ardía con la pasión de todo lo vivo. Era intensa, caprichosa, emocional hasta las lágrimas, y por eso, tan profundamente humana a los ojos de su esposo. Caelis, en cambio, era el equilibrio: el eco del rayo, la tempestad que preserva el orden destruyendo lo que amenaza el ciclo. Su voz contenía la furia de los relámpagos, pero cuando hablaba con ella, se convertía en una brisa serena. Juntos gobernaron eras. Cada amanecer era un beso; cada tormenta, una caricia disfrazada de rugido. Pero los dioses, tan altos como frágiles, olvidan que la eternidad exige sacrificios. Fue en la Guerra de los Cielos, cuando las fuerzas del Vacío —criaturas nacidas de la Nada, sin rostro ni alma— cruzaron los límites del firmamento. Los tronos temblaron, las estrellas sangraron, y Elaenya, impulsiva y valerosa, descendió al campo de batalla sin esperar el decreto del Consejo Celestial. Caelis la siguió, pero llegó tarde. Cuando la encontró, la diosa de la luz ya había roto su divinidad para sellar la grieta que el Vacío había abierto entre los mundos. El sacrificio era irreversible. Y el precio, insoportable. La escena era indescriptible. El cielo, antes inmaculado, se hallaba cubierto por un crepúsculo perpetuo. El suelo divino estaba cubierto de plumas blancas chamuscadas, fragmentos de vidrio celestial y pétalos marchitos. En el centro de aquel santuario destrozado, Elaenya yacía entre los restos de su propia creación. Su resplandor —aquel que alguna vez despertaba soles— se deshacía en motas doradas que el viento dispersaba lentamente. Caelis cayó de rodillas. El trueno que retumbó al hacerlo rompió los cristales del cielo. Tomó su cuerpo entre los brazos, sintiendo cómo la calidez divina se disipaba de su piel. Las lágrimas —algo que un dios jamás debía conocer— comenzaron a rodar por su rostro. Cada una caía al suelo con el sonido del metal quebrándose. —Elaenya… —su voz fue apenas un susurro. Los labios de ella se movieron, temblando. —No llores por mí, amor mío. La luz no muere. Solo… cambia de forma. Sus palabras, ligeras como el polvo de las estrellas, se apagaron antes de llegar a su oído. Caelis la sostuvo más fuerte, desesperado por retenerla en sus brazos, pero la divinidad no puede ser apresada. La piel de Elaenya se convirtió en polvo luminoso; su cabello se transformó en ríos dorados que ascendían al cielo; su última mirada, en una promesa que lo condenaría para siempre. Entonces el trueno rugió. El cielo entero se fracturó en mil relámpagos. Los templos sagrados se derrumbaron; las constelaciones giraron erráticas; los coros celestiales enmudecieron. Los dioses contemplaron horrorizados cómo Caelis, el guardián del orden, se convertía en tempestad pura. —¡Ninguno de ustedes se atreva a tocarla! —bramó. Sus alas, de un blanco inmaculado, se tornaron negras como la tormenta. Los rayos cayeron en cascada, cruzando el firmamento, y el mar de las estrellas se tornó gris. Los altos señores del Cielo le suplicaron que se detuviera, pero su dolor era más grande que su poder. Los relámpagos formaron una cúpula alrededor del cuerpo que ya no existía. Y en el silencio posterior, solo quedó el eco del juramento que marcaría el fin de una era: —Si el Cielo exige que amemos solo dentro de sus leyes, que el Cielo mismo se derrumbe. Los dioses lo declararon traidor. Pero él ya no los escuchaba. Cuando la última chispa de Elaenya ascendió, Caelis extendió una mano hacia ella… y en su lugar, cayó. Su descenso fue como un eclipse: un dios de luz cayendo en un mar de sombras. Los vientos de la creación se estremecieron mientras cruzaba las capas del firmamento, dejando tras de sí un sendero de fuego azul. Los mortales, abajo, lo vieron como una estrella ardiendo en el horizonte. Ninguno supo que lo que contemplaban no era una estrella, sino un dios roto. Cuando el impacto estremeció la tierra, Caelis abrió los ojos entre ceniza y lluvia. Por primera vez, el trueno no lo obedecía. Su divinidad se había fragmentado junto con su alma. Y así comenzó su exilio. Un dios que alguna vez gobernó los cielos, ahora perdido entre hombres que no lo recordaban. El amor lo había humanizado. La pérdida lo había condenado. El Cielo nunca volvió a ser el mismo. Desde aquel día, el amanecer brilla con un matiz dorado y triste —el último suspiro de Elaenya, que aún acaricia la tierra en busca de su amado. Y cuando la tormenta ruge con furia desmedida, los sabios dicen que es Caelis Veyrith, clamando al firmamento que le devuelva la única luz que el universo no debió apagar.
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  • A todos los que quiero. Mi gente.

    Esta semana no he estado bien.
    Han pasado muchas cosas: el ban, los recuerdos perdidos, y otras que se han ido sumando.
    Y siento que el peso me ha hecho reaccionar de formas que no quiero.
    He estado más distante, más arisca, contestando mal o simplemente apagándome.
    Y sé que eso ha podido doler.

    No es falta de cariño, ni de ganas de estar.
    Es solo que a veces la cabeza hace ruido y el alma se cansa.
    Pero los quiero.
    A cada uno, con lo que son, con lo que me dan,
    con todo lo que seguimos construyendo juntos.

    Lo prometo: os compensaré,
    con calma, con sonrisas, con palabras bonitas y momentos nuevos.
    Gracias por no soltarme incluso cuando me vuelvo un pequeño "caos".
    Gracias por seguir ahí, incluso cuando no sé cómo estar.

    Y a ti, Ryu (mi lobita🩷)
    gracias por tu paciencia, por esperarme, por no rendirte.
    Eres hogar incluso cuando el mundo se desordena.

    Prometo volver a brillar,
    y cuando lo haga, será por todos vosotros.

    *Lili*
    A todos los que quiero. Mi gente. Esta semana no he estado bien. Han pasado muchas cosas: el ban, los recuerdos perdidos, y otras que se han ido sumando. Y siento que el peso me ha hecho reaccionar de formas que no quiero. He estado más distante, más arisca, contestando mal o simplemente apagándome. Y sé que eso ha podido doler. No es falta de cariño, ni de ganas de estar. Es solo que a veces la cabeza hace ruido y el alma se cansa. Pero los quiero. A cada uno, con lo que son, con lo que me dan, con todo lo que seguimos construyendo juntos. Lo prometo: os compensaré, con calma, con sonrisas, con palabras bonitas y momentos nuevos. Gracias por no soltarme incluso cuando me vuelvo un pequeño "caos". Gracias por seguir ahí, incluso cuando no sé cómo estar. Y a ti, Ryu (mi lobita🩷) gracias por tu paciencia, por esperarme, por no rendirte. Eres hogar incluso cuando el mundo se desordena. Prometo volver a brillar, y cuando lo haga, será por todos vosotros. *Lili*
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